¿Qué me enseña esta lección?
Esta afirmación define un hecho que es
real, pues toda "causa" se encuentra en mi mente. Tanto la verdad,
como el error, encuentran su fuente en ella y nosotros elegimos servir a una u
a otro.
Cuando nos encontramos identificados con
la conciencia de separación característica del ego, proyectamos fuera nuestras
necesidades internas. De este modo, cuando sentimos miedo, buscamos la
protección en los demás; cuando sentimos dolor, sufrimiento o enfermedad,
buscamos en el exterior a la persona que sea capaz de calmarnos y curarnos.
Pensamos que no existe relación alguna entre esos sentimientos y nuestros
pensamientos.
Sin embargo, cuando adoptamos la consciencia
de unidad, cuando nos regocijamos en el amor, comprendemos que el verdadero
poder reside en nuestro interior.
Conoceremos que la causa de todo lo que se
manifiesta en nuestro mundo, responde a la emanación de un pensamiento.
Nuestra salvación se encuentra en la
unidad de nuestra mente.
Desde pequeños, nos preparan para que
busquemos fuera de nosotros la fuente que ha de alimentarnos, que ha de
protegernos, que ha de guiarnos, que ha de aportarnos felicidad y dicha.
Mientras que hemos permanecido en el
vientre de nuestra madre, hemos mantenido una comunicación directa con ella.
Nos ha alimentado, nos ha protegido, nos ha dado calor, no ha mantenido en un “paraíso”,
aunque no hemos sido consciente de ello. Este estado propio de la fecundación,
es una recapitulación del estado en el que nos encontrábamos antes de creernos
separados de nuestro Creador.
El nacimiento físico, lo podemos asemejar
a ese momento ancestral en el que el Hijo de Dios adquiere la conciencia
individual y se desconecta de la comunicación directa que caracteriza el pasaje
del “Paraíso Terrenal”. La expulsión alegórica, tal y como nos lo describe la
Biblia, nos ha llevado a creer que, nuestro Creador, nos castiga por haber
desobedecido su mandato de no comer del Árbol del Conocimiento del Bien y del
Mal.
El recién nacido, desde que es parido por su madre, se enfrenta a un mundo
inhóspito en el que requiere recibir una respuesta desde el exterior para cubrir
sus instintos básicos. Sus necesidades biológicas deben ser satisfechas para
garantizar su supervivencia.
La visión del mundo material y esa necesidad de recibir, se postula como una línea
vital del pensamiento del ego, y se institucionaliza en nuestro código mental,
de tal modo, que, nuestra existencia, en general, y nuestra felicidad, en
particular, está en manos de los demás.
Esta lección viene a recordarnos que esa
creencia es errónea y debe dar paso a una creencia verdadera, la cual, nos
despierte a la realidad que somos, un ser espiritual, pleno y permanentemente
unido a Su Hacedor, en el Cual, se encuentra Su Fuente de Existencia.
Este paso de transición de una conciencia de separación, a una consciencia de
unicidad, nos lleva a la conquista de un estado que podemos llamar
"endiosamiento", o lo que es lo mismo, la certeza de que somos el
Hijo de Dios.
Ejemplo-Guía: ¿A quién hemos cedido el poder de nuestra salvación?
Esta cuestión, que hemos empleado como
ejemplo-guía, nos ayudará a tomar consciencia de la enseñanza que nos ofrece
esta lección. Nos permitirá, por un lado, identificar cómo es un hábito
adquirido en nuestras vidas, el depositar el poder de que seamos o no felices,
en manos de los demás, es decir, comprenderemos la dinámica que nos lleva a
sentirnos "víctimas" de aquello que nos sucede en nuestro deambular
humano, cuando en realidad, no son los demás los que tienen ese empoderamiento,
salvo que nosotros se lo permitamos.
Un ejemplo nos ayudará a entender lo que
aportamos.
"Mis padres son muy severos y muy
exigentes. Les tengo mucho miedo. Nada de lo que hago les parece bien y siempre
me están reprochando lo que hago y diciéndome que no valgo para nada.
Hago, todo lo posible para ganarme
su agradecimiento, para que reconozcan que sí sirvo para muchas cosas. Pero por
mucho que lo intento, nunca consigo unas palabras de reconocimiento, ni tan
siquiera una sonrisa de aprobación.
Ahora ya soy mayor y tengo edad para
enfrentarme a la vida, pero cada vez que me enfrento a unas circunstancias en
las que tengo que integrarme en la sociedad, siempre doy un paso atrás, pues,
en mi interior, tengo miedo a que me rechacen y me recriminen de que soy torpe
y estúpido. Cada vez estoy más marginado y me siento más solo".
En nuestro ejemplo, este chico, se ve como
una víctima de la educación recibida, pero en verdad, él elige en todo momento
adaptar su comportamiento a las exigencias que percibe en el exterior. No voy a
entrar en un análisis profundo que nos permitiría comprender el por qué y el
para qué, ese chico ha elegido vivir en una familia con unos padres con esas
características, pero lo que sí vamos a recalcar es, que en la medida en que
decidamos dejar de ser víctimas para asumir el verdadero papel de co-creadores,
en esa medida, dejaremos de ceder el poder de dirigir nuestras vidas a los
demás y nos convertiremos en nuestros propios directores de orquesta.
Dejemos la mente “antigua” a un lado, sí,
esa parte de nuestra mente que nos mantiene ciegos a la realidad. Obsérvate.
Cierra los ojos y busca la quietud en el presente. Relaja tu mente y busca en
los archivos de tu memoria una anécdota en la que te veas relacionándote con el
mundo. No tardarás en identificar una experiencia semejante, pues estamos
fabricando, permanentemente, infinidad de ellas.
Observa cómo te sientes cuando recibes de
los demás una respuesta. ¿Atacas? ¿Asumes? ¿Aceptas? ¿Afirmas? ¿Niegas? ¿Te
reprimes? ¿Te ocultas? ¿Te alegras?
Ahora contesta, ¿quién es el que tiene esas sensaciones? Sí, en efecto, eres
tú, siempre eres tú, aunque a veces, muchas veces, te pase inadvertido. Párate
aquí, pues este es el momento clave, en el que tomas consciencia de que nadie
externo a ti, puede hacer que te sientas de una manera u otra. Siempre, en
todos los momentos de tu vida, eres tú, el que decide sentir de una manera u
otra.
Puedes estar viendo una película de cine,
acompañado de tu amig@; ambos estáis, uno junto al otro, viendo la misma
película. Ante una escena en particular, uno de los dos se emociona, pero el
otro, no lo hace. Al final de la película, le preguntamos a ambos qué tal le ha
parecido el film. Uno se ha metido tanto en el papel del protagonista, que sus
ojos brillan como causa de la emoción. El otro, expresa que se ha aburrido de
lo lindo. ¿Quién ha tomado la decisión? La vida es como una película. No son
las escenas las que nos producen un tipo de sentimiento u otro, somos nosotros
los que elegimos ese sentimiento.
La cuestión es, ¿de quién depende tu salvación?
Reflexión: Cuando juzgas, ¿dónde se
encuentra la condena, en el acto que percibes o en tu modo de verlo y/o
juzgarlo?
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