Poco a poco, se fue alejando cada vez más y más. Y una viva muestra de ello se hizo evidente, puesto que la belleza de aquel valle se fue transformando en un paisaje desértico. Unas tierras áridas y abandonadas que invitaban a despojarse de toda carga pesada.
Aquella visión no amedrentó en ningún momento la segura determinación del intrépido aventurero, quien siguió su camino con paso firme y certero. Pero aquel desierto no parecía tener fin. Hasta que súbitamente ocurrió lo que iba a sentenciar la última y gran iniciación.
Del lejano horizonte y envuelto en los ropajes del éter, una voz celestial pedía ser socorrida. Aquel verbo vivo quedó en manos del viento mensajero, que acurrucó en su lecho aquella acariciadora voz, llevándola hasta los templados oídos de nuestro fiel buscador.
Alguien necesitaba ayuda. Alguien sufría y requería ser consolado. Pero Psique entendió que no era el momento de perder el tiempo con vagas preguntas. Era el momento de actuar y no debía demorarse ni un solo minuto más.
Hechizado por ese propósito, Psique emprendió la búsqueda de ese desdichado ser, al que tanta aflicción le acongojaba. Pero no contó el joven y valiente Psique con aquellos obstáculos que se interponían entre él y la víctima que sufría. Una cortina de fuego se elevaba poderosamente ante él, impidiéndole continuar. Debía tomar una rápida decisión, pues, de lo contrario, cuando llegase, sería demasiado tarde.
En ese momento tomó de su alforja las tres Sentencias que había reunido a su paso por las Tierras de Kether, y contagiado por el valor que le inspiró el recuerdo de sus amigos, el Carnero, el León y el Centauro Arquero, Psique se lanzó con osadía y valentía hacia las llamas, con la intención de cruzar entre ellas, y cuál fue su sorpresa al comprobar que el poder de aquel fuego nada pudo contra él.
Había vencido aquella primera prueba y, a pesar de haber perdido en aquella aventura las tres Sentencias que había reunido en las Tierras del Fuego, se sentía muy feliz al comprobar que, gracias a los esfuerzos realizados, ahora podía dominar los elementos.
La voz suplicante de aquel indefenso ser cada vez era más nítida. Se estaba acercando a ella, pero aún le quedaba por vencer dos obstáculos más. El primero de ellos era el mar. Una vasta extensión de agua se interponía entre el objetivo y su persona. Debía cruzar esas aguas, pues de lo contrario nunca llegaría hasta su meta y, guiado por ese deseo, Psique tomó de su alforja las tres Sentencias que había conseguido reunir a su paso por las Tierras Acuosas de Hochmah, y recordó al Cangrejo, al Escorpión y a los Peces, y fue invitado por el ejemplo de éstos, que se sumergió en las profundidades de aquellas oscuras aguas.
Nadó y nadó sin desfallecer, y poco a poco se dio cuenta de que podía permanecer debajo del agua cuanto tiempo quisiese. Ya no tenía necesidad de salir a tomar aire a la superficie. Y aquel descubrimiento le alegró, al tiempo que ganaba la otra orilla de aquel inmenso mar. Fue una pena que en aquella segunda iniciación, Psique perdiese las tres Sentencias que celosamente guardaba en su alforja, y que había custodiado desde su paso por Hochmah. Pero aquello no pareció preocuparle mucho, puesto que se sentía muy feliz al poder dominar el segundo de los elementos, el Agua.
Ahora tan solo le quedaba hacer frente a aquel enfurecido tornado, que con la furia de un ciclón y las fuerzas de un titán arrasaba todo cuanto a su paso encontraba. Poco tiempo le quedaba al joven para tomar una decisión, pues ya tenía encima el tornado destructor. Pensó que debía hacer uso de aquellas tres Sentencias que aún guardaba en su alforja. Aquellas Sentencias que reuniera en su encuentro con la sabia Justicia, con el noble Aguador y con los simpáticos Gemelos. Le daba pena tener que desprenderse de ellas, pero debía auxiliar a aquel que suplicaba ser ayudado. El tornado, con toda su furia, ganó la distancia que lo separaba del joven aspirante, el cual, haciéndose fuerte en sus tres Sentencias, consiguió salir ileso de aquella tercera iniciación.
El viento se había llevado consigo las Sentencias, pero no había podido derrotar a Psique, que se sentía agradecido a la ayuda que le habían prestado sus amigos. Había vencido, pero aquello no le importaba en esos momentos. Lo único que le había dado fuerza era el querer ser útil a la persona que esperaba su ayuda. Pero, curiosamente, ya no oía la voz que momentos antes suplicaba socorro. Miró hacia todos los lados, pero no consiguió encontrar a nadie. Temió que su llegada hubiese sido demasiado tarde y aquel pensamiento le entristeció. Pero una voz le llamó, interrumpiendo aquel pensamiento sombrío.
“Bienvenido seas, Psique, hijo legítimo de Mentor, Rey de la Ciudad Sagrada -de este modo le saludaba aquel hermoso ser-“.
“¿Quién eres que conoces mi identidad?”
Psique aún no había descubierto la virginidad de aquel enviado que le hablaba, y cuando lo hizo, sus piernas se doblaron y sus rodillas se inclinaron en el suelo. Su rostro iluminado por aquella visión no acababa de salir de su asombro. De su garganta apenas si podía emitir palabra alguna. Allí estaba, ante él; era la Virgen Celestial, la Virgen de las Cosechas. Esplendorosa y bella. Bella como ninguna otra.
“Perdona mi torpeza, sabia Reina, pero no te había reconocido -se disculpó el joven Psique-“.
“No debes disculparte, Magno Ser, pues soy yo la que debo arrodillarme ante vuestra Deidad -le contestó dulcemente aquel afable ser-“.
“Cuánto me halagáis, bella Reina, pero debéis saber que tan sólo soy un ignorante aspirante que busca desvelar la sabiduría del Gran Arcano -le contestó humildemente Psique-“.
“Acabas de dejar de ser el joven Príncipe que, llamado por la aventura, partiera un día del inmenso reino de Mentor. Hoy es un día glorioso, pues has conseguido la llave que te permitirá conocer los secretos del Gran Arcano. Desde hoy tu sabiduría te elevará, como antes ha elevado a los grandes Maestros del Universo. Con el poder del Gran Arcano podrás ocupar un lugar privilegiado en el trono de Mentor, y como él, crearás nuevos mundos y nuevos universos”.
“Pero no podré hacerlo, bella Reina, pues me fue confiada la misión de reunir las Doce Sentencias Sagradas, pero mi alforja está vacía, pues las he perdido en la última travesía -le explicó contrariado el joven-“.
“No, sabio Psique. Aquello que de la luz consigues, también en la oscuridad permanece. Ven, acércate y toma estas Cuatro Espigas. Llévalas siempre contigo, y cuando llegues a la Ciudad Sagrada, siembra su semilla en la Gran Comarca de la Nada. Espera tres grandes ciclos y al resurgir del cuarto, tu obra será culminada”.
Y así fue como Psique había adquirido el poder de las Deidades Celestes y el día que retornó a su Padre, éste le recibió con el respeto que se merecía. El que un día fuera un joven Príncipe retornaba como un sabio Rey.
Y cuenta la leyenda que Psique se rodeó de siete sabios ministros a los que dio a conocer como Tiphereth, el Sol; Yesod, la Luna; Hesed, Júpiter; Netzah, Venus; Binah, Saturno; Gueburah, Marte, y Hod, Mercurio. Y a éstos les otorgó poder sobre las Doce Supremas Sentencias. A Marte le ofreció las moradas de Aries y Escorpio. A Venus, las de Tauro y Libra. A Mercurio, las de Géminis y Virgo. A la Luna, la de Cáncer. Al Sol, el de Leo. A Júpiter, las de Sagitario y Piscis, y a Saturno, las de Capricornio y Acuario.
Y desde aquel día, Psique vive feliz y contento, sabiendo que sus Doce Amigos conviven armoniosamente en su Reino.
Fin
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