“Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán
misericordia” (Mt 5:7)
Desde el enfoque
Cabalístico, esta Bienaventuranza, expresa las cualidades de Tiphereth, el
centro que manifiesta las virtudes crísticas. La misericordia es la compasión
repetida una y otra vez, cualesquiera que hayan sido las faltas cometidas por
la persona objeto de esa misericordia. Es una virtud típicamente paterna, ya
que el padre es el único ser capaz de perdonar, de disculpar una y otra vez a
su hijo.
Nos narra Kabaleb, al
escribir sobre esta Bienaventuranza, un ejemplo que ilustra su significado: “los
periódicos relatan cómo un estudiante japonés ha dado muerte en París a una
muchacha, que luego ha despedazado e introducido en unas maletas”. Nos refieren
las crónicas periodísticas todo el horror de ese gesto y nos dicen cómo el
padre de ese estudiante, importante hombre de negocios, lo dejó todo en Japón
para acudir al lado de su hijo y visitarlo en la cárcel, donde era despreciado
por los propios reclusos. Ese hombre, en la hora difícil que vivía su hijo,
sólo escuchó la voz de la misericordia y corrió a su lado. Todos lo habían
abandonado menos el padre. Es un ejemplo de la misericordia que el discípulo
debe ser capaz de expresar, porque es la misericordia del Padre respecto a los
hombres, sus hijos.
Al contemplar la vida
de un hombre, es hacia adelante que debemos verla y no hacia atrás, y la
misericordia conlleva la fe en que ese hombre que se ha arrastrado por el
barro, ese hombre que ha sido opaco a la luz, oirá un día la voz de la
divinidad que lleva dentro y su comportamiento se verá modificado. Por ello
debemos creer en él y esperar de él.
Muchas veces diría
Cristo en el curso de su ministerio: “los que tengan oídos, oigan”,
significando con ello que hay una voz en las entrañas de cada hombre que clama
la verdad, que recita las reglas divinas, y cuando los oídos consiguen oír esa
voz, se apaga en la naturaleza el eco de las pasiones y los cantos de los
sentidos.
Debemos comportarnos
pues con los demás hombres, como si fuera inminente el despertar de los oídos a
esa voz, como si de un momento a otro fueran a escucharla; y decirnos que si
han maniobrado mal, si han causado llantos y destrozos, es porque todavía eran
sordos a esa voz interna.
La misericordia debe
extenderse a nosotros mismos. También somos ésos que se equivocan, que cometen
maldades, deslealtades, atropellos, y así mismo, como los demás, merecemos esta
auto misericordia, ya que, si bajo el peso del remordimiento nos consideramos
seres despreciables, no conseguiremos más que obrar despreciablemente. El
remordimiento puede ser saludable, si nos permite apreciar en los demás valores
que nos habían pasado desapercibidos, ante la evidencia de que no somos
modélicos. Pero el remordimiento debe ceder el paso al arrepentimiento y éste a
la misericordia.
Si somos
misericordiosos para con nosotros mismos y para con los demás, atraeremos la
misericordia de arriba, la del Padre Eterno, y veremos cómo la cuenta del mal
será borrada en nuestra vida, no nos serán reclamados derechos por nuestros
errores pasados y la voz que clama venganza en aquellos que hayamos ofendido,
será silenciada. Habremos quedado liberados del karma y nuestros perjudicados
recibirán como un bálsamo que restañará sus heridas y les brindará un nuevo
impuso espiritual. La misericordia, pues, no sólo tiene efectos liberadores
sobre nosotros mismos, sino también sobre aquéllos con los cuales nos
encontramos vinculados por nuestras faltas, nuestros errores.
Cuando se produce en
nosotros un cambio de actitud en nuestra relación con el mundo nos lleva a
quererlo, a sufrir con él en vez de sufrir por su causa. Una vez superado el
error, miramos el mundo con otros ojos; estamos en condiciones de ver el error
de los demás y constatar que no es distinto del nuestro: se presenta de otra
manera, adopta formas distintas, pero en el fondo de todas ellas está la idea
de nulidad y limitación y la sensación de miseria y de incapacidad. Constatar
esto desde un nivel de conciencia que lo trasciende, produce el sentimiento de
misericordia. La compasión, la misericordia, no es algo que tenga que ser
forzado, no es un ejercicio de "bondad" que la personalidad se pueda
atribuir, es algo espontáneo que surge de una sensibilidad que nos desborda, de
un amor que va en busca de la Totalidad y se detiene, cada vez que hace falta,
para integrar todo cuanto encuentra, para reunir lo que algo o alguien ha
dispersado y desorientado. Aquí ya no es necesario esforzarse en actuar de
forma justa y equitativa, actuamos llevados por el amor y como consecuencia
experimentamos este amor.
Se habla mucho de la
misericordia de Dios en el sentido de que Dios nos perdonará los pecados aunque
no lo merezcamos; y se suele utilizar esta idea para relajar en cierta medida
nuestra exigencia personal, en la confianza de que, en última instancia, la
misericordia divina hará como si no viera. Todo esto carece de sentido: la
misericordia es amor y el amor no tiene nada que perdonar; el amor es unidad y
por lo tanto no hay posible separación ni distanciamiento de Dios. No podemos
separarnos de lo que somos. Solo hemos de soltar la creencia de ser lo que no
somos o la creencia de que debemos cambiar
para ser aceptables. Ya somos buenos tal como somos. Somos el Bien, la
Bondad.
Y los demás también.
Debemos ayudarles a descubrir que ya son buenos tal como son. Y para eso hemos
de verlos así. No es cuestión de que nos parezca bien todo lo que hagan sino de
que veamos por qué lo hacen y comprendamos que es lógico que se comporten así
con la información y los recursos que tienen. No se trata de mirarlos con
buenos ojos, sino de contemplarlos con los ojos del Bien que todos somos, del
Amor que todos somos.
La misericordia de
Dios no consiste en perdonarnos nada, consiste en darnos la oportunidad de
experimentar este amor que somos, en hacernos partícipes de la felicidad que
somos. No hay nada que perdonar a alguien que se ha perdido y anda buscando el
camino. Si lo encontramos andando hacia una dirección incorrecta no vamos
encima a castigarlo; al contrario, estaremos contentos porque nos da la
oportunidad de serle útil indicándole el camino correcto. Si es que lo sabemos
por haberlo recorrido previamente. Y en el caso de que estemos igualmente
desorientados, podemos intercambiar nuestras respectivas experiencias para no
perder el tiempo caminando por senderos que no llevan a ninguna parte. El hecho
es que nadie se pierde a propósito. El amor es uno de nuestros potenciales y lo
experimentamos en la misma medida en que lo actualizamos. Por eso el
misericordioso alcanzará la misericordia, porque la unidad con los demás no se
establece colocándonos por encima ni condenando a nadie, se establece
constatando que todos tenemos las mismas dificultades para descubrir nuestra
naturaleza esencial.
La misericordia
denota aquí la altura, la profundidad y la anchura de la amistad más sincera, la
bondad. A veces, la misericordia puede ser pasiva, pero aquí es activa y dinámica,
la ternura paternal suprema. Un padre amoroso tiene pocas dificultades para
perdonar a su hijo, incluso muchas veces. En un niño no mimado, el impulso de
aliviar el sufrimiento es natural. Los niños son normalmente bondadosos y
compasivos cuando tienen la edad suficiente para apreciar las situaciones
reales.
ENFOQUE
EXOTÉRICO
Misericordioso se
dice de aquel que hace misericordia.
Misericordia es,
según el diccionario bíblico VINE, sentir simpatía con otra persona en su
miseria y especialmente simpatía manifestada en actos. Dicho de otra forma
mostrar bondad mediante actos benéficos o ayuda. La palabra en griego recalca
que la misericordia no es un acto pasivo
si no activo, lo que quiere decir que se debe trabajar en ella y no mantenerse
como un agente pasivo que solo observa.
El diccionario de la
RAE define misericordia como la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de
los trabajos y miserias ajenas.
La misericordia es un
atributo de Dios y Jesucristo. Jesús nuestro gran sumo sacerdote, es
misericordioso y fiel, de no ser así no hubiera perdonado nuestros pecados
(Hebreos 2.17). Por labios de Cristo nosotros recibimos la orden de ser
misericordioso como nuestro padre (Lucas 6.35-36) y como hijos verdaderos de
Dios debemos exhibir las mismas características que Él.
Las características
principales de la misericordia divina son:
Sin límites (Salmo
108.4). Mucho más grande que los cielos.
Prolonga la vida
(Lamentaciones 3.22-23). Su misericordia es nueva cada mañana y por eso no
hemos sido consumidos.
Estimula el
arrepentimiento (Joel 2.13). Nuestro Dios es clemente, tardo para la ira y se
duele del castigo ¿Con tal bondad, como no arrepentirse?
Perdona el pecado
(Miqueas 7.18). Se deleita en la misericordia, por eso perdona.
Hace posible la
salvación (Tito 3.5). No hemos sido justificados por nuestras obras si no por
su misericordia.
Como vemos nosotros
como hijos debemos ser cual es nuestro padre. Y se nos ordena a mantenernos con
la misericordia, la verdad, la fe, la verdad, etc.
La misericordia
debemos llevarla siempre con nosotros a todo lugar junto con la verdad
(Proverbios 3.3). Estas son dos características primordiales en los hijos de
Dios, a través de las que podemos demostrar el amor verdadero, ser tardos para
la ira y tender la mano a aquel que lo necesita en las circunstancias más
diversas. Debemos demostrarlas perdonando (Mateo 18.23-35), siendo bondadosos
con los doloridos (Lucas 10.30-37) y bondadoso con los pobres (Lucas 16.19-26).
Esto nos solo lo debemos hacer por un mandato, si no que con una actitud de
alegría (Romanos 12.8). Dios no quiere que seamos religiosos como los fariseos
(Mateo 9.13; 12.7), Él quiere que entendamos lo que significa
"Misericordia quiero y no sacrificio" (Oseas 6.6) ¿Y qué significa
esto?, lo que Jesús quiere es enfatizar el hecho de que no es importante lo
ritual de los servicios, si no que nos vistamos de aquello que es incorruptible
(Santiago 1.27). Y justamente la misericordia es una de esas características
internas que debemos tener.
Quizás muchas veces
nos hemos preguntado cómo hacer para que la luz de Cristo resplandezca por
medio de nosotros, bueno una de las formas es actuando con misericordia (Isaías
58.10). Esta es una buena forma de hacernos un bien a nosotros mismo
(Proverbios 11.17), no permitiendo que las raíces de amargura crezcan en
nosotros (Hebreos 12.15), y esto nos estorbe. Andando en misericordia y verdad,
alejaremos esos estorbos de nosotros.
Fuentes consultadas: Jordi Sapés (Àtic). Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Palabra Integral.
Continuará...
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