“Bienaventurados
los afligidos (los que lloran); ya que ellos recibirán consuelo”. (Mt 5:4)
Si la Bienaventuranza anterior, decíamos que
estaba relacionada con la dinámica del Séfira Hochmah, en la que estamos
analizando puede reconocerse la dinámica de Binah. Cristo anunciaba
implícitamente con esta Bienaventuranza la Ley de alternancia, que hace que las
cosas cambien. La aflicción puede ser física o puede ser moral. En ambos casos
es algo provisional, destinado a desaparecer. Es algo que el propio individuo
ha hecho necesario, en virtud de pasadas actuaciones, pero que no puede durar
porque la aflicción está sometida a la fuerza de repulsión que la destruye y le
sucede el estado de consuelo, que representa una restitución de aquello que
había perdido, trátese de salud, de afecto o de posesiones materiales, tal como
aparece en la historia de Job, que es una ilustración de cómo el afligido es
consolado cuando comprende los motivos de su aflicción.
El Reino que anunciaba Jesucristo es el del
vasto consuelo, es aquél en el cual se encuentra todo lo que en el humano
peregrinaje se ha perdido, es un ancho océano de amor, de sabiduría, de gracia,
y cuando ese reino se derrama sobre el alma, no puede subsistir en ella ninguna
aflicción. Pero a veces las aflicciones humanas son largas, porque largos y
duraderos han sido los errores que han conducido a ellas y ocurre que el
enfermo, el desdichado, se identifica con su mal y con su desdicha, pensando
que la salud y la dicha no son para él.
Esta actitud paraliza la llegada del
consuelo. O bien se rebela contra lo que le está ocurriendo, poniendo en duda
la justicia de Dios, lo cual tiene como efecto apartarle igualmente de las
dulces aguas del consuelo. Al unir el consuelo con la aflicción, Jesús quería
significar lo que luego ilustraría con su propia vida, al curar
instantáneamente a los que se acercaban a él para tocar su gracia.
Quería decirles a todos los afligidos que la
recuperación está a su alcance, si en ellos adviene ese estado de confianza que
se llama Fe. Poco importa la gravedad de sus aflicciones y que los médicos las
consideren o no curables. El dictamen médico tiene un valor en el mundo
profano, pero en el Reino del Padre todo es perfecto y cuando el alma humana se
ha vinculado a él, la perfección de arriba desciende sobre el enfermo, y al
instante queda sanado.
Vosotros los que sufrís, los que en vuestro
itinerario os veis cargados con lacras físicas o morales, elevad vuestros
pensamientos y vuestros sentimientos hacia esa esfera de confianza que se llama
Fe y las aguas del consuelo se derramarán sobre vosotros limpiando todas las
lacras.
A los que lloran se les promete el consuelo.
No es esto una alabanza de la autocompasión sino una distinción entre el
sufrimiento mecánico y el sufrimiento consciente. En la vida habitual llorar es
algo mal visto. La gente se siente obligada a decir que está "muy
bien" cuando se les hace la pregunta de rigor; porque estar mal se
considera algo vergonzoso, una especie de fracaso personal.
Existe la idea de que el mundo ofrece
suficientes alicientes para ser feliz y de que quien no lo consigue es porque
es un incompetente o un tarado mental. El hecho es que la gente huye del dolor
como gato escaldado e intenta una y otra vez conseguir la felicidad a base de
poseer cosas, personas o cargos. También es un hecho que el intento es vano,
aunque todo el mundo crea que el vecino lo ha conseguido.
En la medida en que identificamos nuestra
felicidad con algo externo, nos estamos condenando a no alcanzarla. Por tanto,
la infelicidad, la soledad y el dolor subsisten; y, lo que es peor, no existe
la más mínima esperanza de colmar este déficit. En cambio, quien acepta el
dolor como algo inherente a su estado de conciencia está en condiciones de
buscar y encontrar esta felicidad, este consuelo; porque se ha dado cuenta de
que su estado de conciencia se puede modificar y está dispuesto a trabajar en
tal sentido.
El llamado sentido común o la lógica más
superior nunca sugerirían que la felicidad puede surgir de la aflicción. Pero
Jesús no se refería a la aflicción externa u ostentatoria.
Hacía alusión a una actitud emotiva de
ternura de corazón. Es un gran error enseñar a los niños y a los jóvenes que no
es varonil mostrar ternura o, por otra parte, dar testimonio de sentimientos
emotivos o de sufrimientos físicos. La compasión es un atributo valioso tanto
en el hombre como en la mujer. No es necesario ser insensible para ser varonil.
Ésta es la manera equivocada de crear hombres valientes. Los grandes hombres de
este mundo no han tenido miedo de afligirse. Moisés, el afligido, fue un hombre
más grande que Sansón o Goliat.
Moisés fue un guía extraordinario, pero
también estaba lleno de mansedumbre.
Ser sensible y reaccionar antes las necesidades
humanas crea una felicidad auténtica y duradera, y al mismo tiempo estas actitudes
benévolas protegen el alma contra las influencias destructivas de la ira, el
odio y la desconfianza.
La
Virtud del Consuelo
Se cuenta que Esculapio, el dios romano de la
medicina, aconsejaba a los médicos con estas palabras: “Tu vida transcurrirá
como a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas. Te
verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo
humano. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en el
silencio de las fatigas”. Cuando consolamos a los demás, compartiendo las
amenazas y las experiencias de muerte de los otros, no solo aposentamos el alma
afligida por sus pérdidas irreparables, sino que también nos resguardamos de la
impotencia y la soledad.
El filósofo existencialista Jean Paul Sartre
afirmaba que el infierno es la mirada del otro, porque puede convertirnos en un
objeto de su arbitrio, aislarnos y aun matarnos en su interioridad. Por eso,
muchos huyen de la mirada del otro, del juicio artero y destructivo, y viven a
la defensiva, en la soledad, convertidos en seres opacos para los demás. Pero el
consuelo trabaja en dirección opuesta. Recupera al otro convirtiéndolo en
prójimo, en una ayuda benéfica, en un amigo y hermano. Exalta la solidaridad,
la reciprocidad y la fraternidad. Produce la mirada comprensiva que sostiene en
la angustia y hace brillar la luz de la esperanza.
La misma palabra con-suelo expresa la idea de
reinstalar al otro en el suelo, de afirmarlo, dándole aliento, ánimo, fuerza,
para que retome el camino con seguridad y confianza. La esencia del consuelo es
mirar hacia adelante, instalar la esperanza en el porvenir. Es una fuerza
generadora de vida.
El
Privilegio de consolar
La muerte subsiste como un dato inaceptable,
incluso para los creyentes, pero el consuelo se nutre de la fe. La soledad
puede parecer atroz e inexorable, especialmente cuando nadie comprende o se
acerca para acompañar el sufrimiento. Por eso es alentador para el cristiano
saber que tenemos un Dios sufriente y comprensivo del dolor humano. Khalil
Gibrán se refiere a Jesús como “un hombre que enfrentó a la muerte con la savia
de la vida en sus labios y con la compasión hacia sus verdugos en sus ojos”.
Según el capítulo 40 de Isaías, el Mesías cumpliría las profecías por su acción
consoladora, trayendo ánimo y fuerza a la humanidad. Asimismo, el término
griego Paracletos, que significa Consolador, describe la acción del Espíritu
Santo en el corazón de los hombres. Paracletos significa alguien que acompaña y
llama o exhorta. Designa, pues, la función asistencial que ejerce el Espíritu
Santo en la Tierra en favor de los creyentes.
El apóstol Pablo amplía y complementa el
concepto cristiano del consuelo con estas palabras: “Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda
consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos
también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio
de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la
manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también
por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para
vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra
consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones
que nosotros también padecemos” (2 Corintios 1:3-6).
Para Pablo, la consolación es un don de Dios
que no solo nos libera del sufrimiento y recrea el espíritu, sino que además
nos habilita y nos compromete para actuar como portadores de la palabra
consoladora.
Es cierto que el trabajo de acompañar a quien
está en un proceso de duelo es difícil y también doloroso, porque nos pone en
contacto con nuestras propias pérdidas, nuestros temores y con la incertidumbre
de nuestra propia muerte, pero el hecho de saber que este noble tarea está
auspiciada y habilitada por el Todopoderoso, la inviste de un privilegio
excelso.
Por eso, afrontemos esta hora difícil de la
humanidad con la valentía del consuelo, ayudándonos unos a otros.
Fuentes consultadas: Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Ricardo Bentacur (El Centinela)
Continuará...
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