sábado, 19 de octubre de 2024

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 293

LECCIÓN 293

El miedo ya se acabó y lo único que hay aquí es amor.

1. El miedo ya se acabó porque su fuente ha desaparecido, y con ella, todos sus pensamientos desaparecieron también. 2El amor sigue siendo el único estado presente, cuya Fuente está aquí para siempre. 3¿Cómo iba a parecerme el mundo claro y diáfano, segu­ro y acogedor; cuando todos mis errores pasados lo oprimen y me muestran manifestaciones distorsionadas de miedo? 4Mas en el presente el amor es obvio y sus efectos evidentes. 5El mundo entero resplandece en el reflejo de su santa luz, y por fin percibo un mundo perdonado.

2. Padre no permitas que Tu santo mundo me pase desapercibido hoy, 2ni que mis oídos sean sordos a todos los himnos de gratitud que el mundo entona bajo los sonidos del miedo. 3Hay un mundo real que el presente mantiene a salvo de todos los errores del pasado. 4Y éste es el único mundo que quiero tener ante mis ojos hoy.


¿Qué me enseña esta lección?

Hemos de cerrar los ojos del cuerpo y abrir los ojos del alma, para ver la única realidad que nos ha de permitir gozar de la Felicidad y de la Dicha del Amor.

Si seguimos eligiendo la proyección sobre el mundo físico, caeremos en la tentación de oír las voces que nos invitan a mantener un mundo ilusorio, donde únicamente experimentaremos el miedo en sus múltiples manifestaciones: ataques; problemas; conflictos; enfermedad; necesidad y escasez; accidentes y por último, la muerte.

Permanecer y pertenecer a este mundo caótico y demente, nos supone penetrar en un círculo vicioso, del que es necesario salir. La identificación de lo que somos con lo que poseemos, nos lleva a potenciar la fuerza del deseo por encima de todas las cosas. En la medida, en que mis deseos no se ven satisfechos o se ven contrariados, lo vivo como un ataque que me suscita el deseo de venganza y de castigo.

Ese canto de sirena, cuando nos encontramos en plena travesía de nuestra existencia, nos invita a caer seducidos y a ponernos al servicio de nuestra naturaleza instintiva. Tan sólo el aspecto de “superhombre” personificado por el héroe Ulises, nos aporta la pista que debemos tener en cuenta si pretendemos salir airoso de ese trance. El héroe, para no caer presa de los cánticos de las sirenas, mandó que lo atasen al mástil, hasta que aquellos cánticos cesaran.

Esta prueba la debemos recapitular todos, pues, todos, nos encontramos en la travesía que ha de conducirnos al control y dominio de nuestras pasiones.

Hoy he oído esos cánticos. Han llegado a aturdir mi mente, hasta tal punto, que una densa niebla ha enturbiado mi capacidad para discernir y ha puesto a prueba mi certeza, sobre el camino a elegir.

He cerrado los ojos del cuerpo y he abierto los ojos del Espíritu. He llamado al Espíritu Santo y he elevado hasta Él, la súplica de que me liberará de ese momento de oscuridad. He sentido la necesidad de respirar profundamente, al tiempo, que con cada inhalación me he llenado de amor. Al exhalar, me liberaba de la presión que trataba de paralizarme. A cada respiración, he sentido que mi cuerpo me indicaba, una elevación vibratoria.
He repetido este ejercicio durante unos minutos, hasta que he ido encontrando un estado de paz que me indicaba que la tormenta había amainado y que el canto de las sirenas, se había disipado.

Ejemplo-Guía: "Una reflexión sobre el miedo"

Considero el tema del miedo, uno de los pilares principales que desarrolla el Curso de una manera maravillosa. En los 50 Principios de los Milagros desarrollados en el Capítulo I del Texto, el Principio 26, entre otros, trata el tema del miedo y nos explica cómo deshacerlo es un aspecto esencial del poder expiatorio de los milagros. Os dejo con el desarrollo que tengo realizada sobre este Principio:


PRINCIPIO 26
Los milagros representan tu liberación del miedo. "Expiar" significa "des-hacer." Deshacer el miedo es un aspecto esencial del poder expiatorio de los milagros.

Cuando analizamos el Principio 22, adelantábamos que dedicaríamos un capítulo al estudio del miedo, y lo prometido es deuda.

En la entrega anterior, en el análisis del Principio 25, decíamos que cuando tenemos miedo, estamos reconociendo que estamos necesitados de la Expiación. Tener miedo significa que, “hemos actuado sin amor, al haber elegido sin amorÉsta es precisamente la situación para la que se insti­tuyó la Expiación" (T-2.VI.8:4-5).

Pasemos a desmenuzar el significado del miedo, lo que nos llevará a comprender su origen y los efectos a los que da lugar en nuestras vidas. El párrafo anterior nos aporta una primera pista, al indicarnos que el miedo es la consecuencia de una elección. Es muy importante tomar consciencia de este matiz, pues nos permite reconocer, que el miedo no es algo que nos viene de afuera, no es algo que nos ataca y del cual debamos defendernos, tan solo es una elección. Yo añadiría que es una libre elección, pues todas las elecciones son libres.

En la Introducción del Curso, podemos leer: Lo opuesto al amor es el miedo, pero aquello que todo lo abarca no puede tener opuestos” (T-In.1:8). Esta afirmación nos hace una primera presentación de lo que es el miedo, indicándonos que el miedo no puede pertenecer al Creador, pues Él no tiene opuestos, lo que nos lleva a pensar que el miedo es una fabricación de la mente del Hijo de Dios, surgiendo como una proyección de su mente dual, lo que dio lugar a los opuestos amor-miedo, o lo que es lo mismo, la materialización de la separación y el surgimiento del ego.

Tenemos pues, que el miedo es la fabricación del Hijo de Dios, el cual cometió el error de creer que podía usurpar el poder de Dios. "Todo miedo se reduce, en última instancia, a esa básica percep­ción errónea" (T-2.I.4:1). 

Sólo nuestra mente puede producir miedo y sólo nuestra mente puede llevarnos a comprender que el miedo no es real, es una ilusión. 

Como hemos adelantado, "Dios no es el autor del miedo. El autor del miedo somos nosotros que hemos elegido crear en forma diferente a como crea Él" (T-4.I.9:1-3). Esa elección, nos hace "tener miedo de la Voluntad de Dios porque hemos usado la mente, que Él creó a semejanza de la Suya Propia, para crear falsa­mente. La mente sólo puede crear falsamente cuando creemos que no somos libres" (T-3.II.4:1-2). 

En esa falsa creencia se encuentran los mayores conflictos que alberga la mente humana. Dichos conflictos, traducidos en miedos, se dan cita en el inconsciente, donde se ocultan celosamente y desde donde se proyectan dando lugar a todo tipo de comportamientos dementes y condenatorios. 

De hecho, "los que creen en la separación tienen un miedo básico a las represalias y al abandono. Creen en el ataque y en el rechazo, de modo que eso es lo que perciben, lo que enseñan y lo que apren­den. Estas ideas descabelladas son claramente el resultado de la disociación y la proyección" (T-6.V-B.1:1-2). 

Podemos decir que el origen del miedo es una elección errónea y esta creencia ha pasado a formar parte del inconsciente colectivo de la humanidad. "Cada vez que tenemos miedo es porque hemos tomado una decisión equivo­cada y esa es la razón por la que nos sentimos responsable de ello" (T-2.VI.3:2-3).  

Si la causa del miedo es mental, es obvio que para superarlo "tendremos que cambiar de mentalidad, no de comportamiento, y eso es cuestión de que estemos dispuestos a hacerlo" (T-2.VI.3:4). 

"La corrección debe llevarse a cabo únicamente en el nivel en que es posible el cambio. El cambio no tiene ningún sentido en el nivel de las formas en los que se manifiesta el miedo, donde no puede producir resultados" (T-2.VI.3:6-7). 

"El miedo es siempre un signo de tensión que surge cuando hay conflicto entre lo que deseamos y lo que hacemos" (T-2.VI.5:1). Asimismo, "la presencia del miedo indica que hemos elevado pensa­mientos corporales al nivel de la mente" T-2.VI.1:6). 

Como hemos dicho, anteriormente, el uso incorrecto de la mente nos ha llevado a tener miedo de la Voluntad de Dios. Ese uso erróneo de la mente se ha traducido en los Textos Sagrados como un acto pecaminoso, el cual, puso fin al estado de unicidad compartido por el Hijo de Dios y su Creador. Lo que se ha interpretado como “pecado”, como la violación de las Leyes de Dios, tuvo como consecuencia la creencia en la expulsión del Edén, de la Tierra Paradisiaca dispuesta por Dios para su Hijo, y lo que es lo más importante, nace el temor hacia el Creador, al creernos merecedores de su justicia vengativa. 

“Tener miedo de la Voluntad de Dios es una de las creencias más extrañas que la mente humana jamás haya podido concebir. Esto no habría podido ocurrir no ser que la mente hubiese estado ya tan profundamente dividida que le hubiese sido posible tener miedo de lo que ella misma es. La realidad sólo puede ser una "amenaza" para lo ilusorio, ya que lo único que la realidad puede defender es la verdad. El hecho mismo de que percibas la Volun­tad de Dios -que es lo que tú eres- como algo temible, demues­tra que tienes miedo de lo que eres. Por lo tanto, no es de la Voluntad de Dios de lo que tienes miedo, sino de la tuya” (T-9.I.1:1-5). 

Si advertimos la falsa creencia a la que dio lugar la elección del Hijo de Dios, descubriremos la identidad del ego, el representante de la mente dual, de la mente errónea. El ego pasó a ocupar el lugar de Dios y se erigió en nuestra nueva identidad. Es del ego y no de Dios del que verdaderamente tenemos miedo. 

"Debemos reconocer que lo que menos quiere el ego es que nos demos cuenta de que le tenemos miedo. Pues si el ego pudiese producir miedo, menoscabaría nuestra independencia y debilitaría nuestro poder. Sin embargo, su único argumento para que le seamos leales es que él puede darnos poder. Si no fuera por esta creencia no le escucharíamos en absoluto. ¿Cómo iba a poder, entonces, seguir existiendo si nos diésemos cuenta de que al aceptarlo nos estamos empequeñeciendo y privándonos de poder?" (T-11.V.8:1-5).

"El ego puede permitirnos, y de hecho lo hace, que nos consideremos altanero, incrédulo, frívolo, distante, superficial, insensible, des­pegado e incluso desesperado, pero no permite que nos demos cuenta de que realmente tenemos miedo. Minimizar el miedo, pero no deshacerlo, es el empeño constante del ego, y es una capacidad para la cual demuestra ciertamente gran ingenio. ¿Cómo iba a poder predicar separación a menos que la reforzase con miedo?, y, ¿seguiríamos escuchándole si reconociésemos que eso es lo que está haciendo?" (T-11.V.9:1-3). 

"La más seria amenaza para el ego es, pues, que nos demos cuenta de que cualquier cosa que parezca separarnos de Dios es única­mente miedo, sea cual sea la forma en que se manifieste e inde­pendientemente de cómo el ego desee que lo experimentemos. Su sueño de autonomía se estremece hasta su raíz cuando cobramos conciencia de esto. Pues si bien podemos tolerar una falsa idea de independencia, no aceptaríamos el costo en miedo que ello supone una vez que lo reconociésemos. Pero ése es su costo, y el ego no puede reducirlo. Si pasamos por alto el amor estamos pasándonos por alto a nosotros mismo, y no podremos sino tener miedo de la irrealidad porque nos habremos negado nosotros mismo. Al creer que nuestro ataque contra la verdad ha tenido éxito, creeremos que el ataque tiene poder. Dicho llanamente, pues, nos hemos vuelto temerosos de nosotros mismos. Y nadie quiere encontrar lo que cree que le destruiría" (T-11.V.10:1-8). 

"Si se pudiese lograr el objetivo de autonomía del ego, el propó­sito de Dios podría ser truncado, y eso es imposible. Solamente aprendiendo lo que es el miedo podemos por fin aprender a distin­guir lo posible de lo imposible y lo falso de lo verdadero" (T-11.V.11:1-2). 

Sí, hemos mencionado que la elección del Hijo de Dios, fue interpretado, erróneamente, como un ataque contra la verdad. La cuestión que cabe plantearse es, ¿cómo corregir ese error?. 

Como nos indica el Curso, "reconocer el miedo no es suficiente para poder escaparse de él, aunque sí es necesario para demostrar la necesidad de escapar" (T-12.I.8:2). 

Desde la mente errónea no podremos conseguir esa corrección. Debemos recurrir a la Voz que habla por Dios, el Espíritu Santo, para que transforme el miedo en verdad. 

“Si se te dejase con el miedo, una vez que lo hubieses reconocido, habrías dado un paso que te alejaría de la realidad en vez de acercarte a ella. No obstante, hemos señalado repetidamente la necesidad de reconocer el miedo y de confrontarlo cara a cara como un paso crucial en el proceso de desvanecer al ego. Considera entonces lo mucho que te va a servir la interpretación que hace el Espíritu Santo de los motivos de los demás. Al haberte enseñado a aceptar únicamente los pensamientos de amor de otros y a con­siderar todo lo demás como una petición de ayuda, te ha ense­ñado que el miedo en sí es una petición de ayuda. Esto es lo que realmente quiere decir reconocer el miedo. Si tú no lo proteges, el Espíritu Santo lo reinterpretará. En esto radica el valor prin­cipal de Aprender a percibir el ataque como una petición de amor. Ya hemos aprendido que el miedo y el ataque están inevitable­mente interrelacionados. Si el ataque es lo único que da miedo, y consideras al ataque como la petición de ayuda que real­mente es, te darás cuenta de la irrealidad del miedo. Pues el miedo, es una súplica de amor, en la que se reconoce inconsciente­mente lo que ha sido negado" (T-12.I.8:4-13). 

"El miedo es un síntoma de tu profunda sensación de pérdida. Si al percibirlo en  otros aprendes a subsanar esa sensación de pérdida, se elimina la causa básica del miedo. De esa manera, te enseñas a ti mismo que no hay miedo en ti. Los medios para erradicarlo se encuentran en ti, y has demostrado esto al dárselos a otros. El miedo y el amor son las únicas emociones que eres capaz de experimentar. Una es falsa, pues procede de la negación, y la negación depende, para poder existir, de que se crea en lo que se ha negado. Al interpretar correctamente el miedo como una afirmación categórica de la creencia subyacente que enmascara, estás socavando la utilidad que le has atribuido al hacer que sea inútil. Las defensas que son inservibles se abandonan auto­máticamente. Si haces que lo que el miedo oculta pase a ocupar una posición inequívocamente preeminente, el miedo deja de ser relevante. Habrás negado que puede ocultar al amor, lo cual era su único propósito. El velo que habías puesto sobre la faz del amor habrá desaparecido” (T-12.I.9:1-11). 

Tenemos más miedo de Dios que del ego, y el amor no puede entrar donde no se le da la bienvenida. Pero el odio sí que puede, pues entra por su propia voluntad sin que le importe la nuestra. 

Hemos hecho referencia a una cuestión que no nos puede pasar inadvertida. "Decíamos que nadie toleraría el miedo si lo reconociese" (T-13.III.1:4). Sobre este particular, el Curso añade: "Pero en tu trastornado estado mental no le tienes miedo al miedo. No te gusta, pero tu deseo de atacar no es lo que realmente te asusta. Tu hostilidad no te perturba seriamente. La mantienes oculta porque tienes aún más miedo de lo que encubre. Podrías examinar incluso la piedra angular más tenebrosa del ego sin miedo si no creyeses que, sin el ego, encontrarías dentro de ti algo de lo que todavía tienes más miedo. No es de la crucifi­xión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención" (T-13.III.1:5-11). 

"Bajo los tenebrosos cimientos del ego yace el recuerdo de Dios, y de eso es de lo que realmente tienes miedo. Pues este recuerdo te restituiría instantáneamente al lugar donde te corresponde estar, del cual te has querido marchar. El miedo al ataque no es nada en comparación con el miedo que le tienes al amor. Estarías dispuesto incluso a examinar tu salvaje deseo de dar muerte al Hijo de Dios, si pensases que eso te podría salvar del amor. Pues éste deseo causó la separación, y lo has protegido porque no quie­res que ésta cese. Te das cuenta de que al despejar la tenebrosa nube que lo oculta el amor por tu Padre te impulsaría a contestar Su llamada y a llegar al Cielo de un salto. Crees que el ataque es la salvación porque el ataque impide que eso ocurra. Pues subya­cente a los cimientos del ego, y mucho más fuerte de lo que éste jamás pueda ser, se encuentra tu intenso y ardiente amor por Dios, y el Suyo por ti. Esto es lo que realmente quieres ocultar" (T-13.III.2:1-9). 

"Honestamente, ¿no te es más difícil decir "te quiero” que "te odio"? Asocias el amor con la debilidad y el odio con la fuerza, y te parece que tu verdadero poder es realmente tu debilidad. Pues no podrías dejar de responder jubilosamente a la llamada del amor si la oyeses, y el mundo que creíste haber construido desaparecería. El Espíritu Santo, pues, parece estar atacando tu fuerza, ya que tú prefieres excluir a Dios. Mas Su Voluntad no es ser excluido” (T-13.III.3:1-4). 

El temor del ego a la Voluntad de Dios, viene acompañado de un sentimiento corrosivo para la mente recta, me estoy refiriendo a la culpabilidad. 

"La atracción de la culpabilidad hace que se le tenga miedo al amor, pues el amor nunca se fijaría en la culpabilidad en absoluto. La naturaleza del amor es contemplar solamente la verdad ­-donde se ve a sí mismo- y fundirse con ella en santa unión y en compleción. De la misma forma en que el amor no puede sino mirar más allá del miedo, así el miedo no puede ver el amor. Pues en el amor reside el fin de la culpabilidad tan inequívocamente como que el miedo depende de ella. El amor sólo se siente atraí­do por el amor. Al pasar por alto completamente a la culpabili­dad, el amor no ve el miedo. Al estar totalmente desprovisto de ataque es imposible que pueda temer. El miedo se siente atraído por lo que el amor no ve, y ambos creen que lo que el otro ve, no existe. El miedo contempla la culpabilidad con la misma devo­ción con la que el amor se contempla a sí mismo. Y cada uno de ellos envía sus mensajeros, que retornan con mensajes escritos en el mismo lenguaje que se utilizó al enviarlos (T-19.10:1-10). 

El Curso dedica el Capítulo 28 al “Des-hacimiento del miedo” y nos refiere sobre este particular: 

Todos los efectos de la culpabilidad han desaparecido, pues ésta ya no existe. Con su partida desaparecieron sus consecuen­cias, pues se quedaron sin causa. ¿Por qué querrías conservarla en tu memoria, a no ser que deseases sus efectos? Recordar es un proceso tan selectivo como percibir, al ser su tiempo pasado. Es percibir el pasado como si estuviese ocurriendo ahora y aún se pudiese ver. La memoria, al igual que la percepción, es una facultad que tú inventaste para que ocupase el lugar de lo que Dios te dio en tu creación. Y al igual que todas las cosas que inventaste, se puede emplear para otros fines y como un medio para obtener algo distinto. Se puede utilizar para sanar y no para herir, si ése es tu deseo” (T-28.I.2:1-9). 

"Tenerle miedo a Dios es tenerle miedo a la vida, no a la muerte" (T-23.IV.1:2).

¿Qué verías si no tuvieses miedo de la muerte? ¿Qué sentirías y pensarías si la muerte no te atrajese? Simplemente recordarías a tu Padre. Recordarías al Creador de la vida, la Fuente de todo lo que vive, al Padre del universo y del universo de los universos, así como de todo lo que se encuentra más allá de ellos. con­forme esta memoria surja en tu mente, la paz tendrá todavía que superar el obstáculo final, tras el cual se consuma la salvación y al Hijo de Dios se le restituye completamente la cordura. Pues ahí acaba tu mundo" (T-19.IV.D.1:1-5). 

Con relación a la curación y el miedo, el Curso nos refiere: “Toda curación es esencialmente una liberación del miedo. Para poder llevarla a cabo, tú mismo debes estar libre de todo miedo. No entiendes lo que es la curación debido a tu propio miedo” (T-2.IV.1:7-8). 

"La curación es la liberación del miedo a despertar, y la substi­tución de ese miedo por la decisión de despertar. La decisión de despertar refleja la voluntad de amar, puesto que toda curación supone la sustitución del miedo por el amor" (T-8.IX.5:1-2). 

"¿Qué es la curación sino el acto de despejar todo lo que obstacu­liza el conocimiento? ¿Y de qué otra manera puede uno disipar las ilusiones, excepto examinándolas directamente sin proteger­las? No tengas miedo, por lo tanto, pues lo que estarás viendo es la fuente del miedo, y estás comenzando a darte cuenta de que el miedo no es real. Te das cuenta también de que sus efectos se pueden desvanecer sólo con que niegues su realidad. El siguiente paso es, obviamente, reconocer que lo que no tiene efectos no existe. Ninguna ley opera en el vacío, y lo que no lleva a ninguna parte no ha ocurrido. Si la realidad se reconoce por su extensión, lo que no conduce a ninguna parte no puede ser real. No tengas miedo de mirar al miedo, pues no puede ser visto. La claridad, por definición, desvanece la confusión, y cuando se mira a la oscuridad a través de la luz, ésta no puede por menos que disiparla" (T-11.V.2:1-9).

Iniciamos este análisis describiendo que el miedo tiene como única causa la elección errónea de la mente. Bien, para poner punto y final, al mismo, diremos que, "el primer paso correctivo para deshacer ese error es darse cuen­ta, antes que nada, de que todo conflicto es siempre una expresión de miedo.  Debemos decirnos a nosotros mismo que, de alguna manera tenemos que haber decidido no amar, ya que, de otro modo, el miedo no habría podido hacer presa en nosotros. A partir de ahí, todo el proceso correc­tivo se reduce a una serie de pasos pragmáticos dentro del pro­ceso más amplio de aceptar que la Expiación es el remedio. Estos pasos pueden resumirse de la siguiente forma:

  • Reconoce en primer lugar que lo que estás experimentando es miedo.
  • El miedo procede de una falta de amor.
  • El único remedio para la falta de amor es el amor perfecto.
  • El amor perfecto es la Expiación (T-2.VI.7:1-8).
En el proceso de separar lo falso de lo verdadero, el milagro procede de acuerdo con lo siguiente:

"El amor perfecto expulsa el miedo.
Si hay miedo, es que no hay amor perfecto.
Mas:
Sólo el amor perfecto existe.
Si hay miedo, éste produce un estado que no existe" (T-1.VI.4:4-10).


Reflexión: ¿Cuál es la fuente del miedo?

viernes, 18 de octubre de 2024

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 292

LECCIÓN 292

Todo tendrá un desenlace feliz.

1. Las promesas de Dios no hacen excepciones. 2Y Él garantiza que la dicha será el desenlace final de todas las cosas. 3De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya. 4Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no halla­remos el final que Él ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que percibimos, de todas las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a que nos enfrentamos. 5Mas ese final es seguro. 6Pues la Voluntad de Dios se hace en la tierra, así como en el Cielo. 7Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone Su Voluntad, la Cual garantiza que nuestra voluntad se hace.

2. Te damos gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace feliz. 2Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz de­senlace que nos has prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que todavía creemos que tenemos que pasar.


¿Qué me enseña esta lección?

Si hemos sido capaces de impregnar nuestra mente y nuestro corazón, con la certeza de que Dios, nuestro Padre, lo dispone todo para que gocemos de su Paz y de su Dicha, estamos preparados para sustituir el miedo y experimentar la santidad del Amor.

Mientras que nuestra conciencia se encuentre identificada con el mundo físico, estaremos sujetos a sus leyes y a los efectos que generan nuestros pensamientos y sentimientos. Cuando el pensamiento queda prisionero del miedo, nos lleva a tomar iniciativas que desencadenan resultados sombríos y experimenta el temor de perder aquello con lo que se ha identificado, sus posesiones.

Cuando nuestra conciencia despierta a los valores del Espíritu, la llamada del mundo material, se ve como una ilusión y decidimos no prestarle atención. Nos enfocamos plenamente en poner nuestra mente al servicio del Amor y la expansión de ese pensamiento, nos lleva a crear un mundo donde la felicidad y la plenitud forman parte de cada uno de nuestros actos.

Cuando actuamos de acuerdo a la Voluntad de nuestro Creador, todo en nuestra vida lleva el sello de la felicidad.

Ejemplo-Guía: "¿Confías en Dios?

Cuando depositamos nuestra confianza en alguien, estamos revelando que depositamos en ella, nuestra total lealtad y fe. Es una manera de reconocer en los atributos de esa persona que es poseedora de elevadas cualidades y de que es portadora de lo que consideramos la verdad.

En nuestras relaciones con el mundo, podemos encontrar que no todas las personas con las que habitualmente nos relacionamos, son dignas de nuestra confianza. La razón de ello, lo argumentamos cuando nos sentimos víctimas de su actos de deslealtad y engaños.


Podemos decir pues, que la confianza hay que demostrarla a través de actos de lealtad y fidelidad. Cuando elevamos esta reflexión al terreno de lo espiritual y lo aplicamos a la entidad de Dios, la confianza debe pasar por ese mismo filtro, y cuando la vida nos presenta su rostro menos amable, dado que pensamos que todo cuanto nos pasa proviene de Dios, obtenemos como resultado, la nefasta creencia de que nuestro Creador nos ha fallado, es decir, acabamos de anunciar que hemos perdido nuestra confianza en Él.

Este tipo de pensamiento es bastante reconocible en el comportamiento humano. Lo cierto, es que este guion forma parte intrínseca del sistema de pensamiento que sustenta la identidad del ego. Al no reconocernos como los únicos autores de nuestras propias fabricaciones y proyecciones, buscamos afuera al culpable de nuestras desgracias y le imponemos el sello de "no confiable", pues no es capaz de evitarnos los efectos, esto es, consecuencias de lo que hemos sembrado. 

En el sistema de pensamiento del ego encontraremos una amplia base de anécdotas basadas todas ellas en la "ineficacia" del Creador, al no responder, como nosotros queremos, a nuestras peticiones. Algunas son tan dementes como increíbles, por ejemplo las guerras santas, las guerras con trasfondos religiosos. Otras, adquieren tintes disparatados, como las peticiones para que nuestro equipo de fútbol gane un partido. Pero en este interminable almacén de anécdotas, también encontramos las que mueven nuestras emociones más sensibles: ¿Dios, por qué permites que tus hijos mueran de hambre? ¿Por qué permites que tus hijos mueran de enfermedades o accidentes? ¿Por qué permites que haya guerras, violaciones, atentados, asesinatos? ¿Por qué permites el mal?

¿Cómo le explicamos a esas personas que todo tendrá un desenlace feliz?

Cuando estamos viviendo la tormenta, es difícil hacer entender a alguien que tenga calma y espere a que amaine el temporal, pues el sol volverá a lucir en todo su esplendor. Cuando estamos sumergidos en una tenebrosa pesadilla, es difícil disipar el miedo en el soñador, pero unas palabras susurradas en el oído inspirándole que todo es un sueño le aportará la confianza necesaria para recuperar de nuevo su paz.

El mundo que hemos fabricado favorece los sueños tenebrosos y los paisajes tormentosos, pues ambos están reflejando la oscuridad que subyace en nuestro mundo interno. La creencia en la separación, nos ha llevado a perder la conexión directa con nuestro Creador. Esa separación da lugar al miedo y a una total desconfianza hacia el mundo que le rodea, donde ve proyectado sus pensamientos dementes. Hemos elegido el miedo y el odio, para sustituir al amor y la bondad. Si somos sembradores de miedo y de odio, esa semilla crecerá y dará sus frutos, de tal manera que tendremos que recolectar nuestra cosecha. Es la vía que hemos elegido para despertar la conciencia de la calidad de nuestros pensamientos y actos.

Me gusta utilizar la lógica a la hora de reflexionar temas tan trascendentes como el que estamos tratando. Si adopto el papel de padre y no soy un padre demente, mis hijos disfrutarán de todo cuanto pueda ofrecerle. Pero como padre, soy portador del Principio más elevado, el de la libertad. Si no tuviese libertad, no podría crear, pues estaría condicionado por las influencias externas. Así, dotado de ese Atributo Creador, doy vida a mi descendencia, la cual hereda por genética espiritual mis mismos Atributos. Yo amo a mi descendencia y le prestaré mi mano para ayudarle a caminar, pero no interferiré en su voluntad. Lo único que puedo hacer, es dotarlo con un mecanismo de seguridad que le ayude a recordar lo que por iniciativa propia puede olvidar. Ese "mecanismo de seguridad" es El Espíritu Santo, la Voz procedente del Padre que guiará al hijo si éste decide conectar con Él.

Tengo la creencia de que no hay experiencias buenas, ni experiencias malas. Tan solo hay experiencias. Las experiencias son efectos que responden a causas, esto es, no hay experiencia si no hay un pensamiento que lo haya causado. La rectificación, una vez percibido el efecto, debemos dirigirla a la causa, pues de este modo, se obtendrán nuevos efectos, nuevas experiencias. Si la causa que origina el sufrimiento es creer que estamos separados, tendremos que rectificar ese pensamiento erróneo y modificarlo por otro que nos lleve a la creencia verdadera de la Unidad.

Podemos tomar consciencia de la verdad por la vía directa, recordando lo que realmente somos, Hijos de Dios, unidos a todo lo creado, o bien, podemos hacerlo por la vía del rigor, la cual utiliza el espacio temporal para perpetuar la enseñanza a través del aprendizaje, causa-efecto, siembro-cosecho, culpa-dolor

Reflexión: ¿Has reflexionado sobre el estado de paz que se alcanza cuando depositamos nuestra total confianza en Dios?

Capítulo 15. III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (4ª parte).

 III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (4ª parte).

10.  Decide como yo que decidí morar contigo. 2Mi voluntad dis­pone lo mismo que la de mi Padre, pues sé que Su Voluntad no varía y que se encuentra eternamente en paz consigo misma. 3Nada que no sea Su Voluntad podrá jamás satisfacerte. 4No aceptes menos y recuerda que todo lo que aprendí es tuyo. 5Yo amo lo que mi Padre ama tal como Él lo hace, y no puedo aceptar que sea lo que no es, 6de la misma manera en que Él tampoco puede hacerlo. 7Cuando hayas aprendido a aceptar lo que eres, no inventarás otros regalos para ofrecértelos a ti mismo, pues sabrás que eres íntegro, que no tienes necesidad de nada y que eres incapaz de aceptar nada para ti. 8Y habiendo recibido, darás gustosamente. 9El anfitrión de Dios no tiene que ir en pos de nada, pues no hay nada que él tenga que encontrar.

Sí, ya lo hemos visto en el análisis de otros apartados. Lo importante es ser conscientes de nuestras decisiones, de nuestras elecciones, pues nuestra elección, nos revelará a qué identidad estamos sirviendo, es decir, nos hablará de nuestra manera de ver la vida, de nuestras creencias.

Jesús, lo tiene claro. Nada que no sea alinear nuestra voluntad a la de nuestro Padre podrá jamás satisfacernos, aportarnos paz.

Nos dice, El Maestro, algo que me ha llegado al corazón: "cuando hayas aprendido a aceptar lo que eres...". Sí, ese mensaje es clave, pues nos señala dónde se encuentra exactamente escondido nuestro tesoro. Se trata de aceptar lo que somos. Ni más, ni menos. Si lo ves, dejarás de dudar y caminarás de la mano con Jesús. Si no lo ves, elegirás servir a tu falso anfitrión, el ego.

11. Si estás completamente dispuesto a dejar que la salvación se lleve a cabo de acuerdo con el plan de Dios y te niegas a tratar de obtener la paz por tu cuenta, alcanzarás la salvación. 2Mas no pienses que puedes sustituir tu plan por el Suyo. 3En vez de eso, únete a mí en el Suyo para que juntos podamos liberar a todos aquellos que prefieren permanecer cautivos, y proclamar que el Hijo de Dios es Su anfitrión. 4Así pues, no dejaremos que nadie se olvide de lo que tú quieres recordar, 5de este modo, lo recorda­rás.

El ego, también tiene su propio plan de salvación, pero este plan, está llamado al fracaso, pues se olvida de lo esencial. Se olvida que no puede salvarse sólo. El objetivo de la salvación debe responder a la causa que lo ha hecho necesaria, es decir, debe corregir el error principal por el cual creemos que debemos salvarnos.

Para el ego, ese error no es corregir la falsa creencia en la separación, por lo que su plan de salvación, al no contemplar un camino compartido, lo que hace es llevarle a utilizar la debilidad y la pequeñez de los demás para su propio provecho. El plan de salvación del ego está amparado en el miedo.

Dejemos el plan de salvación en manos de Dios y de Su Anfitrión y pongamos nuestra voluntad a su servicio. Lo que sin duda no podemos obviar es buscar la salvación sin la participación de nuestros hermanos.

12. Evoca en todos únicamente el recuerdo de Dios y el del Cielo que mora en ellos. 2Allí donde desees que tu hermano esté, allí creerás estar tú. 3No respondas a su petición de pequeñez y de infierno, sino sólo a su llamamiento a la grandeza y al Cielo. 4No te olvides de que su llamamiento es el tuyo y contéstale junto conmigo. 5El poder de Dios está a favor de Su anfitrión eterna­mente, pues su único cometido es proteger la paz en la que Él mora. 6No deposites la ofrenda de la pequeñez ante Su santo altar, el cual se eleva más allá de las estrellas hasta el mismo Cielo por razón de lo que le es dado. 

Si nuestra mente rinde culto al sistema de pensamiento del ego, veremos a nuestros hermanos separados de nosotros mismos, lo que nos llevará a percibir la relación ellos, como una experiencia donde el miedo mermará cualquier posibilidad de paz y amor. Lo percibiremos como nuestros enemigos, pues ante el temor de que nos ataquen y nos quiten lo que poseemos, decidiremos atacar primero. De este modo, el conflicto está asegurado.

La ofrenda de pequeñez que compartamos con los demás, será correspondida con esa misma carencia y pequeñez.

Tan sólo el Amor puede poner fin a esa absurda relación. Tan sólo el perdón puede sanar las heridas causadas por los enfrentamientos causados en la experiencia de relación, la cual, nada más lejos de ser interpretada como una oportunidad de salvación, sino que es juzgada como una experiencia de maldición y condenación. 

jueves, 17 de octubre de 2024

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 291

¿Qué es el mundo real?

1. El mundo real es un símbolo, como todo lo demás que la per­cepción ofrece. 2No obstante, es lo opuesto a lo que tú fabricaste. 3Ves tu mundo a través de los ojos del miedo, lo cual te trae a la mente los testigos del terror. 4El mundo real sólo lo pueden perci­bir los ojos que han sido bendecidos por el perdón, los cuales, consecuentemente, ven un mundo donde el terror es imposible y donde no se puede encontrar ningún testigo del miedo.

2. El mundo real te ofrece una contrapartida para cada pensa­miento de infelicidad que se ve reflejado en tu mundo, una corrección segura para las escenas de miedo y los clamores de batalla que pueblan tu mundo. 2El mundo real muestra un mundo que se contempla de otra manera: a través de ojos serenos y de una mente en paz. 3Allí sólo hay reposo. 4No se oyen gritos de dolor o de pesar, pues allí nada está excluido del perdón. 5Y las escenas que se ven son apacibles, 6pues sólo escenas y sonidos felices pueden llegar hasta la mente que se ha perdonado a sí misma.

3. ¿Qué necesidad tiene dicha mente de pensamientos de muerte, asesinato o ataque? 2¿De qué puede sentirse rodeada sino de segu­ridad, amor y dicha? 3¿Qué podría haber que ella quisiese conde­nar? a¿Y contra qué querría juzgar? 4El mundo que ve emana de una mente que está en paz consigo misma. 5No ve peligro en nada de lo que contempla, pues es bondadosa, y lo único que ve es bondad.

4. El mundo real es el símbolo de que al sueño de pecado y cul­pabilidad le ha llegado su fin y de que el Hijo de Dios ha desper­tado. 2Y sus ojos, abiertos ahora, perciben el inequívoco reflejo del Amor de su Padre, la infalible promesa de que ha sido redi­mido. 3El mundo real representa el final del tiempo, pues cuando se percibe, el tiempo deja de tener objeto.

5. El Espíritu Santo no tiene necesidad del tiempo una vez que éste ha servido el propósito que Él le había asignado. 2Ahora espera un sólo instante más para que Dios dé el paso final y el tiempo desaparezca llevándose consigo la percepción y dejando solamente a la verdad para que sea tal como es. 3Ese instante es nuestro objetivo, pues en él yace el recuerdo de Dios. 4Y al con­templar un mundo perdonado, Él es Quien nos llama y nos viene a buscar para llevarnos a casa, recordándonos nuestra Identidad, la cual nos ha sido restituida mediante nuestro perdón.


LECCIÓN 291

Éste es un día de sosiego y de paz.

1. Hoy la visión de Cristo contempla todo a través de mí. 2Su vista me muestra que todas las cosas han sido perdonadas y que se encuentran en paz, y le ofrece esa misma visión al mundo. 3En su nombre acepto esta visión para mí, así como para el mundo. 4¡Cuánta hermosura contemplamos en este día! 5¡Cuánta santi­dad vemos a nuestro alrededor! 6Y se nos concede reconocer que es una santidad que compartimos, pues es la Santidad de Dios Mismo.

2. Mi mente se aquieta hoy, para recibir los Pensamientos que Tú me ofreces. 2Y acepto lo que procede de Ti, en lugar de lo que procede de mí. 3No sé cómo llegar hasta Ti. 4Mas Tú lo sabes perfectamente. 5Padre, guía a Tu Hijo por el tranquilo sendero que conduce a Ti. 6Haz que mi perdón sea total y completo y que Tu recuerdo retorne a mí.


¿Qué me enseña esta lección?

Hoy contemplo el mundo a través de los ojos del Amor, y esa visión, me permite gozar de un estado de paz y de sosiego, jamás experimentado hasta ahora.

Desde que el Hijo de Dios proyectara su mente en el mundo material, sus ojos dejaron de percibir la verdadera realidad y olvidó la Paz que lo mantenía en conexión con su Creador.

La Visión del Cristo, la Fuerza del Perdón, ha hecho posible recuperar ese Estado Primigenio caracterizado por la Unidad con el Padre y el Gozo de su Paz.

Hoy renuncio al pecado, a la culpa, al miedo, al castigo, a la separación, a la muerte. Hoy estoy preparado para que mi Padre me abra las puertas del Cielo y me reciba en su Hogar.


Ejemplo-Guía: "Un día, en el que estoy Presente"

Sí, estar "presente", en el presente, en el ahora, nos ofrece la oportunidad de soñar un sueño donde el sosiego y la paz sean los protagonistas principales. Esa presencia, me hace conocedor, de que estoy eligiendo el día que voy a vivir. Soy consciente, de que disfrutar del sosiego y de la paz, no dependerá de lo que el mundo me ofrezca, sino de mi firme decisión de hacer la Voluntad de Dios. 

Esta firmeza, se basa en la certeza de que soy el Hijo de Dios y de que Soy tal y como me ha creado. No puedo menos que experimentar su Gozo y, para ello, dejo a un lado cualquier pensamiento que me lleve a prestar servicio al sistema de creencias del ego, es decir, cualquier pensamiento que sirva al miedo y a la ilusoria creencia en la separación.

¿Conozco cuál es mi meta?: recuperar la fiel alianza que une a la Filiación.
¿Conozco cuál es mi función?: perdonarme y extender ese perdón, en unión con mis hermanos.

Desde esa presencia, no tendré el deseo de cambiar nada fuera de mí, pero mi voluntad servirá tan solo al amor, a la inocencia, a la impecabilidad, a la invulnerabilidad. Daré sin temor a perder; mis ojos verán la luminosa luz del Espíritu, en vez de percibir los cuerpos; no percibiré ataque alguno, ni atacaré para defender mi integridad. Miraré de frente al miedo y al temor y no reaccionaré ante él, pues sé que han sido fabricados en mi mente, por lo que, ahora, niego su existencia.

Caminaré sin ahondar mis pies en la arena del camino y sabré reconocer, en las piedras que encuentre en mi recorrido, a aquellas creencias que interpuse entre el Cielo y la tierra.

Os dejo esta "joya" de Un Curso de Milagros: 

La práctica del instante santo.

“Es posible aprender este curso inmediatamente, a no ser que creas que lo que Dios dispone requiere tiempo. Y esto sólo puede significar que prefieres seguir demorando reconocer el hecho de que lo que Su Voluntad dispone ya se ha cumplido. El instante santo es este mismo instante y cada instante. El que deseas que sea santo, lo es. El que no deseas que lo sea, lo desperdicias. En tus manos está decidir qué instante ha de ser santo. No demores esta decisión, pues más allá del pasado y del futuro, donde no podrías encontrar el instante santo, éste espera ansiosamente tu aceptación. Sin embargo, no puedes tener una conciencia feliz de él mientras no lo desees, pues encierra dentro de sí la liberación total de la pequeñez” (T-15.IV.1:1-9).

“Tu práctica, por lo tanto, debe basarse en que estés dispuesto a dejar a un lado toda pequeñez. El instante en que la grandeza ha de descender sobre ti se encuentra tan lejos como tu deseo de ella, mientras no la desees, y en su lugar prefieras valorar la pequeñez, ésa será la distancia a la que se encontrará de ti. En la medida en que la desees, en esa misma medida harás que se aproxime a ti. No pienses que puedes ir en busca de la salvación a tu manera y alcanzarla. Abandona cualquier plan que hayas elaborado para tu salvación y substitúyelo por el de Dios. Su plan te satisfará. No hay nada más que pueda brindarte paz, pues la paz es de Dios y de nadie más que de Él” (T-15.IV.2:1-8).

“Sé humilde ante Él, y, sin embargo, grande en Él. No antepon­gas ningún plan del ego al plan de Dios, pues con tu decisión de formar parte de cualquier otro plan que no sea el Suyo dejas vacante tu lugar en Su plan, que debes ocupar si quieres unirte a mí. Te exhorto a que cumplas el santo papel que te corresponde desempeñar en el plan que Él dio al mundo para liberarlo de la pequeñez. Dios desea que Su anfitrión more en perfecta libertad. Cualquier fidelidad a un plan de salvación distinto del Suyo dis­minuye en tu propia mente el valor de lo que Su Voluntad ha dispuesto para ti. Sin embargo, es tu mente la que es Su anfi­trión” (T-15.IV.3:1-7).

“¿Quieres saber cuán perfecto e inmaculado es el santo altar en el que tu Padre se ha ubicado a Sí Mismo? Te darás cuenta de esto en el instante santo, en el que gustosamente y de buena voluntad renuncias a todo plan que no sea el Suyo. Pues en el instante santo se encuentra la paz, perfectamente diáfana porque has estado dispuesto a satisfacer sus condiciones. Puedes reclamar el instante santo en cualquier momento y lugar en que lo desees. En tu práctica, procura abandonar cualquier plan que hayas aceptado a fin de encontrar grandeza en la pequeñez. No se encuentra ahí. Utiliza el instante santo sólo para reconocer que por tu cuenta no puedes saber dónde se encuentra, y que lo único que harías, sería engañarte a ti mismo” (T-15.IV.4:1-7).

“Yo me encuentro dentro del instante santo tan claramente como tú quieres que lo esté. Y el tiempo que tardes en aprender a acep­tarme, será el mismo tiempo que tardarás en hacer tuyo el instante santo. Te exhorto a que hagas que el instante santo pase a ser tuyo de inmediato, pues liberar la mente del anfitrión de Dios de la pequeñez no depende del tiempo, sino de la buena voluntad que se tenga para ello” (T-15.IV.5:1-3).

“La razón de que este curso sea simple es que la verdad es simple. La complejidad forma parte del ámbito del ego y no es más que un intento por su parte de querer nublar lo que es obvio. Podrías vivir en el instante santo para siempre, empezando desde ahora hasta la eternidad, si no fuera por una razón muy sencilla. No empañes la simplicidad de esa razón, pues si lo haces, será únicamente porque prefieres no reconocerla ni aban­donarla. La simple razón, llanamente expuesta, es ésta: el instante santo es un momento en el que se recibe y se da perfecta comuni­cación. Esto quiere decir que es un momento en el que tu mente es receptiva, tanto para recibir como, para dar. El instante santo es el reconocimiento de que todas las mentes están en comunicación. Por lo tanto, tu mente no trata de cambiar nada, sino simple­mente de aceptarlo todo” (T-15.IV.6:1-8).

“¿Cómo puedes hacer esto cuando prefieres abrigar pensamien­tos privados y no renunciar a ellos? La única manera en que podrías hacer esto es negando la perfecta comunicación que hace que el instante santo sea lo que es. Crees que puedes abrigar pensamientos que no quieres compartir con nadie, y que la salva­ción radica en que te los reserves exclusivamente para ti. Crees que en los pensamientos privados que únicamente tú conoces puedes encontrar una manera de quedarte con lo que deseas sólo para ti y de compartir sólo lo que tú deseas compartir. Y luego te preguntas cómo es que no estás en completa comunicación con los que te rodean, o con Dios que os rodea a todos a la vez” (T-15.IV.7:1-5).

“Cada pensamiento que prefieres mantener oculto interrumpe la comunicación, puesto que eso es lo que quieres. Es imposible reconocer la comunicación perfecta, mientras interrumpir la comunicación siga teniendo valor para ti. Pregúntate sincera­mente: "¿Deseo estar en perfecta comunicación? ¿Estoy completamente dispuesto a renunciar para siempre a todo lo que la obstaculiza?" Si la respuesta es no, entonces no importa cuán dispuesto esté el Espíritu Santo a concedértela, ello no será sufi­ciente para que tú puedas disponer de ella, pues no estás dis­puesto a compartirla con Él. Y la comunicación perfecta, no puede tener lugar en una mente que ha decidido oponerse a ella. Pues dar el instante santo así como recibirlo requiere la misma dosis de buena voluntad, al ser la aceptación de la única Volun­tad que gobierna todo pensamiento” (T-15.IV.8:1-6).

“La condición necesaria para que el instante santo tenga lugar no requiere que no abrigues pensamientos impuros. Pero sí requiere que no abrigues ninguno que desees conservar. La ino­cencia no es obra tuya. Se te da en el momento en que la desees. La Expiación no existiría si no hubiese necesidad de ella. No serás capaz de aceptar la comunicación perfecta mientras sigas queriendo ocultártela a ti mismo. Pues lo que deseas ocultar se encuentra oculto para ti. En tu práctica, por consiguiente, trata solamente de mantenerte alerta contra el engaño, y no trates de proteger los pensamientos que quieres negarte a compartir. Deja que la pureza del Espíritu Santo los desvanezca con su fulgor, y concéntrate sólo en estar listo para la pureza que Él te ofrece. De esta manera, Él te preparará para que reconozcas que eres un anfitrión de Dios y no un rehén de nada ni de nadie” (T-15.IV.9:1-10).


Reflexión: ¿Qué camino recorremos para alcanzar la paz de Dios? 

Capítulo 15. III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (3ª parte).

III. La pequeñez en contraposición a la grandeza (3ª parte).

7. En esta temporada (Navidad) en la que se celebra el nacimiento de la santidad en este mundo, únete a mí que me decidí en favor de la santidad en tu nombre. 2Nuestra tarea conjunta consiste en restaurar la conciencia de grandeza en aquel que Dios designó como Su anfitrión. 3Dar el don de Dios está más allá de tu peque­ñez, pero no más allá de ti. 4Pues Dios quiere darse a Sí Mismo a través de ti. 5Él se extiende Sí Mismo desde ti hacia todo el mundo, y más allá de todo el mundo hasta las creaciones de Su Hijo sin abandonarte. 6Él se extiende eternamente mucho más allá de tu insignificante mundo, aunque sin dejar de estar en ti. 7No obstante, Él te ofrece todas Sus extensiones a ti, puesto que eres Su anfitrión.         

Siempre se ha dicho que la Navidad tiene la magia de despertar lo mejor de cada persona. En esa temporada, decidimos acercarnos a nuestros seres queridos y compartir con ellos, mensajes de paz y amor. Tal vez, nuestro corazón nos lleve a tener gestos que, durante el resto del año, no tenemos, pero lo más importante, es que, en esas fechas, nos sentimos más cerca de la luz que de la oscuridad.

Jesús, nos invita a unirnos a Él y celebrar el nacimiento de la santidad. Unirse a Él, adquiere ese significado mencionado más arriba, esto es, olvidar las diferencias que hemos interpuesto con los demás y dar testimonio del amor en nuestros pensamientos y acciones.

La Navidad, se convertirá en el modelo de vida que debemos seguir cada día de nuestra existencia. No podemos simular que somos hombres de paz, cuando al día siguiente, despojados del disfraz de hombre bueno, nos condenamos y condenamos a los demás. La Navidad, debe formar parte de nuestra mente de forma permanente, de modo que, cada presente, sea una demostración de amor y paz.

8. ¿Es acaso un sacrificio dejar atrás la pequeñez y dejar de deam­bular en vano? 2Despertar a la gloria no es un sacrificio. 3Pero sí es un sacrificio aceptar cualquier cosa que no sea la gloria. 4Trata de aprender que no puedes sino ser digno del Príncipe de la Paz, nacido en ti en honor de Aquel de Quien eres anfitrión. 5Desconoces el significado del amor porque has intentado comprarlo con baratijas, valorándolo así demasiado poco como para poder comprender su grandeza. 6El amor no es insignificante, y mora en ti que eres el anfitrión de Dios. 7Ante la grandeza que reside en ti, la poca estima en que te tienes a ti mismo y todas las peque­ñas ofrendas que haces, se desvanecen en la nada.

El mundo del ego es sinónimo de sacrificio y dolor. ¿Acaso la semilla del miedo puede dar frutos de paz y gloria? ¿Acaso la semilla de la escasez, de la carencia, de la necesidad, de la pequeñez, puede dar frutos de abundancia, de grandeza?

El ego cree conocer el Amor, pero en verdad, le tiene miedo. ¿Por qué? Pues porque si el ego creyese en el Amor, no existiría. Su identidad está basada en la creencia en la separación. ¿Acaso el Amor, puede dar como frutos el ataque y la discordia?

9. Bendita criatura de Dios, ¿cuándo vas a aprender que sólo la santidad puede hacerte feliz y darte paz? 2Recuerda que no aprendes únicamente para ti, de la misma manera en que yo tam­poco lo hice. 3Tú puedes aprender de mí únicamente porque yo aprendí por ti. 4Tan sólo deseo enseñarte lo que ya es tuyo, para que juntos podamos reemplazar la miserable pequeñez que man­tiene al anfitrión de Dios cautivo de la culpabilidad y la debili­dad, por la gozosa conciencia de la gloria que mora en él. 5Mi nacimiento en ti es tu despertar a la grandeza. 6No me des la bienvenida en un pesebre, sino en el altar de la santidad, en el que la santidad mora en perfecta paz. 7Mi Reino no es de este mundo, puesto que está en ti. 8Y tú eres de tu Padre. 9Unámonos en honor a ti, que no puedes sino permanecer para siempre más allá de la pequeñez.

Glorioso, el mensaje que nos ofrece Jesús en este punto. Nuestro hermano mayor, nos recuerda lo que representa en nuestras vidas. Se presenta como el estado de consciencia que debemos adquirir para dar testimonio del Amor, de la Grandeza y no de la pequeñez y del miedo. Su Voluntad es enseñarnos a reconocer lo que realmente somos, y cuando lo hagamos, caminaremos junto a Él, dando testimonio de la Grandeza de Dios y anunciando al mundo el final de la pequeñez.