“Bienaventurados
los mansos, ya que ellos heredarán la Tierra”. (Mt 5:5)
Esta Bienaventuranza refleja la dinámica de
Hesed.
La mansedumbre es una de las reglas
fundamentales en el reajuste del comportamiento humano y Cristo manifestaría
esa virtud más de una vez bajo distintos aspectos, al recomendar que se ofrezca
la otra mejilla al agresor o al exhortarnos a que amemos a nuestros enemigos.
La mansedumbre ante las imposiciones de
nuestra vida ordinaria es recomendable, porque esas exigencias, deberes y
obligaciones que nos atenazan, no son más que el reflejo de nuestros propios
actos vistos al revés, como la imagen que aparece en el espejo. Se nos exige en
la medida en que hemos exigido: se nos impone en la medida en que nosotros
hemos impuesto; se nos obliga en la medida en que nosotros hemos obligado. Y
ello, no porque exista un Dios vengativo que pretenda castigarnos, sino que se
trata simplemente de que comprendamos las asignaturas que no hemos sabido asimilar,
se trata de un aprendizaje consentido por el alma de cada ser humano, no de un
castigo. Una vida de opresión es la continuación lógica de una vida de poder
oprimente.
El antídoto de todas estas injusticias, es la
mansedumbre porque aceptando las imposiciones de los demás, sean individuos o
fuerzas sociales, no haremos más que restablecer el equilibrio que antes se ha
roto y poner las cosas donde deben estar. Por el contrario, si se reacciona, si
el individuo se rebela contra lo aparentemente injusto, estará prolongando en
realidad el reino de la injusticia y puede pasarse toda la vida enfrentado con
los demás, en un estado de guerra permanente y sin fin.
La mansedumbre es el camino más recto para ir
a la libertad, aunque en la organización de la sociedad pueda parecer lo
contrario, puesto que cuando la causa lejana que produce la agresión actual
agota su dinamismo, la agresión cesa automáticamente. La mansedumbre es el polo
contrario de la ambición. Hoy en día la ambición es contemplada como una virtud
y la sociedad entera se vuelca para estimularla, para sacar al hombre de sus
casillas ordinarias y llevarlo más allá de sí mismo, bien sea en sus
necesidades de consumo diario o en el ejercicio de sus poderes intelectuales.
Lo bueno, para nuestra sociedad, es consumir
más, viajar más, leer más, trabajar más, escalar más y más puestos, olvidando
que cada alma tiene su norma, que cada ser se mueve en una órbita natural y que
los apetitos naturales vienen de dentro y son antinaturales si son estimulados
desde fuera. Esta sociedad, gobernada por la ambición, ha alcanzado más
rápidamente metas materiales, pero no puede decirse que los ambiciosos hayan
conquistado el reino de la Tierra porque la misma ambición mata los goces que
produce y deja la tierra convertida en un reino poco apetecible que ofrece
placeres irrisorios.
Incluso los que han conquistado cimas
sociales que pueden parecer envidiables y que van por el mundo cargados de
yates y de mansiones de ensueño, se ven amenazados por la provisionalidad de
ese reino, y más tarde o más temprano, en ésta o en otra vida, puede que se
vean derribados de su pedestal y tengan que volver a empezar armados de un pico
y de una pala.
La mansedumbre conduce a la paz, es decir, a
una vida en la que nada se opone a la realización de la voluntad natural del
individuo, que puede así realizar su vocación y exteriorizar su talento en
perfecta libertad, sin que nadie invada su espacio humano. A esto se refería
Cristo cuando decía que los mansos heredarán la Tierra, o sea, dispondrán de su
pedazo de universo, según sus capacidades, según su fuerza de voluntad.
Entonces, ¿no es lícito aspirar a ser más de
lo que se es? Tal vez no sea lícito hacerlo si con esa aspiración se violenta
el medio natural en que hemos nacido; si esa aspiración exige una ruptura con
nuestro país, con nuestra familia y un quebrantamiento de las reglas de la
sociedad que nos ha formado. La mansedumbre exige no meter goles en la portería
defendida por nuestro propio hermano. Cada uno de nosotros nace en el lugar más
adecuado para vivir las experiencias solicitadas por la parte divina que le
habita, y se encuentra integrado en la situación más adecuada para obtenerlas.
Pretender recoger experiencias fuera de ese contexto, equivale a menudo a dar a
nuestro Ego Superior una cosecha de coles, cuando lo que nos ha pedido son
patatas.
A los mansos se les promete la tierra: el
dominio de lo material, la tranquilidad. Se les promete aquello que la gente
acostumbra a pensar que solo se consigue por medio de la violencia, la lucha, o
la competencia. El hecho es que, como dice el refrán, "si uno no quiere,
dos no se pelean"; la presión que recibimos del exterior es exactamente la
misma que nosotros hacemos contra él.
El problema es que se nos ha enseñado a creer
que solo haciendo presión nos haremos un sitio en el mundo. Y esto hace que el
mundo en que vivimos aparezca como algo inhóspito y peligroso. El mundo no es
un lugar inhóspito y peligroso, somos nosotros quienes lo hacemos así. El reino
de los cielos no es algo que está en otro mundo ni en otra dimensión, es un
estado de conciencia posible, aquí y ahora; desde este estado la tierra deja de
verse como algo malo y duro. La mayor parte de las dificultades y contenciosos
se resuelven por si solos en el momento en que uno deja de luchar, en el
momento en que uno se da cuenta de que no necesita tantos condicionantes para
vivir. Además, la mayor parte de las discusiones no resultan tanto de problemas
reales como de la susceptibilidad del amor propio y los complejos de
inferioridad.
La mansedumbre auténtica no tiene ninguna
relación con el miedo. Es más bien una actitud del hombre cooperando con Dios,
“Hágase tu voluntad.” Engloba la paciencia y la indulgencia, y está motivada
por una fe imperturbable en un universo justo y amistoso. Domina todas las
tentaciones de rebelarse contra el gobierno divino. Jesús fue el hombre manso ideal
de Urantia, y heredó un vasto universo.
ENFOQUE
EXOTÉRICO
Mansos proviene de una palabra griega que
tiene 3 significados:
Gentil: Amable, cortés.
Manso: De condición benigna y suave.
Afable: Agradable, dulce, suave en la
conversación y el trato.
Por lo tanto las tres primeras
bienaventuranzas están completamente entrelazadas, ya que aquellos que son
pobres de espíritu y los que lloran, difícilmente serán de un grupo distinto a
los mansos de este versículo.
Existió en el Antiguo Testamento un gran
ejemplo reconocido por Dios, Moisés. Tan manso y humilde que temía en todo a
Jehová y este mismo dio testimonio de eso (Numero 12.3). Existen además algunos
pasajes con respecto a algunos otros personajes que mostraron mansedumbre en
algún momento de su vida, como por ejemplo Jeremías (Jeremías 26.14) y Esteban
(Hechos 7.60), entre otros. Pero lejos el mayor ejemplo en todo siempre será
nuestro Salvador Jesucristo.
La mansedumbre es una de las principales
características de Cristo, de hecho se predijo que Él entraría a Jerusalén de
forma humilde, sobre un pollino (Mateo 21.5; Zacarías 9.9). Además, nos hace un
llamado a aprender de Él la mansedumbre y no solo aprenderla si no que además,
colocarnos el yugo junto con él para ponerla en práctica (Mateo 11.29). Pedro
en su primera carta también da testimonio de esta gran condición del corazón de
Jesús (1 Pedro 2:23). Él nos deja una gran enseñanza, Jesús, no se preocupaba
de responder o maldecir a alguien, dejaba todo en mano de Dios ya que el seré
el que juzgue, cosa que también enseña Pablo a los romanos (Romanos 12:19).
Hay algunas cosas importantes sobre la
mansedumbre que debemos revisar:
Debe ser buscada (Sofonías 2:3). De esta
forma se advirtió a las naciones que quizás fuesen salvadas de la ira de Dios.
No debemos resistir a crecer o practicarla
(Lucas 6:29). En este pasaje Jesús nos indica como unir el amor con la
mansedumbre. La enseñanza es clara, si alguien nos hace algún mal, no debemos
tomar ningún tipo de represalia en su contra, más bien debemos amarlo, hacerle
bien, bendecirlo y orar por este.
Es un fruto del espíritu (Gálatas 5:22-23).
Si no tenemos el Espíritu Santo, difícilmente podremos dominar en mansedumbre
la carne, por lo que también será difícil amar a nuestros enemigos, pero
teniendo el Amor de Dios en nuestros corazones, si lo podemos hacer. En ese
mismo sentido, si no tenemos este Fruto del Espíritu, la tarea será aún más
difícil, por no decir imposible en algunos casos.
Es esencial en la enseñanza (2 Timoteo 2:25).
No debemos enseñar con el garrote si no con amor y paciencia, rogando que
aquellos que escuchan, Dios les conceda el entendimiento.
Es esencial al escuchar (Santiago 1:21). Así
como se enseña con mansedumbre de esa misma forma debemos oír la enseñanza de
su palabra.
Debemos practicarlas con los hermanos de la
fe (Gálatas 6:1). Debemos considerarnos a nosotros mismos (Lucas 6:31) al
momento de corregir alguna falta. De esta forma también mostramos andar dignos
en Cristo (Efesios 4:1-2; Colosenses 3:12).
Esto es de grande estima delante de Dios (1
Pedro 3:3-4). Esta forma de ser, debe ser nuestro atavío interno, lo externo es
solo esa apariencia corruptible, más nosotros como hijos de Dios debemos
vestirnos con el ornato incorruptible interno.
Por actuar de esta forma tenemos una gran
bienaventuranza, una promesa desde mucho tiempo atrás: "Porque ellos
recibirán la tierra por heredad" (Salmo 37.11). Esta es una clara alusión
a la promesa entregada por Dios a su pueblo en el Antiguo Testamento de darles
la tierra prometida. Para nosotros la herencia es algo distinta. Por medio de
la fe (Romanos 4:13) se nos promete ser coherederos con Cristo (Romanos 8:17).
Así nos transformamos en herederos de Dios (Gálatas 4:7) y en un tiempo no muy
lejano, seremos herederos no solo de la tierra, si no que de todo (Apocalipsis
21.7).
No nos queda más que ser
mansos primeramente a Dios y también como él nos enseña, a todas las autoridades, demostrando con esa vestimenta interna, que somos herederos de
Dios y coherederos con Cristo.
Fuentes consultadas: Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Ricardo Bentancur (El Centinela). Palabra Integral.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario