Poco a poco, sin ninguna prisa, el joven iniciado fue penetrando en aquella frondosa región. Podía apreciar cómo sus sentidos se iban sensibilizando ante las esencias aromáticas, que nublaban su razón ante tanta belleza y esplendor.
Psique se separó de su alforja y, libre de aquel pesado fardo, quiso compartir aquel remanso de paz que, como el más feliz de los sueños, daba vida a todo aquel lugar. El joven pensaba que sin duda había llegado al paraíso. Aquel paisaje le recordaba su hogar, pues, en él, todo gozaba de la más completa felicidad. Pensó que su camino terminaría allí. ¿Qué podría desear más? Tenía todo a su alcance. Tenía alimentos y cobijo. Además, la viva naturaleza permitía compartir armoniosamente su vida con la de otros seres que habitaban en paz en aquella rica región.
Cuanta tranquilidad se respiraba en aquella maravillosa tierra, y así fue como Psique quedó prisionero de una de las iniciaciones más sutiles y difíciles de superar y con la que el aspirante se ha de encontrar. Cegado por tanta abundancia y ensordecido por el melodioso compás con el que la rica naturaleza había mecido las horas de sueño de Psique, el joven y valeroso muchacho era víctima de un gran error, un error que a punto estuvo de poner en grave peligro su misión, y decimos a punto, puesto que cierto día, cuando el afortunado Psique aún gozaba de la paz del descanso, un extraño visitante vino a interrumpir sus horas de placer.
El mugido de aquel ser hizo dar un fuerte brinco al sorprendido aventurero, que no pudo evitar el caer rodando por el suelo. Desde aquella postura tan incómoda, elevó su rostro buscando la causa de aquel alboroto, y no pudo más que exclamar con asombro:
“¡Caray! ¿Quién eres? A punto he estado de romperme la cabeza por tu culpa -le dijo Psique dirigiéndose a aquel ser de peculiar belleza-“.
Se trataba de un fornido y corpulento animal. Debía pesar cerca de 700 kilos, y aquello hacía que sus movimientos fueran lentos y pesados. El pelo de su piel era blanco, un blanco resplandeciente, y en su cabeza se podían apreciar dos cuernos dorados que, al contacto con el Sol, despedían luminosos haces de luz.
“No debes temer por tu cabeza, muchacho -le dijo aquel sagrado animal. Tu cabeza es dura como una piedra, pues de lo contrario ya te hubieses marchado de aquí. Sí, sin duda eres testarudo, muy testarudo”.
“No te entiendo, ¿qué quieres decir? -le preguntó un tanto molesto Psique-“.
"Quiero decir que debes continuar tu camino. No creas que has llegado a tu destino. Aún te queda cruzar estas Tierras, que, como habrás experimentado por ti mismo, te ofrecen todo cuanto puedas desear, excepto una cosa... -le dijo aquel ser, intrigando al joven-“.
“Pero, ¿quién eres tú? ¿Y cómo sabes tanto de mí? No creo que sea verdad eso que dices. Yo he llegado al final de mi camino. Este es el paraíso que me estaba esperando. ¿Qué mal me puede ofrecer esta Tierra? -preguntó preocupado Psique-“.
“Yo soy Tauro, el Toro Sagrado. He amamantado con mi leche a Príncipes, que más tarde han llegado a Dioses. Yo les he alimentado con la ambrosía, para que cuando ellos creasen su propio mundo, pudieran criar a sus hijos con el manjar sagrado. No, joven buscador, tú aún no has llegado. Esta tierra de felicidad no es más que una pobre imitación de la felicidad que aún te espera. Aquí podrás gozar y sentirte colmado de paz, pero no podrás crear. Esta tierra ha sido creada para alentar al cansado viajero, para inspirarle la dicha que aún le aguarda. Ve, recoge tu pesada carga y continúa tu sendero, pues aún debes atravesar este valle seductor, hasta ganar las Tierras de la Virgen de las Cosechas, donde deberás dar cuenta de cuanto llevas en tu alforja”.
Tauro, el Toro Sagrado, era todo un pozo de sabiduría. Y así lo entendió el joven Psique, el cual siguió paso a paso los consejos de su desinteresado amigo. Pero antes de continuar su camino, le preguntó:
“Dime, sabio Tauro, ¿cuál es tu Sentencia?”
“Observa a tu alrededor, muchacho, y dime, ¿qué ves? -le invitó el Toro Sagrado-“.
“Veo grandeza, plenitud y belleza. Veo la mano de la sabiduría, que dando vida a la naturaleza, cubre con esplendor esta Tierra -contestó el joven iniciado-“.
“Pues lleva contigo esa Verdad y guárdala en tu alforja. ¡Que el fruto que gratuitamente nos ofrece la sabia naturaleza sea el alimento que cubre las necesidades del Espíritu Iniciado! Y ahora continúa tu camino”.
Pesadamente y sin prisa alguna, el Toro Sagrado se despedía del joven Psique, el cual ya no lamentaba abandonar aquellas tentadoras Tierras, en las que tanta dicha había encontrado. Y guiado por el solo deseo de culminar su obra, Psique aceleró sus pasos, pues tenía necesidad de salir cuanto antes de aquellas tentadoras tierras.
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