martes, 11 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (2)

Ensimismado por aquel nuevo hallazgo, Psique no se había percatado de que estaba siendo observado, desde muy cerca, por la fija mirada de un nuevo e impresionante desconocido. Pero no lo sería por mucho tiempo, puesto que en ese mismo instante aquel ser dijo con voz enérgica:
 
“¿Dónde crees que vas, extranjero? ¿Cómo te has atrevido a adentrarte en mis tierras? Vamos, responde”. Sin duda, aquel desconocido ser no podía ser otro que el León, pero Psique lo ignoraba, y por ello le contestó:
 
 
“¿Extranjero? -y muy sorprendido añadió- ¿qué es un extranjero? ¿soy yo un extranjero? ¿y quién eres tú? ¿acaso eres un Carnero?”
 
Aquella ingenuidad era demasiado infantil para el noble León, el cual, alisando con su garra su hermosa melena, no pudo o, más bien, no quiso evitar que una fuerte carcajada saliese de su garganta.
 
“¡Jo, Jo, Jo!... ¿Me puedes decir de dónde vienes? ¿Es que acabas de nacer?”
 
“¿Cómo lo has podido saber? Es cierto lo que dices, pues me siento como si el encuentro con el Carnero me hubiera contagiado con su vitalidad. ¿Acaso tú eres un Carnero? -y volvió a repetir-. Dime, ¿eres un Carnero? Tal vez puedas ayudarme; me dirijo en busca del León. ¿Tú le conoces?”
 
"Que si le conozco, dices. Claro que lo conozco. ¿Quién no conoce al rey de la naturaleza? ¡Yo soy el León!”
Y diciendo esto, el León mostró su ancho pecho, levantó aún más su erguida cabeza y se paseó justo delante de Psique con talante de magnanimidad y realeza.
 
Poco le faltó a Psique para saltar de alegría al conocer al León, y sin dejar de dar muestra de su entusiasmo, le dijo a su recién conocido: 

“Debo dar gracias a la providencia por haberme guiado hacia ti. Espero que me reveles cuál es tu Sentencia. He venido desde muy lejos para reunir las tres Sentencias del Espíritu Viviente, aquí en las Tierras de Fuego. Dime, León, ¿cuál es la tuya?”
 
“¿De qué estás hablando, acaso no tienes ojos en la cara? ¿Acaso conoces a alguien más poderoso que yo? ¿Acaso no sabes ver en mí al rey de la creación? Aquí soy yo el que manda y ordena, y todos respetan los principios que establezco. ¿Tienes tú algo que oponer? -retó con altanería el majestuoso León-“.
 
“No, en verdad es que por muchas vueltas que le doy... pero, dime,
¿Acaso eres Dios?”
 
“¡Humm...! -gruñó enfadado el León-, no me tomas el pelo, ¿verdad?”
 
“El pelo, ¿qué pelo? ¿Cómo puedo tomarte el pelo, si estás tan lejos de mí? Tal vez si te acercas un poco y te hace ilusión…”
 
“¡Bueno, basta ya! Contestando a tu anterior pregunta, te diré que no soy un Dios, pero sí soy su imitador, ¿entiendes? Soy generoso como el Sol y mis hazañas son conocidas por todos, bueno, excepto por ti. Pero ahora ya me conoces, y como me siento generoso, dejaré que me pidas lo que quieras”.
 
"He venido hasta aquí en busca de tu sentencia. Si fueses tan amable…” 
 
“Está bien, joven. Ya veo que eres testarudo. Mi Sentencia es esta: iSiente la vida intensamente y trata de crear imitando a tu Creador!”
 
“¿Qué debo hacer para sentir la Vida con intensidad, León? -preguntó Psique preocupado-“.
 
Haz igual que yo. Siéntete el rey de la creación y no te permitas hacer nada que vaya en contra de tu corazón”.
 
“De mi corazón, ¿qué es el corazón?”
 
¡Cómo! ¿No sabes qué es el corazón? El corazón es la fuente que nos permite la vida. Es el Sol que nos alumbra, y es el centro del sublime amor. Ven, pon tu mano en mi pecho y comprobarás por ti mismo qué es el corazón”.
 
Y fue Psique a posar su mano diestra en el pecho del León, cuando en ese justo momento un rayo luminoso recorrió todo su cuerpo, y un nuevo ritmo comenzó a latir en su pecho, el cual desde ese momento se fundió en un profundo y misterioso secreto. Se trataba de una voz desconocida, que desde aquella morada le hablaba con intensa pasión.
 
Con aquella Sentencia que había culminado en una mágica experiencia, Psique se despidió del León, aunque sabía que jamás lo podría olvidar, y que algo de él siempre le acompañaría.
 
El joven e intrépido buscador experimentaba una alegría especial y festejaba con júbilo el poder contar con la simpatía de sus dos conocidos, el Carnero y el León. Detuvo sus pasos solo un momento y se dijo:
 
“Ahora soy afortunado, pues poseo la Vida que ha despertado en mí el Carnero y una voz que desde mi pecho me invita a vivir. Siendo así, ¿qué estoy esperando? -y diciendo esto, corrió embriagado por el entusiasmo, y corrió más y más, hasta que algo inaudito ocurrió, algo que le dejó perplejo y maravillado-“.


...continuará

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