Un gran alboroto llamó la atención de los vecinos de aquel pueblo, los cuales se apresuraron hasta el lugar del incidente, donde pudieron ser testigos de la acalorada conversación que mantenían aquellos dos jóvenes.
Muy cerca de allí y llamado por la curiosidad ante tanta algarabía, un guardián encargado de mantener el orden, se acercó hasta la plaza donde ya se agrupaban muchos ciudadanos.
Al llegar a su objetivo fue testigo de como aquellos jóvenes, se disputaban a una asustada ovejita.
- Bueno, ya está bien. ¿Queréis decirme a qué viene tanto escándalo? -preguntó malhumorado el guardián-.
- El culpable es él -gritaron ambos culpándose mutuamente-.
- Dado que no os ponéis de acuerdo, tendréis que comparecer ante el sabio Lauviah -exclamó el guardián ante aquel desconcierto-.
Una vez ante la presencia del sabio Lauviah, fue éste quien dijo con voz suave, dirigiéndose a uno de los alborotadores.
- ¿Qué tienes que decir en tu defensa?.
- Señor Lauviah, el culpable es él, que pretende robarme la oveja que durante meses he criado.
- Y tú, ¿qué tiene que decir en tu defensa? -preguntó al otro implicado.
- Señor Lauviah, no es cierto lo que dice este ladrón, la oveja me pertenece -contestó con rabia-.
- Bien, en vista de que difícilmente podremos saber quién de los dos dice la verdad, sacrificad al animal y repartíos la mitad para cada uno.
El segundo de los alborotadores al oír la sentencia dijo alegremente:
- En verdad que sois sabio señor Lauviah, es una buena idea.
En cambio, el otro joven se encontraba triste y apesadumbrado, y fue este gesto de compasión el que hizo a Lauviah rectificar la sentencia, y dijo:
- Entregad la oveja a su verdadero dueño para que la alegría vuelva de nuevo a su corazón, pues en verdad que su amor por el animal ha conmovido mi pecho.
Así fue como el Amor consiguió ser una vez más el revelador de la verdad.
Fin
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