Capítulo 18
EL FINAL DEL SUEÑO
I. El substituto de la realidad (1ª parte).
1. Sustituir es aceptar una cosa por otra. 2Sólo con que examinases exactamente lo que esto implica, percibirías de inmediato cuánto difiere del objetivo que el Espíritu Santo te ha dado y quiere alcanzar por ti. 3Substituir es elegir entre dos opciones, renunciando a un aspecto de la Filiación en favor de otro. 4Para este propósito especial, uno de ellos se juzga como más valioso y reemplaza al otro. 5La relación en la que la substitución tuvo lugar queda de este modo fragmentada, y, consecuentemente, su propósito queda dividido. 6Fragmentar es excluir, y la substitución es la defensa más potente que el ego tiene para mantener vigente la separación.
Decía, igualmente, que este tema puede resultar controvertido en manos del ego, pues su sistema de pensamiento basado en el especialismo del yo puede plantear, en defensa de sus firmes creencias, la siguiente cuestión: Soy libre para crear y soy libre para elegir. Luego en esa elección no hay nada malo, simplemente analizo, comparo y elijo la mejor opción para lo que deseo. Sí, asumo que para elegir debo dividir y separar.
Las conclusiones que el ego ofrece en defensa de su creencia en la separación son interminables. Le merece la pena esforzarse para tener a nuestra mente a sus servicios y emitiendo pensamientos que aboguen por la división.
Lo que no le interesa al ego es que descubramos la verdad que acompaña al don del libre albedrío. Esa verdad nos enseña que la libertad procede del Amor, la esencia con la que Dios creó a Su Hijo. Que el amor es uno y no divide. Que el amor, cuando hace uso del libre albedrío, elige lo que Es y no lo que no es. Si nuestra verdadera identidad es espiritual, no podemos elegir ser otra cosa, no podemos elegir ser un cuerpo. Y eso es precisamente lo que hace el ego, utilizar el don de la libertad de elección para elegir ser algo diferente a Dios.
En conclusión, cuando elegimos ser algo diferente al amor, estaremos eligiendo la división, estaremos eligiendo la ilusión, la irrealidad.
2. El Espíritu Santo nunca utiliza substitutos. 2En cualquier situación en la que el ego percibe a una persona como sustituto de otra, el Espíritu Santo sólo ve su unión e indivisibilidad. 3Él no elige entre ellas, pues sabe que son una sola. 4Al estar unidas, son una sola porque son lo mismo. 5La substitución es claramente un proceso en el que se perciben como si fuesen diferentes. 6El deseo del Espíritu Santo es unir, el del ego, separar. 7Nada puede interponerse entre lo que Dios ha unido y el Espíritu Santo considera uno. 8Pero todo parece interponerse en las relaciones fragmentadas que el ego patrocina a fin de destruirlas.
De lo dicho anteriormente, podemos entender que el ego basa sus relaciones con los demás en la creencia en la separación. Al no percibirlo desde la verdad, lo hace desde la ilusión, lo que le lleva a pensar que no existe la unidad entre los seres. Ese gesto revela que nuestra mente ha sustituido el amor por el miedo, que ha sustituido la unión por la división, que ha sustituido la paz por el egoísta deseo de dominar y de ganar.
En cambio, cuando elegimos el amor, estamos eligiendo la Visión Crística y estamos eligiendo la mente recta del Espíritu Santo.
3. La única emoción en la que la substitución es imposible es el amor. 2El miedo, por definición, conlleva substitución, pues es el substituto del amor. 3El miedo es una emoción fragmentada y fragmentante. 4Parece adoptar muchas formas y cada una parece requerir el que uno actúe de modo diferente para poder obtener satisfacción. 5Si bien esto parece dar lugar a un comportamiento muy variable, un efecto mucho más serio reside en la percepción fragmentada de la que procede dicho comportamiento. 6No se considera a nadie como un ser completo. 7Se hace hincapié en el cuerpo, y se le da una importancia especial a ciertas partes de éste, las cuales se usan como baremo de comparación, ya sea para aceptar o para rechazar, y así expresar una forma especial de miedo.
La elección del ego fue negar la identidad del Espíritu y sustituirlo por la ilusión de ser un cuerpo. El cuerpo se convierte en su principal insignia y le atribuye un inmenso poder para ratificar su sistema de pensamiento. El cuerpo se puede percibir, el Espíritu no. Y esa falsa conclusión le lleva a creer tan solo en lo que percibe.
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