¿Qué me enseña esta lección?
Esta expresión encierra en sí misma la
confirmación del reconocimiento de nuestra verdadera identidad. Se trata de ser
conscientes de que somos Hijos de Dios, y de sentir que lo somos, al tener la
certeza de que nuestro Padre nos acompaña allí donde vayamos. No puede ser de
otra manera, pues El Creador y lo Creado forman una misma Unidad en Esencia. Es
en Dios, donde tenemos nuestro Ser.
Cuando afirmamos que "Dios nos acompaña", estamos compartiendo, extendiendo, la máxima verdad de la que somos portadores. Por lo tanto, cuando lo que expresamos, proyectamos y creamos, lleva el sello de la Unidad, lo que realmente estamos haciendo, es una extensión de la Mente que compartimos con Dios.
Cuando, permanecemos dormidos, inconscientes de
la verdadera realidad, cuando permanecemos en conciencia de ego, nos sentimos
separados de esa Verdad y damos poder a la ilusión que percibimos por los
sentidos físicos. En este estado, somos prisioneros de nuestras acciones y
reacciones, de la causa y el efecto, nos identificamos con el dolor, el
sufrimiento, la culpa y el miedo, la enfermedad y la muerte.
Esta expresión representa el primer paso hacia
la verdadera Liberación.
No he podido evitar sorprenderme al leer
nuevamente esta lección, pues resume de manera maravillosa la idea que compartía
con vosotros en la reflexión de la lección de ayer. Tener la certeza de que
somos parte de Dios, con lo cual estamos permanentemente en su Presencia, es
sin duda, una revelación maravillosa que nos llena de gozo y alegría. Como el
"hijo pródigo", nuestro Padre siempre permanece aguardando nuestro
retorno, pues para Él, en verdad, nunca nos habíamos ido, aunque nosotros
tuviésemos la percepción de haberlo hecho.
La respuesta de nuestro Padre, respetando
nuestro libre albedrío, ha sido siempre confiar en nuestro regreso. Consciente
de nuestra decisión, de ese pensamiento pasajero que nos mantiene atados al
error de la separación, nuestro Padre, no tan sólo ha tenido plena confianza en
su Hijo, sino que, además, puso a su disposición al Espíritu Santo, el mediador
entre la comunicación superior y la inferior, el que mantiene abierto para la
revelación, el canal directo de Dios hacia su Hijo.
Al igual que le ocurrió a ese "hijo
pródigo", que dilapidó toda su herencia viviendo como un libertino,
nuestro transitar por el mundo físico, nos lleva a prestar atención a un mundo
ilusorio y temporal, en el cual hemos olvidado nuestra verdadera identidad.
Ese mundo no puede ofrecernos lo que no tiene,
es decir, no puede ofrecernos los alimentos que satisfacen el apetito del alma:
amor, inocencia, impecabilidad, gratitud, abundancia, misericordia, justicia,
paz, alegría, felicidad...
Si profundizamos en el mensaje de la parábola
del "hijo pródigo", descubriremos un gesto en el protagonista que es
imprescindible para que se produzca el despertar de la conciencia que ha de
llevarnos a iniciar el viaje de vuelta hasta nuestro Padre. Me estoy refiriendo
a las siguientes palabras:
"Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros".
Son las palabras que nos harán despertar. Se
trata de palabras de arrepentimiento, aunque exenta de culpabilidad. Debemos
entenderlas, como una toma de consciencia de que habíamos agotado el canal de
aprendizaje elegido, el cual nos ha llevado a entender, que siempre hemos sido
un humilde jornalero de nuestro Padre. Junto a Él, jamás nos faltará el
alimento, pues su Esencia, el Amor, es el verdadero y eterno alimento.
Ejemplo-Guía: ¿Dónde se encuentra la felicidad?
Desde pequeños, nos enseñan que debemos
responder a los estímulos externos. Ante el llanto propio de un bebé
hambriento, la madre sacia su apetito dándole de mamar y, con ello, el llanto
se traduce en placidez. ¿Qué ha aprendido el bebé?
Vamos creciendo en este entorno, ciertamente,
condicionado, pues si bien, una madre no deja de amamantar a su hijo cuando
éste requiere alimentarse, sí puede elegir entre satisfacer o no, las demandas
que su hijo le hará, siguiendo el patrón de aprendizaje adquirido. De este
modo, los adultos responderemos con agrado o desagrado a dichas peticiones.
Puede ser un simple gesto, una mueca desaprobatoria, unas palabras de reproches
o una acción de castigo, que en ocasiones alcanza niveles no justificados.
Todos hemos cursado en esa universidad de la
vida. Aprendemos a sonreír cuando queremos agradar y aprendemos a ser
indiferentes cuando queremos hacer ver a los demás que no nos interesa lo que
nos proponen. También aprendemos a llorar, cuando nos sentimos frustrados y no
conseguimos ver realizados nuestros deseos.
El mundo de la separación, el mundo material,
nos ofrece cosas temporales, pues está sujeto a las leyes del espacio-tiempo.
Se trata de un mundo proyectado, inventado, y la identificación con él, nos ha
llevado a adoptar un envoltorio físico, el cuerpo, al cual le hemos dotado con
la credibilidad de nuestra única identidad y realidad.
Es necesario que comprendamos que la eterna
felicidad, no podemos confundirla con los momentos pasajeros de placer que nos
facilita el mundo físico. ¿Conoces algún placer que sea permanente? Seguro que
te habrás dado cuenta, de que el ser humano cuando desea intensamente algo, cuando
lo consigue, al poco tiempo deja de interesarse por él. Es más, en muchas
ocasiones, cuando se sacia de ello, lo llega a aborrecer. ¿Cómo es posible que
deseemos algo con tanta intensidad y al poco tiempo lo estemos desechando?
Tal vez, te encuentres entre los que has
dilapidado tu herencia. Entre tus alforjas de viaje, tan solo te acompaña el
recuerdo de lo vivido y de esos recuerdos se desprende un aroma que nos sabe a
sabiduría. Tus pies se sienten cansados de tanto caminar y tu alma añora el
encuentro con la paz que no has logrado encontrar en ninguno de los paisajes
por los que has pasado. Pero no piense que te encuentras perdido, jamás lo has
estado. Si escudriñas tu mente, tal vez te sorprenda descubrir que el tiempo
tiene una dimensión diferente. Tienes la impresión de que en unos minutos eres
capaz de colapsar toda una vida. Esa vida se presenta ante tu visión,
extractada, permitiéndote ver con nitidez que esa travesía ha tocado a su fin y,
que ahora, una nueva visión te permite percibir la magnitud eterna del
presente. Y ese presente es toda tu existencia, no tan solo la pasada, sino la
existencia potencial que asumes con plena consciencia de Ser.
Ya no sentirás la necesidad de viajar. Tu
último viaje te ha llevado a tu único destino posible, tu interior. En ese
encuentro, te fundes en un amoroso abrazo con tu Padre, el cual, presto, pedirá
a sus sirvientes:
"Traed aprisa
el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en
los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha
sido hallado".
¿Acaso imaginas una felicidad más grande?
Reflexión: Si Dios va conmigo, dondequiera que
voy, ¿por qué siento infelicidad?
gracias...
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