Desde muy pequeños sus vidas siempre habían estado muy
unidas. Crecieron y jugaron juntos y de esta forma forjaron una sólida amistad.
Pero los rostros del destino, no siempre nos sonríen, y un
buen día, Neyes tuvo que decir adiós a su inseparable compañero Poyel.
La distancia y el tiempo fueron inquebrantables y poco a poco
aquel ardiente afecto, que un día les unió, se fue apagando hasta llegar a
fundirse en un vago recuerdo. Era lo único que quedaba de una relación que, al
igual como floreció, murió.
La vida continuó y Poyel no perdía el tiempo. Había estudiado
duro y la fortuna le recompensó sus esfuerzos.
Fue el número uno de su promoción y había conseguido ganar la
confianza de todos sus compañeros, los cuales le buscaban constantemente para
que les aconsejase. La fama y reputación antecedían al joven Poyel allí donde iba,
sin embargo, jamás nadie pudo observar en él, una muestra de orgullo, ni de
vanidad, por sentirse tan admirado.
Lo que más elogiaban de él, era precisamente su constante
modestia y su moderado comportamiento.
Acababa de aprobar los estudios y ya era un flamante profesor
de filosofía. Tan sólo le quedaba poder
ejercer su carrera y la providencia puso a su alcance la posibilidad de conseguirlo, pero para ello debía competir con otro candidato que, al igual que él, se presentaba para ocupar ese puesto.
ejercer su carrera y la providencia puso a su alcance la posibilidad de conseguirlo, pero para ello debía competir con otro candidato que, al igual que él, se presentaba para ocupar ese puesto.
Poyel trabajó incansablemente para elaborar un buen proyecto
de presentación. Durante años había investigado y ahora tenía la oportunidad de
dar a conocer sus trabajos.
Pero el destino vino a traerle, una vez más, una nueva
sorpresa. No podía creerlo. Jamás pensó que la vida le jugara aquella mala
pasada. Tenía que competir con Neyes, su inseparable amigo de infancia. Casi no
le reconocía, pero aquello no importaba lo más mínimo, pues celebraron aquel
inesperado encuentro con un emotivo abrazo.
Las próximas horas la pasaron juntos. Recordaron los días de
su infancia y rieron algunas de las travesuras que entonces protagonizaron.
Pero ambos sabían que tenían que hablar del tema profesional y temían que
aquella felicidad se enturbiara.
- Mi buen amigo Poyel, debemos olvidar nuestra amistad. Estoy decidido a ocupar ese puesto, mi vida depende de él. Debo pedirte que no te presentes, estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para conseguirlo y lamentaría mucho tener que desafiarte -dijo fríamente Neyes-.
Aquellas palabras llevaban verdadero hielo y una profunda
carga de ambición. Poyel no podía dar crédito a lo que su viejo amigo había
dicho y apenas si podía hablar, pues sentía como un fuerte nudo le oprimía la
garganta.
- ¿Pero cómo es posible que hayas cambiado tanto? -confesó el joven muy contrariado -.
La vida es dura amigo mío, y tan sólo
sobreviven los más fuertes -contestó sarcásticamente Neyes, al tiempo que se
alejaba de él -.
Al cabo del tiempo, ambos recibieron una carta del Ministerio
en respuesta a su solicitud, y fue Poyel el elegido para ocupar el puesto de
trabajo.
A pesar de las artimañas utilizadas por Neyes, de nada les
sirvieron, pues al final la providencia supo premiar al que verdaderamente
merecía conseguirlo.
Fin
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