B. El segundo obstáculo: La creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece (1ª parte).
1. Dijimos que el primer obstáculo que la paz tiene que superar es tu deseo de deshacerte de ella. 2Allí donde la atracción de la culpabilidad impera, no se desea la paz. 3El segundo obstáculo que la paz tiene que superar, el cual está estrechamente vinculado al primero, es la creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece. 4Pues aquí la atracción de la culpabilidad se pone de manifiesto en el cuerpo y se ve en él.
El cuerpo es la manifestación densa de ese deseo. Dicho cuerpo tiene la propiedad de percibir lo que los deseos nos muestran y que, por su naturaleza ilusoria, carecen del poder de lo eterno, lo que los hace efímeros y temporales. Lo que el cuerpo percibe no es real precisamente porque no es fruto de la verdad, pues la verdad, lo real, no cambia, es eterna.
2. Este es el tesoro que crees que la paz te arrebataría. 2De esto es de lo que crees que te despojaría, dejándote sin hogar. 3Y esta es la razón por la que le negarías a la paz un hogar. 4Consideras que ello supone un "sacrificio" excesivamente grande, y que se te está pidiendo demasiado. 5Mas ¿se trata realmente de un sacrificio o de una liberación? 6¿Qué te ha dado realmente el cuerpo que justifique tu extraña creencia de que la salvación radica en él? 7¿No te das cuenta de que eso es la creencia en la muerte? 8En esto es en lo que se centra la percepción según la cual
La identificación con el cuerpo ha facilitado el olvido de nuestra verdadera realidad. La propiedad inherente al cuerpo, la percepción, nos lleva a negar todo aquello que no nos muestre su significado, el cual se lo atribuye el propio sistema que lo gobierna, el fabricado por la personalidad egoica. La verdad es sustituida por la fuerza de la razón práctica y se le arrebata su verdadero significado, pasando de ser eterna a transitoria. Como consecuencia de ello, a lo largo de la historia, la verdad adquiere diferentes rostros y lo que es verdad para unos, no lo es para otros. Luego, la verdad deja de serlo.
Atrapados en el sistema de pensamiento del ego-cuerpo, no resulta fácil reconocer lo que es o no es verdad, pues al atribuirle una cualidad cambiante, se pierde su esencia real. No ver o percibir el ser que somos nos lleva a negarlo, y ese olvido es una de las fortalezas que más valor tiene para el ego, pues reconocer la verdad le llevaría a su propia autonegación.
El dolor es real para el ego, como real es la muerte y el miedo. No pueden negarlo, pues son percibidos y, por tanto, son reales para él. Si realmente nuestra verdadera identidad fuese el cuerpo, no podríamos negar la percepción del dolor, ni de la muerte, y negaríamos la afirmación de que son pensamientos erróneos, pues su evidencia así nos lo mostraría.
Pero el error radica en el origen de sí mismo, esto es, radica en la creencia que nos lleva a verlo como real. Si la vida verdadera no fuese el tránsito temporal por el mundo físico, sino que nuestra existencia se extiende más allá del tiempo y la muerte, manifestándose en su expresión etérea, en su esencia espiritual, en su manifestación divina, entonces el dolor, la muerte y el miedo deben ser vistos como lo que son realmente, pensamientos, ideas que hemos aceptado como parte de nuestras creencias y a las que hemos rendido pleitesía.
Dejar de ver el dolor tal y como lo percibe el ego es el único sacrificio que el Espíritu Santo no pide eliminar. Es una elección nuestra el aportarle el significado que le ha aportado el sistema de pensamiento del ego. El dolor acompaña siempre al miedo y el miedo es ausencia de amor, por lo que el dolor se convierte en un pensamiento donde el amor brilla por su ausencia.
Tal vez el ego nos argumente: "Amar no nos evita el dolor". El dolor va de la mano del sufrimiento, y cuando se ama realmente, nada nos puede hacer sufrir, pues, como ya hemos dicho, tanto el dolor como el sufrimiento son pensamientos, son creencias que se pueden cambiar si son erróneas.
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