¿Qué me enseña esta lección?
Desde el punto de vista espiritual, el único y verdadero, el Cielo es la morada del Ser que Somos. Por lo tanto, nuestra realidad, la única y verdadera realidad, es que Somos Hijos de Dios y nuestro origen no pertenece al mundo material.
Para el ego, el mundo espiritual, el que da lugar a la verdad, es invisible, pues sus creencias le llevan a hacer tangible y real, tan sólo aquello que es capaz de percibir con los sentidos físicos.
Para el ego, el Cielo se convierte en el destino que alcanzará tan sólo tras producirse la muerte del cuerpo, y siempre y cuando, haya hecho méritos para alcanzarlo, pues, de lo contrario, su destino será el infierno.
El ego adquiere protagonismo cuando la mente es capaz de ver la dualidad. Desde este momento estelar, la luz es lo opuesto a la oscuridad; el bien es lo contrario al mal; el Cielo es lo opuesto al infierno; la unidad es lo contrario a la separación; el miedo es lo opuesto al amor; el sufrimiento lo contrario a la felicidad.
Pero la dualidad tan
sólo es posible en el mundo del ego. En el Mundo de Dios, la dualidad no es
posible. Es por ello, que la única elección posible que podemos hacer en honor
a la verdad, es Ser quien realmente Somos.
Ejemplo-Guía: "La creencia en el infierno y un Cielo salvador"
Para aquellos que hayamos tenido una educación basada en los pilares de la doctrina católica, habremos sido víctima de la dañina creencia en la existencia del infierno y de la esperanzadora visión de un Cielo salvador.
La puesta en escena de ese oscuro destino al que le han dado el nombre de "infierno", se ha convertido en una velada amenaza dirigida a nuestra conciencia, en el sentido de que, en la medida de la calidad de nuestros actos, seremos merecedores de ir al cielo o por el contrario ser un candidato a visitar las profundidades del infierno.
Cuando pequeño y no ya tan pequeño, cuando oía hablar del infierno, mi imaginación no podía evitar el mantener una dramática conversación con el diablo, al que percibía claramente con unos afilados cuernos y rodeado de un fuego abrazador. Aquella visión me causaba un profundo temor.
El sentimiento de culpa y de indignidad al que me veía sometido cada vez que mi comportamiento era dudoso, me producía tal congoja que paralizaba mis músculos impidiéndome moverme. El daño que nos ha causado esa imagen tergiversada del infierno, aún se manifiesta en ocasiones, y aunque es verdad que, la figura traumática del diablo la he sustituido en mis visiones, reconozco que no siempre consigo dominar mi veloz mente, la cual, me ofrece un eco de viejas y tenebrosas visiones, las cuales me asaltan cuando me siento culpable por cualquier acción a la que he decidido condenar.
El juego, la estrategia del ego, ya nos es familiar. Su principal argumento de cara a justificar su existencia es el cuerpo, su carta de presentación, a la que le ha otorgado el poder de su identidad. Desde su visión material, la acción conlleva a la percepción, la cual, se convierte en el canal que nos conduce a la experiencia. Si la experiencia es grata, nos decimos que es buena. Si la experiencia es ingrata, nos decimos que es mala. Lo bueno y lo malo, los dos extremos de la verdad en la que se mueve el ego, nos llevan a experimentar, felicidad o culpa; alegría o dolor. La felicidad se nos presenta como un sinónimo del Cielo: haciendo el bien, iremos al Cielo. Mientras que la culpa, el dolor, es sinónimo de infierno: haciendo el mal, iremos al infierno con el propósito de purificar nuestros pecados.
Como la lección, nos enseña, el ego utiliza la mente para elegir permanentemente entre los opuestos. Pero lo opuesto forma parte del mundo que hemos fabricado, un mundo ilusorio e irreal. Por lo tanto, en verdad, lo que hacemos cuando elegimos forma parte de la ilusión, del error, y en la medida que nos identificamos con uno de los polos de esa dualidad, lo que estamos haciendo es pedir que se nos integre en nuestra conciencia la polaridad que desechamos, pues no podemos ir en contra de la verdad, es decir, no podemos ir en contra de la Unidad.
Desde la visión de la verdad, desde la visión de lo que realmente somos, no es necesario elegir el Cielo, pues ya Somos parte de Él. Nuestra verdadera Esencia permanece en Él, pues, todo pensamiento sigue a su fuente, toda creación forma parte de su fuente. Somos Hijos de Dios y nuestro Creador tiene su Hogar en el Cielo, en el Reino de la Unidad.
Nuestro cuerpo puede permanecer en la tierra, pero nuestra mente, nuestro Ser, nunca abandona su Origen, el Cielo.
Reflexión: La verdad no puede
arribar allí donde sólo podría ser percibida con miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario