por saber cómo se ganaban la vida los demás. Nunca salía de su castillo y cuando deseaba conocer algo, tan sólo tenía que levantar su cetro y los hombres más sabios del palacio se presentaban ante él.
- ¿Qué tal día hace hoy querido sabio? -preguntó el rey mientras sus sirvientes le ayudaban a levantarse de la cama-.
- Hace un día espléndido, Majestad, tal vez quisiera aprovechar tan inmejorable ocasión y visitar vuestros dominios. El pueblo desea conoceros.
- Me aburrís con esas pretensiones querido sabio -respondió el rey con gesto intolerante-. Haré una cosa mejor, proclamaré un edicto anunciando un gran banquete en mi honor. ¿Qué os parece la idea mi fiel amigo?.
- Excelente, excelente sin duda Majestad -contestó inteligentemente su acompañante-.
- Bien, pues empezad. Haced público mi mensaje.
De este modo fue como Vago decidió reunir a su pueblo en el castillo. Y no tardó en llegar ese día. Todo estaba preparado y el rey se engalanó con sus mejores galas para aquel momento. Uno a Uno, fue recibiendo a los personajes más importantes de su reino y cuando todo parecía que iba a ser un éxito, algo vino a enturbiar el festejo.
- ¡Novo, extranjero y príncipe de las Tierras de las Sombras…! -anunció el maestro de ceremonias-.
Todos los presentes dirigieron sus miradas hacia el recién llegado y quedaron sorprendidos por lo que estaban viendo.
- Os saludo, rey Vago, he venido de muy lejos para que paguéis lo que me debéis -dijo el misterioso príncipe-.
- ¿Lo que os debo, decís? ¿Acaso nos conocemos? -preguntó burlonamente el rey Vago-.
- Yo soy vuestra sombra, esa sombra que durante tantos años habéis sembrado en vuestro reino. Hoy que me habéis llamado, aquí estoy para complaceros.
El rey palideció, y desde aquel día y durante muchas noches el soberano no pudo dormir pensando en el precio que debía pagar por sus errores, su propia vida.
Muy cerca de allí, en su propio reino, vivía un hombre muy sabio al que todos conocían por Lauviah. Fue por este motivo que el rey lo mando llamar, pues deseaba conocerle.
- ¿Qué debo hacer? -preguntó el rey-.
- Dejad de ser caprichoso y holgazán, y la luz disipará vuestra sombra -le -contestó el anciano-.
- Si eso es cierto, he de intentarlo.
Y así fue como Vago libró una fuerte batalla entre la muerte y la vida, venciendo esta última, pues desde aquel día ningún capricho ocupo su mente.
Fin
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