ULTIMA REFLEXIÓN
Con este capítulo final, mi
propósito es simplificar el entendimiento de todos los procesos astrológicos
que hemos descritos a lo largo de este estudio. Soy consciente de la dificultad
que puede encontrar en lector a la hora de comprender los mensajes que he
tratado de transmitir, haciendo uso de los Mándalas Astrales. Es por ello, que
no podemos poner fin a esta obra sin antes llevar a cabo una síntesis que,
agrupando todos los elementos, puedan ser mejor asimilados.
Es evidente, que para muchos
habrá supuesto un reto para sus fijaciones mentales, el aceptar que un cuento
de hadas, pueda convertirse en una extensa lección de astrología. La gran
mayoría de nosotros, hasta ahora, espero, veíamos en las narraciones
infantiles, tan sólo el deseo por parte del autor de dar vida a una lectura que
entretuviese a los pequeños o cuanto más, una lectura didáctica que persigue como
fin el hacer llegar al niño el contenido de mensaje moral.
Sin embargo, este estudio
viene a ampliar esa limitada visión sobre el verdadero propósito de los cuentos
de hadas. Yo me hice en su momento la siguiente pregunta, ¿para quién va
dirigido los cuentos de hadas?, y si en una primera impresión, me dije, que
indudablemente estaban orientados a la educación del niño, hoy puedo decir, que
estaba equivocado, pues en verdad, he podido descubrir cómo esas narraciones
están expresando verdades eternas que van dirigidas hacia nuestros valores
imperecederos, estos son, los valores del espíritu en sus diferentes
manifestaciones, bien como un ser emocional-psíquico, como un ser racional-mental
o un como un ser físico-material.
El cuento de la Bella y la Bestia,
debemos analizarlo con esa visión. El niño, infantil, aprenderá inconscientemente,
cómo el error y la indisciplina nos llevan a convertirnos en seres horribles, e
integrará en su código moral, inconsciente, que la Bestia no es tan horrible
como la pintan y que el mal se convierte en bien, cuando no se rechaza y
abandona.
Para el adolescente, la
identificación con esta historia será más intensa y mucho más consciente. De
hecho, un estudio psicológico de ella, nos muestra el tránsito de la niñez a la
adolescencia; el despertar y madurez del lívido humano, de la energía sexual y
creadora. La edad en la que se activa el Cuerpo de Deseos, a los catorce años,
toda alma sufre el impacto de las emociones con tanta intensidad que
protagoniza el despertar de los poderes del deseo, los cuales, nos llevan a
convertirnos en seres egoístas, nos separamos de la guía de nuestros Padres,
nos creemos diferentes, nos dividimos, nos emancipamos con el propósito de
buscar el desarrollo de nuestra propia vida, buscamos, anticipadamente,
satisfacer la naturaleza pasional que agita nuestro corazón y que nos incita a
satisfacerla a través del goce sexual.
Al igual como el Príncipe,
todos somos herederos del “reino” y de las potencialidades que hemos heredados
de nuestros Padres. Todos somos seres espirituales y portadores de las energías
divinas en estado potencial. De nosotros depende el uso que hagamos de ellas.
Podemos obrar con inmadurez, como lo hizo el Príncipe, y entonces buscar el
amor tan sólo en la belleza externa. Cuando así obramos, podemos estar seguros
de que acabamos de convertirnos en el protagonista del cuento, y no tardaremos
en caer en manos de un hechizo -situación temporal-, que nos transformará en Bestia.
Lo sucedido al Príncipe, no
es algo eventual, sino eterno. ¿Qué quiero decir con ello? Me estoy refiriendo
a la huella imborrable que todos los procesos creativos siguen, y el hombre
como parte de ellos, protagoniza. Cuando Elohim-Dios, se dispuso para crear de
sí mismo un universo donde permitiría la evolución a una serie de Oleadas de Vida,
fueron los Zodiacales –Entidades Espirituales de un nivel superior-, dispuestos
en 4 Elementos Básicos, los que le ofrecieron, desinteresadamente, los “materiales”
para que construyera su Gran Obra.
De tal modo, que El
Arquitecto Constructor tuvo que disponerlo Todo para adaptarse a esas Energías,
teniendo en cuenta de que sus vibraciones al ser superiores a las del propio
hacedor, exigía un proceso de adaptación. Cuenta la Tradición Cabalística, que
formando parte de los Elementos, se encontraba en estado potencial el Fuego, el
Agua, el Aire y la Tierra, y que mientras con el Fuego, Elohim-Dios, encontró
la Unidad y la Luz, con el Agua, encontró la División y la Oscuridad.
No vamos a narrar aquí todo
el proceso del génesis del universo, pues ocuparía un espacio excesivo y
nuestro propósito es otro, pero sí diremos, que fue a partir del Segundo Día de
la Creación, cuando Elohim tuvo que separar las Aguas, estableciendo Aguas Superiores,
a la que llamó Cielo y Aguas Inferiores a las que llamó Abismo. Este acto se
estableció como una fase de todo proceso creativo, el hacer frente a la
división.
Si hemos entendido este proceso
espiritual, estaremos en condiciones de comprender lo ocurrido a nuestro héroe,
al Príncipe. El con su fracaso existencial, viene a recordarnos, bien
consciente o inconscientemente, la recapitulación que hacemos en nuestro
crecimiento humano, del Segundo Día de la Creación, proceso evolutivo que se
activa precisamente con la adquisición del Cuerpo de Deseo –adolescencia-, y en
general, cada vez que movilicemos nuestros deseos con fines materiales.
El proceso de perfección
tiene dos grandes fases, la Involutiva y la Evolutiva. En la primera, el
propósito es adquirir conciencia de nuestros poderes latentes a nivel material,
y para ello, orientamos nuestros pasos hacia el mundo que nos descubre los
sentidos físicos, el mundo material.
En la segunda, la Evolutiva,
el alma cargada y enriquecida de las experiencias sostenidas en el plano físico,
se espiritualiza y su objetivo es alcanzar la perfección de tus vehículos, el
físico, el emotivo y el mental.
La Bella y la Bestia, ha
dado vida a estas dos fases del proceso. Como Bestia, el Príncipe, vive
sumergido en la obscuridad de su conciencia material. Bella, a través de la
enfermedad de su Padre, vive, igualmente, prisionera de Bestia, la conciencia
material.
El ser, mientras es guiado
por la voz de sus instintos materiales, por sus sentidos, tiene la consciencia
dividida, de tal modo, que se siente diferente y dividido de los demás.
A nivel psicológico, esa
separación se da igualmente en el propio ser, de tal modo, que nos
identificamos con nuestros valores conscientes y rechazamos u olvidamos los
impulsos que brotan de nuestra naturaleza inconsciente. Mientras que esa separación
de conciencia se esté dando, el hombre se encontrará en el proceso de
involución y aún está lejos de alcanzar su meta, la perfección.
El cuento nos descubre,
dándonos las claves, lo que hay que hacer para alcanzar dicho Designio. El gran
trabajo lo protagoniza Bella, la representante del alma emocional, lo femenino.
En el génesis, podemos ver cómo fue a través de ese mismo representante, pero
con otro nombre, Eva, que la humanidad fracasó y tuvo que seguir su crecimiento
por otro camino, por otra vía, la del rigor. Existe una ley ocultista que nos
enseña que toda energía debe salir por la misma puerta por la que entró, y si
la aplicamos a nuestro tema, diremos, que será el alma femenina, la que perdiéndonos,
debe salvarnos o expresado de otro modo, si la división surge en el Agua -deseos,
emociones, amor-, será por el amor que debemos salvarnos.
El amor de Bella sufre una
profunda transmutación. Primero ayuda a su Padre, que como representante de la
espiritualidad estaba enfermo y perdido. Y sólo cuando decide acercarse, sin
rechazo hacia su propia naturaleza animal, hacia Bestia, es cuando se produce
la transmutación. Esa es la clave que debemos comprender. No podemos ir por el
mundo con conciencia dividida, con el sentimiento de separación, pues al igual
que Bella ama su oscuridad, reflejada en el otro, nosotros debemos amar
nuestros propios errores personificados en los temas.
Nos exhortó El Maestro,
Cristo, “amad a vuestros enemigos”, y si quisiéramos parafrasearle, diremos, “amad
a vuestra Bestia”, y cuando así lo hayamos hecho, descubriremos en ella al Príncipe,
al heredero de los poderes divinos, a nuestro verdadero Ser Interior, al Hombre-Dios.
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