LA CUESTION DEL FIN
3 Habiéndose sentado en el monte de los
Olivos enfrente del templo, le preguntaban aparte Pedro y Santiago, Juan y
Andrés: 4 Dinos cuándo será esto y cuál será la señal de que todo esto va a
cumplirse.
En esta secuencia, el cronista nos ofrece la oportunidad de
conocer algunas de las características que predominan en el Elemento Tierra, y
en especial, en el signo de Capricornio.
En primer lugar, nos revela que Jesús-Cristo se encontraba
sentado en el monte de los Olivos. Ese estar sentado nos refiere un estado de
pasividad, y si analizamos la clasificación de los signos por la cualidad de
sus Fuerzas, obtenemos que los del Elemento Fuego y Aire, son signos masculinos
y activos, y los de Agua y Tierra, son femeninos y pasivos. Con esta clasificación
obtenemos información sobre las características propias de los signos, y si
determinamos que Capricornio es un signo femenino-pasivo, a pesar de tratarse
de un signo cardinal-Yod, es decir, un signo de iniciativa, la condición pasiva
debemos entenderla como una tendencia receptiva. Por lo tanto, Capricornio se
nos presenta como la capacidad activa de la percepción, en el sentido de que se
recepcionan una serie de estímulos vía sensorial que nos permiten movilizar la
voluntad constructora, la capacidad de actuar físicamente.
Sentarse en el monte de los Olivos es quedar en estado de
receptividad, en espera de percibir el Mundo en el que nos encontramos. Que sea
en un monte cuyo nombre es el de los Olivos, nos añade una significativa
referencia, a la cima que ha alcanzado al culminar sus Trabajos en los Tres
Elementos anteriores y que le ha llevado a elevarse por encima del valle, es
decir, del hábitat común de los humanos. Esa elevación es un estado espiritual
que todos lograremos cuando alcancemos la instancia Tierra, y tras haber
conquistado los anteriores Planos.
El monte de los Olivos, es el monte del Amor, pues el olivo,
como ya hemos tenido ocasión de ver en otra parte de esta obra, es el árbol
donde crece el fruto que da lugar al aceite sanador y curativo. Ese olivo es el
símbolo de la sublimación emocional y del logro de la armonía interna.
Elevarnos hasta él y sentarnos en su cima, nos lleva a adquirir una disposición
de dominio, de confianza, de sabiduría.
Ese estado espiritual es el preludio de que nos encontramos
en las últimas fases de nuestro recorrido. Desde esa altura, vemos más allá de
los horizontes convencionales; desde ahí estaremos en condiciones de revelar lo
que ha de venir; y nuestras tendencias internas que están siguiendo el camino
hacia la luz, cuando perciben lo que está a punto de ocurrir, se ponen en
movimiento rápidamente, pues las palabras del Maestro han sido interpretadas
como una orden que ineludiblemente se ha de cumplir. ¿Dónde, cómo, y cuándo se
han de cumplir esas palabras?
La responsabilidad, el compromiso con nuestro guía interno,
con la voz que ejerce la autoridad en nuestra existencia, nos lleva a poner
atención en sus palabras, pues nuestra voluntad ejecutiva es conocer con todos
los detalles, hasta la última coma de su mensaje.
Esta es la razón de que los representantes más selectos de
entre los discípulos de Cristo, Pedro-Tierra, Santiago-Fuego, Juan-Agua y Andrés-Aire,
se acerquen al Maestro aparte, y se interesen por los detalles y señales que
han de manifestarse, que han de revelarles el momento en el que ocurrirá ese
evento.
Los estudiantes de esoterismo cristiano, y todos aquellos que
han elegido por libre voluntad seguir el sendero de Liberación del Cristo,
llegan a alcanzar un punto en el que les preocupa conocer cuando se producirá
el momento espiritual en el que el Mundo Material podrá ser trascendido.
Esta necesidad evolutiva no es siempre bien interpretada por
todas las corrientes espirituales, por todas las religiones; así vemos como
muchos defienden que el final del mundo está a la vuelta de la esquina; que tan
sólo un numero reducido de fieles serán los que se salvarán; que una catástrofe
pondrá fin a la Tierra. Sin embargo, no es eso lo que Jesús-Cristo ha dicho, o
lo que al menos se ha recogido que ha dicho.
El mensaje del Maestro, durante todo su apostolado, ha sido
un mensaje dirigido al alma, al ser interno, y no a la personalidad material;
pues Él, mejor que nadie, conoce que este reino es perecedero; y si es así,
para qué molestarse en profetizar un hecho que tarde o temprano se ha de
manifestar y que forma parte del orden creativo y evolutivo. Como digo, su
mensaje esta dirigido al verdadero Ser que mora en nuestro Cuerpo Material. Es
nuestra personalidad espiritual la que debe despertar con sus palabras. Debemos
saber que lo que se construye un día será destruido al siguiente, pues el orden
de las cosas así lo manifiesta. Nuestros discípulos internos intuyen, perciben
mejor dicho, de que el final de un modo de ser se acerca. Ya no es tiempo de filosofías,
de sentimientos, ni de creencias, es la hora de construir y debemos hacerlo
sobre lo ya construido, por lo que antes de llevar a cabo esta acción,
deberemos estar dispuestos a demoler las viejas edificaciones. Un nuevo Templo
se ha de elevar, como ya hemos dicho, y las características de este serán
diferentes a las del anterior.
La señal de que esto ocurrirá, tan sólo nuestro Maestro
interno lo sabe. Es a Él a quien debemos dirigirnos para conocer cuándo
dejaremos este Plano para pasar a habitar las Moradas Superiores. Tan solo Él
tiene la respuesta. Cuando estemos preparados se abrirán nuestros ojos, y
dejaremos de ser tan solo ciudadanos conscientes de un solo mundo.
De nuestra capacidad de comunicarnos con el Maestro interno
dependerá el que necesitemos vivir externamente la demolición catastrófica. Si
no aprendemos por vía interna, lo haremos por la externa; pero esa decisión es
particular, y si entre todos nos ponemos de acuerdo y comenzamos a hablar una
sola lengua, difícilmente tendrá que ser el dolor la vía de aprendizaje.
Pongámonos en marcha y comuniquémonos con nuestro Maestro
interno. Preguntémosle al Amor que anida en nuestro interior, cuándo nos
desprenderemos de las piedras de nuestras edificaciones.
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