En el Gran Libro de los Misterios, donde se recoge fielmente el paso de los tiempos, está escrito, en letras de oro, una hermosa leyenda que sucedió hace ya muchos, muchos años, tantos que su recuerdo se funde en el acontecer de los días. Dejad que os cuente, lo que mis ojos pudieron leer, afortunadamente, en ese Manuscrito Sagrado...
Sucedía entonces, el segundo Día Cósmico, y los obreros trabajaban infatigables en la construcción de un majestuoso templo. Debían darse prisa, pues era voluntad del rey, el Supremo Kether, que su hijo Jeliel, el más diestro y hábil de los guerreros, se desposara, en la magia del secreto, con la adorable Hochmah, princesa de la Luz.
Y así sería, pues al cabo de dos lunas, Jeliel y Hochmah se desposaron, sellando su unión con un ritual mágico inspirado por los Dioses en la emanación de una nueva esencia llamada Amor.
Kether, el viejo y noble soberano, dejó, feliz, su reino en manos de su hijo, y buscó la paz de sus últimos días en el cobijo de la meditación, retirándose en la soledad que le ofrecía el templo. Desde entonces, seria Jeliel quien gobernaría junto a su hermosa y sabia esposa Hochmah.
Kehoch, la ciudad oculta, daba cobijo a un pueblo habitado por almas impetuosas, enérgicas y ardientes, bregados en el arte de colonizar, y por ello sus hombres eran expertos guías y magníficos aventureros.
Pero los tiempos habían cambiado y tras muchos años de ir de acá para allá, una parte del pueblo se sintió cansado, y ello les llevó a solicitar una audiencia con el monarca.
- He sido informado ampliamente por los Consejeros, de vuestra voluntad de no querer emprender nuevas aventuras, y no puedo evitar mostrar mi descontento. Sabéis que aún quedan nuevas tierras por conquistar, nuevos horizontes sin explorar, y me pedís que renuncie a hacerlo. ¿Cómo podéis explicarme esto? -les refirió Jeliel muy enojado-.
- Majestad, durantes años hemos trabajado incansables para vuestro Padre, el Gran Kether, y las fronteras de Kehoch casi no tienen límites. Vuestro poder gobierna sobre todas las tierras, y sin embargo, ¿quién las habita?. No tenemos tiempo. Cuando las conquistamos, nos vemos obligados a abandonarlas para conquistar otras nuevas. Sabed que nuestra voluntad se siente llamada a echar raíces. Hemos sentido una voz interior que nos habla y nos dice: uniros como vuestro rey y vuestra reina se han unido, y hacedlo en el templo, bajo la magia del secreto.
Esas fueron las palabras de un pueblo que sentía que algo importante había cambiado en sus vidas.
- ¡No!, no puedo permitir esa locura -gritó con ira Jeliel-.
Pero aquella respuesta llevaba en ella la semilla de la división, pues su esposa Hochmah se sentía atraída por la misma voz que hablaba a su pueblo, y el rey no queriendo romper sus compromisos, decidió abandonarla.
Cuando la noticia fue conocida por los fieles hombres del reino, no pudieron evitar sentir en su pecho una profunda rabia.
- Sí, debemos hacerlo -acompañaron otros muchos en el mismo tono-.
El palacio se vio asediado por los mismos hombres que un día lo habían custodiado. El pueblo se había levantado contra la voluntad y el sometimiento del rey tirano. Sin embargo, Jeliel llevaba sangre divina en sus venas y su mente recibió un rayo de luz que le hizo comprender que con su enérgico comportamiento se estaba oponiendo a la Voluntad Divina.
Aquella Luz le hizo evidenciar el poder de la Nueva Esencia , el Amor. Desde entonces, su voluntad no fue otra que la de compartirlo con su esposa y su pueblo.
Fin
es exactamente como soy,por eso que estoy siempre en busca del amor?
ResponderEliminarme gustaría saber de dónde vienen esos cuentos? ¿cuál es la referencia bibliográfica de ellos?
ResponderEliminarQue bueno adquirir este conocimiento de mi ángel de la guarda y su reina de luz.
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