
Esta lección me enseña dos aspectos de especial valor en el proceso del despertar de la consciencia: la libertad y la voluntad.
Si Dios fuese cruel y vengativo, tal y como lo ve el ego, ¿qué sentido tendría que no pudiese intervenir en nuestro destino para llevarnos de una manera obligatoria a la salvación? Es más, si hemos sido creados a Su Imagen y Semejanza, si hemos gozado de su Unidad, ¿cómo es que nos hemos podido escindir de ese Estado?
Ejemplo-Guía: "Me creo un pecador y tan sólo alguien santo me puede salvar".
La falsa creencia de que Dios nos expulsó del Paraíso Terrenal, de que estamos separados de nuestra Fuente, de nuestro verdadero Hogar, nos lleva a tener una visión errónea de nosotros mismos. Nos juzgamos pecadores y merecedores de todos los castigos que la "divinidad" nos manda como prueba para que nos ganemos nuestra salvación. De este modo, el dolor es deseado, el sufrimiento es confundido con un acto de amor redentor y la felicidad es negada por pensar que no somos merecedores de ella.
Bajo esa visión, hemos instituido nuestra dualidad interna en los esquemas sociales. De este modo, proyectamos nuestra santidad en aquellas personas que consideramos dignas de ser llamadas santos, maestros de Dios, y asumimos el rol de pecadores, complaciéndonos en los dogmas y doctrinas promulgados por aquellos a los que hemos otorgado la condición de santos.
Fruto de nuestra ignorancia, elevamos nuestro error al nivel de la arrogancia, asumiendo que la función de la salvación tan sólo puede proceder de la santidad. Con ello, lo que estamos proclamando es nuestra condena a permanecer prisioneros del pecado y poniendo en manos de lo externo el camino que nos ha de llevar hasta la salvación. Siguiendo esa voz pecaminosa, nos lanzamos a la búsqueda de las condiciones que han de permitirnos encontrar a la persona, al santo, a la reliquia sagrada, al lugar mágico, que ha de liberarnos del pecado y aportarnos la salvación.
La lección de hoy nos enseña, una vez más, que somos tal y como Dios nos ha creado, impecables, amorosos y dotados de una inteligencia que ha de permitirnos reconocer nuestro origen, de reconocer que somos el Hijo de Dios. Esa visión, lejos de ser un sacrilegio, se convierte en nuestra verdad. Es una verdad basada en una evidencia lógica que toda mente pura puede comprender. Si Dios es Uno, su Pensamiento también lo es; si Dios es Amor, su Pensamiento también lo es; si Dios es Perfecto, Pleno y Abundante, su Pensamiento también lo es. ¿Acaso Su Hijo no es la emanación de Su Pensamiento? ¿Cómo puede ser el Hijo diferente al Padre?
Con la visión ilusoria de la separación, con la visión errónea de que somos un cuerpo, nos acompaña la falsa creencia de que no somos merecedores del Amor del Padre y ese desmerecimiento se ha inscrito en nuestro inconsciente colectivo, llevándonos a proyectar permanentemente un mundo basado en el código, en el programa de la redención por la vía del sufrimiento y del dolor.
Reflexionemos desde nuestro corazón. Como padre, ¿castigarías a tu hijo por hacer uso de los atributos, de los dones, con los que lo has creado? No sería más lógico que amorosamente le dijeras: "Hijo, despierta, tan sólo es un sueño. Tú no puedes crear algo contrario a lo que eres; tan sólo has creído que lo has hecho.
De mí depende la salvación del mundo. En verdad es el mundo que he fabricado y en el que me veo como un pecador, por haberlo fabricado. Tan solo yo puedo deshacer lo que he creído fabricar. En el sueño, he depositado ese poder en otros, pero ahora, consciente de lo que soy, tomo esa iniciativa y en cada sueño adopto el rol de soñador.
Comienzo la labor de salvación del mundo proclamando mi inocencia, mi impecabilidad, mi unidad con la Filiación. Dejo el juicio condenatorio y, en su lugar, me dejo llevar por la Voz del Espíritu Santo, la cual me guía con la certeza del programa que ha de llevarme de retorno al verdadero hogar.
En ese camino de retorno, tú, hermano, me acompañas.
Reflexión: La afirmación "somos Dios en formación", ¿te produce humildad o arrogancia?