Desde hacía ya bastante tiempo, la vida para Mehiel se había convertido en aburrida, monótona. Jamás ocurría algo que le diese un poco de sentido.
Su única distracción había sido siempre escribir, pero
aquella apatía había dejado estéril su imaginación y la fuente de inspiración
parecía haberse agotado.
Pero aquella pobre situación no iba a durar siempre, y así se
lo parecía a nuestro protagonista cuando de repente aquel ciclón humano entró
en su habitación.
- Hermano, hermano, mira lo que te traigo -gritó jadeante y sin aliento la impetuosa joven-.
Era la hermana menor de Mehiel, la que acababa de causar
aquel atropello. En sus manos mostraba un trozo de papel que debía ser muy
importante, pues el rostro del joven escritor se iluminó de un modo extraño.
Tomó la nota y la beso repetidamente.
- Es mi oportunidad. ¡Ja, ja, ja...! -reía alocadamente-. Ahora tengo un motivo para volver a escribir. Voy a ganar ese premio y seré un hombre celebre. Todos oirán hablar de mí.
Con esa ilusión se entregó en manos de la inspiración. Debía
encontrar un buen guion y le daría vida a los personajes. Juntos lograría un
excelente trabajo. Sí, estaba convencido de su talento. Ya lo había demostrado.
Sin embargo, fueron pasando los días y el joven escritor tan
sólo había logrado llenar la papelera de hojas.
Sin duda la inspiración le había abandonado. Había dejado
pasar el tiempo sin hacer uso de ella, y debió cansarse de esperar. Pero ese no
era el motivo, y Mehiel que en un principio lo único que deseaba era ser
famoso, fue cambiando su actitud. Ya no le importaba la celebridad, debía
escribir para instruir a los demás sobre las verdades que custodiaba.
Y aquel cambio obró milagros. De nuevo sintió ese cosquilleo
tan particular que le anunciaba que debía tomar rápidamente papel y lápiz, pues
el manantial de la inspiración fluía de nuevo y vivificaba su mente con
imágenes que debía ir transcribiendo.
· "Erase una vez en los confines del
Tiempo, cuando la humanidad vivía libre y feliz en un hermoso reino, ocurrió
que una terrible bestia emergió de la oscuridad y buscó al hombre para saciar
su feroz apetito.
Aquel dragón contaba
con siete cabezas y diez cuernos, y pronto sembró el pánico en el paraíso. Pero
cuenta la leyenda que entre los hombres había uno muy sabio al que todos amaban
por su valor y bondad. Aquel valiente guerrero armado con una espada forjada en
las fraguas de Kether y templada en las aguas de Hochmah, hizo frente a la
bestia a la que venció tras una sangrienta batalla, en la que consiguió
cortarle las siete cabezas, apoderándose de sus diez cuernos.
Desde aquel día la
humanidad conoció de nuevo la felicidad, y el bravo guerrero colocó cada cabeza
en las siete Montañas Sagradas, y con los diez cuernos edificó los pilares de
un Gran Templo.
Todos respetaron
aquella nación, la cual reinó sobre todas las naciones con sabiduría y
valor".
Mehiel había terminado de escribir y se sentía como ese héroe
guerrero que acababa de vencer a la bestia. ¿Qué bien se lo pasaba escribiendo?
Al día siguiente, el joven escritor presentó su obra. Ya no
le interesaba ganar el premio, pero sí deseaba que los demás pudieran leerlo.
Cosa que lograría sin duda, ya que el cuento fue elegido
entre todos los demás y publicado. Muchos niños conocerían cómo el valor y el
amor se convierten en una invencible espada con la que se puede vencer
cualquier mal, y especialmente el furor del dragón
Fin
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