sábado, 15 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (6)

Y diciendo esto, Psique se alejaba de aquel misterioso lugar, profundamente emocionado y recordando la Sentencia del Escorpión: muerte y vida, muerte y vida. Por primera vez, la muerte se cruzaba en su camino, pero aún no alcanzaba a comprender el significado de aquella experiencia, pues él sentía fluir en su pecho una grata sensación de vida.
 
Sumergido en aquellas reflexiones, Psique siguió caminando sin rumbo fijo, pero sin perder la senda de aquel río que le había dado la oportunidad de reunir la quinta Sentencia. Repasó el contenido de su alforja, que cada vez contenía más valores, y pudo recordar al Carnero, al León, al Arquero, al Cangrejo y, por último, al Escorpión, y se sintió alegre, pues vio que su viaje estaba resultando provechoso. Sintió simpatía y no pudo evitar recordar a Cáncer. Sintió el ardor de alcanzar su meta de perfección, y la imagen del Escorpión tomó forma en su interior. Recordó la osadía de Aries, y el Carnero le dio fuerzas para marcar de nuevo el rumbo. Sintió orgullo ante la generosidad de su amigo Leo, y entonces el León le hablaba desde su corazón, y por último, se sentía alegre y optimista, y aquella sensación le llevó el recuerdo de Sagitario, el audaz Arquero.
 
Poco a poco fue descubriendo que el paisaje iba tornándose más y más árido y el viento soplaba con más intensidad. Igualmente, se percató de que el aroma peculiar de la vegetación del bosque se había transformado en una fragancia muy especial y aquello fue ganando de nuevo su interés, lo que le llevó a acelerar sus pasos tranquilos y meditativos.
 
Mereció la pena -y así lo pensó Psique-, pues al alcanzar la llanura, sus ojos fueron testigos de una escena de mágica belleza. El cauce de aquel río se fundía en un inmenso horizonte de agua que se extendía mucho más allá de donde podía alcanzar con su mirada.
 
Quedó como hipnotizado por aquel paisaje desconocido. Aquel valle azul se le antojaba la eterna dimensión del cielo, y corrió a su encuentro sintiendo que había llegado a su patria, a su hogar.
 
En aquella carrera, sus pies se hundían en la moldeable arena, y se extrañó al descubrir que a su paso iba dejando su propia huella. Quedó pensativo, pero el rumor de las olas del mar ganó su atención, atrayéndole hasta su propia orilla. Allí Psique quedó sumergido en un profundo sopor. Algo extraño le sucedía.
Aquel ir y venir de las aguas le mantenía atrapado en profundas sensaciones que no acababa de comprender, y motivado por una imperiosa necesidad interna, gritó con todas sus fuerzas:
 
“iPadre...! iPadre, estoy aquí! soy Psique, tu hijo legítimo.
 
Pero la fuerza de su voz se confundió pronto con el batir de las olas, que pacientemente iban acariciando las arenosas tierras que, como un suave manto, se extendían junto al mar.
 
Psique no desfalleció y de nuevo buscó la ayuda de su Padre.
 
“Padre, dime, ¿por qué mis pies dejan huella en esta extraña tierra? -y pronunciando estas emotivas palabras, Psique fue una vez más protagonista de algo especial y singular-“.
 
De sus ojos, y quemándole el rostro a su paso, emanaron dos gruesas gotas de agua, llegando a ganar las comisuras de sus labios. Un misterioso escalofrío recorrió todo su ser. Acababa de descubrir que el sabor de aquellas lágrimas le hablaba de la brisa extraña de aquellas tierras que tanto misterio envolvían.
 
Psique, profundamente sorprendido, acercó su mano diestra hacia el rostro con la
intención de secar aquellas gruesas gotas que enturbiaban su visión. Pensó que aquello era maravilloso.  Él poseía el don de aquella oculta tierra. Su ser poseía agua. Qué extraño era todo aquello, y sin poder evitarlo, de nuevo sus ojos se cubrieron de aquella sensación, que para Psique se le antojó mágica. Y así quedó durante horas, hasta que un nuevo hecho vino a alterar las emociones que acababa de experimentar.
 
Con la mirada fija en el ir y venir de las aguas del mar, Psique observó cómo algo desconocido se deslizaba y daba graciosas piruetas salvando los torbellinos que formaban las olas. Admirado por aquel espectáculo, Psique recordó que aún le quedaba por reunir la Sentencia de los Peces. Pero pudo más su curiosidad y, guiado por ella, se acercó hasta la orilla con la intención de llamar la atención de aquellos juguetones seres. Y así lo hizo.
 
“¿Podéis oírme, extraños seres? Quisiera compartir vuestro juego -exclamó en voz alta, Psique-“.
 
Los dos Peces que no dejaban de zambullirse en el agua, para volver de nuevo a la superficie, apenas si le prestaron atención, al menos así se lo pareció a Psique, el cual, un tanto contrariado, volvió a elevar de nuevo la voz, pues pensó que tal vez no le habían oído.
 
“¡Eh, estoy aquí! Soy Psique, hijo legítimo de Mentor, Rey de la Ciudad Sagrada. Ya sabéis quién soy. Decidme, pues, ¿quién sois vosotros? -y viendo que no cesaban de dar saltos y más saltos, les dijo-. Pero queréis dejar de jugar por unos momentos y atenderme. Os lo suplico…”
Entonces, aprovechando uno de los breves instantes en que los Peces se encontraban en la superficie, uno de ellos le contestó:
 
“Lo sentimos mucho, pero no podemos permanecer fuera del agua, pues pereceríamos rápidamente”.
 
Apenas tuvo tiempo para añadir nada más, pues de nuevo tuvieron que sumergirse en el agua, pues de lo contrario se asfixiarían y morirían.

Psique no comprendía lo que sucedía. Hasta entonces sus amigos podían hablarle sin la necesidad de estar ahora fuera, ahora dentro. Sin duda, aquello suponía un nuevo reto, y estaba dispuesto a averiguar qué estaba pasando. Y con esta intención, y sin pensárselo dos veces, penetró en las profundidades de las aguas del mar.
Nuestro joven amigo quedó maravillado, pues jamás había esperado que las oscuras y penetrantes aguas del mar guardasen tanta belleza en su interior. Pero de repente algo vino a interrumpir aquella bella experiencia. Desde su pecho sintió que su corazón comenzó a latir descompasadamente, tratando de indicarle que estaba poniendo en peligro los atributos que custodiaba en su alforja: la vida.
Como guiado por una voz sobrenatural, Psique sintió la necesidad de salir a la superficie, pues sus ojos estaban enturbiados y apenas si podía mantener su lucidez. En un supremo esfuerzo consiguió salir hacia el exterior y, cuando así lo hizo, de nuevo se sintió con vida, aunque profundamente afectado, pues no comprendía lo que le había pasado.
“Aún es pronto, osado joven, para que puedas dominar nuestro elemento. Tan sólo aquellos que han logrado reunir las tres Sentencias de las Tierras Acuosas de Hochmah pueden descubrir por sí mismos los ocultos secretos que custodian celosamente las profundidades del mar”.
Aquellas palabras provenían de los Peces, que en esta ocasión parecían flotar sin peligro en la superficie del agua.
“Te llamas Psique según nos has dicho, pero dinos, ¿qué te ha traído hasta estas tierras de soledad? -le preguntó uno de los Peces-“.
“Vengo desde la Ciudad Sagrada con una misión muy importante. Busco la Sentencia de los Peces. ¿Pueden decirme dónde puedo encontrarlos? La única referencia que tengo de ellos es que los podré reconocer por su compasión. Pero ni tan siquiera comprendo el significado de esa palabra. Como veis, no me resultará fácil mi empresa. Pero tal vez podáis ustedes ayudarme. He tenido, hace poco, una extraña experiencia. He creído, al ver el mar, que había llegado a mi hogar, y una fuerza desconocida ha hecho que de mi garganta emanase una dolorosa exclamación. He llamado a mi Padre, pues algo me dice que me estoy alejando de él. Mis pies dejan marcas cuando pisan las movedizas arenas, y me pregunto, ¿qué extraño misterio se encierra en todo ello?, y sin saber cómo, de mis ojos y de un modo maravilloso fluyen, como si de dos manantiales se tratase, gruesas gotas de agua que misteriosamente saben igual que las aguas de este mar”.
Psique seguía y seguía hablando, y se dio cuenta de que sus amigos no podían permanecer eternamente en la superficie, sino que dependían de aquel elemento acuoso. Y aquella impresión le produjo una sensación que ya conocía. De inmediato sintió como su corazón se sentía herido y apenado, y sin querer evitarlo, dejó que de sus ojos emanaran aquellas gruesas gotas que para él seguían siendo un misterio.
“No debes llorar, ni tener compasión por nosotros -le dijo una voz que supo reconocer como la de uno de los Peces-“.
“iCompasión!, dices -exclamó el joven Psique, al tiempo que les preguntaba profundamente impresionado-. ¿Acaso yo soy compasión? Y si lo soy, ¿debo pensar que soy un pez?”
“Sí, amigo Psique. Eso que acabas de sentir es un noble sentimiento que nace puro desde la fuente del amor, desde el corazón. Ese sentimiento es amor”.
“Bueno, yo tengo un corazón. Leo, el León, me lo ofreció, y Amor también tengo, pues 
Cáncer, el Cangrejo, me ayudó a adquirir ese magnífico don. Pero dime, ¿soy yo un pez?”
“No, amigo. Nosotros somos Peces, y somos la causa de que hayas despertado en ti mismo la esencia de la compasión. Esas lágrimas que emanan de tus ojos son como torrentes de vida que fluyen guiados por la fuerza del Amor. Y esas huellas que dejas a tu paso inscritas en las movedizas arenas del mar, son las que cada ser va dejando a su paso por la vida. Procura, joven amigo, que tus huellas no sean muy profundas, y cuando tus pasos hayan cubierto todas las travesías, sacúdete los pies para que el polvo del camino andando no ensucie tu ser”.
“Así lo haré sin duda, y en mi alforja custodiaré con celo vuestra hermosa Sentencia. Llegué hasta estas tierras perdido y un profundo sentimiento de soledad se apoderó de mí. Pero, gracias a que os he conocido, ahora continúo mi camino sabiendo que en mi interior hay un tesoro que comparto con la Suprema Inmensidad, con la Suprema Inmensidad, con la Suprema Inmensidad..
Psique acababa de abandonar la morada de los sueños, y aún podía recordar aquella frase que le abordaba una y otra vez... Suprema Inmensidad, Suprema Inmensidad. Y se preguntó extrañado qué sería la Suprema Inmensidad. Hasta ahora, cuanto conocía, nada se parecía a la Suprema Inmensidad. ¿Qué le había querido decir los Peces con aquel mensaje? Él mismo se sentía la Suprema Inmensidad, pero no sabía explicar por qué era así y no de otra forma, y siguió sumergido en todos aquellos interrogantes.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (5)

Cruzó parajes muy distintos unos de otros y, al final, aquel cauce desembocó en un ancho brazo de tierra que recibía con agrado el desenfrenado torrente de las aguas. Se trataba de un magnífico y poderoso río, donde el caudal, el líquido elemento, adquiría un brillo especial y donde el cálido susurro del estanque se convirtió en un estruendo embravecido por el choque continuo del agua contra las rocas interpuestas en su curso. Psique admiró tanta belleza y buscó el modo de bajar hasta las lindes del río, no tardando en conseguirlo.

El joven no quería perderse ni un solo detalle de aquel espectáculo y, sin darse cuenta, poco a poco, se fue contagiando de aquel ensordecedor ruido, el cual agitaba agresivamente el paisaje, poniendo fin al espíritu de paz que reinaba momentos antes.

A Psique no pareció importarle aquel hecho, y sin ser consciente de ello, fue quedando presa de la magia y del magnetismo del paisaje. Sin saber cómo, se encontró en el borde de una gran roca plana que le permitía acceder al borde del torrencial río.

Allí, su rostro se mostraba desfigurado, pues las aguas encrespadas no permitían reflejarloLos Viajes de Psique (5) con nitidez. Aquello le preocupaba y, al descubrirse tan deforme, se sintió interiormente herido. No comprendía lo que estaba sucediendo, pero aquella experiencia le atormentaba hasta el punto que buscó alejarse de aquel oscuro y misterioso lugar. Pero cuando así lo quiso hacer, algo muy extraño se lo impidió.

“¿A dónde crees que vas? Muy lejos has llegado con tu ansiedad. Pero ahora pagarás con la muerte tu vanidad, pues probarás el poder de mi veneno”.

Aquel ser, muy parecido al Cangrejo, se interponía en su camino y lo amenazaba con el afilado cuerno que poseía en su cola.

“¿Ansiedad, muerte, vanidad, veneno? Cuántas cosas dices que no comprendo. Pero ahora no tengo tiempo para tratar de comprender tu lenguaje. Debo buscar al Escorpión y no puedo perder más tiempo -le dijo un tanto inquieto, Psique-“.

“Alto, alto, no corras tanto y dime, ¿quién te ha mandado buscar al Escorpión?

“Soy Psique, hijo de Mentor, Rey de la Ciudad Sagrada, y debo reunir las Doce Sentencias para ocupar el trono de mi padre. Si conoces al Escorpión, por favor, dime dónde puedo encontrarle”.

“¿Es verdad que no conoces el significado de la ansiedad? Pues debes saber que te comportas ansiosamente. Sí, no te extrañes. Tu afán es semejante a los potentes remolinos que agitan las aguas de este mágico río. Ninguno de los dos se preocupa si hace daño a los demás a su paso. Pero también es cierto que, gracias a ese brío, las aguas fecundan la tierra arrastrando la suciedad que en ella pueda habitar. Espero que tu ansiedad tenga un objetivo positivo. Dime, ¿qué harías si te nombrase rey de estas fértiles tierras? -le preguntó astutamente el Escorpión-“.

“Bueno, sin duda, yo..., lo primero que haría sería un mundo que tuviera corazón y poder, además de amor. Eso es, que tenga amor..., y donde todos puedan desear”.

“¡Desear, dices! gritó el Escorpión sorprendiendo a Psique. ¿Has pensado en mis aguas? Si todos quisieran adueñarse de ellas. Dime, ¿has pensado en ellas?”

“Pues, verás, ahora que lo dices -titubeó el joven Psique-“.

“¡Ajá! Ya veo que dudas. Debes tener determinación y, cuando desees algo, lucha por conseguirlo con todas tus fuerzas. Hazlo con las mismas fuerzas como lo hacen las aguas del río. Ven, mírate en el agua y di qué ves en ella -le invitó el misterioso Escorpión-“.

“Veo un rostro que ha perdido su resplandor. Es horrendo y tenebroso. ¿Acaso soy yo ese rostro? -expresó confundido Psique-“.

“No temas, amigo mío, pues tu corazón aún es puro. Pero debes saber que si inyectara en la sangre de tus venas el poderoso veneno de mi cola, quedarías atrapado en uno de los más peligrosos sueños, el querer ser eternamente hermoso y bello. Te creerás un Dios omnipotente y perfecto, y todo cuanto siembres a tu alrededor llevará el germen de la discordia y la destrucción. Considérate afortunado, pues hoy me siento generoso y un poco cansado y no tengo ganas de pinchar a nadie, pero recibe un consejo, ansioso joven. No permanezcas por mucho tiempo perplejo en tu imagen, pues si te enamoras de ti mismo, tal vez pierdas tu hora y no llegues a tu meta a tiempo”.

“Pero, dime, ¿quién eres tú que posees tanto conocimiento?”

“Soy Escorpio, el Escorpión, el mismo a quien buscas ansiosamente”.

“Y, ¿cuál es tu Sentencia, fiel consejero? Dime, ¿cuál es la virtud que tú representas? -le preguntó amistosamente Psique-“.

“Mi Sentencia, ¿para qué saberla? Nadie me considera bueno -le contestó lamentándose el Escorpión-“.

“¿Por qué dices eso? ¿Acaso no te has mirado al estanque? Tu rostro es hermoso -le dijo afectuosamente el joven-“.

“Vamos, no te burles de mí. Tú sí eres un joven apuesto. Pero yo tan sólo sirvo para atemorizar a los extranjeros que se acercan a estas tierras en busca de ocultos tesoros. A mí todos me temen, porque no soporto aquello que no sea perfecto, y castigo a quien hiere mi amor propio. Vete de aquí, muchacho, antes de que me arrepienta de no haberte castigado por la osadía de haber penetrado en mis tierras sin permiso”.

“No puedo irme, amigo Escorpión. Algo muy grande y valioso me ha traído hasta aquí, y como tú mismo me has enseñado hace tan sólo unos momentos, debo luchar sin dudar por lo que más deseo. Así que no me iré hasta que me hayas ofrecido tu Sentencia”.

En esta ocasión, Psique habló con decisión y determinación. Sabía lo que quería y lucharía por ello con todas sus fuerzas, y así lo entendió el Escorpión, el cual sintió simpatía por la poderosa fuerza que demostraba Psique, y en respuesta a ello, le dijo:

“Ten cuidado, muchacho, no te excedas en tu vanidad. jJa, ja, ja! Aprendes rápido. Sí, muy rápido. Ven junto a mí y no temas. Ya no te pincharé. Escucha mi Sentencia. Yo soy muerte y vida. A través de mi veneno, pongo fin a las vidas que han de ser regeneradas y purificadas, pues es tanta la maldad que genera que es preciso poner fin a su existencia. Pero también soy la vida y, a través de mí, ésta se perpetúa a imagen y semejanza de su creador. Esa es mi Sentencia, amigo. Si has sido llamado a ser Rey de la Ciudad Sagrada, necesitarás de mi ayuda. Cuando así sea, clama mi nombre; soy Escorpio, el Escorpión Sagrado, y entonces tus poderes creadores fertilizarán tu obra. Y ahora debes dejarme, pues ha llegado la hora de mi reposo”.

"¡Gracias! Gracias, sabio Escorpio. Nunca te olvidaré”.


jueves, 13 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (4)



Capítulo II: "Las Tierras de Agua de Hochmah"

Se sentía feliz, pues ya había culminado su primera etapa. Aún desconocía lo que el futuro le aguardaba, pero no le preocupaba, pues algo muy valioso brillaba en su interior. Un ideal, un corazón y una virtud llamada Poder.
 Agitado por aquel cúmulo de experiencias, Psique sintió cómo una fuerza irresistible lo invitaba a abandonar su repleta alforja para caer presa de un suave sopor. Sintió que aquella nueva sensación -diferentes a otras que había experimentado-, le seducía, y atraído por ese cálido y melodioso susurro, se dejó llevar hacia un nuevo paisaje que se le antojó fruto de la más asombrosa fantasía.
 De pronto, Psique tuvo la leve sensación de que era conducido por un túnel oscuro y misterioso, pero en ningún momento sintió miedo, pues al final una resplandeciente luz hacía albergar la esperanza de una nueva vida. Y tal como pensó, se encontró cara a cara con un paisaje, para él, totalmente nuevo.
 Hasta sus oídos llegó el armonioso compás que componían a su paso las aguas emanadas libremente de los ocultos manantiales. Aquel nuevo descubrimiento le llenó de admiración y, guiado por el único afán de conocer, se acercó hasta un hermoso lugar donde la espontaneidad de la naturaleza había formado una bella cascada, lo que permitía que el agua se engalanara con sus ropajes más cristalinos y transparentes. Al final, aquel cauce descansaba en un plácido remanso de paz, dando lugar a un estanque donde se reflejaban los más preciados tesoros de la vida.
Psique quiso experimentar aquel nuevo elemento que despertaba en él tan fuerte inquietud y, movido por ese deseo, sumergió sus manos en el frescor de aquellas aguas. Y fue tal su impresión, que sintió la necesidad de fundirse en aquella morada de paz. Pero algo maravilloso de nuevo le sorprendió. En el fondo del estanque, un rostro resplandeciente se dibujó. Sin poder evitarlo retrocedió, y cuando quiso averiguar quién le observaba desde el interior, vio un poco disgustado que ya no estaba. Se acercó de nuevo, y una vez más aquel rostro tomó forma hasta adquirir plena nitidez. 
Psique no acababa de salir de su asombro, cuando desde detrás de una roca, una voz le interrumpió.
“¡Oye, joven muchacho! ¿Es que eres tan horrible que ni tan siquiera soportas ver reflejarse tu propio rostro?”
Quien así hablaba, se trataba de un nuevo ser. Diferente, muy diferente al Carnero, al León y al Centauro Arquero. Su cuerpo se hubiera arrastrado por el suelo, de no ser por unas extrañas pezuñas que le permitían andar de un modo especial, pues daba la sensación de caminar hacia atrás.
Su apariencia le asemejaba a una piedra y por este motivo, Psique tuvo dificultades para descubrirle, pero no por ello dejó de decirle:
“Hola, extraño ser. No te había visto antes. Algo sorprendente me acaba de ocurrir. Algo que no sabría explicar, pero que me produce un nuevo bienestar. ¿Sabrías tú decirme dónde me encuentro?”
“Claro que sabría decírtelo, pero, ¿por qué tendría que hacerlo? ¿Quién eres tú para irrumpir en las Tierras Acuosas de Hochmah? -contestó desafiante aquel ser-“.
“¡Oh!, perdona mi descortesía, he olvidado presentarme. Soy Psique, hijo legítimo de Mentor, Rey de la Ciudad Sagrada. He llegado hasta aquí, guiado por una de las flechas de Sagitario, el Centauro Arquero, pero creo que he debido perderme. Ando buscando al Cangrejo, ¿sabrías tú indicarme dónde puedo encontrarle? -preguntó cortésmente el joven Psique-“.
“Muchacho, muchacho, veo que aún eres muy ingenuo. Pero antes de indicarte dónde encontrar al huidizo Cangrejo, ven y te mostraré algo que aún desconoces. Mira al estanque y dime qué ves”.
Psique, dejándose llevar por la mágica atracción que ejercía el Cangrejo sobre él, se acercó al estanque y de nuevo vio dibujado un rostro resplandeciente en él.
“Pues, veo un rostro luminoso que sonríe y está alegre -contestó con sencillez Psique-“.
“¿Acaso no habías visto anteriormente ese rostro? -preguntó admirado el Cangrejo-“.
“No, jamás lo había visto. Aunque me recuerda a mi amigo el Arquero”.
“Ten por cierto, hijo mío, que no olvidarás nunca este día, pues debes saber que ese rostro eres tú mismo”.
“¡Cómo!, pero si ese rostro de Luz tiene el don de vivificar todo cuanto a su paso toca -dijo Psique muy impresionado-“.
“En efecto, muchacho. Debes conocer tu origen, y ahora tienes la oportunidad. Las Aguas de Hochmah reflejan tus poderes internos y, como bien has podido comprobar, posees el don de la vida, el don de crear”.
“¡Oh! qué feliz me siento. Entonces la inmensa belleza, el perfecto orden, el mágico aroma que se respira en la naturaleza, todo eso es fruto de..., de...”
Psique no encontraba la palabra adecuada para expresar lo que estaba sintiendo, y fue aquel extraño y desconocido ser el que le dijo:
“Del amor”.
“Amor, ¿qué es amor? ¿Acaso yo soy amor?”
“¡Oh! Muchacho. Amor es un sueño tan hermoso que cuando se tiene, jamás queremos volver a despertar. Es un tesoro tan valioso, que ni la más preciada de las joyas se le puede igualar. Amor es la flor que abre sus pétalos y deja escapar su apreciado y embriagador aroma sin importarle que se pueda deshojar. El amor es como el agua, que permite a todos cuantos se acercan a ella calmar su sed oculta. Es el pan que alimenta y el aliento que refresca. Es el tacto cálido que arropa, y el susurro melodioso del viento estimulando la tenue llama que abraza nuestro corazón. Amor es fundirse con el fuego y, como una semilla, ser la esperanza que abriga el nuevo día. Amor es, como la lluvia, que, sin pedir nada a cambio, fecunda las tierras sembradas por el labrador. El amor es la llave que nos permite abrir el cofre donde, ocultamente, se custodia el conocimiento. Amor, joven muchacho, es la fruta que, alcanzando su madurez, se convierte en el alimento del hambriento”.
Psique, sin poder salir de su asombro, apenas acertó a musitar...
“Pero, dime, ¿quién eres?”
“Soy Cáncer, el Cangrejo. Creo que me buscas. Pero, ¿qué quieres de mí? -le inquirió, en tono suave-“.
“Gracias a ti, amigo Cangrejo, he podido descubrir mi rostro, y ello me ha permitido experimentar una nueva sensación en mi corazón. Un nuevo anhelo se ha despertado en mi interior y un nuevo ropaje da forma ahora a mi ser. Siento la necesidad de gritar con fuerza, iYo soy Alguien! Alguien que tiene vida y que siente, que desea. Sí, que desea crear. Crear tanta belleza como la que nos ofrece la naturaleza. Añoro a mi Padre. No sabría explicarlo, pero me siento un poco más alejado de Él, pero más cerca de mi mismo. Quiero imitar su obra y, por ello, debo reunir las Doce Sentencias. Te agradecería, amigo Cáncer, que me otorgaras la tuya”.
“Veo que llegaste desnudo y que te marchas con nuevos ropajes. Veo, también, que nada podrá interponerse en tu camino. Así que debes saber que soy el Guardián de los Sueños. Si algún día necesitas crear tu propia vida, invócame en tu recuerdo, y mi imagen te inspirará la más fértil imaginación con la que dar vida a todos tus deseos. Yo soy la fuerza que estimula al misionero. Soy la fe del que busca y soy el cántico del guerrero. Tal vez conozcas ya mi Sentencia”.
“Mucha es tu sabiduría, valeroso Cangrejo, y si he de llevar conmigo tu tesoro, quiero que sepas que me llevo el mejor de todos, el Amor. Ese será tu recuerdo”.
Y ambos se separaron. El Cangrejo se refugió de nuevo entre las piedras, y Psique ensimismado aún por la belleza de aquel nuevo elemento, quiso seguir el curso de aquellas aguas, de las que se hizo su fiel compañero.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (3)

Sus ojos no podían dejar de mirar el cielo, que en aquellos momentos se dibujaba en multitud de colores a cual más hermosos. Todo parecía tomar vida en aquel paisaje mágico y sin pensárselo, se dijo que debía conocer cuál era la causa de aquel maravilloso espectáculo.
Veloz como el viento, alcanzó la cima del montículo que le separaba del lugar de donde parecía partir aquel haz de luz y, desde allí, pudo ser testigo de algo insospechado. Se trataba de un ser extraño y misterioso. La parte inferior de su cuerpo se le antojaba de Carnero o de León, pero en cambio su parte superior modelaba una figura distinta a las de los seres hasta ahora conocidos. En sus manos tensaba, en esos momentos, con titánica fuerza, un arco mágico cuya flecha dorada apuntaba hacia el infinito.
  • ¡Eh, desconocido!, ¿por qué lanzas tu cuerno de fuego hacia la nada? -preguntó con sencillez el intrigado Psique-.
Sus ojos no podían dejar de mirar el cielo, que en aquellos momentos se dibujaba en multitud de colores, a cual más hermoso. Todo parecía tomar vida en aquel paisaje mágico y, sin pensárselo, se dijo que debía conocer cuál era la causa de aquel maravilloso espectáculo.
 Veloz como el viento, alcanzó la cima del montículo que le separaba del lugar de donde parecía partir aquel haz de luz y, desde allí, pudo ser testigo de algo insospechado. Se trataba de un ser extraño y misterioso. La parte inferior de su cuerpo se le antojaba de Carnero o de León, pero en cambio su parte superior modelaba una figura distinta a las de los seres hasta ahora conocidos. En sus manos tensaba, en esos momentos, con titánica fuerza, un arco mágico cuya flecha dorada apuntaba hacia el infinito.
 “¡Eh, desconocido! ¿Por qué lanzas tu cuerno de fuego hacia la nada? -preguntó con sencillez el intrigado Psique-“.
El Centauro Arquero, no menos sorprendido, quedó perplejo y muy indignado, y esa fue la causa que motivó su ira. 
“¿Cómo has llamado a mi flecha dorada? ¿cuerno? Ahora sabrás valorar el poder de mi magia, -y diciendo esto, el Arquero dirigió su arco mágico hacia Psique, el cual, al ver aquel gesto, supuso que le iba a obsequiar con una de sus flechas doradas-“.
“¡Oh! No debes preocuparte por mí. No quisiera que por mi culpa te quedases sin una de tus hermosas flechas. Pero, tal vez en cambio puedas ayudarme; busco al Centauro Arquero, tal vez le conozcas”.
Era inaudito. El Arquero no pudo menos que abandonar su empeño, pues su ira se había convertido en generosidad al intuir en aquel indefenso ser un ideal noble y un corazón puro. Por ello, el Arquero se acercó a su lado y, tomando una de sus flechas, se la obsequió, al tiempo que le decía...
 
“No debes preocuparte más, joven osado, pues Yo Soy quien buscas. Toma esta flecha mágica, te será de mucha ayuda, pues ha sido forjada para acariciar el suntuoso rostro del poder”.
 
“¡Poder! ¿Qué es el poder, benévolo Arquero? -preguntó Psique con una suave e inocente sonrisa dibujándose en su rostro-“.
 
“El Poder es un atributo sagrado, y con él podrás crear tantas cosas como tu voluntad y tu corazón deseen -le contestó alegremente el entusiasta Arquero-“.
 
“Soy afortunado, pues el Carnero me brindó la Vida y el León me enseñó cómo amarla. Ahora, tu bondad me otorga poder. Guiado por ese don, viajaré hacia otras tierras que aún me esperan. Es mi propósito llevar hasta ellas la buena nueva. Pero antes de despedirme, dime, amigo Arquero, ¿por qué lanzas flechas hacia el infinito? ¿Acaso no temes perderlas?”
 
“Veo que has encontrado en tu camino a mis hermanos Aries, el Carnero, y Leo, el León. Son buenos chicos. Yo soy Sagitario, el Centauro Arquero, y debo decirte que no me preocupa perder las flechas que dirijo hacia el infinito, pues jamás alguna de ellas surcó el etéreo cielo en vano. Debes saber que mis piernas son fuertes para soportar estas tierras de fuego, pero mi brazo aún lo es más, para lanzar mis flechas a los espacios estelares del más allá. Cuando alguien descubre en el cielo el veloz tránsito de una estrella fugaz, o el fulgor del trueno crepitar, entonces, conocerá dichoso la magia de mi arco, que les anuncia la existencia de nuevos horizontes que aún están por conquistar”.
 
“¡Oh! Casi me olvidaba -musitó el inquieto Psique-. No puedo marcharme sin antes haber reunido tu Sentencia valeroso Arquero”.
 
“Te diré que, así como la flecha es guiada por mi brazo, así es mi esencia espiritual. Soy guía de hombres e instrumento de Dioses. Mi Sentencia es ser mensajero de la Divina Providencia y forjador de la Sagrada Justicia”.
 
“¿Justicia? ¡Oh! Qué torpe soy. ¿Qué es Justicia, sabio Centauro? ¿Soy yo Justicia? -preguntó Psique muy preocupado-“.
 
“Eleva tu flecha hacia el infinito y defiende con ella aquello de lo que tu corazón te hable. No hieras al inocente y perdona al culpable. Así conocerás lo que es justicia. Y ahora debo irme, pues debo dirigir mis flechas doradas hacia tierras que claman la Luz. Ve en paz y que la Divina Providencia te guíe”.
 
Y así, Psique ordenó su alforja, que desde aquel momento contaba con una Sentencia más.

martes, 11 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (2)

Ensimismado por aquel nuevo hallazgo, Psique no se había percatado de que estaba siendo observado, desde muy cerca, por la fija mirada de un nuevo e impresionante desconocido. Pero no lo sería por mucho tiempo, puesto que en ese mismo instante aquel ser dijo con voz enérgica:
 
“¿Dónde crees que vas, extranjero? ¿Cómo te has atrevido a adentrarte en mis tierras? Vamos, responde”. Sin duda, aquel desconocido ser no podía ser otro que el León, pero Psique lo ignoraba, y por ello le contestó:
 
 
“¿Extranjero? -y muy sorprendido añadió- ¿qué es un extranjero? ¿soy yo un extranjero? ¿y quién eres tú? ¿acaso eres un Carnero?”
 
Aquella ingenuidad era demasiado infantil para el noble León, el cual, alisando con su garra su hermosa melena, no pudo o, más bien, no quiso evitar que una fuerte carcajada saliese de su garganta.
 
“¡Jo, Jo, Jo!... ¿Me puedes decir de dónde vienes? ¿Es que acabas de nacer?”
 
“¿Cómo lo has podido saber? Es cierto lo que dices, pues me siento como si el encuentro con el Carnero me hubiera contagiado con su vitalidad. ¿Acaso tú eres un Carnero? -y volvió a repetir-. Dime, ¿eres un Carnero? Tal vez puedas ayudarme; me dirijo en busca del León. ¿Tú le conoces?”
 
"Que si le conozco, dices. Claro que lo conozco. ¿Quién no conoce al rey de la naturaleza? ¡Yo soy el León!”
Y diciendo esto, el León mostró su ancho pecho, levantó aún más su erguida cabeza y se paseó justo delante de Psique con talante de magnanimidad y realeza.
 
Poco le faltó a Psique para saltar de alegría al conocer al León, y sin dejar de dar muestra de su entusiasmo, le dijo a su recién conocido: 

“Debo dar gracias a la providencia por haberme guiado hacia ti. Espero que me reveles cuál es tu Sentencia. He venido desde muy lejos para reunir las tres Sentencias del Espíritu Viviente, aquí en las Tierras de Fuego. Dime, León, ¿cuál es la tuya?”
 
“¿De qué estás hablando, acaso no tienes ojos en la cara? ¿Acaso conoces a alguien más poderoso que yo? ¿Acaso no sabes ver en mí al rey de la creación? Aquí soy yo el que manda y ordena, y todos respetan los principios que establezco. ¿Tienes tú algo que oponer? -retó con altanería el majestuoso León-“.
 
“No, en verdad es que por muchas vueltas que le doy... pero, dime,
¿Acaso eres Dios?”
 
“¡Humm...! -gruñó enfadado el León-, no me tomas el pelo, ¿verdad?”
 
“El pelo, ¿qué pelo? ¿Cómo puedo tomarte el pelo, si estás tan lejos de mí? Tal vez si te acercas un poco y te hace ilusión…”
 
“¡Bueno, basta ya! Contestando a tu anterior pregunta, te diré que no soy un Dios, pero sí soy su imitador, ¿entiendes? Soy generoso como el Sol y mis hazañas son conocidas por todos, bueno, excepto por ti. Pero ahora ya me conoces, y como me siento generoso, dejaré que me pidas lo que quieras”.
 
"He venido hasta aquí en busca de tu sentencia. Si fueses tan amable…” 
 
“Está bien, joven. Ya veo que eres testarudo. Mi Sentencia es esta: iSiente la vida intensamente y trata de crear imitando a tu Creador!”
 
“¿Qué debo hacer para sentir la Vida con intensidad, León? -preguntó Psique preocupado-“.
 
Haz igual que yo. Siéntete el rey de la creación y no te permitas hacer nada que vaya en contra de tu corazón”.
 
“De mi corazón, ¿qué es el corazón?”
 
¡Cómo! ¿No sabes qué es el corazón? El corazón es la fuente que nos permite la vida. Es el Sol que nos alumbra, y es el centro del sublime amor. Ven, pon tu mano en mi pecho y comprobarás por ti mismo qué es el corazón”.
 
Y fue Psique a posar su mano diestra en el pecho del León, cuando en ese justo momento un rayo luminoso recorrió todo su cuerpo, y un nuevo ritmo comenzó a latir en su pecho, el cual desde ese momento se fundió en un profundo y misterioso secreto. Se trataba de una voz desconocida, que desde aquella morada le hablaba con intensa pasión.
 
Con aquella Sentencia que había culminado en una mágica experiencia, Psique se despidió del León, aunque sabía que jamás lo podría olvidar, y que algo de él siempre le acompañaría.
 
El joven e intrépido buscador experimentaba una alegría especial y festejaba con júbilo el poder contar con la simpatía de sus dos conocidos, el Carnero y el León. Detuvo sus pasos solo un momento y se dijo:
 
“Ahora soy afortunado, pues poseo la Vida que ha despertado en mí el Carnero y una voz que desde mi pecho me invita a vivir. Siendo así, ¿qué estoy esperando? -y diciendo esto, corrió embriagado por el entusiasmo, y corrió más y más, hasta que algo inaudito ocurrió, algo que le dejó perplejo y maravillado-“.


...continuará

lunes, 10 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique

Cuando comencé a escribir esta narración, tan sólo un objetivo me guiaba: ser capaz de trasladar, de un modo simbólico, imaginativo y creativo, el Lenguaje Inicial de los Signos del Zodíaco, de tal manera que pudiera conquistar el corazón y la mente de los pequeños y no tan pequeños, claro.

En forma de cuento, ese marco propicio para que la creatividad se pronuncie pretendió dar vida a un personaje cuya misión no será otra que adquirir la capacidad creadora para la cual se llama el Espíritu Viviente. 

Psique, representante del Alma Humana, deberá adentrarse en una aventura en la cual irá perdiendo su inocencia primigenia para al final, convertirse en un ser poderoso y humilde.

En cuatro capítulos se recoge el recorrido de Psique, el protagonista, por las diferentes Moradas, donde, ineludiblemente, se irá encontrando con cada uno de los actores cósmicos que forman la rueda zodiacal.

Se trata de una narrativa que inicia al lector en el conocimiento básico de los arquetipos celestes. Desde aquí te invitamos a caminar junto a Psique y conquistar, etapa tras etapa, el conocimiento mágico que nos aporta el saber ancestral de la astrología.



Capítulo I "Las Tierras de Fuego de Kether"

Allá, en la Gran Ciudad Sagrada y contorneando los confines del Universo, mora, en armonía con el latir cósmico, un poderoso y magno Ser, que junto a los Siete Espíritus ante el Trono, gobierna en Justicia aquel vasto Reino.
 
La Gran Ciudad es en verdad una ofrenda de los Dioses, pues es tanta la belleza y grandeza de sus tierras, que ni los sueños más atrevidos e inspirados pueden comparársele.
 
En esa felicidad contagiosa crece con igual hermosura y plenitud el joven y apuesto Psique, el heredero legítimo del sabio Mentor. Por las venas del joven Príncipe corre la sangre noble y pura del Magno Rey. Por este motivo, los Siete Espíritus ante el Trono redactaban en aquella mañana la gran Herencia Real, en la que se disponía por Voluntad Superior que Psique, hijo primogénito de Mentor, sería reconocido como legítimo heredero del Trono, pero no sin antes... bueno, tal vez prefieras ver por ti mismo lo que sucede en la Sala de los Tribunos, donde el destino de las nuevas Eras se está fraguando...
 
“Amado Rey: Hemos recibido noticias de Saturno, embajador de las tierras sagradas de Binah. Mercurio, su fiel servidor, nos ha dejado este mensaje que, como sabéis, ha sido forjado por la Fragua del Tiempo”.
 
El más anciano de los Siete Espíritus ante el Trono ocupó la atención de Mentor, el cual se mostró muy interesado por el contenido de aquel enviado.
 
“Continuad, os lo ruego -expresó, ligeramente entusiasmado el Rey-“.
 
“Poned atención, pues esta es la Voz de Binah:
 
¡Mentor, que la dicha te acompañe! He abierto el Gran Manuscrito, donde el sello de la alianza fija el destino de los seres. Ha llegado la hora en que Psique, tu hijo y heredero, afronte la suprema prueba que ha de consagrarle como el nuevo Rey de la Ciudad Sagrada. Como bien conoces, esta Iniciación consiste en reunir las Doce Sentencias Ocultas y, para ello, deberá abandonar su original morada y viajar hasta encontrar las Puertas Misteriosas de lo Esencial. Allí será donde el destino lo aguarda.
¡Sabio Mentor, quedad en paz!”
 
Así terminaba aquel mensaje, que sin duda quedó bien archivado por Mentor, el cual, al tiempo que daba las gracias a sus fieles consejeros, requería la presencia de su amado hijo.
 
“Gracias fieles Consejeros. Os estoy muy agradecido, pero ahora retiraos y os lo ruego, comunicad a Psique que le aguardo en mis aposentos”.
 
No tardaría en cumplirse aquel deseo, y veloz como el viento, Psique buscó un tanto inquieto a su Padre y Rey, pues intuía que algo importante estaba ocurriendo.
 
“¿Me habéis llamado, padre? -saludó Psique con su habitual inocencia- “.
 
“Sí, querido hijo, así ha sido. Pero ven, acércate y toma asiento a mi lado, pues debo comunicarte algo muy importante y quisiera por ello que estés muy atento”.
 
“¿De qué se trata, amado padre? -Interrogó el joven un tanto impresionado- “.
 
“Al llevar mi sangre en tus venas, y al haber sido creado de mi misma esencia, llevas inscrito en todo tu ser mis poderes, pero aún no puedes hacer uso de ellos debido a que no tienes la llave que te permitirá conseguirlo. Esa llave se encuentra en poder del Gran Arcano Mayor, cuyo misterio, al serte revelado, te permitirá conocerte a ti mismo. No lo olvides. Para poder heredar el Trono de la Ciudad Sagrada, es preciso que antes consigas el Saber Oculto del Gran Arcano. Ve ahora, hijo, no pierdas más tiempo y, mientras tanto, yo velaré tus pasos, aunque no podré ayudarte en la conquista de tu propio autoconocimiento, pues ese Sendero tú mismo debes ganarlo”.
 
“Pero padre, antes de mi marcha, decidme, ¿hacia dónde he de orientar mis pasos?”
 
Las palabras del sabio Mentor habían despertado el espíritu intrépido del joven Psique, el cual, guiado por la asombrosa aventura que le aguardaba, buscó en su amado padre un último consejo.
 
"Cuatro largos viajes deberás afrontar. Debes dirigirte hacia las tierras de Fuego de Kether. Allí deberás reunir las tres Sentencias del Espíritu Viviente. Busca al Carnero, al León y al Centauro Arquero. Al primero lo reconocerás por su osadía, al segundo, por su lealtad y nobleza, y al tercero, por su sabiduría y justicia.
 
Cuando hayas culminado esa primera etapa, dirígete entonces a la morada de Hochmah, y no olvides que en ella habrás de saciar tu propia sed, pues deberás reunir las tres Sentencias del Alma. Busca sin demora al Cangrejo, al Escorpión y a los Peces, y cuando los hayas encontrado, los reconocerás gracias a la devoción y emotividad del primero, a la combatividad y determinación del segundo y a la compasión del tercero.
 
No desfallezcas y sigue tu búsqueda. Cuando llegues a este peldaño, habrás cubierto la mitad del recorrido. Después dirige tu mirada hacia la luminosidad etérea del Reino de Binah. Allí te aguardan las tres Sentencias del Pensamiento. Deberás armarte de paciencia. Estudia, estudia y medita, hasta que encuentres el punto fiel de la balanza anunciadora del equilibrio y la armonía, hasta que descubras al Aguador, que derramando sus Aguas Creadoras fecunda la vida con el soplo del Amor Universal, y hasta que, por último, encuentres a los Gemelos, que gracias a su dualidad dispersan la Verdad del Cielo y de la Tierra.
 
Pero tu empresa no alcanzará su final hasta que no hayas reunido las tres Sentencias del Cuerpo Viviente. Las tierras de Hesed te aguardan y en ellas hallarás tu recompensa. No te embriagues con el licor de la dicha pasajera, cuando tus pies se fundan con esas tierras, y sigue buscando hasta que encuentres a la Cabra Montes, al Toro Sagrado y, por último, a la Virgen de las Cosechas.
 
Largo es tu recorrido, hijo, pero has de saber que en tus venas arde la sangre de las Altas Esferas. Busca y sé sabio, pues tu Gran Iniciación te espera”.
 
El joven Psique quedó enmudecido y profundamente intrigado. Jamás su padre le había hablado anteriormente de que en su sendero le aguardaran aquellas extrañas experiencias. Si lo hubiese sabido, se habría preparado -pensó el recién aspirante-
 
Sin poder alejar de sus pensamientos las palabras -algunas tan misteriosas-, que su padre le había dirigido, Psique se inquietaba con la preocupación de no saber qué hacer con tantos enigmas.
Pero, dejándose aconsejar por su único compañero -la intuición-, dirigió su mirada hacia los confines del horizonte y allí, donde las sombras perdían su poder, vio emanar una luz resplandeciente que, casi imperceptiblemente, parecía querer llamar su atención. Y así se lo pareció, pues se dijo:
 
“Bien, ¿a qué esperar más? Queridos pies, llevadme hasta las tierras ígneas de Kether, pues allí me aguarda el Carnero, el León y el Centauro Arquero”.
 
Y tal como lo dijo, así lo hizo. Anduvo, anduvo sin desfallecer ni un momento y al final de una de tantas noches, después de la habitual visita al mundo de los sueños, Psique fue sorprendido por un fuerte alboroto. Inquietado por aquella novedad, buscó con ansiedad el motivo de aquella algarabía, siendo entonces cuando descubrió a un desconocido ser, diferente, muy diferente a él.

Acercándose, le dijo:

“Hola, ser extraño, me llamo Psique, hijo de Mentor, el gran sabio de la Ciudad Sagrada. Creo que me he perdido y he pensado que tal vez me pudieras ayudar. Estoy buscando al Carnero, al León y al Centauro Arquero. ¿Acaso sabrías decirme dónde puedo encontrarlos?”
 
Aquel desconocido ser mostró su perplejidad, pues él era el Carnero.
 
“Y, ¿cómo es el Carnero? -le replicó el desconocido a Psique- “.
 
“Pues no sabría contestarte. En verdad nunca he visto a un Carnero, pero debo reconocerle por su osadía -añadió alegremente el joven-“.
 
 
“Estás de suerte, pues Yo Soy el Carnero que buscas. Pero, dime, ¿qué deseas de mí?”
 
La dichosa fortuna me acompaña sin duda. Dime Carnero, ¿qué sentencia puedes ofrecerme? -expresó el valeroso aspirante- “.
 
“¡Sentencia, dices! ¿Acaso ves en mí algo especial? -le dijo, sin salir de su asombro-“.
 
“Pues en verdad no puedo contestarte, ya que no te conozco. Tal vez si me dijeras qué es lo que haces, quizás juntos podamos descifrar tu Sentencia”.
 
"Yo soy el más importante de mis hermanos. Ninguno puede igualar mis cualidades. Soy el que guía los rebaños hacia los pastos verdes y el que descubre nuevas tierras donde pastar. Con el brío de mi cabeza y con la bravura de mis iniciativas, soy capaz de defender a mis hijos de cualquier fiera salvaje que intente poner fin a sus vidas”.
 
“Pero, dime, amigo Carnero, ¿acaso no conoces el miedo? -preguntó con ansiedad Psique-“.
 
“El miedo, ¿qué es el miedo? Dentro de mí hay una fuerza poderosa semejante a la fuerza rejuvenecedora del amanecer. Nada me ata a la tierra. Me siento libre y por ello, cada mañana, guío mi rebaño hacia nuevas tierras”.
 
“Hermoso y difícil es tu trabajo, amigo Carnero -le dijo muy entusiasmado Psique-, pero, aún tengo una duda, ¿cómo se llama el dueño de tu fuerza interna?”
 
“Ahora conozco mi Sentencia. Gracias a tu búsqueda he reconocido la verdad que encierra mi existencia. La fuerza que anida en mi cuerpo es la Vida - expresó el Camero muy satisfecho- “.
 
“¿La vida? -preguntó emocionado el joven-“.
 
“En efecto. Yo represento al Espíritu de la Vida, que, al igual que cada amanecer, fluye con vitalidad, energía e inocencia. He aquí,pues, mi  sentencia: ¡El Espíritu es la verdadera Vida!”.
 
“Gracias, amigo Camero. Gracias por haberme permitido nacer en mí mismo”.
 
Y de este modo, fue como Psique, profundamente animado, decidió seguir sus pasos en busca de su segunda Sentencia. Pero ahora ya tenía una razón por la cual continuar su marcha. Había descubierto su propia esencia.