¿Qué me enseña esta lección?
La santidad es nuestra verdadera
condición, pues es el Estado de Ser que hemos heredado de nuestro Creador.
Somos el santo Hijo de Dios. La Santidad de nuestro Padre nos hace legítimos
herederos de Su Condición Sagrada.
Ser conscientes de nuestra santidad nos hace portadores de los Atributos Divinos, lo cual nos capacita para ponerlos de manifiesto a través de nuestra acción creadora. El Poder de Dios no tiene límites y somos portadores potenciales de ese Poder, por lo que, cuando expandimos dicha virtud, podemos poner fin a cualquier pesar, cualquier dolor, cualquier conflicto, que se haya proyectado en el mundo de la percepción.
A diferencia del ego, la toma de
consciencia de la propia identidad santa, nos permite ver esa cualidad anímica
en nuestros hermanos, de tal modo que podemos disolver cualquier estado de
miedo, culpa o separación, los cuales dan lugar a estados de enfermedad y
dolor.
La Unidad y el Amor
Incondicional, atributos de nuestro Ser Santo, son como una luz que tienen el
poder de disipar la oscuridad en el mundo.
Somos Maestros de Dios, pero
para ejercer como tal, debemos poner nuestra mente al servicio de nuestra
divinidad interna. La Santidad, lo hemos dicho más arriba, es nuestra verdadera
condición, la cual se encuentra oculta por la densa niebla que el miedo
proyecta ante nuestros ojos físicos. La creencia en la identidad del cuerpo,
limita nuestra conciencia a una única vía de aprendizaje, la que nos aporta la
percepción. Desde esa perspectiva, vemos un mundo separado y limitado por el
espacio y el tiempo. El devenir de los días se traduce en un único objetivo, “sobrevivir”
la vida, en vez de vivir la vida.
La sobrevivencia está
caracterizada por el deseo de poseer y tener, por el deseo de competir y
atacar. Es la ley del más fuerte. Se trata de una senda angosta y repleta de
obstáculos que nos lleva a estar permanentemente atentos a no perder lo que
tenemos. Esa actitud tiene un desgaste tremendo, pues nunca tiene límites.
Cuanto más tenemos, más queremos y, lo que tenemos, lo protegeremos con
nuestras vidas. Es un camino de infelicidad y falta de armonía. Es un camino de
dolor y sufrimiento.
Mientras que la santidad es la expansión
del amor, de la dicha, de la felicidad y de la plenitud divina, la
sobrevivencia del ego, es la proyección del miedo, de la desdicha, de la
infelicidad, de la escasez, de la enfermedad y de la muerte.
La santidad nos mantiene unidos
en la Consciencia Una de la Filiación. La sobrevivencia nos mantiene separados
en la identificación con la conciencia individual que nos aporta el cuerpo.
La santidad es eterna y no
responde a las leyes limitantes del espacio y del tiempo. La sobrevivencia es
temporal y responde a las leyes del espacio y del tiempo. Mientras que una
expresión de nuestra santidad da vida al milagro, al deshacimiento del error, y
pone fin al dolor, al sufrimiento que se encuentra en nuestra mente y que da
lugar a la percepción de ese dolor y de ese sufrimiento en nuestras vidas, la
proyección de nuestro deseo individualista, da lugar a la escasez y a la
necesidad, pues ha perdido la conexión que lo mantiene unido a la abundancia
con la que le ha creado su Hacedor.
Dios sabe que Su Hijo es
completamente impecable, pero en nuestro estado actual, se percibe como
culpable. Si Dios sabe que Su Hijo no puede sufrir dolor alguno, es una
blasfemia percibir sufrimiento en cualquier parte. Si Dios sabe que Su Hijo es
completamente dichoso, es una blasfemia sentirse deprimido. Todas estas
ilusiones y las múltiples formas que la blasfemia puede adoptar, son negativas
a aceptar la creación tal como es. Si Dios creó a Su Hijo perfecto, así es como
debemos aprender a considerarlo para que podamos conocer su realidad.
Cuán lejos están estas palabras
de la realidad que percibimos. El mundo, ante la experiencia del sufrimiento,
llega a pensar que Dios es cruel con sus Hijos.
UCDM nos revela sobre este
particular:
“El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la
culpabilidad ha enloquecido. Contempla detenidamente este mundo y te darás cuenta
de que así es. Pues este mundo es el símbolo del castigo, y todas las leyes que
parecen regirlo son las leyes de la muerte. Los niños vienen al mundo con dolor
y a través del dolor. Su crecimiento va acompañado de sufrimiento y muy pronto
aprenden lo que son las penas, la separación y la muerte. Sus mentes parecen
estar atrapadas en sus cerebros, y sus fuerzas parecen decaer cuando sus
cuerpos se lastiman. Parecen amar, sin embargo, abandonan y son abandonados.
Parecen perder aquello que aman, la cual es quizá la más descabellada de todas
las creencias. Y sus cuerpos se marchitan, exhalan el último suspiro, se les da
sepultura y dejan de existir. Ni uno solo de ellos ha podido dejar de creer que
Dios es cruel” (T-13.In.2:2-11).
“Si éste fuese el mundo real, Dios sería ciertamente cruel. Pues
ningún Padre podría someter a Sus hijos a eso como pago por la salvación y al
mismo tiempo ser amoroso. El amor no mata para salvar. Si lo hiciese, el ataque
sería la salvación, y ésta es la interpretación del ego, no la de Dios. Sólo el
mundo de la culpabilidad podría exigir eso, pues sólo los que se sienten
culpables podrían concebirlo. El "pecado" de Adán no habría podido
afectar a nadie, si él no hubiese creído que fue el Padre Quien le expulsó del
paraíso. Pues a raíz de esa creencia se perdió el conocimiento del Padre, ya
que sólo los que no le comprenden podían haber creído tal cosa” (T-13.In.3:1-7).
Cuanto dolor transportamos sobre
nuestro sistema de creencias. Diría que se hace urgente, el acelerar el despertar
de la consciencia, aunque este despertar siempre debe ser dentro de uno mismo,
y por muchas ganas que tengamos de despertar a los demás, debemos respetar su
libre albedrío. Lo importante es encender la llama de nuestra cerilla, y
mantenerla encendida para que aquellos que buscan encender la suya, encuentre
un lugar dónde hacerlo.
Entonces, ¿cómo debemos actuar
ante el sufrimiento del mundo? Esta es una cuestión que muchos nos hacemos
pensando que debemos ayudar a los demás.
Quiero recurrir una vez más al
Curso para extraer información que nos ayudará a dar respuesta a la cuestión
planteada. En el Capítulo 16, el punto I, nos habla del significado de la
"verdadera empatía":
“Sentir empatía no significa que debas unirte al sufrimiento, pues el
sufrimiento es precisamente lo que debes negarte a comprender. Unirse al
sufrimiento de otro es la interpretación que el ego hace de la empatía, de la
cual siempre se vale para entablar relaciones especiales en las que el
sufrimiento se comparte. La capacidad de sentir empatía le es muy útil al
Espíritu Santo, siempre que permitas que Él la use a Su manera. La manera en
que Él la usa es muy diferente. Él no comprende el sufrimiento, y Su deseo es
que enseñes que no es comprensible. Cuando se relaciona a través de ti, Él no
se relaciona con otro ego a través del tuyo. No se une en el dolor, pues
comprende que curar el dolor no se logra con intentos ilusorios de unirte a él
y de aliviarlo compartiendo el desvarío” (T-16.I.1:1-7).
“La prueba más clara de que la empatía, tal como el ego la usa, es
destructiva, reside en el hecho de que sólo se aplica a un determinado tipo de
problemas y a ciertos individuos. Él mismo los selecciona y se une a ellos.
Pero nunca se une a nada, excepto para fortalecerse a sí mismo. Al haberse
identificado con lo que cree entender, el ego se ve a sí mismo y procura
expandirse compartiendo lo que es como él. No dejes que esta maniobra te
engañe, El ego siempre utiliza la empatía para debilitar, y debilitar es
atacar. Tú no sabes lo que es la empatía. Pero de esto puedes estar seguro:
sólo con que te sentases calmadamente y permitieses que el Espíritu Santo se
relacionase a través de ti, sentirías empatía por la fortaleza, y, de este
modo, tu fortaleza aumentaría, y no tu debilidad” (T-16.I.2:1-7).
Ejemplo-Guía: "Sobre los
atentados y las guerras"
No he creído necesario ponerle
"nombre y apellidos" a los atentados. En este caso, lo verdaderamente
importante es reflexionar sobre los efectos, es decir, sobre el dolor que se
percibe como consecuencia de un atentado o de una guerra.
Desde la visión del ego, nuestra
respuesta ante tales hechos puede adquirir una gama extensa de matices, desde
la condenación, al deseo de venganza. En verdad, no importa mucho el matiz,
pues todos ellos se fundamentan en un mismo error: lo ven con los ojos de la
separación y, desde esa perspectiva, no encontraremos nunca el sentido profundo
de la experiencia, es decir, desde el ahogo de las emociones impregnadas en la
ira y en el sufrimiento, no podremos ver la única realidad. No es el efecto el
que debemos sanar, si no la causa y, para ello, debemos mirar todos y cada uno,
en nuestro interior y buscar dónde se encuentra en nosotros la ira, el odio, el
miedo, esos mismos sentimientos, que han llevado a los demás a causar esa
experiencia.
Desde la visión del Espíritu
nuestra respuesta ante tales hechos tan sólo tiene un camino, ponerlo en manos
de Espíritu Santo.
“Basta con que aprendas esta lección para que te libres de todo
sufrimiento, no importa la forma en que éste se manifieste. El Espíritu Santo
repetirá esta lección inclusiva de liberación hasta que la aprendas, independientemente
de la forma de sufrimiento que te esté ocasionando dolor. Esta simple verdad
será Su respuesta, sea cual sea el dolor que lleves ante Él. Pues esta
respuesta elimina la causa de cualquier forma de pesar o dolor. La forma no
afecta Su respuesta en absoluto, pues Él quiere mostrarte la única causa de
todo sufrimiento, no importa cuál sea su forma. Y comprenderás que los milagros
reflejan esta simple afirmación: "Yo mismo fabriqué esto, y es esto lo que
quiero deshacer" (T-27.VIII.11:1-6).
“Lleva, pues, toda forma de sufrimiento ante Aquel que sabe que cada
una de ellas es como las demás. Él no ve diferencias donde no las hay, y te
enseñará cuál es la causa de todas ellas. Ninguna tiene una causa diferente de
las demás, y todas se deshacen fácilmente con una sola lección que realmente se
haya aprendido. La salvación es un secreto que sólo tú has ocultado de ti
mismo. Así lo proclama el universo. Pero haces caso omiso de sus testigos
porque de lo que ellos dan testimonio es algo que prefieres no saber. Parecen
mantenerla oculta de ti. Sin embargo, no necesitas sino darte cuenta de que
fuiste tú quien eligió no escuchar ni ver” (T-27.VIII.12:1-9).
“¡Qué diferente te parecerá el mundo cuando reconozcas esto! Cuando le
perdones al mundo tu culpabilidad, te liberarás de ella. Su inocencia no exige
que tú seas culpable, ni tu inocencia se basa en sus pecados. Esto es obvio, y
es un secreto que no le has ocultado a nadie salvo a ti mismo. Y es esto lo que
te ha mantenido separado del mundo y lo que ha mantenido a tu hermano separado
de ti. Ahora sólo necesitas reconocer que los dos sois o inocentes o culpables.
Lo que es imposible es que seáis diferentes el uno del otro; o que seáis ambas
cosas. Este es el único secreto que aún te queda por aprender. Mas no será un
secreto que has sanado” (T.27.VIII.13:1-9).
Hemos dicho a lo largo de esta lección
que, la santidad nos sitúa más allá del espacio y del tiempo. Aplicar la
santidad ante vivencias de sufrimiento y dolor, se convierte en una oportunidad
para acelerar el final de los tiempos. La santidad se expresa a través del
perdón, la única puerta que nos conduce a la salvación.
“¿Cuán dispuesto estás a perdonar a tu hermano? ¿Hasta qué punto
deseas la paz en lugar de los conflictos interminables, el sufrimiento y el dolor?
Estas preguntas son en realidad la misma pregunta, aunque formuladas de manera
diferente. En el perdón reside tu paz, pues en él radica el fin de la
separación y del sueño de peligro y destrucción, de pecado y muerte, de locura
y asesinato, así como de aflicción y pérdida. Éste es el "sacrificio"
que pide la salvación, y, a cambio de todo ello, gustosamente ofrece paz”
(T-29.VI.1:1-5).
Reflexión: Soy el Santo Hijo de
Dios y mi Santidad me hace un Ser Ilimitado.
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