Ya sabemos que la mente es la causa de todo cuanto percibimos, y lo que percibimos es el efecto de todo cuanto pensamos. Por lo tanto, podemos decir que la Paz debe ser, en primer término, una semilla que debemos sembrar en nuestro interior y, en segundo término, se convertirá en un hermoso fruto, formando parte de nuestro ilusorio y temporal escenario humano.
Parece paradójico, que siendo la Paz un "estado" tan añorado, no seamos capaces de experimentarla en nuestras vidas y de convertirla en nuestra percepción natural.
Lo anteriormente explicado, nos permite comprender el porqué ésto no es así.
Mientras que demos prioridad en nuestras vidas a la percepción, estaremos identificándonos con el ego, o lo que es lo mismo, con la creencia en la separación.
Esa identificación nos convierte en fervientes buscadores de ese "oro espiritual" que es la "Paz". Todos, absolutamente, todos, deseamos la paz. Pero, no la encontramos, precisamente, porque la estamos buscando en el lugar equivocado. Mientras que sigamos buscando la paz en el mundo exterior, sin que forme parte de nuestro mundo interno, fracasaremos en esa búsqueda.
Reclamaremos al mundo exterior, daños y perjuicios, al no ofrecernos un medio donde poder disfrutar de la paz. Adoptaremos, una vez más, el papel de víctimas y proyectaremos nuestra falta de coherencia interna, en los demás, a los cuales denunciaremos y condenaremos como los únicos culpables de nuestra falta de paz.
Para unos, serán sus padres los culpables; para otros, su pareja, su jefe, su amigo o el vecino de al lado. Lo que está claro, es que "todos" se convierten en culpables de nuestra falta de paz, menos el principal responsable de que ello sea así: nosotros mismos.
Pongamos un ejemplo práctico:
Ejemplo-Guía: "La relación con mi pareja no me hace sentir en paz"
Estrenamos un nuevo ejemplo, elegido entre los temas que más habitualmente experimentamos.
Por lo general, la experiencia de relación se vive desde la conciencia de separación y desvinculada de cualquier conexión con lo que podríamos llamar un sentido profundo de la misma. Cuanto más, podríamos decirnos que el destino ha mediado en hacer posible el encuentro entre las partes.
A partir de ahí, no encontramos otras razones que nos lleve a pensar, que aquello que estamos viviendo, tenga un significado espiritual. Es decir, desconocemos que ese "efecto-experiencia” tenga una "causa" más allá que la que es capaz de percibir nuestros ojos físicos, la cual estará fundamentada simplemente en un encuentro fortuito que nos lleva a sentir un "algo" especial por esa persona que nos invita a conocerla y a compartir nuestra vida con ella.
Esa primera etapa del encuentro, suele venir acompañada con una vivencia cercana a la felicidad. El amor humano nos lleva al exaltamiento de las emociones y, ello, nos lleva a percibir el mundo denso como más liviano. Algunos tienen la impresión de que el tiempo y el espacio adquieren una dimensión distinta. Por lo general, el encuentro con la persona amada, nos lleva a sentirnos más plenos y tenemos la sensación interna de ser más completos.
En esa fase, la mente dual y crítica "parece" estar ausente. En verdad, lo que estamos haciendo en esa etapa es proyectar un ideal.
Con el tiempo, la mente egoica recupera su hegemonía y comienza a hacer lo que habitualmente hace, analizar, comparar y juzgar aquello que percibe, y lo que percibe, no lo olvidemos (el ego no lo comparte), no es más que una proyección de nuestra mente, que está arrojando al exterior lo que se encuentra en su mundo mental.
Si en esa mente no hay paz, si lo que hay son contradicciones, luchas, menosprecios, condenas, egoísmos, temores y miedos, no tardará en proyectarlos al exterior y la persona amada se convertirá en el espejo perfecto que le permitirá ver reflejado dicho contenido interno. Se abrirá la puerta de las censuras, de los reproches, de las limitaciones, de las agresiones, etc.
En esta experiencia, no hay víctimas y verdugos. En ninguna relación existe, aunque para la visión del ego esta afirmación no será compartida. El ego nos atacará con la intención de hacernos dudar de tales creencias y, para ello, nos pondrá por delante noticias con imágenes de violaciones, agresiones de género y, a renglón seguido, nos preguntará: ¿no hay víctimas, ni verdugos?
Su argumento, no lo podemos olvidar, pretende defender el mundo que le da sentido a su transitoria existencia, el mundo de los efectos. Desde esa ilusoria perspectiva, desconectada de la única y verdadera fuente desde donde se ha originado, la mente, encontrará argumentos para poner en duda lo que hemos afirmado. Pero, desde la visión espiritual, todo tiene un "para qué", y, ninguna experiencia es vivida sin el consentimiento voluntario del que protagoniza el papel de "víctima o agredido". Todas tienen un sentido profundo.
En la vida podemos elegir ver de dos maneras distintas. Desde el miedo o desde el amor. Cuando lo hacemos desde el miedo, lo que estamos haciendo es utilizar la mente para fabricar un mundo separado. Desde esa visión la mente emite pensamientos de ataques por temor a ser atacada y, ese miedo, al alcanzar la dimensión densa de los efectos, adquiere los ropajes de la lucha, del enfrentamiento y de la división.
En cambio, cuando elegimos ver desde el amor, lo que estamos haciendo es utilizar la mente con rectitud y creamos un mundo unido. Este uso de la mente, nos llevará a la percepción correcta y veremos al otro como a nuestro hermano y, las relaciones especiales que podamos establecer con él, estarán basadas en el amor y en el respeto.
No podemos abordar en esta lección el tema de las "relaciones especiales", pero me gustaría dejar unos mensajes extraídos del Curso y que nos ayudará a tener una visión de su significado:
“Creer que las relaciones especiales, con un amor especial, pueden ofrecerte la salvación, es creer que la separación es la salvación” (T-15.V.3:3).
“Todas las relaciones especiales contienen elementos de miedo en ellas debido a la culpabilidad. Por eso es por lo que están sujetas a tantos cambios y variaciones. No se basan exclusivamente en el amor inmutable. Y allí donde el miedo ha hecho acto de presencia no se puede contar con el amor, pues ha dejado de ser perfecto. El Espíritu Santo, en Su función de intérprete de lo que has hecho, se vale de las relaciones especiales, que tú utilizas para apoyar al ego, para convertirlas en experiencias educativas que apunten hacia la verdad. Siguiendo Sus enseñanzas, todas las relaciones se convierten en lecciones de amor” (T-15.V.4:1-6).
“El Espíritu Santo sabe que nadie es especial. Mas Él percibe también que has entablado relaciones especiales, que Él desea purificar y no dejar que destruyas. Por muy profana que sea la razón por la que las entablaste, Él puede transformarlas en santidad, al eliminar de ellas tanto miedo como le permitas. Puedes poner bajo Su cuidado cualquier relación y estar seguro de que no será una fuente de dolor, si estás dispuesto a ofrecérsela a Él para que no apoye otra necesidad que la Suya. Toda la culpabilidad que hay en tus relaciones especiales procede del uso que haces de ellas. Todo el amor, del uso que Él hace de ellas. No temas, por lo tanto, abandonar tus imaginadas necesidades, las cuales no harían sino destruir la relación. De lo único que tienes necesidad es de Él” (T-15.V.5:1-8).
Reflexión: Si no hay paz en tu mente, no la verás fuera de ti. Si no deseas la paz, no la percibirás.
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