El destino de aquel pueblo estaba en manos de Nemamiah, un
bravo guerrero cuya grandeza de alma y su capacidad para soportar los rigores
de la vida le llevó a ser elegido entre muchos, para recibir el mando de los
ejércitos.
Mercura, ya no era ese paraíso terrenal donde sus habitantes
vivían felices y en paz. Dejó de serlo desde que las tropas bárbaras, procedentes
de las tierras de las sombras, emprendieron la hostil empresa de conquistarla.
Cuatro años de luchas pesaban ya mucho sobre esa fértil y
rica comarca. Muchos eran ya los que habían abandonado el plano físico para
emprender la aventura de retornar a su estado de espíritu y habitar los planos
de la luz invisible.
La situación se hacía cada vez más insostenible y la única
solución era atacar al enemigo, pero, ¿quién dirigiría el combate? Esa era la
difícil cuestión.
Fue por este motivo que reunieron a los hombres más valientes
del reino. Entre todos ellos debían escoger a uno.
Nemamiah era hábil, muy hábil con la espada. Jamás ningún
otro guerrero le había vencido en batalla, y aquella reputación le llevó a ser
nombrado príncipe de los ejércitos. Ahora la paz de Mercura estaba en sus
manos.
El valiente Nemamiah pensaba que debía romper el cerco que
mantenían en la ciudad el enemigo, y se dijo que el único modo de hacerlo era
atacando de imprevisto.
Era tanto el ardor que animaba al osado guerrero que reunió
al ejército para prepararle para el combate. Debía aprovechar el desconcierto
de la noche para hacerlo, y aún el Sol estaba muy alto en el cielo. Tenía
tiempo de descansar un poco antes de emprender la batalla.
Nemamiah se entregó en manos del espíritu del sueño y este
trasladó su alma hasta el primer cielo, donde se encontró con un ser extraño.
- ¿Quién eres que tanta luz desprende tu cuerpo, acaso un Dios? -preguntó muy sorprendido-.
- Tan solo soy un humilde servidor de la luz, que quiere alumbrar tu camino y ayudar a tu pueblo -le dijo-.
- Y, ¿cómo podrás hacerlo? -interrogó muy interesado el joven Nemamiah-.
- No seré yo quien lo haga, sino tú, con tus esfuerzos -contestó el espíritu de luz-.
- Dentro de poco atacaré y les venceré -le dijo el joven-.
- No, no debes hacerlo, has de luchar por la tierra prometida pero no caigas en la tentación de entrar en ella antes de tiempo -aconsejó el espíritu-.
- ¿Qué queréis decir con ello? -preguntó sorprendido-.
- El mal debe agotar sus fuerzas y cuando lo haya hecho, entonces debéis atacar, y la victoria será vuestra.
- Y, ¿cómo sabré que el enemigo ha agotado sus fuerzas?
- Lo sabrás, no dudes que lo sabrás -y diciendo eso el espíritu se alejó-.
Nemamiah retornó a su cuerpo y despertó. Aún recordaba su
experiencia con aquel providencial ser. Cambió las órdenes previstas y decidió
esperar. Todos se sorprendieron de aquel cambio de planes, pero tenían
confianza en él y esperaron.
Así transcurrieron seis días, seis largos días, sumidos en la
más espesa niebla, pero al séptimo, el Sol disipó la oscuridad y aquello fue
interpretado por Nemamiah como la señal de que las tropas enemigas habían
agotado sus fuerzas.
Atacó, y lo hizo con su bravura habitual. En aquella ocasión,
lograron vencer al enemigo de una vez para siempre. Después de aquella terrible
batalla, la paz retorno de nuevo al reino de Mercura, pero aquella paz no era
para Nemamiah, pues otras batallas le aguardaban y debía afrontarlas con la
única estrategia del amor, de la belleza, de la paz.
Fin
Gracias príncipe.
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