ANUNCIO DE LA TRAICIÓN
17 Llegada la tarde, vino con los doce, 18 y, recostados y comiendo, dijo Jesús: en verdad os digo que uno de vosotros me entregará; uno que come conmigo.
19 Comenzaron a entristecerse y a decirle uno en pos de otro: ¿soy yo? 20 El les dijo: Uno de los doce, el que moje conmigo en el plato, 21 pues el Hijo del hombre se va, según de Él está escrito; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado! Mejor le fuera a ese hombre no haber nacido.
Es indudable que intentar comprender literalmente este pasaje, nos llevaría a muchas contradicciones. No podemos estar viendo a un Jesús piadoso, reflexivo y sobre todo misericordioso, y al poco tiempo, interpretarlo como critico, y amenazante. Él, que había vencido las tentaciones diabólicas de su propia naturaleza emocional, Él, que sabia y conocía su misión redentora, que sabia su propio fin, que se había rodeado de las Doce Fuerzas Constituyentes, y sabía desde el principio que una de ellas sería utilizada para hacer su papel, dramático e ingrato papel, ¿cómo ahora iba a juzgar tan violentamente a aquel que debía entregarle?
Una vez más, debemos orientar el contenido de estas enseñanzas a nuestro interior, pues son guiones que han de escenificar secuencias donde la principal protagonista es la consciencia. El cronista nos sitúa directamente en escena, dando vida a la actitud que se adopta en la dinámica de Tauro y que le es característica: “recostados y comiendo”. Con ello, nos describe la disposición pasiva y asimiladora que se protagoniza en el signo fijo de Tauro.
Llegado este punto de encuentro con nuestra divinidad interna, con la que vamos a compartir el alimento espiritual, debemos mostrarnos con paz interior, no podemos estar agitados de un lado para otro, con mil asuntos por resolver. No, no es esa la situación que debemos adoptar. Busquemos un lugar elevado anímicamente hablando; una sala cómoda, y una vez instalados y cómodos -paz-, comamos con el Maestro, alimentémonos del amor.
Pasemos revista a nuestra naturaleza emocional, a nuestras acciones y busquemos todo lo bueno que hay en ella. Alimentémonos de esos “cuerpos”. Cuando estemos en ese momento de éxtasis profundo, debemos no quedar eternamente en él (es algo que suele ocurrirnos en Tauro). Hemos de estar despiertos, y nuestro amor nos dirá: “debo ser compartido con aquellos que no saben de mi. Ellos están tan apegados al mundo de las formas, al mundo material, tan escasos de amor, que sus almas peligran con quedar prisioneras para siempre en el mundo del rigor y del dolor”.
Cuando ese estado anímico llamado Amor, nos anuncia que debe morir para que su muerte libere a cuantos estén faltos de él, nos movilizaremos, pues ese acto de muerte nos supondrá un gran sacrificio. Dejaremos de sentirnos los privilegiados, tal vez habíamos puesto nuestro orgullo en ello, y la muerte de ese amor, nos lleve a ser humillados y avergonzados. ¿Estaremos preparados para aceptarlo?
¿Quién de nosotros le ha de entregar? ¿Qué tendencia es la que hará que el amor deje de estar con nosotros comiendo y bebiendo para siempre?
Si así pensamos, no habremos comprendido en absoluto la obra que moviliza a Jesús. Ese amor había nacido para que Todos los Hombres de la Tierra , todos y absolutamente todos, se alimentaran de Él y crecieran con su fuerza.
Cáncer |
La frustración que Jesús señala en la parte ultima de este pasaje, se debe a un propósito educativo. El quiere enseñarnos, que el hecho de tener que morir para despertar las consciencias de los hombres es un proceso que forma parte del antiguo mundo al que Él viene a poner fin, a trascender. El hombre viejo, ya lo hemos visto, aprende por la vía de la experiencia; el hombre Nuevo debe aprender por otra vía, pues de lo contrario no alcanzaría jamás la Liberación.
Nosotros debemos dar ese importante avance; debemos aprender a amar como Cristo nos enseña en este pasaje: “debemos estar dispuestos a aceptar nuestra cruz, esa cruz constituida por los Cuatro Elementos -Fuego, Agua, Aire y Tierra-. Recordemos el mandato Crístico, que nos exhortaba: “toma tu cruz y sígueme”. Pero no veamos en ello una invitación al sufrimiento, sino a la Comunión , al logro de esa conquista de unificación que nos lleva a la Liberación. Morir en nuestra cruz, debemos interpretarlo como consumar el Trabajo que tenemos encomendado de divinizar la materia, de tomar consciencia de nuestro estado divino. El amor es una energía que forma parte de nosotros, no se trata de que tengamos que ir a buscarlo fuera. No, ese amor ya forma parte de nuestro ser integral. Siempre ha formado parte de nosotros. La muerte del Maestro ha de enseñarnos que ese Amor que nos da la Vida , debe dar ahora la vida por los demás para que crezca en ellos. No se trata de que tengamos que perder el vehículo material a través del cual podemos expresar nuestros valores. Lo que en verdad debe morir es nuestro apego a él, a los sentidos físicos que nos mantienen dormidos, y re-nacer en Espíritu. Descubrámoslo por vía interna. Recostémonos y comamos de él.
Si hemos seguido a Cristo hasta este peldaño, y aun seguimos con el propósito de entregarle, es que no hemos comprendido su misión, y le obligamos a ser “prendido” y entregado por nuestra naturaleza emocional. Entonces mejor le fuera a ese hombre-Cáncer no haber nacido; es decir, mejor que no hubiésemos puesto en circulación con nuestra voluntad un nuevo deseo egoísta que va en contra del deseo universal y liberador.
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