viernes, 18 de octubre de 2024

Capítulo 15. III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (4ª parte).

 III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (4ª parte).

10.  Decide como yo que decidí morar contigo. 2Mi voluntad dis­pone lo mismo que la de mi Padre, pues sé que Su Voluntad no varía y que se encuentra eternamente en paz consigo misma. 3Nada que no sea Su Voluntad podrá jamás satisfacerte. 4No aceptes menos y recuerda que todo lo que aprendí es tuyo. 5Yo amo lo que mi Padre ama tal como Él lo hace, y no puedo aceptar que sea lo que no es, 6de la misma manera en que Él tampoco puede hacerlo. 7Cuando hayas aprendido a aceptar lo que eres, no inventarás otros regalos para ofrecértelos a ti mismo, pues sabrás que eres íntegro, que no tienes necesidad de nada y que eres incapaz de aceptar nada para ti. 8Y habiendo recibido, darás gustosamente. 9El anfitrión de Dios no tiene que ir en pos de nada, pues no hay nada que él tenga que encontrar.

Sí, ya lo hemos visto en el análisis de otros apartados. Lo importante es ser conscientes de nuestras decisiones, de nuestras elecciones, pues nuestra elección, nos revelará a qué identidad estamos sirviendo, es decir, nos hablará de nuestra manera de ver la vida, de nuestras creencias.

Jesús, lo tiene claro. Nada que no sea alinear nuestra voluntad a la de nuestro Padre podrá jamás satisfacernos, aportarnos paz.

Nos dice, El Maestro, algo que me ha llegado al corazón: "cuando hayas aprendido a aceptar lo que eres...". Sí, ese mensaje es clave, pues nos señala dónde se encuentra exactamente escondido nuestro tesoro. Se trata de aceptar lo que somos. Ni más, ni menos. Si lo ves, dejarás de dudar y caminarás de la mano con Jesús. Si no lo ves, elegirás servir a tu falso anfitrión, el ego.

11. Si estás completamente dispuesto a dejar que la salvación se lleve a cabo de acuerdo con el plan de Dios y te niegas a tratar de obtener la paz por tu cuenta, alcanzarás la salvación. 2Mas no pienses que puedes sustituir tu plan por el Suyo. 3En vez de eso, únete a mí en el Suyo para que juntos podamos liberar a todos aquellos que prefieren permanecer cautivos, y proclamar que el Hijo de Dios es Su anfitrión. 4Así pues, no dejaremos que nadie se olvide de lo que tú quieres recordar, 5de este modo, lo recorda­rás.

El ego, también tiene su propio plan de salvación, pero este plan, está llamado al fracaso, pues se olvida de lo esencial. Se olvida que no puede salvarse sólo. El objetivo de la salvación debe responder a la causa que lo ha hecho necesaria, es decir, debe corregir el error principal por el cual creemos que debemos salvarnos.

Para el ego, ese error no es corregir la falsa creencia en la separación, por lo que su plan de salvación, al no contemplar un camino compartido, lo que hace es llevarle a utilizar la debilidad y la pequeñez de los demás para su propio provecho. El plan de salvación del ego está amparado en el miedo.

Dejemos el plan de salvación en manos de Dios y de Su Anfitrión y pongamos nuestra voluntad a su servicio. Lo que sin duda no podemos obviar es buscar la salvación sin la participación de nuestros hermanos.

12. Evoca en todos únicamente el recuerdo de Dios y el del Cielo que mora en ellos. 2Allí donde desees que tu hermano esté, allí creerás estar tú. 3No respondas a su petición de pequeñez y de infierno, sino sólo a su llamamiento a la grandeza y al Cielo. 4No te olvides de que su llamamiento es el tuyo y contéstale junto conmigo. 5El poder de Dios está a favor de Su anfitrión eterna­mente, pues su único cometido es proteger la paz en la que Él mora. 6No deposites la ofrenda de la pequeñez ante Su santo altar, el cual se eleva más allá de las estrellas hasta el mismo Cielo por razón de lo que le es dado. 

Si nuestra mente rinde culto al sistema de pensamiento del ego, veremos a nuestros hermanos separados de nosotros mismos, lo que nos llevará a percibir la relación ellos, como una experiencia donde el miedo mermará cualquier posibilidad de paz y amor. Lo percibiremos como nuestros enemigos, pues ante el temor de que nos ataquen y nos quiten lo que poseemos, decidiremos atacar primero. De este modo, el conflicto está asegurado.

La ofrenda de pequeñez que compartamos con los demás, será correspondida con esa misma carencia y pequeñez.

Tan sólo el Amor puede poner fin a esa absurda relación. Tan sólo el perdón puede sanar las heridas causadas por los enfrentamientos causados en la experiencia de relación, la cual, nada más lejos de ser interpretada como una oportunidad de salvación, sino que es juzgada como una experiencia de maldición y condenación. 

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