
Se trata de una vivencia, desgraciadamente, muy reconocible y que sin duda deja mucho resentimiento en nuestro interior. Podemos apreciar cómo, desde una primera fase, se nos traslada un código de aprendizaje basado en el desamor, en la separación, en el castigo y en la culpa. Esa amalgama de sentimientos va calando en nuestra mente hasta tal punto que se convierte en una forma de afrontar la vida. Lo que hago, lo hago, no porque me guste, sino para que le guste a los demás. Así, la felicidad, que es un estado innato del Ser, se proyecta sobre el "otro" y le otorgamos el poder de aportarnos respuestas que puedan ser portadoras de felicidad o no.
¿Qué me enseña esta lección?
Esta afirmación define un hecho que es real, pues toda "causa" se encuentra en mi mente. Tanto la verdad como el error encuentran su fuente en ella y nosotros elegimos servir a una u a otro.
Cuando nos encontramos identificados con la conciencia de separación característica del ego, proyectamos fuera nuestras necesidades internas. De este modo, cuando sentimos miedo, buscamos la protección en los demás; cuando sentimos dolor, sufrimiento o enfermedad, buscamos en el exterior a la persona que sea capaz de calmarnos y curarnos. Pensamos que no existe relación alguna entre esos sentimientos y nuestros pensamientos.
Sin embargo, cuando adoptamos la consciencia de unidad, cuando nos regocijamos en el amor, comprendemos que el verdadero poder reside en nuestro interior.
Conoceremos que la causa de todo lo que se manifiesta en nuestro mundo responde a la emanación de un pensamiento.
Nuestra salvación se encuentra en la unidad de nuestra mente.
Desde pequeños, nos preparan para que busquemos fuera de nosotros la fuente que ha de alimentarnos, que ha de protegernos, que ha de guiarnos, que ha de aportarnos felicidad y dicha.
Mientras que hemos permanecido en el vientre de nuestra madre, hemos mantenido una comunicación directa con ella. Nos ha alimentado, nos ha protegido, nos ha dado calor, nos ha mantenido en un “paraíso”, aunque no hemos sido conscientes de ello. Este estado propio de la fecundación es una recapitulación del estado en el que nos encontrábamos antes de creernos separados de nuestro Creador.El nacimiento físico lo podemos asemejar a ese momento ancestral en el que el Hijo de Dios adquiere la conciencia individual y se desconecta de la comunicación directa que caracteriza el pasaje del “Paraíso Terrenal”. La expulsión alegórica, tal y como nos lo describe la Biblia, nos ha llevado a creer que nuestro Creador nos castiga por haber desobedecido su mandato de no comer del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
El recién nacido, desde que es parido por su madre, se enfrenta a un mundo inhóspito en el que requiere recibir una respuesta desde el exterior para cubrir sus instintos básicos. Sus necesidades biológicas deben ser satisfechas para garantizar su supervivencia.
La visión del mundo material y esa necesidad de recibir se postulan como una línea vital del pensamiento del ego, y se institucionalizan en nuestro código mental, de tal modo que nuestra existencia, en general, y nuestra felicidad, en particular, están en manos de los demás.
Esta lección viene a recordarnos que esa creencia es errónea y debe dar paso a una creencia verdadera, la cual nos despierte a la realidad que somos, un ser espiritual, pleno y permanentemente unido a Su Hacedor, en el Cual se encuentra Su Fuente de Existencia.
Este paso de transición de una conciencia de separación a una consciencia de unicidad nos lleva a la conquista de un estado que podemos llamar "despertar", o lo que es lo mismo, la certeza de que somos el Hijo de Dios.
Ejemplo-Guía: ¿A quién hemos cedido el poder de nuestra salvación?
Esta cuestión, que hemos empleado como ejemplo-guía, nos ayudará a tomar consciencia de la enseñanza que nos ofrece esta lección. Nos permitirá, por un lado, identificar cómo es un hábito adquirido en nuestras vidas el depositar el poder de que seamos o no felices en manos de los demás; es decir, comprenderemos la dinámica que nos lleva a sentirnos "víctimas" de aquello que nos sucede en nuestro deambular humano, cuando en realidad no son los demás los que tienen ese empoderamiento, salvo que nosotros se lo permitamos.
Un ejemplo nos ayudará a entender lo que aportamos.
"Mis padres son muy severos y muy exigentes. Les tengo mucho miedo. Nada de lo que hago les parece bien y siempre me están reprochando lo que hago y diciéndome que no valgo para nada.
Hago todo lo posible para ganarme su agradecimiento, para que reconozcan que sí sirvo para muchas cosas. Pero por mucho que lo intento, nunca consigo unas palabras de reconocimiento, ni tan siquiera una sonrisa de aprobación.
Ahora ya soy mayor y tengo edad para enfrentarme a la vida, pero cada vez que me enfrento a unas circunstancias en las que tengo que integrarme en la sociedad, siempre doy un paso atrás, pues, en mi interior, tengo miedo a que me rechacen y me recriminen que soy torpe y estúpido. Cada vez estoy más marginado y me siento más solo".
En nuestro ejemplo, este chico se ve como una víctima de la educación recibida, pero en verdad, él elige en todo momento adaptar su comportamiento a las exigencias que percibe en el exterior. No voy a entrar en un análisis profundo que nos permitiría comprender el "por qué" y el "para qué" de que ese chico ha elegido vivir en una familia con unos padres con esas características, pero lo que sí vamos a recalcar es que, en la medida en que decidamos dejar de ser víctimas para asumir el verdadero papel de co-creadores, en esa medida dejaremos de ceder el poder de dirigir nuestras vidas a los demás y nos convertiremos en nuestros propios directores de orquesta.
Dejemos la mente “antigua” a un lado, sí, esa parte de nuestra mente que nos mantiene ciegos a la realidad. Obsérvate. Cierra los ojos y busca la quietud en el presente. Relaja tu mente y busca en los archivos de tu memoria una anécdota en la que te veas relacionándote con el mundo. No tardarás en identificar una experiencia semejante, pues estamos fabricando, permanentemente, infinidad de ellas.
Observa cómo te sientes cuando recibes de los demás una respuesta. ¿Atacas? ¿Asumes? ¿Aceptas? ¿Afirmas? ¿Niegas? ¿Te reprimes? ¿Te ocultas? ¿Te alegras?
Ahora contesta, ¿quién es el que tiene esas sensaciones? Sí, en efecto, eres tú, siempre eres tú, aunque a veces, muchas veces, te pase inadvertido. Párate aquí, pues este es el momento clave, en el que tomas consciencia de que nadie externo a ti puede hacer que te sientas de una manera u otra. Siempre, en todos los momentos de tu vida, eres tú el que decide sentir de una manera u otra.
Puedes estar viendo una película de cine, acompañado de tu amig@; ambos estáis, uno junto al otro, viendo la misma película. Ante una escena en particular, uno de los dos se emociona, pero el otro no lo hace. Al final de la película, le preguntamos a ambos qué tal les ha parecido el film. Uno se ha metido tanto en el papel del protagonista, que sus ojos brillan como causa de la emoción. El otro expresa que se ha aburrido de lo lindo. ¿Quién ha tomado la decisión? La vida es como una película. No son las escenas las que nos producen un tipo de sentimiento u otro, somos nosotros los que elegimos ese sentimiento.
La cuestión es, ¿de quién depende tu salvación?
Reflexión: Cuando juzgas, ¿dónde se encuentra la condena, en el acto que percibes o en tu modo de verlo y juzgarlo?