lunes, 30 de diciembre de 2024

Capítulo 17. II. El mundo perdonado (2ª parte).

 II. El mundo perdonado (2ª parte).

5. El mundo real se alcanza simplemente mediante el completo perdón del viejo mundo, aquel que contemplas sin perdonar. 2El Gran Transformador de la percepción emprenderá contigo un examen minucioso de la mente que dio lugar a ese mundo, y te revelará las aparentes razones por las que lo construiste. 3A la luz de la auténtica razón que le caracteriza te darás cuenta, a medida que lo sigas, de que ese mundo está totalmente desprovisto de razón. 4Cada punto que Su razón toque florecerá con belleza, y lo que parecía feo en la oscuridad de tu falta de razón, se verá transformado de repente en algo hermoso. 5Ni siquiera lo que el Hijo de Dios inventó en su demencia podría no tener oculto den­tro de sí una chispa de belleza que la dulzura no pudiese liberar.

El mundo de la percepción nos muestra una visión efímera de la belleza, pues es temporal y transitoria. En cambio, cuando nuestra consciencia se haya iluminado con la verdad, y la forma sea trascendida por la visión verdadera del espíritu, la belleza será conocida en su esplendor, formando parte de todo lo percibido. Esa belleza no será apreciada en la forma sino en el contenido.

El Espíritu Santo es el Tercer Aspecto de la Manifestación Trina del Creador: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es el Principio de la Voluntad; el Hijo es el Principio del Amor y el Espíritu Santo es el Principio de la Inteligencia.

Será, pues, la Inteligencia o Mente Recta la que nos revelará las aparentes razones por las que fabricamos un mundo basado en la ilusión. Esa luz-entendimiento nos llevará finalmente a descubrir la verdadera belleza de todo lo creado.

6. Esta belleza brotará para bendecir todo cuanto veas, conforme contemples al mundo con los ojos del perdón. 2Pues el perdón transforma literalmente la visión, y te permite ver el mundo real alzarse por encima del caos y envolverlo dulce y calladamente, eliminando todas las ilusiones que habían tergiversado tu percepción y que la mantenían anclada en el pasado. 3La hoja más insignificante se convierte en algo maravilloso, y las briznas de hierba en símbolos de la perfección de Dios.

El placer que ahora percibimos cuando contactamos con la naturaleza a través de nuestros sentidos físicos se convertirá en éxtasis cuando percibamos de forma verdadera el mundo que nos rodea. Ya no necesitaremos ese contacto de los sentidos, sino que estos serán sublimados llevándonos a visionar la luz que forma parte de todo lo creado. La belleza de esa luz no es comparable con la belleza de la forma, pues esa luz es la esencia con la que ha sido creada.

7. Desde el mundo perdonado el Hijo de Dios es elevado fácil­mente hasta su hogar. 2una vez en él sabrá que siempre había descansado allí en paz. 3Incluso la salvación se convertirá en un sueño y desaparecerá de su mente. 4Pues la salvación es el final de los sueños, y dejará de tener sentido cuando el sueño finalice. 5¿Y quién, una vez despierto en el Cielo, podría soñar que aún pueda haber necesidad de salvación?

La salvación es el sueño feliz que decidimos tener como soñador del sueño. Tras ese último sueño, nuestros ojos dejarán de percibir el mundo ilusorio y habremos optado por sustituir el miedo por el amor, lo que movilizará el perdón del pasado, de donde extrae el recuerdo de la falsa creencia en la separación, en el pecado y en la culpa.

8. ¿Cuánto deseas la salvación? 2Pues ella te dará el mundo real, el cual está esperando ansiosamente ese momento. 3Las ansias del Espíritu Santo por dártelo son tan intensas que Él no quisiera esperar, si bien espera pacientemente. 4Une Su paciencia a tu impaciencia para que tu encuentro con Él no se demore más. 5Ve gustosamente a encontrarte con tu Redentor, y con absoluta con­fianza abandona con Él este mundo y entra al mundo real de belleza y perdón.

¿Cuánto deseo la salvación? Esa pregunta me lleva a dirigir mi mirada hacia el interior y descubrir que no soy un pecador; que no oculto culpa alguna y que siento un profundo amor por mi Ser. Ya no me juzgo, ya no me condeno, ya no me castigo. Ahora soy consciente de que todas esas viejas creencias forman parte de una falsa percepción y de una falsa realidad. Ese reencuentro con mi verdadera identidad me lleva a mirar al exterior y a reconocer que mi identidad es compartida con todos mis hermanos.

Juntos, caminaremos de regreso hasta nuestro verdadero Hogar, donde completaremos la Unidad de la Filiación y donde gozaremos de la eterna Paz que Dios ha dispuesto para Su Hijo.

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