Muy temprano madrugó en aquella tranquila mañana el rey Amán, en verdad, no había podido dormir en toda la noche, pues una preocupación le robaba el sueño. La hechicera del reino había visto en las cenizas sagradas, la muerte del Soberano.
- ¿Qué predicen las cenizas sabia hechicera? -le preguntó con interés el rey-.
- Majestad, Majestad, no sé que me ocurre, apenas si puedo percibir las Voces del Tiempo -titubeo la hechicera-.
- Concéntrate te lo ruego, pues no podemos iniciar el año sin conocer el futuro venidero -le contestó Amán-.
- Pero Majestad... -vociferó la Sabia, pero no pudo terminar-.
- No aceptaré una negativa por respuesta -interrumpió el rey-, quiero saber que veis.
- Si así lo queréis, sabed que las Voces del Más Allá hablan de muerte.
- ¿De muerte? -preguntó sorprendido el rey-. Decidme, ¿a quién visitará la muerte?, tal vez podamos prestarle ayuda.
- No podréis Majestad -expresó la hechicera-, pues la muerte llamará a vuestra puerta.
El rostro de Amán palideció, no podía creer las palabras de
la pitonisa. A él no podía pasarle aquello, era el rey. Pero los ojos de
aquella mujer no mentían y Amán supo leerlo en ellos.
La tristeza se apoderó de él y se sintió muy infeliz, pues se
encontraba lleno de vida, y ahora tenía miedo a abandonarla.
En aquella mañana paseó por los jardines de palacio, y sin
darse cuenta se desvió hacia el bosque. Cuando más absorto se encontraba en sus
pensamientos, un gemido de dolor llamó su atención, se acercó hacia el lugar de
donde procedían, y se encontró a un anciano medio moribundo desplomado en el
suelo.
Corrió el rey Amán a socorrer al desdichado y vio que sus
heridas eran de gravedad. Comprendió que necesitaba con urgencia los cuidados
del Sabio. Sin más demora Amán cargó al anciano sobre sus hombros y lo trasladó
al palacio donde recibiría la atención que requería. Ello le salvó la vida.
Una vez recuperado, el anciano preguntó quién le había
salvado.
- Ha sido el mismísimo rey Amán, noble anciano, a él debéis la vida, pero sin embargo, a él nadie podrá evitar, que la pierda.
- ¿Acaso sufre algún mal incurable? -preguntó el anciano-.
- El mal del Karma maduro -contestó el Sabio que le había cuidado-.
- Siendo así, decid a vuestro rey que no tema por su destino, pues salvándome la vida, ha salvado la suya propia. Yo era su destino, y su amor por mí ha abierto una nueva página en el Libro Sagrado del Tiempo. Llevad pues la vida a vuestro rey.
Nadie volvió a ver a Hekamiah, así se llamaba el anciano.
Amán vivió por muchos años.
Fin
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