Desde muy pequeño el joven Nelkhael se había sentido
atraído por los misterios ocultos de la vida. Su lugar preferido de juegos era
el cementerio, le apasionaba la idea de poder comunicarse con los muertos,
aunque aún no lo había conseguido, al menos hasta aquel día, pues a partir de
él, las sorpresas se sucederían unas tras otras.
Nelkhael se levantó muy temprano en aquella mañana.
Parecía tener verdadera prisa por llegar puntual a una cita, pero lo único que
le preocupaba en aquel día, era visitar la biblioteca. Deseaba buscar un libro
que le habían recomendado para poder de una vez por todas comunicarse con los
espíritus de los muertos.
Fue el primero en visitar la biblioteca y tenía todo
el tiempo del mundo para leer. "Diálogo con los muertos" se titulaba
el libro, y no tardó en encontrarlo.
Durante toda la mañana el inquieto joven no levantó la
cabeza del manual. Estaba profundamente concentrado en la lectura de su
contenido y no se percató que iban a cerrar. Había merecido la pena, pues ahora
sabía cómo ponerse en contacto con los espíritus, y no podía perder más el
tiempo.
Fue a casa y siguiendo las instrucciones del texto que
había leído, preparó una tabla donde dibujó las letras del alfabeto, así como
números y algunas frases. Aquello le resultaba muy divertido, y estaba ansioso
por poner en práctica lo que había aprendido.
Y así lo hizo. Nelkhael invocó a los espíritus de los
muertos. Les llamó varias veces, hasta que éstos se manifestaron a través de
él.
Su propio espíritu había quedado parcialmente fuera de
su cuerpo y su lugar lo ocupaba ahora un espíritu burlón con ganas de
divertirse, pero que le robaba sus energías para poder expresarse.
Aquella experiencia le gustó, y la repitió una, dos,
tres, infinitas veces, hasta que llegó el día en que comenzó a darse cuenta que
dependía de ese espíritu. Se sentía atrapado por él y su voluntad ya no le
respondía. Aquel espíritu le daba órdenes y se veía impotente para negarse a
obedecerlas.
Cierta noche, mientras dormía, el espíritu de Nelkhael
recibió una visita en el mundo donde los sueños toman vida.
Se trataba de un ser luminoso que dirigiéndosele, le
dijo:
· Debes saber
que somos Hijos de la Luz. Si aspiras y meditas en la luz, te convertirás en
luz viviente y ningún ser de las sombras podrá oprimirte.
Aquellas palabras fueron pronunciadas dulcemente y
cautivaron al joven Nelkhael.
Cuando despertó, lo primero que hizo fue encender una
gruesa vela que utilizó para disipar la oscuridad. Sin demorarlo más, se
entregó a la meditación y buscó en su mente la luz, y la encontró. Deseó en su
corazón amar la luz, y se sintió luz. Vio como con sus manos transportaba luz y
se hacia luz en los demás.
Desde aquel día, Nelkhael fue libre. Ya no se sentía
prisionero de aquel espíritu burlón.
Fin
No hay comentarios:
Publicar un comentario