La princesa Aura acababa de cumplir su mayoría de edad y
aquellas 21 campanadas anunciaban, con armonioso compás, aquel acontecimiento.
Debía sentirse muy feliz, pues todas las doncellas soñaban
con ese momento, sin embargo, aquella hermosa flor, tan cálida y suave, se
sentía embargada por una profunda tristeza. El día más esperado de su vida se
estaba convirtiendo también en el más amargo.
Tan solo podía haber una razón para que la joven Aura se
sintiera tan apenada.
- Hija mía, hoy cumples tu mayoría de edad y ha llegado el momento de buscarte un esposo -le dijo su padre, el rey de Lumer, la Tierra del Talento -.
- Pero padre aún soy joven y lo que es más importante, no estoy enamorada -contestó la princesa ruborizándose -.
- Tonterías, ya tienes edad, y en cuanto al amor no te preocupes, tendrás tiempo para ello - dijo tenazmente el rey -. Debes prepararte, pues en la próxima luna se celebrará un torneo y aquel que venza será el caballero que te desposará. No hay nada más que hablar.
La princesa se retiró a sus aposentos y lloró hasta quedar
rendida.
Y el día del torneo llegó. La noticia que había proclamado el
rey llegó hasta todos los lugares, y de los más remotos confines de la tierra,
fueron llegando caballeros con el único deseo de ser esposo de tan delicada
flor.
Durante siete días estuvieron compitiendo y ya tan sólo
quedaban dos finalistas que se enfrentarían en un último duelo.
Aquellos dos caballeros eran sin duda los más diestros. Uno
se distinguía por su habilidad en el manejo de la espada, el otro por un
extraño poder malévolo.
Todos esperaban que la destreza ganase la partida a la
crueldad, pero se equivocarían, pues el caballero negro no dio oportunidad para
que su rival se defendiera.
Un grito surgió de las gargantas de todos cuantos estaban
asistiendo al espectáculo. Aquel acto de cobardía había sido traicionero, pero
nadie se atrevió a hacerle frente a aquel sanguinario guerrero.
- He ganado mi derecho. Entregadme a la princesa -dijo el ganador del torneo -, mientras que amenazaba al rey con su espada.
Ante las miradas de asombro del pueblo, el caballero negro se
llevó a la dulce Aura, sin que nadie le opusiera resistencia.
Pasaron los días y el rey cayó enfermo de desesperación. Se
sentía culpable de lo que le había sucedido a su hija, y no sabía qué hacer.
Cierto día, llegó al palacio un humilde escudero quien decía
poder salvar a la princesa. Muchos se rieron de él, sin embargo, fue recibido
por el rey.
- Decís que podréis salvar vos solo a la princesa -preguntó sin convicción el rey -.
- Forjadme una armadura y una espada con este metal que os entrego y os lo demostraré -contestó seguro de sí el apuesto joven -.
- ¿Cómo os llamáis muchacho? -preguntó intrigado el Soberano -.
- Mi nombre es Haiaiel, señor, vuestro más humilde servidor.
A la mañana siguiente, el osado Haiayel recibió una armadura
plateada y una espada que despedía una luz poderosa, y con ellas partió en
busca del caballero negro.
Cuando le encontró, mantuvieron una terrible lucha. Las
fuerzas del mal combatían con celo y astucia, pero esas armas no eran
suficientes para vencer a las fuerzas del bien, quien superando aquella magia
negra, consiguió la victoria definitiva sobre ella.
La princesa fue rescatada por aquel valeroso escudero, quien
al llegar a palacio y por la gracia Divina encomendada al Soberano, fue
nombrado caballero. Ya no marcharía de aquel reino, pues la princesa Aura no le
permitiría hacerlo.
Fin
Uh... ¿de veras este cuento es un "nuevo arquetipo"?
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