MUERTE DE JESÚS
37 Jesús, dando una voz fuerte, expiró. 38 Y el velo del templo se partió en dos partes de arriba abajo. 39 Viendo el centurión, que estaba frente a Él, de que manera expiraba, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios.
Estamos ante un proceso revelador propio de esta última hora; la hora en la que más nos hemos alejado del Principio, del comienzo, del origen de Dios. Es por ello, debido a esta distancia que lleva a la consciencia a sentirse separada, incomunicada de toda referencia espiritual, que se promueve el escepticismo en nuestra mente, y la frialdad en nuestro corazón. El hombre Virgo de esta hora, cree tan solo en lo que ve, y en este pasaje, es testigo directo de la manifestación de la Verdad en su momento álgido, en su culminación. Podemos decir, que la verdad se palpa, se percibe, se hace nueva ciencia. En este caso, se trata de la ciencia del amor, que lleva al hombre a sacrificar su vida por salvar a sus hermanos.
Cuando el amor nos lleva a este estadio, se hace inevitable que su acción suene como un gran acto creador. Nuestro verbo, ese poder divino, se expresa con fuerza y todos perciben su acción. A partir de ese momento, el velo que cubría la Verdad en el templo se parte de arriba abajo, pues ya no nos cabe ninguna duda de que esa Verdad es UNA: Amar al prójimo como a uno mismo.
Ese centurión que se encuentra enfrente del Maestro, es el otro rostro de la Verdad, la que permanece sumida hasta ese momento en su ignorancia. Es la expresión del que busca, pero que sin embargo ha permanecido atado al mundo irreal. Su afán por ver le ha llevado a situarse “frente” a la verdad. Él ha sido testigo de su expiración, del poder de su Liberación, de su sacrificio y entrega, y por ello, sus ojos se abren para ver la Verdad, y esa visión le lleva a exclamar: ¡Verdaderamente este hombre era hijo de Dios!
40 Había también unas mujeres que de lejos le miraban, entre las cuales estaba María de Magdalena, y María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, 41 las cuales, cuando Él estaba en Galilea, le seguían y le servían, y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalem.
Qué desilusión, que de los doce discípulos, ninguno de ellos -al menos según se refleja en el evangelio de Marcos- le acompañara en esa hora final. Tan solo un grupo de mujeres, entre las que curiosamente no se hace referencia a su madre. ¿Por qué? ¿Qué razón tendrá Marcos para que se olvide de detallar lo que otros autores sí mencionan, la presencia de María y de Juan, el discípulo amado? No creo que esta información fuese desconocida por el cronista. Tal vez deberíamos analizar esta observación, teniendo en cuenta su simbología espiritual. El autor nos revela la presencia de tres mujeres, las cuales eran seguidoras del Maestro cuando Él estaba en Galilea. Ya hemos tenido ocasión de referirnos al significado de “galilea”. Veíamos que su protagonismo nos situaba en la tierra donde el Maestro realizaría sus primeras acciones de predicación. El poder de su espíritu, el Fuego de sus Principios; la intuición renovadora de sus ideales debía penetrar en la tierra llamada Galilea; o lo que es lo mismo, en el Cuerpo Emocional de cada hombre. Ahí es donde comienza el proceso evangelizador del Hijo del hombre.
Esas mujeres, símbolo de lo femenino, del Cuerpo de Deseos, le siguieron exactamente cuando Él se encontraba iluminando ese Cuerpo Emotivo con la intención de lograr que el amor egoísta que había imperado hasta entonces, se transformara en amor universal. Por lo tanto, debemos ver en esas tres mujeres a las representantes de los signos de Agua; debemos ver en ellas, el logro de haber conquistado la Nueva Consciencia en el Elemento rebelde, el liquido Elemento.
Cuando el Maestro expira su último aliento de vida material, su Obra continuará en esas tres mujeres que han sido capaces de llegar hasta la última hora. En verdad, que la Obra realizada por Jesús-Cristo debe ser fecundada, gestada en el vientre de nuestra María Magdalena, María de José y de Salomé. Debe crecer en nuestras emociones, pues será ahí donde se realizará la primera fase importante de la Obra del Amor. Posteriormente, cuando hayamos deseado con profundidad amar, ese deseo se convertirá en un hábito, en una creencia, y a partir de ese momento, nuestra existencia será diferente.
También, le siguieron hasta la cruz, otras "muchas" mujeres -siempre lo femenino- que habían subido con Él a Jerusalem. Recordemos que Jerusalem es la tierra del Aire, donde la Obra Crística trabaja directamente sobre las creencias del hombre. Por lo tanto, esas mujeres, seguidoras del Maestro en Galilea y en Jerusalem, son las representantes de la labor fecundadora realizada por Él en nuestros Cuerpos de Deseos y Mental.
Con este mensaje, el cronista nos advierte, que la Obra Crística fecundará el Mundo en los cuatro puntos cardinales.
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