miércoles, 1 de enero de 2025

Capítulo 17. III. Sombras del pasado (2ª parte).

 III. Sombras del pasado (2ª parte).

4. El tiempo es ciertamente severo con la relación no santa. 2Pues el tiempo es cruel en manos del ego, de la misma manera en que es benévolo cuando se usa en favor de la mansedumbre. 3La atrac­ción de la relación no santa empieza a disminuir y a ponerse en duda casi de inmediato. 4Una vez que se ha establecido la rela­ción, la duda surge inevitablemente, pues el propósito de la rela­ción no se puede alcanzar. 5El "ideal" de la relación no santa, por lo tanto, requiere que la realidad del otro no venga a "estropear" el sueño. 6cuanto menos aporte a la relación, "mejor" se vuelve ésta. 7Y así, el intento de unión se convierte en una forma de excluir incluso a aquel con quien se procuró la unión. 8Pues la relación se estableció precisamente para excluirle de ella y para que la "unión" fuese con fantasías en las que se goza de una "dicha" ininterrumpida.

¿Qué mejor prueba nos puede ofrecer el ego que la relación no santa para justificar su sistema de pensamiento basado en la creencia en la separación? La relación no santa da cita a los recuerdos del pasado, donde somos testigos de nuestra libre elección de no amar, sino de juzgar el pecado en los demás y de considerarlos culpables por pecar contra la Ley del Amor.

Con esa base, el edificio de la verdad no se podrá sostener. Es imposible crear recuerdos de amor cuando realmente nos estamos odiando interiormente y proyectando sobre los demás nuestro propio odio. Si no creemos en el amor, no podremos dar amor.

El ego disfruta haciendo recordar al otro sus pecados. De esta forma le impide recordar que es impecable e inocente; le impide recordar que somos "hijos del amor" y como tal gozamos de la perfección de nuestro Padre.

5¿Cómo puede el Espíritu Santo introducir Su interpretación de que el cuerpo es un medio de comunicación en las relaciones cuyo único propósito es separarse de la realidad? 2Lo que el per­dón es, es lo que le capacita para hacerlo. 3Si se ha olvidado todo, excepto los pensamientos amorosos, lo que queda es eterno. 4Y el pasado transformado se vuelve como el presente. 5El pasado deja de estar en conflicto con el ahora. 6Esta continuidad extiende el presente al aumentar su realidad y su valor en la percepción que tienes de él. 7En estos pensamientos amorosos, y oculta tras la fealdad de la relación no santa en la que se recuerda el odio, se encuentra la chispa de belleza dispuesta a cobrar vida tan pronto como se le entregue la relación a Aquel que le infunde vida y belleza. 8Por eso es por lo que la Expiación se centra en el pasado, que es la fuente de la separación y donde ésta debe ser des-hecha. 9Pues la separación debe ser corregida allí donde fue concebida.

Cuando el pasado es perdonado, lo transformamos de modo que nuestra atención tan sólo se centra en lo esencial, en lo verdadero, en los pensamientos amorosos que hemos compartido con nuestros hermanos. El perdón pone fin a la ilusión del pecado, de la culpa y del sufrimiento. El perdón pone fin a todo deseo de venganza, pues no encontraremos nada que no sea motivo de ser amado.

El perdón, es evidente, no se usa en el pasado. Siempre lo hace en el presente, de modo que, cuando decidimos perdonar el pasado, lo que realmente estamos haciendo es elegir, desde el presente, ver tan sólo los pensamientos amorosos.

6. El ego trata de "resolver" sus problemas, no en su punto de origen, sino donde no fueron concebidos. 2así es como trata de garantizar que no tengan solución. 3Lo único que el Espíritu Santo desea es resolver todo completa y perfectamente, de modo que busca y halla la fuente de los problemas allí donde ésta se encuen­tra, y allí mismo la deshace. 4Y con cada paso del proceso de des­hacer que Él lleva a cabo, la separación se va deshaciendo más y más, y la unión se vuelve cada vez más inminente. 5Ninguna "razón" que hable en favor de la separación le causa confusión alguna. 6Lo único que percibe en la separación es que tiene que ser des-hecha. 7Permite que Él descubra la chispa de belleza que se encuentra oculta en tus relaciones y te la revele. 8Su belleza te atraerá tanto, que no estarás dispuesto a perderla de vista nuevamente. 9Y dejarás que esta chispa transforme la relación de modo que la puedas ver más y más. 10Pues la desearás más y más, y estarás cada vez menos dispuesto a que esté oculta de ti. 11Y aprenderás a buscar y a establecer las condiciones en las que esta belleza se puede ver.

El ego, a través de la relación especial, no santa, trata de "resolver" sus problemas en el presente, pero recordando el dolor del pasado. Ese presente no es utilizado para perdonar los errores del pasado, sino para vengarse del daño recibido en él. Ese daño que se recuerda es causado en "apariencia" por el otro, y ese otro es el que despertará en él tal atracción en el presente, que decidirá unirse a él en una relación no santa. Dicha relación no puede ser santa si el motivo que la inspira es la venganza. 

Creemos que podemos ser dañados por los demás, porque creemos que el cuerpo puede dañar, pero en verdad, el daño es un pensamiento que se apodera de nuestra mente y por el cual nos castigamos a nosotros mismos al creernos culpables pecadores…

Hemos olvidado que vemos aquello que deseamos. Si vemos daño es porque estamos deseando dañar; si vemos culpa es porque estamos juzgando, y si juzgamos, es porque nos estamos juzgando a nosotros mismos.

El origen del pecado, de la culpa, de la separación, no se encuentra en el presente, pues este estado del tiempo es "virgen", es nuevo, es inocente. Deja de serlo si trasladamos el recuerdo del pasado al presente. El error original se encuentra en el pasado; por esa razón el Espíritu Santo lo corrige en ese mismo estado y lo hace no creyendo en él, pues lo que se encuentra en el pasado ya pasó y no existe. Cuando perdonamos, estamos obviando lo que no existe, salvo que queramos que exista.

Respóndete a esta pregunta: ¿qué te impide perdonar?

La respuesta ya la sabes: El hacer real el pasado y negarte a ver la realidad de que no existe.

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