jueves, 16 de junio de 2016

Cuento para Hariel: "Un destino esperanzador"

Corrían tiempos duros en aquellos días de invierno que no perecían tener fin.

Había sido un año desafortunado, pues se habían perdido la mayoría de las cosechas y los habitantes de aquella comarca sabían que aquello significaba pasar calamidades, hambre y miserias.


Aquella situación afectaba a todo el pueblo, pero ninguna familia lo sufría tanto como la que daba cobijo al joven Hariel.


Y la verdad es que este destino era tan adverso que parecía haberles elegido para depositar todos los males en ellos. Primero fue la pérdida de la siembra y ello dio lugar a la aparición del hambre y la pobreza. Pero lo que más le afligía era saber que iban a perder a su único hijo, el cual se encontraba muy enfermo.


Todos en el pueblo amaban a Hariel con un cariño muy especial. Derrochaba tanto amor y era tan dulce y bondadoso, que se disputaban tenerle cerca. Sin embargo, en aquellos días, el dolor se apoderó de ellos al ver como poco a poco aquella enfermedad le consumía. A pesar de ello, Hariel no perdía su optimismo y entusiasmo y viendo que sus padres sufrían, le dijo con alegría en el corazón y en sus labios:


·       Padres, esta noche he tenido una breve charla con Dios. Me preguntó si tenía miedo, pero yo le contesté que, por qué debía tenerlo. Él, al oírlo me sonrió y me besó en la frente. Cuando ya se alejaba se volvió y me dijo: "muchos ángeles del cielo sienten una profunda admiración por ti. Ellos estarán a tu lado y te ayudarán. Cuando necesites verdaderamente algo, pídelo y ellos te complacerán. Qué así sea, por tu bondad".


Los ojos del padre no pudieron evitar que gruesas lágrimas emanaran de ellos. Su corazón estaba tan destrozado por el dolor que ardía en deseos de aportarle los argumentos necesarios para convencerle de que ningún Dios permitiría que una criatura tan inocente muriese cuando fluía en él la savia de la vida. Y fue por ello, que dirigiéndose a su hijo en tono enérgico, le dijo:


·         No hijo, te equivocas, has debido soñarlo. ¿Cómo puede Dios castigarme tanto?


El dolor que su padre sentía era tan amargo, que no pudo evitar Hariel que le contagiase, y sintió tanta pena que deseó profundamente que su padre volviera a tener fe en Dios.


Con ese pensamiento quedó dormido, y sería a la mañana siguiente, cuando la luz llamaría a su hogar. La fiebre que consumía la salud del muchacho había desaparecido por completo. Y no tan solo eso, tampoco sentía el dolor que días antes le había atormentado.


Su padre no podía creer lo que veía. Era un verdadero milagro, y las lágrimas de nuevo invadieron sus ojos, pero en esta ocasión tenían un motivo diferente, lloraban de alegría. Aquella explosión de felicidad era el modo de agradecerle a Dios su acción.


Aquella mañana dejó de nevar, el sol ya despuntaba en el cielo anunciando un DESTINO ESPERANZADOR.



Fin

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