miércoles, 16 de octubre de 2024

Capítulo 15. III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (2ª parte).

 III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (2ª parte).

4. No hay duda acerca de cuál es tu función, pues el Espíritu Santo sabe cuál es. 2No hay duda acerca de la grandeza de esa función, pues te llega a través de Él desde la Grandeza. 3No tienes que esforzarte por alcanzarla, puesto que ya dispones de ella. 4Mas debes canalizar todos tus esfuerzos contra la pequeñez, pues para proteger tu grandeza en este mundo es preciso mantenerse alerta. 5Mantenerse continuamente consciente de la propia gran­deza en un mundo en el que reina la pequeñez es una tarea que los que se menosprecian a sí mismos no pueden llevar a cabo. 6Sin embargo, se te pide que lo hagas como tributo a tu grandeza y no a tu pequeñez. 7No se te pide que lo hagas solo. 8El poder de Dios respaldará cada esfuerzo que hagas en nombre de Su amado Hijo. 9Ve en pos de la pequeñez, y te estarás negando a ti mismo Su poder. 10Dios no está dispuesto a que Su Hijo se sienta satisfecho con nada que no sea la totalidad. 11Pues Él no se siente satisfecho sin Su Hijo y Su Hijo no puede sentirse satisfecho con menos de lo que Su Padre le dio.

Estamos habituados a pensar desde la pequeñez, porque nos creemos insignificantes, porque creemos haber perdido nuestra conexión con la grandeza de Dios. Creemos en lo pequeño, buscamos lo pequeño y encontramos lo insignificante, lo que nos ofrece un triste y efímero reflejo de lo que es la verdadera paz.

Experimentar el instante santo, abre nuestra mente a la grandeza del Espíritu, pues es la manera de reconocer lo que realmente somos. Ese instante será santo y lo reconoceremos porque vendrá acompañado del regalo de la paz. Bajo ese pensamiento, nuestros ojos se abrirán y nuestros oídos dejarán de oír los viejos rumores de la pequeñez.

5. Anteriormente te pregunté: "¿Qué prefieres ser, rehén del ego o anfitrión de Dios?" 2Deja que el Espíritu Santo te haga esa pre­gunta cada vez que tengas que tomar una decisión. 3Pues cada decisión que tomas la contesta, y, por lo tanto, le abre las puertas a la tristeza o a la dicha. 4Cuando Dios se dio a Sí Mismo a ti en tu creación, te estableció como Su anfitrión para siempre. 5Él no te ha abandonado, ni tú lo has abandonado a Él. 6Todos tus intentos de negar Su grandeza, y de hacer de Su Hijo un rehén del ego, no pueden empequeñecer a aquel a quien Dios ha unido a Sí Mismo. 7Cada decisión que tomas es o bien en favor del Cielo o bien en favor del infierno, y te brinda la conciencia de la alternativa que hayas elegido.

"Éste es un curso de entrenamiento mental. 2Todo aprendizaje requiere atención y estudio en algún nivel. (T.1.VII.4:2)"

He extraído este párrafo recogido en el Capítulo 1 del Texto de Un Curso de Milagros, para recordar la importancia que tiene el entrenamiento mental. El simple hecho de que leamos la enseñanza aportada por el Curso, ni tan siquiera su comprensión, nos llevará a cambiar, de la noche a la mañana, nuestras respuestas adquiridas, tras rendirle culto al sistema de pensamiento del ego, el cual, se encuentra muy arraigado en nuestras creencias.

Este no es un mensaje desmoralizador, todo lo contrario. Conocer es poder, y si somos conscientes del hecho de que se requiere entrenamiento paciente y continuo para ir cambiando nuestra manera de ver las cosas, utilizaremos la ilusión del tiempo en su función principal, permitirnos aprender a elegir.

Al final, la enseñanza nos lleva a ese punto, a ese momento estelar, en el que debemos ser conscientes de nuestras elecciones: seguir sirviendo al ego, o, por el contrario, poner nuestra mente al servicio del Espíritu Santo. Por esta razón, este punto, nos invita a dar respuesta a la cuestión principal: ¿qué prefieres ser, rehén del ego o anfitrión de Dios?

No tendrás que hacer largos viajes para encontrar el escenario y el momento adecuado para dar respuesta a esa decisión. Cada instante, cada presente, te ofrece una nueva oportunidad para decidir qué elegir. Es la magia que acompaña el milagro de cada presente. El milagro no se produce en el pasado, ni tendrás que esperarlo en el futuro, siempre se producirá en el presente, y cuando no se produce, es porque hemos elegido al guía incorrecto. 

6. El Espíritu Santo puede mantener tu grandeza en tu mente a salvo de toda pequeñez, con perfecta claridad y seguridad, y sin dejar que se vea afectada por los miserables regalos que el mundo de la pequeñez desea ofrecerte. 2Pero para que el Espíritu Santo pueda hacer esto, no debes oponerte a lo que Él dispone para ti. 3Decídete en favor de Dios por medio de Él. 4Pues la pequeñez y la creencia de que ésta te puede satisfacer, son decisiones que tomas con respecto a ti mismo. 5El poder y la gloria que hay en ti procedentes de Dios son para todos los que, como tú, se conside­ran indignos y creen que la pequeñez puede expandirse hasta convertirse en una sensación de grandeza que los pueda satisfa­cer. 6No des ni aceptes pequeñez. 7El anfitrión de Dios es digno de todo honor. 8Tu pequeñez te engaña, pero tu grandeza emana de Aquel que mora en ti, y en Quien tú moras. 9En el Nombre de Cristo, el eterno Anfitrión de Su Padre, no toques a nadie con la idea de la pequeñez.

Si la visión de tu identidad es el ego, tu mente rendirá culto a la escasez y a la pequeñez, pues tus creencias estarán basadas en la ilusión de la separación de los cuerpos. Darás, inevitablemente, aquello que tienes, aquello que crees ser y ello te llevará a compartir con el mundo que te rodea, la escasez y la pequeñez.

Te crees pequeño, pero tienes deseos de grandeza y esta contradicción, cuando es proyectada sobre aquello que percibes, sobre los demás, te llevará a odiar y a condenar todo lo que percibes como pequeñez, lo que te llevará a atacar a todo aquel que de muestra de esa escasez. Utilizarás al otro para robarle lo que posee y así, de este modo, intentar poner a tu pequeñez. Pero no lograrás, pues por mucho que atesores en el mundo temporal, tu pequeñez, al encontrarse en tus creencias, te acompañará hasta que decidas dejar de rendirle culto.

Recordar lo que realmente eres, te permitirá reconocer la Grandeza de Dios en ti, y ello, te llevará a compartir, a expandir esa grandeza, a los demás. 

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