miércoles, 7 de febrero de 2024

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 38

LECCIÓN 38

No hay nada que mi santidad no pueda hacer.

1. Tu santidad invierte todas las leyes del mundo. 2Está más allá de cualquier restricción de tiempo, espacio, distancia, así como de cualquier clase de límite. 3El poder de tu santidad es ilimitado porque te establece a ti como Hijo de Dios, en unión con la Mente de su Creador.

2. Mediante tu santidad el poder de Dios se pone de manifiesto. 2Mediante tu santidad el poder de Dios se vuelve accesible. 3Y no hay nada que el poder de Dios no pueda hacer. 4Tu santidad, por lo tanto, puede eliminar todo dolor, acabar con todo pesar y resolver todo problema. 5Puede hacer eso en conexión contigo o con cualquier otra persona. 6Tiene el mismo poder para ayudar a cualquiera porque su poder para salvar a cualquiera es el mismo.

3. Si tú eres santo, también lo es todo lo que Dios creó. 2Tú eres santo porque todas las cosas que Él creó son santas. 3todas las cosas que Él creó son santas porque tú eres santo. 4En los ejercicios de hoy vamos a aplicar el poder de tu santidad a cualquier clase de problema, dificultad o sufrimiento que te venga a la mente tanto si tiene que ver contigo como con otro. 5No haremos distinciones porque no hay distinciones.

4. En las cuatro sesiones de práctica más largas, que preferiblemente han de tener una duración de cinco minutos completos cada una, repite la idea de hoy, cierra los ojos, y luego escudriña tu mente en busca de cualquier sensación de pérdida o de cualquier clase de infelicidad tal como la percibas. 2Trata, en la medida de lo posible, de no hacer distinciones entre las situaciones que son difíciles para ti y las que son difíciles para otro. 3Identifica la situación específicamente, así como el nombre de la persona en cuestión. 4Usa el siguiente modelo al aplicar la idea de hoy:

5En esta situación con respecto a _____ en la que me veo envuelto, no hay nada que mi santidad no pueda hacer.
6En esta situación con respecto a _____ en la que se ve envuelto, no hay nada que mi santidad no pueda hacer.

5. De vez en cuando puedes variar este procedimiento si así lo deseas y añadir algunos de tus propios pensamientos que vengan al caso. 2Podrías, por ejemplo, incluir pensamientos tales como:

3No hay nada que mi santidad no pueda hacer porque el poder de Dios reside en ella.

4Introduce cualquier variación que quieras, pero mantén los ejercicios centrados en el tema: "No hay nada que mi santidad no pueda hacer”. 5El propósito de los ejercicios de hoy es comenzar a inculcarte la sensación de que tienes dominio sobre todas las cosas por ser quien eres.

6. En las aplicaciones cortas y más frecuentes, aplica la idea en su forma original, a no ser que surja o te venga a la mente algún problema en particular que tenga que ver contigo o con otra persona2En ese caso, usa la forma más específica.

¿Qué me enseña esta lección?

La santidad es nuestra verdadera condición, pues es el Estado de Ser que hemos heredado de nuestro Creador. Somos el santo Hijo de Dios. La Santidad de nuestro Padre nos hace legítimos herederos de Su Condición Sagrada.

Ser conscientes de nuestra santidad nos hace portadores de los Atributos Divinos, lo cual nos capacita para ponerlos de manifiesto a través de nuestra acción creadora. El Poder de Dios no tiene límites y somos portadores potenciales de ese Poder, por lo que, cuando expandimos dicha virtud, podemos poner fin a cualquier pesar, cualquier dolor, cualquier conflicto, que se haya proyectado en el mundo de la percepción.

A diferencia del ego, la toma de consciencia de la propia identidad santa, nos permite ver esa cualidad anímica en nuestros hermanos, de tal modo que podemos disolver cualquier estado de miedo, culpa o separación, los cuales dan lugar a estados de enfermedad y dolor.

La Unidad y el Amor Incondicional, atributos de nuestro Ser Santo, son como una luz que tienen el poder de disipar la oscuridad en el mundo.

Somos Maestros de Dios, pero para ejercer como tal, debemos poner nuestra mente al servicio de nuestra divinidad interna. La Santidad, lo hemos dicho más arriba, es nuestra verdadera condición, la cual se encuentra oculta por la densa niebla que el miedo proyecta ante nuestros ojos físicos. La creencia en la identidad del cuerpo, limita nuestra conciencia a una única vía de aprendizaje, la que nos aporta la percepción. Desde esa perspectiva, vemos un mundo separado y limitado por el espacio y el tiempo. El devenir de los días se traduce en un único objetivo, “sobrevivir” la vida, en vez de vivir la vida.

La sobrevivencia está caracterizada por el deseo de poseer y tener, por el deseo de competir y atacar. Es la ley del más fuerte. Se trata de una senda angosta y repleta de obstáculos que nos lleva a estar permanentemente atentos a no perder lo que tenemos. Esa actitud tiene un desgaste tremendo, pues nunca tiene límites. Cuanto más tenemos, más queremos y, lo que tenemos, lo protegeremos con nuestras vidas. Es un camino de infelicidad y falta de armonía. Es un camino de dolor y sufrimiento.

Mientras que la santidad es la expansión del amor, de la dicha, de la felicidad y de la plenitud divina, la sobrevivencia del ego, es la proyección del miedo, de la desdicha, de la infelicidad, de la escasez, de la enfermedad y de la muerte.

La santidad nos mantiene unidos en la Consciencia Una de la Filiación. La sobrevivencia nos mantiene separados en la identificación con la conciencia individual que nos aporta el cuerpo.

La santidad es eterna y no responde a las leyes limitantes del espacio y del tiempo. La sobrevivencia es temporal y responde a las leyes del espacio y del tiempo. Mientras que una expresión de nuestra santidad da vida al milagro, al deshacimiento del error, y pone fin al dolor, al sufrimiento que se encuentra en nuestra mente y que da lugar a la percepción de ese dolor y de ese sufrimiento en nuestras vidas, la proyección de nuestro deseo individualista, da lugar a la escasez y a la necesidad, pues ha perdido la conexión que lo mantiene unido a la abundancia con la que le ha creado su Hacedor.

Dios sabe que Su Hijo es completamente impecable, pero en nuestro estado actual, se percibe como culpable. Si Dios sabe que Su Hijo no puede sufrir dolor alguno, es una blasfemia percibir sufrimiento en cualquier parte. Si Dios sabe que Su Hijo es completamente dichoso, es una blasfemia sentirse deprimido. Todas estas ilusiones y las múltiples formas que la blasfemia puede adoptar, son negativas a aceptar la creación tal como es. Si Dios creó a Su Hijo perfecto, así es como debemos aprender a considerarlo para que podamos conocer su realidad.

Cuán lejos están estas palabras de la realidad que percibimos. El mundo, ante la experiencia del sufrimiento, llega a pensar que Dios es cruel con sus Hijos.

UCDM nos revela sobre este particular:

“El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido. Contempla detenidamente este mundo y te darás cuenta de que así es. Pues este mundo es el símbolo del castigo, y todas las leyes que parecen regirlo son las leyes de la muerte. Los niños vienen al mundo con dolor y a través del dolor. Su crecimiento va acompañado de sufrimiento y muy pronto aprenden lo que son las penas, la separación y la muerte. Sus mentes parecen estar atrapadas en sus cerebros, y sus fuerzas parecen decaer cuando sus cuerpos se lastiman. Parecen amar, sin embargo, abandonan y son abandonados. Parecen perder aquello que aman, la cual es quizá la más descabellada de todas las creencias. Y sus cuerpos se marchitan, exhalan el último suspiro, se les da sepultura y dejan de existir. Ni uno solo de ellos ha podido dejar de creer que Dios es cruel” (T-13.In.2:2-11).

“Si éste fuese el mundo real, Dios sería ciertamente cruel. Pues ningún Padre podría someter a Sus hijos a eso como pago por la salvación y al mismo tiempo ser amoroso. El amor no mata para salvar. Si lo hiciese, el ataque sería la salvación, y ésta es la interpretación del ego, no la de Dios. Sólo el mundo de la culpabilidad podría exigir eso, pues sólo los que se sienten culpables podrían concebirlo. El "pecado" de Adán no habría podido afectar a nadie, si él no hubiese creído que fue el Padre Quien le expulsó del paraíso. Pues a raíz de esa creencia se perdió el conocimiento del Padre, ya que sólo los que no le comprenden podían haber creído tal cosa” (T-13.In.3:1-7).

Cuanto dolor transportamos sobre nuestro sistema de creencias. Diría que se hace urgente, el acelerar el despertar de la consciencia, aunque este despertar siempre debe ser dentro de uno mismo, y por muchas ganas que tengamos de despertar a los demás, debemos respetar su libre albedrío. Lo importante es encender la llama de nuestra cerilla, y mantenerla encendida para que aquellos que buscan encender la suya, encuentre un lugar dónde hacerlo.

Entonces, ¿cómo debemos actuar ante el sufrimiento del mundo? Esta es una cuestión que muchos nos hacemos pensando que debemos ayudar a los demás.

Quiero recurrir una vez más al Curso para extraer información que nos ayudará a dar respuesta a la cuestión planteada. En el Capítulo 16, el punto I, nos habla del significado de la "verdadera empatía":

“Sentir empatía no significa que debas unirte al sufrimiento, pues el sufrimiento es precisamente lo que debes negarte a comprender. Unirse al sufrimiento de otro es la interpretación que el ego hace de la empatía, de la cual siempre se vale para entablar relaciones especiales en las que el sufrimiento se comparte. La capacidad de sentir empatía le es muy útil al Espíritu Santo, siempre que permitas que Él la use a Su manera. La manera en que Él la usa es muy diferente. Él no comprende el sufrimiento, y Su deseo es que enseñes que no es comprensible. Cuando se relaciona a través de ti, Él no se relaciona con otro ego a través del tuyo. No se une en el dolor, pues comprende que curar el dolor no se logra con intentos ilusorios de unirte a él y de aliviarlo compartiendo el desvarío” (T-16.I.1:1-7).

“La prueba más clara de que la empatía, tal como el ego la usa, es destructiva, reside en el hecho de que sólo se aplica a un determinado tipo de problemas y a ciertos individuos. Él mismo los selecciona y se une a ellos. Pero nunca se une a nada, excepto para fortalecerse a sí mismo. Al haberse identificado con lo que cree entender, el ego se ve a sí mismo y procura expandirse compartiendo lo que es como él. No dejes que esta maniobra te engañe, El ego siempre utiliza la empatía para debilitar, y debilitar es atacar. Tú no sabes lo que es la empatía. Pero de esto puedes estar seguro: sólo con que te sentases calmadamente y permitieses que el Espíritu Santo se relacionase a través de ti, sentirías empatía por la fortaleza, y, de este modo, tu fortaleza aumentaría, y no tu debilidad” (T-16.I.2:1-7).

 

Ejemplo-Guía: "Sobre los atentados y las guerras"

No he creído necesario ponerle "nombre y apellidos" a los atentados. En este caso, lo verdaderamente importante es reflexionar sobre los efectos, es decir, sobre el dolor que se percibe como consecuencia de un atentado o de una guerra.

Desde la visión del ego, nuestra respuesta ante tales hechos puede adquirir una gama extensa de matices, desde la condenación, al deseo de venganza. En verdad, no importa mucho el matiz, pues todos ellos se fundamentan en un mismo error: lo ven con los ojos de la separación y, desde esa perspectiva, no encontraremos nunca el sentido profundo de la experiencia, es decir, desde el ahogo de las emociones impregnadas en la ira y en el sufrimiento, no podremos ver la única realidad. No es el efecto el que debemos sanar, si no la causa y, para ello, debemos mirar todos y cada uno, en nuestro interior y buscar dónde se encuentra en nosotros la ira, el odio, el miedo, esos mismos sentimientos, que han llevado a los demás a causar esa experiencia.

Desde la visión del Espíritu nuestra respuesta ante tales hechos tan sólo tiene un camino, ponerlo en manos de Espíritu Santo.

“El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo. No importa cuál sea la forma del ataque, eso sigue siendo verdad. No importa quién desempeñe el papel de enemigo y quién el de agresor, eso sigue siendo verdad. No importa cuál parezca ser la causa de cualquier dolor o sufrimiento que sientas, eso sigue siendo verdad. Pues no reaccionarías en absoluto ante las figuras de un sueño si supieses que eres tú el que lo está soñando. No importa cuán odiosas y cuán depravadas sean, no podrían tener efectos sobre ti a no ser que no te dieses cuenta de que se trata tan sólo de tu propio sueño” (T-27.VIII.10:1-6).

“Basta con que aprendas esta lección para que te libres de todo sufrimiento, no importa la forma en que éste se manifieste. El Espíritu Santo repetirá esta lección inclusiva de liberación hasta que la aprendas, independientemente de la forma de sufrimiento que te esté ocasionando dolor. Esta simple verdad será Su respuesta, sea cual sea el dolor que lleves ante Él. Pues esta respuesta elimina la causa de cualquier forma de pesar o dolor. La forma no afecta Su respuesta en absoluto, pues Él quiere mostrarte la única causa de todo sufrimiento, no importa cuál sea su forma. Y comprenderás que los milagros reflejan esta simple afirmación: "Yo mismo fabriqué esto, y es esto lo que quiero deshacer" (T-27.VIII.11:1-6).

“Lleva, pues, toda forma de sufrimiento ante Aquel que sabe que cada una de ellas es como las demás. Él no ve diferencias donde no las hay, y te enseñará cuál es la causa de todas ellas. Ninguna tiene una causa diferente de las demás, y todas se deshacen fácilmente con una sola lección que realmente se haya aprendido. La salvación es un secreto que sólo tú has ocultado de ti mismo. Así lo proclama el universo. Pero haces caso omiso de sus testigos porque de lo que ellos dan testimonio es algo que prefieres no saber. Parecen mantenerla oculta de ti. Sin embargo, no necesitas sino darte cuenta de que fuiste tú quien eligió no escuchar ni ver” (T-27.VIII.12:1-9).

“¡Qué diferente te parecerá el mundo cuando reconozcas esto! Cuando le perdones al mundo tu culpabilidad, te liberarás de ella. Su inocencia no exige que tú seas culpable, ni tu inocencia se basa en sus pecados. Esto es obvio, y es un secreto que no le has ocultado a nadie salvo a ti mismo. Y es esto lo que te ha mantenido separado del mundo y lo que ha mantenido a tu hermano separado de ti. Ahora sólo necesitas reconocer que los dos sois o inocentes o culpables. Lo que es imposible es que seáis diferentes el uno del otro; o que seáis ambas cosas. Este es el único secreto que aún te queda por aprender. Mas no será un secreto que has sanado” (T.27.VIII.13:1-9).

Hemos dicho a lo largo de esta lección que, la santidad nos sitúa más allá del espacio y del tiempo. Aplicar la santidad ante vivencias de sufrimiento y dolor, se convierte en una oportunidad para acelerar el final de los tiempos. La santidad se expresa a través del perdón, la única puerta que nos conduce a la salvación.

“¿Cuán dispuesto estás a perdonar a tu hermano? ¿Hasta qué punto deseas la paz en lugar de los conflictos interminables, el sufrimiento y el dolor? Estas preguntas son en realidad la misma pregunta, aunque formuladas de manera diferente. En el perdón reside tu paz, pues en él radica el fin de la separación y del sueño de peligro y destrucción, de pecado y muerte, de locura y asesinato, así como de aflicción y pérdida. Éste es el "sacrificio" que pide la salvación, y, a cambio de todo ello, gustosamente ofrece paz” (T-29.VI.1:1-5).

Reflexión: Soy el Santo Hijo de Dios y mi Santidad me hace un Ser Ilimitado.

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