LA UNCION DE BETANIA
3 Hallándose en
Betania, en casa de Simón el leproso, cuando estaba recostado a la mesa, vino
una mujer trayendo un vaso de alabastro lleno de un ungüento de nardo auténtico
de gran valor y rompiendo el vaso de alabastro, se lo derramó sobre la cabeza.
4 Había algunos que, indignados, se decían unos a otros: ¿Para qué se ha hecho
este derroche de un ungüento? 5 Porque pudo venderse en más de trescientos
denarios y darlo a los pobres. Y murmuraban de ella. 6 Jesús dijo: Dejadla;
¿por qué la molestáis? Una buena obra es la que ha hecho conmigo: 7 porque
pobres siempre los tenéis con vosotros, y cuando queráis podéis hacerles bien;
pero a mi no siempre me tenéis 8 Ha hecho lo que ha podido, anticipándose a
ungir mi cuerpo para la sepultura. 9 En verdad os digo: dondequiera que se
predique el Evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que esta ha hecho,
para memoria de ella.
Es un momento hermoso,
es una hora crucial. Nos encontramos en Betania, en casa de Simón el leproso. ¿Qué
significado encierra, Betania? Si acudimos al conocimiento cabalístico, como
otras veces hemos hecho, y analizamos las letras sagradas que forman el nombre,
tendremos un primer acercamiento a su mensaje. Betania, en su división en
consonantes, esta constituida por el Beith, el Tau y el Noun. La raíz
Beith-Tau, nos sugiere un grado de vibración elevado de las Fuerzas vivas del
Amor; un estado de sublimación del amor, el cual se encuentra maduro y fértil.
Como consecuencia de esto, aparece la culminación del proceso, centrada en el
Noun, letra-fuerza que nos invita a pensar precisamente en el signo de Tauro,
pues zodiacalmente está bajo su regencia. Diremos pues, que Betania es una
tierra de fertilidad en el más amplio sentido de la palabra. Es el símbolo de
la naturaleza, concentrando el poder del amor maduro, la naturaleza como fuente
de sabiduría. A esta conclusión podemos llegar por otra vía, por el uso de la
numerología.
Si aplicamos sus
correspondientes cifras a cada una de las tres letras que componen el nombre de
Betania, obtendremos los siguiente: Beith=2; Tav=400; Noun=50, que sumados
todos, dan la cantidad de 11, lo que nos lleva de nuevo al signo de Tauro, ya
que este, es el lugar que ocupa en el zodiaco constituyente, en el que se
disponen por manifestación de Elementos dentro del proceso creativo: Fuego,
Agua, Aire y Tierra. Por lo tanto, Betania es la tierra de Tauro, la tierra de
las riquezas, la tierra en la que debemos crecer y multiplicarnos, en la que debemos
extendernos y ofrecer nuestros excedentes, como el árbol ofrece sus frutos para
alimentar al caminante exhausto y hambriento.
Tauro nos invita a
hacer uso de nuestras riquezas, de aquellas esencias que, a base de
concentrarse, se han convertido en nuestros valores mas preciados; al igual
como ocurre con el aroma de las flores, que concentran el amor y la sabiduría
de la madre naturaleza; como el perfume que se expande en el Templo cuando
ofrecemos nuestras plegarias. De este modo, en Tauro, debemos estar dispuestos
a utilizar nuestras conservas.
¿Cómo actuamos
verdaderamente en este envite de la vida? ¿Qué hacemos con nuestras riquezas?
¿Qué uso damos a lo que poseemos? Esta cuestión, como otras muchas de igual
trascendencia, no puede contestarla nadie por nosotros. No podemos juzgar el
uso que están dando a lo que tienen, este, ese o aquel. No, no podemos insistir
en nuestro permanente error de ver el fallo en los demás y no en nosotros
mismos. Ya es hora de que dejemos de vender nuestros “ungüentos” por 300
denarios, que es justo el precio que obtendremos si los “derramamos” con ánimo
de sacar provecho de ello. Ese precio, 300, está sujeto al mundo del hombre
antiguo, es el precio del rigor, el precio del aprendizaje vía externa.
Hagamos caso a Jesús-Cristo.
Escuchemos su voz cálida y templada que penetra en nuestros oídos y nos dice:
¡Dejadla! Dejad que esa mujer, ese impulso emocional, derrame sus valores más
preciados sobre mi, pues yo soy el amor, soy el perdón y la misericordia...
¡dejadla! pues, con su acción, está reconociendo que nada hay de más valor en
su vida que aquel que es el motor de la verdadera y única esencia, la del Amor.
Puede ocurrirnos
cualquier día, en nuestra vida, que esta “mujer” nos rocíe con sus ungüentos;
es una sensación de bienestar interior que nos lleva a experimentar una paz
profunda, y la satisfacción de saber que estamos siendo protegidos por un Ser
de incalculable sabiduría, ese mismo Ser al que debemos la vida, al que debemos
cada aliento de nuestra existencia.
Aquellos que se asomen
a la naturaleza con un espíritu de unión, habrán sentido reconocer, en sus
innumerables rostros, la expresión generosa de esa mujer que, embriagada de
amor, tuvo el valor de derramar sus ungüentos sobre la cabeza del Hijo del hombre.
La Madre Natura, desplegándose en su esplendorosa manifestación, vela día y
noche sin cesar, para que todos y cada uno de sus hijos reciban su parte de
alimento. Sin embargo, nosotros, aquellos que hemos sido incapaces de valorar,
de comprender su entrega, le arrebatamos de las manos ese tarro de ungüentos,
le arrebatamos sus árboles, le contaminamos sus aguas, le quemamos sus tierras,
y le causamos profundas heridas a su coraza protectora... y todo, por
trescientos denarios.
Un día fuimos parte de ella,
nacimos en ella y con ella pero, cuando hemos crecido, nos hemos olvidado de
que somos parte inseparable de su esencia; hemos olvidado que el dolor que le
estamos causando será nuestro propio dolor.
No es casual que
hayamos querido ver en la naturaleza, el obrar de la mujer que derrama sus
riquezas sobre Jesús. Esa mujer, esa naturaleza, está vibrando en la misma
sintonía espiritual, la de Tauro.
El mundo que entre
todos hemos construido es una copia falsa de la realidad que deberíamos haber
edificado. La causa de nuestro error se resume, maravillosamente, en este
hermoso pasaje. Es la historia de nuestra propia existencia. Tenemos a nuestra
disposición la energía llamada amor. Esta penetra en nuestro hogar, se sienta
en nuestra mesa y sin embargo, a la hora de servirle, decimos: ¡alto!, no
malgastemos nuestros medios en algo insignificante. Saquémosle partido. ¿Vamos
acaso a enseñar gratis? Si sabemos lo que sabemos, pongámosle precio. ¿Vamos
acaso a dar nuestro amor, así sin más? El que quiera recibir mi amor, que de
algo a cambio. O tal vez, ¿voy a entregar mi tiempo en ayudar a los que nada
tienen, a los que se están muriendo de hambre, a los que son víctimas de la
guerra, a nuestro vecino que esta necesitado de ayuda y no puede pagarme? ¡Que
no se hubieran metido en líos!
En cambio, cuando
actuamos como esa mujer, dando lo mejor que tenemos; cuando veamos que la vida
nos ofrece la oportunidad de realizar una obra en nombre del amor, entonces,
donde quiera que se predique el Evangelio, es decir, donde quiera que se hable
de amor, se recordará aquella acción, pues no puede ser de otro modo, pues ese
es el único modo de obrar: DAR, SIN ESPERAR NADA A CAMBIO.
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