VII. El sacrificio innecesario (1ª parte).
1. Más allá de la débil atracción que la relación de amor especial ejerce, y empañada siempre por ella, se encuentra la poderosa atracción que el Padre ejerce sobre Su Hijo. 2Ningún otro amor puede satisfacerte porque no hay ningún otro amor. 3Ése es el único amor que se da plenamente y que es plenamente correspondido. 4Puesto que goza de plenitud, no pide nada. 5Puesto que es totalmente puro, todos los que se unen a él lo tienen todo. 6Esto no es así en ninguna relación que el ego entabla. 7Pues toda relación que el ego entabla es siempre especial.
El amor verdadero, se caracteriza, precisamente, por permitir al ser amado, gozar de la libertad. El amor verdadero, da lo que es, amor incondicional. Mientras que el amor del ego, da lo que es, amor condicionado por nuestros miedos.
2. El ego entabla relaciones con el solo propósito de obtener algo. 2Y mantiene al dador aferrado a él mediante la culpabilidad. 3Al ego le es imposible entablar ninguna relación sin ira, pues cree que la ira le gana amigos. 4No es eso lo que afirma, aunque ése es su propósito. 5Pues el ego cree realmente que puede obtener algo y conservarlo haciendo que otros se sientan culpables. 6Ésta es la única atracción que ejerce, pero es una atracción tan débil que no podría subsistir si no fuese porque nadie se percata de ello. 7Pues el ego siempre parece atraer mediante el amor y no ejerce atracción alguna sobre aquellos que perciben que atrae mediante la culpabilidad.
¿Te has dado cuenta de que nadie está dispuesto a reconocer la culpa? Cuando alguien nos juzga como culpables, nuestra reacción inmediata es negarlo y culpar a otros, es decir, proyecta sus pensamientos ocultos, en un intento de quedar impune de la sentencia que se le impone.
De la misma manera, cuando entablamos una relación especial, lo que realmente estamos haciendo es intentar compensar al otro del sentimiento de culpa (inconsciente) que nos hace sentirnos atraídos por esa persona. Sin darnos cuenta, proyectamos sobre ella nuestra propia condena, y juzgaremos sus actos, recriminando su punidad, y adoptando el papel de salvador, ofreciéndole lo que mal interpreta como amor. El ego da lo que tiene, ya lo hemos visto, y cuando exclama: ¡te amo!, lo que verdaderamente está ofreciendo es su deseo de poseer la libertad del otro, pues su miedo no lo puede ocultar por mucho tiempo y siempre se manifestará con gestos que justificará como beneficiosos para la persona con la cual hemos establecido esa relación especial.
3. La enfermiza atracción que ejerce la culpabilidad tiene que ser reconocida como lo que es. 2Pues al haberse convertido en algo real para ti, es esencial que la examines detenidamente, y que aprendas a abandonarla dejándote de interesar por ella. 3Nadie abandonaría lo que considera valioso. 4Pero la atracción de la culpabilidad es algo valioso para ti debido únicamente a que no has examinado lo que es y, por lo tanto, la has juzgado completamente a ciegas. 5A medida que la llevemos ante la luz, tu única pregunta será: "¿Cómo es posible que jamás la hubiese podido desear?" 6No tienes nada que perder si la examinas detenidamente, pues a una monstruosidad como ésa no le corresponde estar en tu santa mente. 7Este anfitrión de Dios no puede estar realmente interesado en algo semejante.
Me pregunto, ¿por qué no hemos elegido imaginar un mundo de amor y libertad? La respuesta ha acudido a mi mente de forma inmediata. Ese mundo, esa realidad, no podemos imaginarla, porque ya ha sido creada por nuestro Hacedor. Es más, esa realidad es lo que somos, si elegimos ver nuestra verdadera identidad, la de ser Hijos de Dios. Esa realidad, es de la que gozábamos antes de que decidiéramos utilizar nuestra mente de forma diferente, esto es, para imaginar y fabricar una realidad ficticia que dio lugar a la errónea creencia en el pecado, en la separación y en la culpa.
Lo que hemos fabricado con nuestra imaginación, lo hemos real en nuestro sueño. Lo que elegimos imaginar, se ha convertido en una grotesca pesadilla, en un infierno incandescente en el que vagamos, en un intento de pagar nuestra deuda con el pecado que hemos creído cometer.
Pero no debemos tener miedo de mirar el miedo, pues no puede ser visto, sencillamente, porque es fruto de nuestra imaginación y carece de realidad, salvo que nosotros creamos que la tiene. De igual manera, debemos mirar la culpabilidad sin que la creencia en su existencia sea algo real para nuestra mente. Eleva tu creencia en la culpa hacia tu Mente Recta, y percibirás tu inocencia, tu realidad, la cual disipará la oscuridad en la que antes albergabas tu creencia en la culpa.