¿Qué me enseña esta lección?
La quietud de nuestra mente es necesaria si queremos oír la Palabra de Dios. Si nuestra mente se encuentra ocupada intentando poner orden en el mundo caótico de los pensamientos de los que se alimenta el ego, no podrá, a su vez, oír la voz procedente de nuestro Padre.
Tal vez te preguntes, ¿cómo será la Voz de nuestro Hacedor? ¿Seré capaz de entender Su Lenguaje? ¿Será una voz, como la que estoy acostumbrado a percibir? Si nos hacemos estas preguntas, nos encontraremos en la posición de aquel que ha olvidado las largas conversaciones mantenidas con Él. Pues, la cuestión es otra bien diferente. Él no ha dejado de hablarnos en ningún momento de nuestra existencia. Es imposible que lo haya hecho, pues Somos una Extensión de Sí Mismo. Es como pretender que un órgano o parte del cuerpo, no pertenezca a la totalidad de ese cuerpo.
Sí, jamás ha dejado de comunicarse con nosotros, lo que ocurre, es que nuestros oídos están tan saturados de ruidos, que no conseguimos oír su mensaje. La mente está tan enfrascada por entender otras voces, que no es capaz de interpretar la Palabra de nuestro Creador.
Desde la quietud, su Voz es clara y diáfana. Su mensaje nos habla de Unidad, de Amor, de Paz, de Abundancia y Perfección. Su Voz es inconfundible, pues cualquiera otra voz que no proclame este mensaje, no procede de Él.
Y esa Voz, la identificaremos como nuestra propia Voz. En verdad, no son dos voces distintas, sino una misma Voz.
Debemos aprender a identificar, igualmente, que la Palabra de Dios, puede
proceder de nuestros hermanos, pues ellos, al igual que nosotros, son Hijos de
Dios, y la Palabra de Dios es Una para Todos, sin diferencias.
Ejemplo-Guía: "No consigo oír la Palabra de Dios"
"Lo he intentado,
he buscado un momento de silencio, en un lugar donde nadie pudiese
interrumpirme y he practicado el silencio de la mente. Pero durante todo el
tiempo que he estado en espera de recibir la Palabra de Dios, no lo he
conseguido.
Sinceramente, he llegado a pensar, que el mensaje de esta lección es falso.
También, he llegado a otra conclusión, soy muy torpe y no consigo realizar el
ejercicio adecuadamente. Tal vez sea un problema de mi evolución espiritual y
no estoy lo suficientemente preparado para oír la Palabra de Dios".
Si al leer esta introducción te has identificado con alguna de las
simulaciones, ya puedes ir desechándola de tu mente. No se trata en absoluto de
que no estés preparado para lograr oír la Palabra de Dios, ni de que no estés
realizando el ejercicio adecuadamente. No es nada de eso. Tal vez te hayas
creado unas expectativas de cómo debería resultar la experiencia. Si ha sido
así y lo piensas, verás claramente que lo que estás haciendo es emitir un deseo
de cómo crees que deben ser las cosas. Es muy común, tanto es así, que ese fue
el primer impulso que nos llevó a concebir la separación.
¿Esperabas otra? Muchas veces, cuando hablamos con Dios lo hacemos con la
intención de que nos saque de los apuros en los que nos hemos metido siguiendo
las voces que sirven al ego. En esas peticiones, pedimos al Creador que nos dé
la razón, que nos permita vencer en nuestras contiendas, que nos permita ganar
los pleitos, las guerras, las oposiciones, los partidos, etc., olvidamos que
nuestro interlocutor es el Padre de todos nuestros hermanos y le estamos
pidiendo que se ponga a favor nuestra en detrimento de los demás. El sistema de
pensamiento del ego es así de demente.
Para oír la Palabra de Dios, nuestra voluntad debe llevarnos a dejar de pensar
en términos de ego, esto es, desde la separación; debemos evitar que sean
nuestros deseos personales los que nos lleven a elegir y debemos dejar de
juzgarnos y condenarnos. Si despejamos nuestro camino de esos hábitos,
estaremos en una permanente conversación con Dios.
Reflexión: ¿Cuál crees que es el
mensaje que el mundo tiene que oír para que pueda dar comienzo la
serena hora de la paz?
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