Los ojos del rey Irol estaban dolidos por el llanto. Durante
siete largos ciclos de la luna, no había cesado de llorar la desgracia que afligía
su corazón. Lamentaba la crueldad del destino y no perdonaba las malas artes de
Agatán, la bruja que había secuestrado a su única y amada hija.
Irol había ofrecido grandes riquezas a quien lograse salvarla
de la indeseable Agatán, pero los poderes de esta hechicera pusieron fin a
todas las tentativas, de los valientes caballeros, que uno a uno fueron hechos
prisioneros.
La desesperación del rey era cada vez mayor. Estaba dispuesto
a ofrecer su reino, si a cambio de ello conseguía tener a su lado de nuevo a su
hija.
Agatán, viendo la desolación de Irol, le ofreció un trato.
Liberaría a su hija la princesa Azar a cambio de todo su reinado.
Irol que era presa de la locura, estaba dispuesto a ello,
pero sus Consejeros se lo impidieron, pues sabían que si el reino caía en manos
de Agatán, aquello significaría el fin de todos los pueblos, los cuales caerían
en manos de su brujería, quedando para siempre como sus prisioneros.
- No podéis ceder Majestad. Pensad en vuestro pueblo, lo abandonareis en manos de la malvada Agatán -le expresó uno de sus consejeros -.
- Pero mi hija Azar, ¿qué le ocurrirá si no cedo al trato de Agatán? Permanecerá prisionera en las mazmorras del tétrico castillo donde habita la hechicera -argumentó apesadumbrado el rey Irol -.
- Debemos tener valor amado rey -dijo otra voz-. Es el único poder contra el que Agatán no podrá hacer nada. Si tanto es su poder por qué hacer un trato. Algo ha de temer y debemos averiguar qué es.
- ¿Qué ocurre en palacio? -preguntó el joven pastor -.
- ¿De dónde vienes chico?, ¿acaso no sabes que la princesa Azar está prisionera en el castillo de la bruja Agatán? -explicó aquel al que había preguntado -.
- Vengo del monte. Allí llegan pocas noticias. Soy Ieiazel, el pastor. Estoy buscando a una oveja extraviada, pero tal vez pueda ser de ayuda -advirtió humildemente el muchacho -.
Sin pensárselo más, recogió el resto de las ovejas y se
dirigió en dirección al castillo de Agatán.
La bruja pudo ver a través de su bola mágica como se acercaba
el pastor y sintió como un escalofrío se apoderó de ella. Aquella inocencia,
aquella pureza de corazón, la ponía nerviosa y comprendió que debería utilizar
toda su magia si quería vencer a aquel intruso.
- Alto joven descarado, ¿dónde crees que vas? ¿Acaso no te han enseñado a respetar lo privado? -le interrogó Agatán.
- Debes ser Agatán, la hechicera. Si es así, te ruego dejes en libertad a la princesa Azar. Su padre y todo su reino sufre por ella -le dijo el osado joven -.
- Acércate y ven a rescatarla tu mismo -invitó la malvada bruja -.
Agatán sabia que todos cuantos entraban en su morada quedaban
prisionero de ella, pero no contaba con algo muy importante, Ieiazel tenía un
corazón limpio y ninguna fuerza por poderosa que esta fuese lo ataría
manteniéndole prisionero de ella.
Respondiendo a la invitación de la bruja, el joven y puro
pastor entró en su morada. Agatán se
llevó una gran sorpresa, al ver como aquel inofensivo joven liberaba de las
mazmorras a la bella princesa Azar.
Desde aquel día, la bruja perdió todo su poder sobre el reino
que gobernaba el rey Irol, pues el corazón de cada hombre se purificó siguiendo
el ejemplo de Ieiazel, el joven pastor.
Fin
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