martes, 18 de diciembre de 2018

Los Viajes de Psique (9)

Como veréis, nuestro amigo Psique tiene motivos para sumergirse en tan noble tarea de meditación. Sin embargo, sus pies no dejaron de caminar, y sin percatarse de ello, el joven aventurero llegó a las puertas de una gran ciudad. Sería la providencia, una vez más, la que generosamente guiara a Psique al encuentro que el destino le reservaba.
 
Fue aquella discusión la que le haría volver de su mundo interior, y no pudo menos que quedar admirado y no menos sorprendido ante la escena que gratuitamente contemplaban sus ojos.
 
Se trataba de dos jóvenes que se debatían, muy enfrascados, en una polémica conversación.
 
Pero no fue aquello lo que ganó la curiosidad de Psique, sino más bien el asombroso parecido de ambos. Aquello le impresionó hasta tal punto que una pregunta llegó a obsesionarle, y buscó afanosamente en su interior una respuesta que acallara aquella inquietud.
 
“¿Existirá algún ser que tenga mi mismo rostro?”
 
Pero, viendo que la respuesta se hacía esperar, pensó que lo mejor sería preguntárselo a aquellos dos jóvenes, y así fue como Psique conocería a Géminis, los Gemelos.
 
“¡Hola, amigos! Perdonad que interrumpa vuestra animada conversación, pero al veros por primera vez, no he podido evitar quedar admirado, pues al comprobar vuestro parecido, me he preguntado si existirá algún ser igual a mí mismo”.
 
Aquellos jóvenes enmudecieron, y mientras uno le sonreía amablemente, el otro, menos afectuoso, le dijo:
 
“No sabes que es de mala educación escuchar las conversaciones de los demás, y mucho menos interrumpirlas”.

“Bueno, perdonad nuevamente, pero creo que me he dejado llevar por el desenfrenado espíritu de Aries, el Carnero. El ansia a veces me lleva a situaciones que no logro dominar, pero ahora que ya os he pedido perdón, podréis decirme... -intentaba ser comprensivo el joven Psique, pero de nuevo la falta de cortesía de uno de aquellos desconocidos le interrumpió bruscamente-“.
 
“No te molestes. Yo no hablo con desconocidos”.
 
“Es cierto -contestó el joven Psique en tono nervioso-. Pero eso no es problema. Yo soy Psique, hijo legítimo de Mentor, el Rey de la Ciudad Sagrada. Decidme, ¿quiénes sois vosotros? Aunque creo que os he reconocido. Vosotros debéis ser los Gemelos, que, como bien me advirtiera mi Padre, dispensáis las verdades del Cielo y de la Tierra”.
 
Aquellas palabras parecieron ir contagiadas de un don mágico, hasta el extremo de que los Gemelos quedaron profundamente asombrados. Una viva muestra de ello fue que ambos, al unísono, saludaron con un cortés gesto de reverencia al joven Psique.
 
“¡Bienvenido seas, Príncipe de la Luz! -exclamaron a una sola voz los Gemelos-“.

“¿Por qué me llamáis Príncipe de la Luz? ¿Y a qué es debida esa exagerada reverencia? -preguntó muy impresionado Psique-“.
 
“Tan sólo el buscador que es capaz de cruzar las Tierras de Binah y llegar hasta esta comarca, victorioso, es digno de ser llamado Príncipe de la Luz, pues en su alforja se encuentran los elementos necesarios para dar Nombre a la Vida”.
 
Aquella última frase ganó nuevamente el interés de Psique, que, dejándose llevar una vez más por su afán de saber, preguntó entusiasmado:
 
“¿Qué es dar Nombre a la Vida?”
 
“Tan sólo pueden dar Nombre a la Vida aquellos que conocen el contenido de las Sagradas Sentencias -respondió el que tan amablemente le recibiera-“.
 
“Pero yo aún no he reunido las doce, -le dijo preocupado Psique-“.
 
“No debes preocuparte, puesto que para forjar la gran Obra tan solo necesitarás nueve de ellas. Pero cuando las obtengas, entonces, joven Príncipe, no olvides una cosa, la Luz creadora puede cubrirse de sombras”.
 
“¿Y qué debo hacer para que ello no ocurra? -preguntó el joven muy inquieto-“.
 
“No desperdicies tu poder. Ese poder que has ido acumulando a lo largo de tu viaje. Pues si así lo haces, si dispersas o distraes tu atención, entonces alimentarás a los Señores del Abismo, y desde ese momento, tu creación siempre estará en peligro. Has sabido reconocer nuestra identidad. En efecto, somos los Gemelos y en recompensa te entregaremos nuestra Sentencia”.
 
“Os estoy muy agradecido, pero antes de hacerlo, ¿podéis contestarme a la pregunta que ya os hice? ¿Existe algún ser con mi mismo rostro?”

“No, no contestaremos a tu pregunta. Esa respuesta deberás hallarla por ti mismo. Si no lo haces, de nada te valdrá nuestra Sentencia. Obsérvanos y dinos qué ves en nosotros”.
 
“Veo dos verdades que trabajan conjuntas. Una dicta normas, leyes. Se preocupa por hacer llegar la verdad a todos los seres. Vuela como un veloz pájaro que viaja de un lado a otro, anunciando cuál es el verdadero sendero de la dicha, y en tu camino vas contagiando a todos, de modo que conducen sus vidas con franqueza y justicia. En cambio, la otra verdad es mucho más pacífica. Su lenguaje es cálido y creador. Allí donde su verdad es pronunciada, se unen las criaturas vivientes dando vida a un compás de amor. Sí, sin duda ambos forjáis con vuestros rostros la verdad. Pero mientras que uno siembra, la otra recoge. Mientras uno es semilla, el otro es fruto. En verdad os digo que no encontraré otro rostro igual al mío en esta Tierra, pues cada ser debe andar sus propios senderos, y al final, aunque todos se encuentran, cada uno sabrá aportar los frutos de su cosecha”.
 
“Vemos que en verdad eres digno de ser llamado Príncipe de la Luz. Has encontrado por ti mismo la respuesta que con tanta necesidad buscabas. Ahora recibe esta Sentencia, y recuerda, cuando pienses en nosotros, que a pesar de nuestra dualidad, nuestro propósito es uno. ¡Proclamar la Verdad y enriquecer a los seres con ese manantial! Sigue tu sendero,hermano y comparte nuestra Sentencia con los seres que encuentres en tu camino. Háblales de nosotros y de cuantas aventuras has encontrado. Vamos, continúa tu camino, pues ellos te aguardan”.
 
Así fue como los Gemelos permitieron al joven Psique reunir la última de las Sentencias, gracias a la cual podría dar Nombre a la Vida. Se sentía preparado y con ánimo para afrontar el último de los viajes. Conocía la verdad de las leyes con que dar nombre a la vida, y sabía cómo hacer uso de ese poder. Tan solo le quedaba afrontar su última y gran iniciación. Y así lo esperaba, por lo que no demoró más su partida.

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