¿Qué me enseña esta lección?
Mientras sigamos identificados con los valores
del ego, permaneceremos dormidos e inconscientes de nuestra verdadera Esencia.
La personalidad del ego es semejante a una cebolla, en la que cada una de sus capas
se convierte en un hábito adquirido que nos mantiene atados a un modo de
respuesta automática. Esos hábitos se han formado a base del aprendizaje que se
adquiere en el contacto con el mundo material. Su fundamento es la división, la
competitividad, la posesión, el miedo, el dolor, el sufrimiento, el sacrificio,
etc.
Cuando damos, pensamos que perdemos. El servicio al otro, se convierte en una prueba de desgaste emocional, pues no siempre va acompañado del deseo desinteresado. El recuerdo de las heridas emocionales que nos une a los otros, se convierte en un obstáculo para dar expresión al verdadero amor.
No existe libertad para dar testimonio de los
altos ideales del Ser. Cada una de esas capas de la cebolla, nos oprime y nos
mantiene prisionero de los falsos valores.
Es necesario que se produzca el despertar de la
conciencia y, con ello, sentirnos benditos, pues es nuestra condición, la de
Ser Hijos de Dios.
Cuando buscamos en el diccionario el
significado del término "bendito", podemos encontrar los siguientes
significados: "santo, bienaventurado, dichoso, feliz, persona buena o
inocente". Todas encuadran dentro de los valores espirituales del Ser. Y
no podría ser de otra forma, pues tal y como podemos leer en el enunciado de
esta lección, "somos benditos por
ser Hijo de Dios".
Ser bendito nos eleva con respecto a la
condición característica de la personalidad egoica, es decir, ser bendito,
inocente, dichoso y feliz, son estados anímicos que no pertenecen al mundo del
ego, el cual, confunde inocencia con debilidad; la dicha con el azar; la
felicidad con el placer.
Esta lección es una de las más sencillas y
fáciles de aplicar, de las que encontraremos a lo largo del Curso. No quiero
decir con ello que las demás sean difíciles, pero comparto con los estudiantes
que unas nos resuenan más que otras y ello se traduce en una comprensión más
cercana.
Los beneficios de aplicar esta lección son
evidentes, pues en verdad lo que tenemos que hacer es recordar lo que ya somos.
Para fortalecer ese recuerdo y evitar que se nos olvide, la práctica de la lección
nos invita a repetirla cada diez minutos.
El día nos invita a establecer un diálogo
permanente con nosotros mismos, en el cual, reforzaremos, una y otra vez,
nuestra condición divina: soy un ser divino, dichoso, bienaventurado y feliz.
Ese diálogo debe alcanzar nuestra certeza, debe formar parte de nuestro más sincero
deseo de ser lo que nuestra mente nos está dictando. La repetición es una buena
técnica de aprendizaje en el proceso en el que nos encontramos. Nuestros
hábitos actuales son el resultado de habernos dicho una y otra vez que las
cosas son como creemos que son. Ahora, es el momento de aplicar la misma
técnica, aunque el verdadero valor de este proceso se encuentra en el hecho de
haber elegido ver las cosas de otra manera, esto es, el haber elegido ver la
verdad que somos: Seres de Luz emanados de la Fuente de nuestro Padre.
Me gustaría compartir con vosotros una
reflexión, sobre una realidad que seguro compartís, intelectualmente, conmigo,
pero que hace unos días, se me reveló en su verdadera dimensión en lo que, sin
duda, para mí, fue un hermoso instante santo.
Se trata, simple y llanamente, de lo siguiente:
¿Qué puede aportarnos más felicidad que
tener la certeza de que somos el Hijo de Dios?
Esta cuestión, como os adelantaba, formaba
parte de mi saber intelectual, pero hasta ese día, no fui capaz de vivir, de
manera íntegra, lo que realmente significa ser el Hijo de Dios.
Cuando ello ocurre, pareces levitar del suelo,
te sientes elevado por las alas del amor. Donde había rescoldos de viejos
sentimientos de miedos y temor, ahora tan sólo había paz y serenidad, fruto de
estar en la certeza de que no existe nada en nuestra vida que se encuentre
fuera de Nuestro Padre.
Ejemplo-Guía: ¿A qué le tienes miedo?
Con este ejemplo, nos situamos en el eje
principal de todas nuestras emociones. De su fuente emanan todos los
sentimientos de escasez, de culpa, de sufrimiento, de dolor y de infelicidad.
Considero, que el miedo es la respuesta a nuestro desconocimiento de Dios y,
por ende, de nosotros mismos.
El miedo es el aliado del ego, en el sentido,
de que es su fabricación. Su origen debemos buscarlo en el acto de libre
elección, llevado a cabo por el Hijo de Dios, de ver un mundo diferente al de
Su Creador. La mente proyectó ese deseo de individualización que le permitió
adquirir una nueva vía de comunicación con la "realidad". Sustituyó
la comunicación directa, el Conocimiento, por la percepción. La unidad pasó a
convertirse en multiplicidad.
Desde ese instante, la Consciencia, se cubrió
con el espeso manto de la conciencia.
Responder, con honestidad, a la pregunta del
ejemplo guía, nos ayudará a tomar consciencia de nuestra autoría en la
fabricación de nuestros sueños. No importa, la dimensión de nuestros miedos. No
importa que nos de miedo un insecto en particular o nos de miedo el cáncer. El
motivo con el que identifiquemos nuestro miedo o miedos, es lo de menos, pues
todos tienen una misma causa. Ya lo hemos dicho anteriormente. El miedo nos
impide conocer quiénes somos en realidad. Nos impide ver nuestra divinidad,
llevándonos a identificarnos con las limitaciones del cuerpo físico.
Existen muchos estudios que tratan sobre los
miedos y, muchos de ellos, coinciden en que el miedo más básico y arraigado en
nuestro inconsciente individual y colectivo, es el miedo a la muerte. Creo que
la razón de que esto sea así, responde, a que el ego no podría reconocer que la
muerte es una ilusión, ya que ello supondría que el propio ego es una ilusión.
Os dejo un enlace, en el que podréis encontrar
un artículo que publiqué en uno de mis blogs y que trata sobre el origen del
miedo a la muerte:
http://nuevosarquetipos.blogspot.com.es/2012/02/la-muerte-un-camino-hacia-la-vida.html
Reflexión: ¿Qué puede aportarnos más felicidad
que tener la certeza de que somos el Hijo de Dios?
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