
En origen, en estado potencial, los Hijos de Dios, que constituyen la Filiación, conforman una Unidad, pues Todos han sido Emanados de un mismo Pensamiento Creador.
La condición creadora heredada por el Hijo de Dios, ha de llevarle a hacer uso de ese poder y a Extender, de Si Mismo, a Su Hijo, como parte de Su Mente Una. Sin embargo, el hecho de haber elegido crear de forma diferente a Su Padre, ha llevado al Hijo del Dios, a creer que es posible hacer uso de la Mente desligándose del Amor, lo que ha propiciado la creencia en la separación, el error original.
Desde este mundo de ilusión, fraguado por el uso incorrecto de la mente, la identidad deja de ser Espiritual y adquiere los ropajes del mundo físico: el cuerpo.
Cada uno de esos cuerpos es distinto al de los demás; se le asigna unas funciones que potencian la diferenciación entre ellos y desde el punto de vista de las relaciones, esas diferencias nos llevan a percibir al otro como una amenaza de la que debemos defendernos.
Recuperar la consciencia de unidad, nos lleva a cambiar, igualmente, de identidad, es decir, dejamos de identificarnos con el cuerpo y potenciamos los valores de nuestro Yo Espiritual. Dejo de ser limitado; temporal; escaso y necesitado. Dejo de dar valor al miedo, a la culpa, al castigo, al dolor y al sufrimiento. Dejo de creer en el pecado. En cambio, me manifiesto en la confianza, en la certeza de que soy perfecto; impecable; abundante; eterno e ilimitado. Soy Amor. Soy Uno con el Universo.
Esa visión me permite creer en mi Hermano y le
atribuyo la condición de Mensajeros de Dios, pues mi relación con él, me
permite conocer, de una manera más amplia, mi propia divinidad.
Ejemplo-Guía: "Nuestro hermano y la visión de la impecabilidad"
Sin duda, una nueva invitación a deshacer nuestro aprendizaje, nuestras actuales creencias. Nuestra percepción nos lleva a ver y a interpretar lo externo como algo diferente a lo que sucede en nuestro interior, en nuestra mente, cuando en verdad, el mundo externo, es la proyección de lo que deseamos y nos muestra el contenido de nuestras creencias.
No existe un tú y un yo, salvo que nuestra mente así lo perciba. Aquello que percibimos no es lo real, no es la verdad, pues el pensamiento nunca abandona su fuente, lo que nos ha de llevar a la certeza de lo que somos, es decir, Hijo de Dios, unidos por el lazo de un único y verdadero Pensamiento que ha creado a la Filiación.
Vamos por el mundo, proyectando nuestras creencias, y, lo hacemos haciendo uso de una práctica que nos puede ayudar a conocernos, si bien, es una práctica que nos hace mucho daño: el juicio condenatorio.
Cada vez que percibimos en el exterior aquello que se encuentra en sintonía con nuestro pensamiento, nos invita a emitir un juicio de valor. Cuando condenamos, estamos extendiendo nuestra propia condena y aquello que condenamos se convierte en nuestro peor enemigo.
Nuestro hermano, adquiere un papel principal en el guion de nuestra vida. El actúa de cómplice para que nos veamos reflejado en él, tanto en lo que hemos decidido juzgar, como bueno y como malo. Lo primero que proyectamos sobre él, son nuestros miedos, nuestra escasez, nuestro sufrimiento, nuestro dolor. Tanto es así, que los convertimos en los causantes de todo cuanto nos ocurre. Sin embargo, no nos damos cuenta, de que no podremos percibir nada que no se encuentre en nuestro interior. Esto significa, que, si no vemos en nuestra mente el ataque, no podremos ser atacados; si no vemos, el dolor, no podremos experimentarlo; si no vemos la culpa, no seremos culpados.
La lección de hoy, nos da una de las principales claves para recorrer el camino que ha de conducirnos a las puertas de la Salvación. Nos dice, que la percepción tiene un enfoque, que es lo mismo que decir, que responde a un deseo. Si esto lo aplicamos a la visión que tenemos de nuestro mundo, y, en particular, de nuestros hermanos, podemos concluir, que cada vez que vemos la culpa en ellos, en verdad estamos deseando proyectar nuestra propia culpa y no encontramos un modo mejor que hacerlo, que desear que sean culpables.
Si ahora, en este momento, somos capaces de cambiar nuestro deseo, estaremos cambiando nuestra percepción y con ello estaremos cambiando nuestra visión. Si lo que deseamos es la impecabilidad, la extenderemos en nuestra percepción y en aquello que percibimos.
Es una invitación que nos hace el Curso y que me gustaría compartir con todos vosotros. Desde aquí deseo vuestra impecabilidad, pues, es lo que deseo para mí mismo. Cada vez que la vida me ofrezca la oportunidad de elegir entre la condena y la impecabilidad, elegiré desde la nueva percepción y haré todo lo posible por satisfacer mi nuevo deseo de ser impecable.
Reflexión: ¿Cómo percibimos a nuestros
hermanos?