miércoles, 19 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (10)

Capítulo IV: "La Morada de Hesed"

Tras tres duras jornadas, Psique se sentía agotado. Aquella alforja, fiel compañera de viaje, había ido ganando peso a cada aventura y ahora suponía una carga considerable para el joven aspirante. A pesar de su cansancio, no quiso retrasar su próximo encuentro en el que esperaba ser huésped de las cálidas Tierras de Hesed, fuente Sagrada del eterno poder.
 
Sumido en un vivaz diálogo consigo mismo, nuestro joven buscador y osado aventurero, no pudo evitar que una vez más fuese víctima de un hecho que lo embriagó de admiración.
 
El tronar de las reales trompetas del Templo clamaba a los cuatro vientos la llegada de un viajero, dándole de este modo tan singular la bienvenida a la tierra donde moran los Sabios Maestros.
 
Unas enormes puertas labradas en las más preciadas de las maderas se abrieron al unísono, invitándole a entrar. No acababa de creer lo que sus ojos estaban presenciando. Una enorme fortaleza de piedra se levantaba sólidamente ante él. Jamás había contemplado a lo largo de sus anteriores viajes nada parecido. Dejándose guiar por una voz interior en la que quiso reconocer una triple alianza, la del León, el Escorpión y el Aguador, dirigió sus pasos hasta el interior de aquel enorme y gigantesco recinto.
 
Comprobó a su paso que todo estaba labrado y esculpido en la dura piedra. Sin embargo, aquellas siluetas estaban perfiladas con tanta perfección que resultaba difícil distinguir la realidad de la fantasía.
 
Poco a poco, nuestro amigo Psique se fue adentrando en una de las salas de las muchas que se abrían a su paso. Cada vez se sentía más poseído por aquella asombrosa experiencia. Pero lo estaría aún más, cuando en el interior de aquella

misteriosa sala, descubrió algo insospechado e inesperado.
 
“¡Eh, amigo Aries! Soy Psique, ¿me recuerdas? -gritó, dirigiéndose a la figura esculpida de la sagrada imagen del Carnero-“.
 
Pero nadie le contestó, y sin comprender muy bien la descortesía de su amigo, Psique miró a su alrededor y tuvo que reprimir su alegría, que a punto estuvo de ocasionarle un accidente, puesto que, guiado por aquel extraño y sorprendente descubrimiento, corrió con la intención de fundirse en un sincero abrazo con todos sus amigos, que permanecían allí mismo, en espera de su llegada.
 
“Amigo León, Centauro Arquero, cuánta dicha y felicidad. Decidme, ¿qué hacéis en las Tierras de Hesed, tan lejos de vuestras moradas?”
 
Sin dejar de hablar, Psique fue saludando a cada uno de sus amigos, pero no se había dado cuenta aún, por estar cegado por tanta alegría, de que estaba siendo víctima de un error. Un error que le abriría el sendero de una nueva iniciación.
 
Poco a poco su exaltación se fue calmando y, entonces, la venda que cubría sus ojos cayó, dejándole frente a frente con la cruel realidad. Comprendió que había confundido aquellas imágenes esculpidas a la perfección en la piedra con sus amigos, y ante esta visión se entristeció y quedó sumido en un sentimiento nuevo: la pesadumbre, la desolación. Por unos momentos sintió que la vida le faltaba. Miró a un lado y a otro, buscando a alguien que le hiciese compañía y pusiera fin a su soledad. Y en toda aquella trama de sensaciones, Psique quedó pensativo.
 
“¿Por qué estarían allí sus amigos? -se preguntaba-. ¿Qué significado tendría aquello?”
 
Con el transcurrir del tiempo, Psique se percató de que su soledad fue desapareciendo.
 
Viviendo interiormente aquellas experiencias, renovó, una vez más, su espíritu aventurero. Y como recompensa a su paciente espera, nuestro amigo iba a recibir las respuestas a cuantas preguntas le surgieron.
 
“Hola, joven Príncipe -le saludó dulcemente el anciano Maestro-“.
 
Psique elevó su mirada y se alegró al ver que aquel lugar estaba habitado, cosa que ya dudaba. Ganado por la curiosidad, el joven se dispuso a hablar, cuando aquel enigmático personaje le dijo:
 
“No debes preocuparte por cosas que aún desconoces de esta tierra, joven Príncipe. El tiempo transcurre lentamente, pero es paciente y todo en esta tierra tiene su hora”.
 
“¿Por qué me llamas Príncipe? ¿Acaso conoces mis raíces? Si es así, dime, ¿quién soy? Pues al penetrar en estas tierras, algo extraño me ha sucedido. Casi no recuerdo cuál es mi designio -preguntó angustiadamente el joven Psique-“.
 
“En primer lugar, debes saber que te encuentras en la morada del sagrado Poder de Hesed, y os llamo Príncipe, porque aquel que es capaz de llegar hasta sus Puertas lleva en sus venas sangre real. En verdad -continuó el sabio anciano-, que aquellos que cruzan las Puertas de Hesed se adentran en la Tierra del Olvido y se oscurece de la conciencia el ideal que hasta aquí lo ha guiado. Sin embargo, existe un motivo, si en verdad tu alforja reúne las Nueve Sentencias Alquímicas, nada deberá preocuparte, pues sabrás hallar el sendero que te llevará a encontrar la verdadera clave de tu designio”.
 
“¿Qué debo hacer, sabio anciano, para culminar esta obra? -interrogó Psique al Maestro-“.
 
“Debes encontrar la respuesta, joven Príncipe -le contestó el anciano, al tiempo que alejaba sus pasos hacia la oscuridad de aquellas sombras-“.
 
“La respuesta, ¿qué respuesta? -se apresuró a preguntar Psique-, y desde muy lejos, le oyó”:
 
"La de tus amigos, joven Príncipe. La de tus amigos…”
 
Sentándose en una roca, el aturdido joven se dijo que se encontraba como al principio. Y pensar que pudo haber conocido los misterios de aquel sagrado templo.
 
De repente recordó que aún le quedaba por reunir las tres Sentencias de la Tierra de Hesed. Debía encontrarse con la Cabra de la Montaña. Tal vez ella le podría ayudar, y de este modo, Psique, dando un salto de su asiento, reanudó su camino.
 
Anduvo, anduvo sin parar ni un momento. A su paso por aquellas resecas tierras, fue encontrando los restos de huesos, que esparcidos por el árido suelo, hacían de aquel lugar un paisaje desolador. Pero aquello no preocupó al joven iniciante, y para entretenerse en su camino fue cogiendo un hueso de aquí, otro hueso de allá, hasta que poco a poco se dio cuenta de que había completado, con todo cuanto había recogido a su paso, la figura de un esqueleto. Tenía piernas, manos y brazos. Una columna vertebral y un esternón. Sin embargo, le faltaba una pieza primordial, el cráneo; ¡no tenía cabeza!
 
Debía encontrarla, pero ¿dónde?, pues allí parecía terminar aquel reguero de huesos. Miró a la lejanía y observó profundamente admirado cómo en el horizonte se elevaba una enorme montaña.
 
Pero aquella silueta, a pesar de ser borrosa debido a la distancia y al tiempo, se le antojaba perfilada y dando forma a una carabela.
 
Entusiasmado, por aquel nuevo descubrimiento, Psique aceleró el ritmo de sus pasos. Pensaba que, tal vez allí, encontraría la pieza que le faltaba para completar aquel esqueleto que tanta inquietud le había despertado. No tardó en llegar a los pies de aquella misteriosa montaña. Como el joven había apreciado, respondía a la silueta, perfectamente esculpida, de un cráneo, y cuando Psique elevó sus ojos hacia la cima con la intención de observar con detalle aquella obra maestra de la creación, descubrió a un nuevo personaje. Pero en esta ocasión le reconoció sin dificultad.
 
“Tú debes ser la Cabra de la Montaña, ¿no es cierto? Yo soy Psique...”
 
Quedó pensativo por unos instantes el joven e intrépido buscador, pues no recordaba su origen, lo que le impidió continuar su presentación. Sin embargo, le dijo:
 
“Debes perdonar que no pueda decirte nada más sobre mi identidad, pero no acabo de recordar cuál es mi origen”.
 
“No te preocupes, joven y valeroso Príncipe, pues te ayudaré a encontrar la verdad que yace enterrada en cada una de las piedras, que, como ves, dan forma a la Morada de Hesed. Esa verdad te guiará de nuevo hasta tu hogar -le dijo aquel sabio ser, que permanecía erguido en la cima de aquella montaña-“.
 
“Pero dime, Cabra de la Montaña, ¿qué haces ahí? -preguntó preocupado Psique-“.
 
“Desde aquí diviso las formas materiales de la vida y les inspiro el ideal de elevación. Si no fuera así, aquel que cubre sus huesos con las carnes de la materia, olvidaría para siempre su primordial origen. Desde aquí les invito a escalar y superar los últimos escollos del sendero. No es fácil ganar la cima de esta montaña. Muchos quedan atrapados a mitad del camino, seducidos por la ambición y el poder, que más tarde degeneran en los más pérfidos vicios. Inténtalo tú, peregrino. Arráncale a la montaña los secretos de tu destino”.
 
Sin demorar por más tiempo aquella aventura, Psique comenzó a escalar la montaña iniciática. A su paso fue encontrando desechos esparcidos de otros muchos que, antes que él, lo intentaron. Pero aquello le dio aún más fuerza para seguir su camino.


Cuando hubo alcanzado la mitad de su recorrido, una vieja anciana llamó su atención pidiendo a gritos que la ayudase. Psique a pesar de tener que desviarse, decidió acudir a la voz de socorro de aquella desdichada mujer. Al llegar, comprobó que la anciana se encontraba al borde de un precipicio a punto de caer, y se apresuró a socorrerla. Con mucho esfuerzo, Psique consiguió salvarla, y cuando comprobó que se encontraba bien, decidió continuar su camino, pero fue entonces cuando...
 
“¡Oh!, joven y apuesto Príncipe, esperad, esperad, ¡os lo suplico! Debo recompensar vuestra ayuda -le dijo la anciana, queriendo agradecerle lo que había hecho por ella-“.
 
“No, no me debes nada, noble anciana. No debe preocuparse por mí, pues lo único que pretendo es alcanzar la cima de esta montaña -explicó Psique a la anciana, que pareció recuperarse con asombrosa rapidez-“.
 
"Oh, no... ¡No lo hagáis! Todos cuantos han querido alcanzar su cima han perecido en su intento. Sin embargo, si os quedáis conmigo, yo os puedo ofrecer algo muy valioso, algo que os dará poder, mucho poder”.
 
Aquel ofrecimiento ganó la curiosidad característica del joven, y ello le llevó a preguntar:
 
“¿Qué tienes que ofrecerme de tanto poder?”
 
“Este anillo que veis tiene extraños poderes mágicos. Si invocáis a la imagen que se dibuja en su sello, ella te ofrecerá todo cuanto pidáis. Intentadlo -le invitó astutamente la sospechosa anciana-“.
 
Por unos segundos, Psique se sintió tentado por aquella propuesta, pero algo en su interior le avisaba de que no debía hacerlo. Y entonces le dijo a la anciana:
 
“Lo siento, generosa anciana, pero el camino que he de recorrer debo hacerlo solo, sin ayuda de nadie. A pesar de todo, te agradezco tu ayuda. Ahora tengo que continuar, adiós…”
 
Y diciendo esto, Psique reanudó de nuevo su camino. Gracias que así lo hizo, pues a su marcha, aquella anciana se transformó en un ser endiabladamente maligno, que, indignado por la rabia, se convirtió en una llamarada de fuego.
 
En adelante, Psique no tuvo que enfrentarse a más encuentros que pusieran a prueba su lealtad. Y gracias a ello, alcanzó la cima de la misteriosa montaña, donde estaba esperándole la Cabra Sagrada.
 
“¡Enhorabuena! Has conseguido lo que muy pocos consiguen, salir airoso de la prueba de la ambición. Ahora dime, joven Príncipe, qué quieres saber y te ayudaré a conocer la respuesta -le dijo orgullosamente Capricornio, la Cabra de la Montaña Sagrada- “.
 
“Dime, ¿por qué están mis amigos esculpidos en la roca? -preguntó muy preocupado el valeroso Psique-“.
 
“Debes saber, joven Príncipe, que cada estación da sus frutos y cada tierra nos ofrece un paisaje y unas costumbres muy distintas. Cuando iniciaste tu osada aventura, partiste con tu alforja vacía y desnuda, pero guiado por el Designio que te fue encomendado, has penetrado poco a poco en el misterio y secreto del Gran Arcano. En las Tierras de Kether, te impregnaste de Valor y de Vida; en las Acuosas Tierras de Hochmah, te enriqueciste con el valioso tesoro del Amor. En las frías Tierras de Binah, te embriagaste con el licor del conocimiento, y ahora, en estas Tierras de Sombras, donde Hesed reina con opulencia y poder, debes engalanarte con los más hermosos ropajes que podemos ofrecerte, la Sabia Experiencia. Aquí sabrás reconocer, sin necesidad de buscar en tu corazón ni en tu mente, lo que es verdad y lo que no lo es, pues será tan evidente que la duda no te poseerá. Es por ello que tus amigos y mis hermanos están esculpidos en la piedra. Así el viajero no se olvidará de que todos juntos forman el verdadero poder del Gran Arcano”.

Psique siguió con profunda admiración cada una de las palabras de aquel sabio Maestro. Perplejo por tanta sabiduría, nuestro joven protagonista no se dio cuenta de que se encontraba, una vez más, sumido y ensimismado en una profunda reflexión. Capricornio ya se marchaba, esperando recibir a cuantos peregrinos llamasen a las puertas de la Sagrada Montaña, pero fue interrumpido de nuevo por Psique, el cual le dijo:
 
“¡Espera, espera, sabia Cabra! No puedes marcharte sin que antes me hayas dicho cuál es tu Sentencia -le advirtió el joven-“.
 
“Mi Sentencia es ésta, joven Príncipe: ¡Ve y reúne las piedras más sólidas, aquellas que hayan sido expuestas a los rayos del vivo Sol, y construye con ellas el Templo, un Templo que dé cobijo a los que, como tú, se han forjado como buscadores iniciáticos. Sé, pues, el Arquitecto. El Maestro Constructor. El que construye la verdad en la piedra!”
 
 
Y diciendo esto, Capricornio se perdió entre las sombras de la montaña. Su misión había culminado y así lo entendió el incansable buscador, el cual notó cómo su alforja había ganado un considerable aumento de peso al introducir la Sentencia de la Cabra de la Montaña. Pero no podía desfallecer en esa hora, cuando ya le quedaba un corto trayecto.
 
Con suma paciencia, Psique abandonó la montaña y dirigió sus pasos hacia un hermoso valle que se dibujaba como un manto de vivos colores en el horizonte.

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