miércoles, 8 de junio de 2016

Cuento para Achaiah: "La magia de la paciencia"


De todos los profesores del colegio, Don Iván era el más querido, y a pesar de que muchos le creían un poco loco, también era verdad que todos le consideraban su favorito.


No era un profesor como los demás, no, él no era anticuado. Su modo de educar era muy distinto, tal vez para muchos incluso excéntrico, pero lo cierto era que sus alumnos se sentían muy satisfechos.


Pero si queréis, podéis comprobarlo por vosotros mismos. Pasad conmigo a su clase y ocupad asiento, pero mantened silencio, os lo ruego, pues eso sí, a Don Iván le gusta el respeto.
  • Queridos alumnos, buenos días a todos. Hoy estudiaremos el secreto de la vida -explicaba Don Iván mientras paseaba entre ellos-. Veamos, tú mismo, ¿qué crees que es necesario para que se produzca la vida? -preguntó a uno de sus alumnos-.
  • Pues verá usted Don Iván, así de pronto, no sabría que contestarle -dijo titubeante-.
  • Bien, y ¿tú que opinas? -volvió a preguntar a otro-.
  • La vida, la vida, para que haya vida hay que estar vivo, ¿no, Don Iván? -contestó muy nervioso el consultado-.
  • Bueno, ya es algo  le dijo Don Iván queriendo animarlos-. Pero se me ocurre una idea mejor. No habrá examen este mes, tan sólo os pido una cosa, quiero una respuesta a mi pregunta. Aquel que la conteste estará aprobado.
Todos asintieron contentos de no tener que estudiar para el examen, pero antes de terminar la clase, Don Iván quiso dejarles un consejo.
  • No creáis que os va a resultar fácil, así que llevad cuidado.
La clase agotó su tiempo y la mayoría salieron corriendo, pues deseaban divertirse un rato. Tan sólo, la joven Achaiah se quedó y no quiso desaprovechar aquella oportunidad en la que se encontraba a solas con Don Iván para preguntarle algo que le preocupaba.
  • Don Iván, ¿puede contestarme una pregunta?
  • Como no pequeña, dime, ¿qué te preocupa? -contestó amablemente el profesor-.
  • ¿Cómo podemos llegar a saber aquello que desconocemos? -preguntó la joven muy inquieta-.
  • Tan solo con paciencia, querida Achaiah, tan sólo con paciencia. No lo olvides jamás.
Aquellas palabras quedaron muy grabadas en la mente de la joven Achaiah, quien sentía una especial atracción por conocer los secretos de la naturaleza. Era una enamorada de los misterios.


Pues bien, el tiempo paso sin prisa, pero sin pausa, y el día en que debía entregar sus trabajos se aproximaba. Pero este detalle parecía no importar a ninguno, pues apenas si habían prestado atención a desvelar aquel misterio. Se habían despreocupado por completo, tan sólo se interesaron por jugar y divertirse.


Sin embargo, Achaiah se lo había tomado en serio y cada día se dedicaba pacientemente a observar el crecimiento de las flores. Había sembrado una semilla y vio como de la tierra nacía su primer brote. Día a día comprobó que iba creciendo y cuando hubo alcanzado una altura considerable, asistió al milagroso momento en que, aquella hermosa flor abría sus pétalos al sol.


Si, Achaiah había encontrado la respuesta. Sabía lo que era necesario para que se produjera la vida. Ella entusiasmada contó su experiencia a los demás, pero se rieron de ella, pues como iban ellos a perder su tiempo viendo como una flor crecía.


Y llego el día señalado. Uno a uno fueron consultados, y ninguno supo dar respuesta, pero cuando llego el turno de Achaiah, ella si supo contestar. Don Iván la felicitó y cuando ya se marchaba, orgulloso de ella, le preguntó:
  • ¿Cómo has podido encontrar la respuesta?
  • Muy sencillo Don Iván, hice lo que usted me aconsejo, tuve paciencia.



Fin



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