¿Qué me enseña esta
lección?
El ego no tiene conciencia de la Luz, su realidad es la oscuridad, pues se identifica tan sólo con la densidad del cuerpo. Si tuviese conciencia de la Luz, reconocería que la única verdad es la que proviene del Espíritu que es Eterno.
Al darle valor a la oscuridad, a la expresión del cuerpo, como único vehículo que le aporta una percepción tangible de la vida, atribuye la función de ver a los ojos físicos y la función de pensar al cerebro. Sin embargo, esa verdad es errónea pues está basada en la dualidad y en la temporalidad.
Un invidente puede ver más claro que un vidente, a pesar de carecer de los órganos de percepción, los ojos. Cuando permanecemos dormidos, nuestro ser está viendo y percibiendo experiencias, con la misma nitidez e intensidad que si estuviera en vigilia.
La verdadera visión se encuentra en la Luz y esa Luz es nuestra fortaleza, nuestra verdadera identidad. La capacidad para conocer la verdad, no se encuentra en nuestro cerebro, pero sí en nuestra Mente. En la medida que seamos capaces de expresarnos en la Unidad, estaremos reconociendo la verdad de la Luz y estaremos dando expresión a nuestra fortaleza.
Dentro de los múltiples significados que podemos encontrar en el
Diccionario de la Real Academia Española sobre el término
"fortaleza", voy a quedarme con las dos que considero más
interesantes para el desarrollo de esta Lección:
- Fuerza
y vigor.
- En la
doctrina cristiana, virtud cardinal que consiste en vencer el temor y huir
de la temeridad.
El Curso, nos dice que tenemos demasiada fe en el cuerpo como fuente de fortaleza y lo argumenta, planteándose la siguiente cuestión: “¿Qué planes haces que de algún modo no sean para su comodidad, protección o disfrute?” (T-18.VII.1:2)
Es evidente, que mientras pongamos nuestra fuerza y vigor en manos de la creencia de que somos un cuerpo, no estaremos viendo la fortaleza como la virtud cardinal que nos lleva a vencer el miedo.
La verdadera fortaleza es una con la Luz, y, en este sentido, el Curso nos enseña que el Amor del Espíritu Santo es nuestra fortaleza, pues el nuestro está dividido y, por lo tanto, no es real. El Espíritu Santo es nuestra fortaleza porque sólo nos conoce como espíritu. Él es perfectamente consciente de que no nos conocemos y perfectamente consciente de cómo enseñarnos a recordar lo que somos.
Ejemplo-Guía: "Me siento triste, porque percibo la enfermedad en mi cuerpo"
"Hay algo que nunca has hecho: jamás te has olvidado completamente del cuerpo. Quizá alguna que otra vez lo hayas perdido de vista, pero nunca ha desaparecido del todo. No se te pide que dejes que eso ocurra por más de un instante; sin embargo, en ese instante es cuando se produce el milagro de la Expiación. Después verás el cuerpo de nuevo, pero nunca como lo veías antes. Y cada instante que pases sin ser consciente de tu cuerpo te proporcionará una perspectiva diferente de él cuando regreses" (T-18.VII.2:1-5).He pensado que merece la pena continuar con el ejemplo guía de la enfermedad, pues sin duda, cuando nos encontramos en la experiencia, nos preguntamos cómo debemos actuar, qué debemos hacer, para recuperar la salud.
Es verdad, que resulta muy difícil olvidarnos completamente del cuerpo. Tan solo se nos pide un solo instante en el que la Expiación pueda revelar a nuestra mente, cuál es la percepción correcta.
Un ejemplo: Llamaremos "M" al protagonista de esta experiencia.
Lleva varios años estudiando el Curso de Milagros.
Recientemente su cuerpo presentó síntomas de gripe. Esta situación le contraria
mucho, pues llevaba mucho tiempo sin ponerse enfermo, situación que relacionaba
mentalmente a la condición de su nueva consciencia.
Su primer pensamiento le lleva a buscar cuál ha podido ser la causa que ha
podido originar esa situación. Sin hacer muchos esfuerzos, identifica que la
causa la ha originado un sentimiento de culpabilidad como consecuencia de haber
expresado juicios faltos de amor sobre un compañero. Toma consciencia de que en
verdad no se había dado cuenta de la culpa, y ello, según cree, fue la causa
que ha dado lugar a la enfermedad.
Seguidamente, pide Expiación al Espíritu Santo y pone la enfermedad en sus
manos, para que lo sanase.
En su interior, "M", espera que se produzca un milagro. Que la enfermedad desapareciese instantáneamente. Pero al comprobar, que no fue así, nuestro protagonista entra en un estado de tristeza. No se siente feliz. Aunque no lo dice, piensa que algo no está funcionando, se siente debilitado, una sombra de duda asoma en su mente. Está buscando la Luz y en su lugar vive en la oscuridad. Se pregunta, ¿qué puede hacer?
Un Curso de Milagros nos deja una de sus joyas:
"Hacer algo siempre involucra al cuerpo. Y si reconoces que no tienes que hacer nada, habrás dejado de otorgarle valor al cuerpo en tu mente. He aquí la puerta abierta que te ahorra siglos de esfuerzos, pues a través de ella puedes escaparte de inmediato, liberándote así del tiempo. Ésta es la forma en que el pecado deja de ser atractivo en este mismo momento. Pues con ello se niega el tiempo, y, así, el pasado y el futuro desaparecen. El que no tiene que hacer nada no tiene necesidad de tiempo. No hacer nada es descansar, y crear un lugar dentro de ti donde la actividad del cuerpo cesa de exigir tu atención. A ese lugar llega el Espíritu Santo, y ahí mora. Él permanecerá ahí cuando tú te olvides y las actividades del cuerpo vuelvan a abarrotar tu mente consciente” (T-18.VII.7:1-9).
“Mas este lugar de reposo al que siempre puedes volver siempre estará ahí. Y serás más consciente de este tranquilo centro de la tormenta, que de toda su rugiente actividad. Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe. Pues desde este centro se te enseñará a utilizar el cuerpo impecablemente. Este centro, del que el cuerpo está ausente, es lo que hará que también esté ausente de tu conciencia" (T-18.VII.8:1-5).
Nuestro protagonista, "M", toma consciencia
de que estaba percibiendo erróneamente la experiencia. Toma consciencia que,
desde la Luz, la oscuridad se disipa y no se percibe. Toma consciencia que, el
Espíritu Santo no puede sanar lo que no es real. Toma consciencia que, buscar
el significado de la enfermedad nos lleva a hacer real lo ilusorio y nos lleva
a activar la culpa, antes del perdón. Toma consciencia que, estaba poniendo la
felicidad en manos del cuerpo.
Reflexión: ¿Recuerdas alguna situación en tu vida en la que hayas
experimentado la fortaleza del Espíritu?
No hay comentarios:
Publicar un comentario