viernes, 20 de diciembre de 2019

La Religión del Padre: "Las Bienaventuranzas" 9ª parte (Final)

“Bienaventurados seréis cuando se os ultraje, cuando se os persiga y se diga falsamente de vosotros toda suerte de mal a causa de mí. Regocijaos y estad en la alegría, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, ya que es así que los profetas han sido perseguidos antes de que vosotros lo fuerais” (Mt 5:11)

La novena y última Bienaventuranza, que es el complemento natural y lógico de la anterior, se corresponde con la proyección de Yesod en Malkuth, que representa el mundo material.

Esta Bienaventuranza invita al discípulo a soportar la adversidad la injusticia y todos los males inherentes a los centros de vida de la columna de la izquierda. Cuando el discípulo retiene en sí mismo, sin repercutirla, la onda expansiva del mal, se convierte en transmutador de ese mal, o sea en agente activo del bien, en Hijo de Dios y, como tal, recibirá en el cielo esa recompensa que alcanzan todos los que han despertado a la conciencia del Amor y que, por consiguiente, pueden actuar en el Mundo del Deseo como en su propia casa, es decir, poseen las llaves del Reino, que les permiten entrar y salir de él, como entramos y salimos de nuestra casa con la llave de la puerta.

En las nueve Bienaventuranzas analizadas, Cristo traza nueve esquemas básicos de comportamiento, nueve modos de ser. No dice en ningún momento bienaventurados son los que hagan esto o aquello, los que participan en un culto o los que siguen los preceptos de la Ley, sino aquéllos cuya naturaleza es así.

Para alcanzar estos estados naturales, pueden seguirse normas, pueden realizarse trabajos conducentes a ellos, pero jamás esas normas y esos trabajos podrán confundirse con su finalidad, que es la de ser así por naturaleza. Hemos visto después cómo la iglesia Católica ha distribuido bienaventuranzas y recompensas a los que asistían a misa en las fiestas de precepto, o a los que comulgaban los primeros viernes de mes. A la luz de las enseñanzas crísticas, podemos afirmar que tales recompensas son nulas. No es por hacer esto o aquello que se entra en el Reino del Padre, sino por ser de las nueve maneras que acabamos de definir.


ENFOQUE EXOTÉRICO

La última bienaventuranza parece ser una repetición de la precedente. Hay, sin embargo, una diferencia. En el versículo anterior, el tema era la persecución por causa de la justicia. Aquí es persecución por causa de Cristo.

El Señor sabía que sus discípulos serían maltratados por su asociación y lealtad hacia Él. La historia lo ha confirmado.
Desde el comienzo, el mundo ha perseguido, encarcelado y dado muerte a los seguidores de Jesús. Puede que los insulten en vuestras propias caras.

Por la causa de Jesús: “A causa de mí”, Él se identifica a sí mismo y a Su causa con la de la justicia, uniendo la causa de la justicia en el mundo con la  recepción de Él mismo.

¿Se habrían expresado así Moisés, David, Isaías ó Pablo? ¡Nunca! Jamás. Sin duda, ellos supieron por causa de la justicia. Pero que hubiesen designado a esto como “su causa”, habría estado fuera de lugar como cualquiera puede ver.

Mientras aquel que habla está siendo la justicia encarnada: Marcos 1:24; Hechos 3:14; Apocalipsis 3:7.  El “Santo de Dios”. Al Santo y al Justo Dios. El Santo, el Verdadero.

Él es el Santo hecho manifiesto en la tierra; la justicia se hizo presente en la tierra en Él, Él es justicia. Cuando se expresa así de Jesús no hace otra cosa sino decir lo que Él mismo es.

Parece algo extraordinario el que una persona que viviera la vida cristiana se considerara una víctima apropiada para la persecución y la muerte.

Se habían extendido algunas calumnias acerca de los cristianos de los cuales los judíos eran responsables en no poca medida. Se acusaba a los cristianos de canibalismo por las palabras de la última cena. “Esto es mi cuerpo” “Esta copa es el nuevo Testamento en mi sangre”, se tomaban y tergiversaban para hacer creer que los cristianos sacrificaban a un niño para comérselo.

Se acusaban a los cristianos de prácticas inmorales y se decía que sus rumores eran orgías indecentes. La reunión semanal de los cristianos se llamaba Ágape, la fiesta del amor; y ese nombre se interpretaba maliciosamente. Los cristianos se saludaban con el beso de la paz; y  también esto se usó para construir acusaciones calumniosas.

Se acusaba a los cristianos de ser incendiarios. Es verdad que hablaban del próximo fin del mundo y revestían su mensaje con cuadros apocalípticos del mundo en llamas. Sus calumniadores tomaban esas palabras y las interpretaban como amenazas de terrorismo político y revolucionario.

Se acusaba a los cristianos de deshacer los vínculos familiares. De hecho, por causa del cristianismo se producían divisiones en las familias como ya hemos visto; así que el cristianismo se representaba como algo que causaba división entre marido y mujer y que desarticulaba el hogar. Había suficiente  calumnias inventadas por gente maliciosa.

Pero el mayor campo de persecución era de hecho el político. El imperio  romano abarcaba casi todo el mundo conocido, desde las Islas Británicas  hasta el Éufrates y desde Alemania hasta el norte de África. Roma le traía al pueblo paz y buen gobierno, orden y justicia pues le hacían culto a la diosa Roma, el espíritu de Roma. Se limpiaron las carreteras de bandidos y los mares de piratas; los déspotas y tiranos fueron desterrados por la imparcial justicia romana. La gente de la provincia estaba muy dispuesta a ofrecer sacrificios al espíritu del imperio que había hecho tanto bien por ellos.

El culto de Roma pasó a otro objeto. Había un hombre que era la personificación del imperio romano, en quien podía decirse que Roma se encarnaba y ese hombre era el emperador, se le considera un dios, se le dan honores divinos y a levantarse templo a su divinidad. No fue el gobierno romano el que inició este culto; de hecho, en su principio hizo todo lo posible para desanimarlo. El emperador Claudio decía que lamentaba que se le diera honores divinos a cualquier ser humano. Al pasar el tiempo, el gobierno romano vio en el culto al emperador la única práctica que podía unificar el vasto imperio romano. Así que se llega el momento y se le impone a todo el mundo el culto al emperador. Así que el cristiano se negaban a hacerlo. Para ellos, Jesucristo era el único Señor y no le darían a ningún ser humano ese título. Así que en el vasto imperio romano no se podían tolerar bloques de desafectos y ese era exactamente lo que las autoridades romanas consideraban ser las congregaciones cristianas. Para los creyentes cristianos su único crimen era que colocaban a Cristo por encima del César; y por esa suprema lealtad murieron los cristianos por millares y fueron arrastrados a la tortura por causa de la exclusiva supremacía de Jesucristo.

La persecución vendrá cuando la Iglesia sea la conciencia de la nación y la sociedad. La Iglesia debe alabar lo bueno, pero resistir, enfrentarse, aguantar y debe igualmente condenar lo malo.

Gozaos y alegraos: “Saltad”, como si él quisiese que el regocijo interno venciese y absorbiese el sentimiento de todas las afrentas y sufrimientos.

Sufrir por causa de Cristo es un privilegio que debería ser causa de gozo. Grande es el galardón que espera a los que así vienen a ser compañeros de los profetas en la tribulación.

Aquellos portavoces de Dios en el Antiguo Testamento se mantuvieron fieles a pesar de la persecución. Todos los que imitan Su leal valor compartirán su presente entusiasmo y  futura exaltación.
Nos hacemos herederos de Su carácter y sufrimiento y la recompensa nuestra será la misma.

La bienaventuranza representa un retrato del ciudadano ideal en el reino de Cristo. Observemos el énfasis en la rectitud o justicia, la paz y gozo.

Es posible que Pablo tuviese este pasaje en mente cuando escribió “Porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. (Romanos 14:17)

Debemos alegrarnos en medio de los sufrimientos, alegres en medio de ellos, al saber que Cristo va delante de nosotros y al mismo tiempo, no nos deja atrás, sino que nos acompaña. Seremos recompensados en el reino de los cielos.

Fuentes consultadas: Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Iglesia Cristiana Mega Zoe.

jueves, 19 de diciembre de 2019

La Religión del Padre: "Las Bienaventuranzas" 8ª parte

“Bienaventurados los perseguidos por la justicia, ya que el reino de los cielos es de ellos” (Mt 5:10)

La octava Bienaventuranza, expresa los trabajos realizados por el centro llamado Yesod. La Justicia es un atributo de la columna de la izquierda, que es la que elabora las leyes y reglamentos. Cristo vino a proclamar una doctrina que abolía la Ley y que situaba al hombre en el dominio de la gracia y del perdón de sus culpas. Ya en su discurso preliminar,  dijo que el Reino del Padre estaba abierto muy especialmente a los pecadores, porque éstos son individuos que llevan en ellos una cantidad de luz más intensa de la que normalmente pueden digerir.

Expliquemos este punto. La luz es el amor de Hochmah, el que permite a las estructuras materiales subsistir. O, dicho de otro modo, Abel muere, se disuelve en Caín y gracias a esa disolución Caín vive. Pero, ¿qué ocurre cuando en el interior de Caín hay demasiado Abel, o sea cuando un individuo lleva más luz de la que puede reflejar? Pueden suceder tres cosas:

1.- Que Abel mate a Caín, es decir, que la excesiva luz energía interna destruya el receptáculo material y haga la vida física imposible.

2.- Que el hombre adquiera una conciencia de la espiritualidad que lo habita, que comprenda el funcionamiento de los mundos de arriba y testimonie de ellos en la tierra, derramando sobre el mundo que lo rodea su excedente de luz.
Si procede así, habrá ahondado sus cauces internos y el desbordamiento de su luz no se producirá; es decir, tendrá lugar de una manera adecuada y no como un río que ante la afluencia de aguas tempestuosas, se desborda.

3.- Que el hombre no adquiera conciencia de sus poderes internos y no sepa utilizarlos adecuadamente, pero, para no ser destruido por ellos, que actúe en la sociedad de una manera desordenada, fuera de las reglas instituidas, dando lugar a la figura del delincuente y del perseguido por la justicia.

El perseguido por la justicia será pues aquel que lleva en su interior un excedente de luz que no sabe utilizar adecuadamente. Por lo tanto podemos decir que en su interior habita el Reino de los Cielos, que este Reino es de él, sin que haya tomado conciencia de su situación de privilegio. Pero, estando el Reino dentro, puede tomar conciencia de un momento a otro, y es por ello que en las cárceles se producen tantas transmutaciones, ya que los presidios constituyen un arsenal de perseguidos por la justicia, los cuales tienen la posibilidad de meditar sobre sí mismos. En este sentido, cabe añadir que uno de los trabajos del discípulo ha de consistir en trabajar para que las cárceles puedan ser ese lugar de reflexión de los perseguidos por la justicia.

Por otra parte,  el individuo que se encuentre en el segundo caso, también acabará siendo un perseguido por la justicia, porque su acción, aunque no resulte atentatoria contra sus semejantes, si lo será de algún modo contra el reino de las sombras y el señor de la penumbra lo perseguirá para matarlo, como los poderes públicos persiguieron a Cristo desde que nació. Las sombras sienten una apetencia natural por la luz, como el vampiro por la sangre de su víctima, que le permite mantenerse en vida. Esa persecución se producirá en la octava hora de su vida, cuando Yesod entre en funciones para cristalizar la dinámica interna y darle salida al exterior. Por consiguiente, ocuparse de los perseguidos por la justicia ha de ser una de las tareas fundamentales del discípulo.

ENFOQUE EXOTÉRICO

Padecer:
  1. Sentir física y corporalmente un daño, dolor, enfermedad, pena o castigo.
  2. Soportar agravios, injurias, pesares, etc.
Si Cristo padeció, nosotros no tenemos por qué pensar que no vamos a padecer. (Lucas 21.12)

Persecución:
  1. Instancia enfadosa y continua, con que se acosa a alguien a fin de que condescienda a lo que de él se solicita.
  2. Molestar. Conseguir que alguien sufra o padezca procurando hacerle el mayor daño posible.

Desde tiempos antiguos los servidores de Dios han sido objeto de persecuciones, los profetas sufrieron grandes persecuciones, amenazas de muerte, entre otras.  Por ejemplo:
  • Elías salió huyendo por el peligro que corría su vida (1 Reyes 19.1-3).
  • Un vidente que llevo un mensaje de Dios fue hecho preso (2 Crónicas 16.10).
  • Daniel cuenta como tres de sus compañeros fueron perseguidos para echarlos al horno de fuego (Daniel 3.20)
Y podríamos dar varios ejemplos de la antigüedad como se perseguían a los mensajeros de Dios.

En el Nuevo Testamento, la Iglesia primitiva también sufrió persecución y a consecuencia de esto, esta fue esparcida (Hechos 8.1).  También Jesucristo y los apóstoles fueron perseguidos, encarcelados y maltratados por la justicia de Dios.

Por lo tanto debemos entender que estas cosas nos sucederán (Juan 15.20), este y muchos pasajes nos advierten de que los padecimientos y persecuciones vendrán a nosotros, y esto no para que nos preocupemos ni suframos antes de tiempo si no para que nos preparemos. Nada nos puede separar del amor de Cristo (Romanos 8.35-39) y hay que tener claro que las persecuciones son privilegio de Dios y signo de nuestra salvación (Filipenses 1.28). Además Dios en su soberanía nos libra del enemigo (2 Timoteo 3.11).

Pedro en su primera carta (1 Pedro 3.13-16) nos enseña que debemos estar preparados para defendernos con mansedumbre y reverencia frente a aquellos que nos demanden razones de nuestra esperanza en Cristo, siempre teniendo una buena conducta, pues en esta conducta los que murmuran serán avergonzados. La defensa de Cristo no permitirá que nada nos haga daño, pero siempre considerando que se debe hacer el bien.

Nuestra actitud hacia la persecución debe ser:
  1. Encomendarse a Dios: Si padecemos según la voluntad de Dios , nuestra salida es encomendarnos a aquel que es fiel verdadero, a aquel cuya palabra y promesa cumple sin variación, pero siempre mantenernos haciendo su voluntad. (1 Pedro 4.19)
  2. Perseverar (Quedar firme en la fe): Una vez que hemos aceptado Cristo debemos a pesar de lo que venga, mantener nuestra fe y confianza en Dios. No es necesaria la paciencia para recibir sus promesas. (Hebreos 10.32-36; Santiago 1.12)
  3. Regocijarse: Muchas veces es difícil poder gozarse, pero debemos pensar y entender que por medio de estas pruebas y dificultades, acumulamos gran peso de gloria sobre nosotros, y nuestro galardón será grande en los cielos. (Mateo 5.12; 2 Corintios 4.17-18)
  4. Huir: Jesús de sus propios labios nos enseña que se debe huir (Mateo 10.23), pero esto tenía un propósito, el que era predicar su evangelio. (Hechos 14.6-7)
  5. No avergonzarse de la fe: Como veíamos en el segundo punto, debemos permanecer en la fe, firmes sin avergonzarnos. (1 Pedro 4.16)
  6. Orar: Nuestra actitud de amor y paz nos debe llevar a postrarnos en oración, y clamar por aquellos que nos persiguen. (Mateo 5.44; Hechos 7.60)
La recompensa para los que padezcan persecución y para los pobres de espíritu es que poseerán el reino de los cielos. La Biblia pone al mismo nivel a los pobres de espíritu y a los perseguidos en términos de la recompensa que obtendrán. Y esta recompensa la recibiremos ya que estaba preparada desde antes de la fundación del mundo (Mateo 25.34) y desde ese momento la poseemos. Quizás no en su plenitud, pero ya somos parte de ella pues su paz, su gozo y su justicia la vivimos día tras día (Romanos 14.17).

Fuentes consultadas: Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Palabra Integral.

Continuará...

miércoles, 18 de diciembre de 2019

La Religión del Padre: "Las Bienaventuranzas" 7ª parte

“Bienaventurados los pacificadores, ya que serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9)

La séptima Bienaventuranza, expresa las cualidades de Hod Mercurio. Vivimos en un mundo en el que las fuerzas se encuentran enfrentadas, primero en nosotros mismos; después en las relaciones sociales. En nosotros, las tendencias que nos rigen se suceden y mientras unas luchan para establecer en la vida lo que es justo, vienen luego otras a impulsar los deseos de goce, de riquezas, de placeres y bienestar, y así por momentos somos justos, honrados, buenas gentes, y en otros momentos deshacemos lo que el Señor (o sea la fuerza/entidad) que nos regía había conseguido anteriormente, lo destruimos como se destruyen las cosas en una guerra.

Vivimos en estado de guerra interior, en la que el bien y el mal -entendiendo como bien aquello que es conforme a las leyes cósmicas y a nuestro programa profundo y como mal lo que no lo es- que hay en nosotros se combaten ferozmente. Para que esa guerra termine, se necesita un pacificador que posea la palabra justa, la palabra creadora, susceptible de ser entendida y aceptada por ambos contendientes. Ese pacificador tiene que surgir, evidentemente, de nuestra naturaleza interna y ser capaz de reconciliar en nosotros las tendencias enfrentadas, de forma que puedan colaborar mutuamente en la edificación de nuestra existencia.

Para conseguir esa paz, los señores que rigen nuestros deseos deberán renunciar a ciertos objetivos, pero los señores que representan los objetivos de nuestro Ego Superior también deberán renunciar, en cierta medida, a sus propósitos, a fin de que en nosotros se allanen los caminos y que los deseos puedan trepar a la montaña de la espiritualidad. Si la exigencia espiritual es fuerte y no transige, y si los deseos también son intensos, cada uno tirará hacia su mundo, y como las raíces de los deseos son más fuertes, acabarán por ganarle la guerra a la espiritualidad.

En nuestra entidad humana hay un centro que regula el dinamismo de esas dos fuerzas. Ese centro se conoce cabalísticamente con el nombre de Hod, y su manifestación material con el nombre de Mercurio. Allí se encuentra el pacificador y mientras uno de sus ojos mira hacia arriba y contempla las realidades espirituales, el otro mira hacia abajo para ver las posibilidades existentes de encajar en el mundo material. Ya sabiendo lo que de arriba puede caber abajo el pacificador frena las energías procedentes de arriba, al tiempo que trata de abrir cauces más amplios abajo para que, progresivamente, pueda absorber más y más el producto de arriba. Cuando ese pacificador actúa en nosotros, somos llamados hijos de Dios, al igual que Mercurio era hijo de Júpiter, en el cual Dios ha delegado sus funciones en ese cuarto Día de la Creación en el que nos encontramos.

Una vez la pacificación se ha producido en nuestra tierra humana, nos encontramos ya en condiciones de “exportar” nuestro orden interno a la sociedad y ser los pacificadores del mundo, puesto que los enfrentamientos internos del hombre dan lugar a enfrentamientos externos contra las personas que representan las tendencias con las que lucha el rey que está rigiendo en aquel momento en nuestra psique. Si hemos conseguido nuestra paz interna, esa paz se manifestará sin necesidad de argumentarla, irá con nosotros dondequiera que vayamos y la contagiaremos a nuestros semejantes con nuestra sola presencia. Ejerceremos en calidad de hijos de Dios y, a través de nosotros, Dios verá aumentar el número de sus hijos.

Los pacíficos son los que viven en un estado de paz permanente porque, después de comprender la Realidad, están plenamente de acuerdo con ella. Quien contempla como el torrente baja desde la montaña, desemboca en el rio y discurre por el llano hasta desembocar en el mar, deja de preocuparse por un determinada gota, deja de intentar evitar que la gota tropiece con obstáculos; y no pretende acelerar su curso para que llegue al mar antes de lo previsto. Nada le parece mal porque está contemplando el Bien, no como idea o sentimiento sino como Realidad. Deja de luchar, deja de hacer presión contra las circunstancias porque tal actitud se le aparece como algo absurdo. Lo que hace es colaborar con esta Realidad aportando la energía, el amor y la inteligencia que se están expresando a través de su personalidad.  Cuando esto sucede, el "hijo del Hombre" es llamado "hijo de Dios" porque ya no se vive exclusivamente como personalidad, también está experimentando y manifestando el Ser.

Sin embargo, continúa ligado a la forma; porque sigue habiendo "alguien" que actúa de una forma personal. Paradójicamente, este Hombre desarrollado, capaz de actuar de una forma envidiable para los demás, está llamado a desvincularse de eso que los otros tanto admiran. Su personalidad aparece como el colmo de la perfección: lo comprende todo, lo integra todo y ejercita su voluntad sin trabas. Pero esto es así porque ya no es él quien actúa sino el Ser a través de él: ha conseguido hacer de su personalidad un canal transparente a la Esencia y ya no se siente protagonista de sus actos.

Los oyentes de Jesús deseaban ardientemente una liberación militar, no unos pacificadores. Pero la paz de Jesús no es de tipo pacífico y negativo. En presencia de las pruebas y de las persecuciones, decía: “Mi paz os dejo.” “Que vuestro corazón no se perturbe, y no tengáis miedo.” Ésta es la paz que impide los conflictos ruinosos.

La paz personal integra la personalidad. La paz social impide el miedo, la codicia y la ira. La paz política impide los antagonismos raciales, las desconfianzas nacionales y la guerra. La pacificación es el remedio para la desconfianza y la sospecha.

Es fácil enseñar a los niños a trabajar como pacificadores. Disfrutan con las actividades de equipo; les gusta jugar juntos. El Maestro dijo en otra ocasión: “Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien esté dispuesto a perderla, la encontrará.”


ENFOQUE EXOTÉRICO

Pacificadores son aquellos que hacen la paz, o dicho de otra forma son los hacedores de paz.

La RAE la define "paz" como:
  • Situación y relación mutua de quienes no están en guerra.
  • Reconciliación, vuelta a la amistad o a la concordia.
  • Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos.

El diccionario bíblico nos indica que esta palabra en el griego se refiere a una relación armónica entre personas o a la ausencia de agresión.

Nuestro Dios es un Dios de paz (Romanos 15.33; Filipenses 4.9; Hebreos 13.20) y su hijo vino a entregar esa paz que el mundo no puede entregar (Juan 14.27). El mundo solo nos puede entregar aflicción, preocupaciones, pero como Cristo a vencido al mundo nosotros debemos vivir en paz y tranquilos, confiando que en Cristo todo lo podemos (Juan 16.33). Dios fue el que se acercó a nosotros para reconciliarnos con Él mismo (2 Corintios 5.18).

Dios en la antigüedad dijo que no iba a contender más con el hombre (Génesis 6.3) porque su corazón iba de continuo al mal (Génesis 6.5), pero también en su soberanía, desde mucho antes ya había destinado el sacrificio de Cristo por nuestros pecado (Apocalipsis 13.8). Isaías profetizó que el castigo o el pago para recuperar nuestra paz  iba a ser el sufrimiento de Cristo en la cruz (Isaías 53.3) y es por esa muestra que fuimos reconciliados con Dios, cambiando nuestro estado de enemigos a reconciliados (Colosenses 1.21) ya que al reconocer a Cristo por medio de la fe, fuimos justificados (Romanos 5.1; Romanos 5.10).

Jesús, es nuestra paz. Con su sacrificio derribó la pared intermedia, esa que nos separaba del su pueblo, y ahora somos un sólo pueblo, solamente por el afecto de su voluntad (Efesios 2.14). Y esto no solo en la tierra si no también, las que están en los cielos, por la sangre derramada en la cruz (Colosenses 1.20).

Ahora que nosotros pasamos de muerte a vida, y fuimos adoptados como hijos de este Dios de paz, debemos ser pacificadores ¿cómo? anunciando el evangelio de la paz (Hechos 10:36). Este es un mandamiento dado por Jesús a sus discípulos en la gran comisión (Marcos 16:15-16) donde nos ordena que debemos sembrar el evangelio de paz y actuar como embajadores de Dios en esta tierra (2 Corintios 5.19-20). ¿Rogamos cada día por los que están en enemistad con Dios? ¿Hacemos esfuerzos significativos que traigan más gente a la verdad y a la reconciliación? o ¿Nos conformamos con asistir a un punto de predicación haciendo número o hablando el evangelio de lejos (por si alguien escucha), pero luego llegamos a nuestro hogar, trabajo, colegio, etc. y nos olvidamos de este mandato?

La paz también tiene otra arista. Nosotros debemos amar a nuestros enemigos para que seamos hijos de nuestro Padre celestial (Mateo 5. 44-48). En nuestro diario vivir debemos caminar el camino de la paz con TODOS (Hebreos 12.14). Debe haber en nosotros mansedumbre y dominio propio, porque en nuestra ira o enojo no obra la justicia de Dios (Santiago 1.19-20). El fruto de justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz (Santiago 3.16-18). Debemos andar en paz con todos, no solo con nuestros hermanos, que es primordial para que acampe la presencia de Dios en medio nuestro, sino que también, con aquellos que no conocen a Cristo ya que de esta forma también estaremos sembrando la buena semilla del evangelio para que pueda entrar a la paz (reconciliación) con Dios (1 Juan 3.10) en las vidas de los que aún no creen.


En el momento que todo esto se cumple nosotros veremos como la perfección de Dios está en nosotros, y pasaremos a tener la real "imagen y semejanza" de Dios, esa que nos distingue como sus hijos, por que hacemos lo que Él hizo.

Fuentes consultadas: Jordi Sapés (Àtic). Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Palabra Integral.

Continuará...

martes, 17 de diciembre de 2019

La Religión del Padre: "Las Bienaventuranzas" 6ª parte

“Bienaventurados los limpios de corazón, ya que ellos verán a Dios” (Mt 5:8)



La sexta Bienaventuranza expresa las cualidades de Netzah. 

En las enseñanzas cabalísticas se recoge, al referirnos al Sol, regente de nuestro corazón físico, que en él se centraliza la voluntad de nuestro Ego Superior por su polo positivo y que es el guardián de la conciencia por su polaridad negativa.

Al hablar de un corazón limpio, Cristo se refería pues a una voluntad volcada hacia la pureza, dejando de lado la conciencia, ya que ésta es un depósito de todo lo puro que hemos podido acumular en el curso de las vidas y, por tanto, no es apropiado decir que la conciencia pueda ser purificada. Cuando decimos precisamente que “tomamos conciencia de una cosa”, queremos significar, en profundidad, que hemos captado lo que hay de verdadero, puro y eterno en aquella cosa.



Hemos visto también, al hablar de Netzah Venus, que ese centro de vida administra la parte de la voluntad relacionada con los sentidos, es decir, se ocupa de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, y suele ser por este lado que la voluntad se extravía. Los cinco sentidos nos llevan a descubrir un mundo que nos deslumbra y nos identificamos con él, cuando no es más que una parte de un todo, es la parte del placer, del gozo que Dios ha puesto en su obra, y mejor haríamos diciendo que es el anuncio, la publicidad de un gozo cien veces superior que hemos de encontrar en el mundo de arriba.


Netzah, situado en la parte más baja de la columna de la derecha, es la muestra pálida de esos auténticos goces y alegrías que Cristo vino a anunciar. Pero ello no impide que el hombre los considere supremos y que utilice los cinco sentidos para gozar ampliamente de las bellezas que le penetran por ellos.

Sucede así que utilizando los sentidos para dar un relieve cada vez más intenso al mundo de abajo, lo escindimos del de arriba, que desaparece de la conciencia, no se imprime en ella porque no lo captamos, no lo aprisionamos en nuestros registros humanos. Entonces en nuestra conciencia se forma una espesa costra de suciedad, como la que aparece en los cristales si dejamos que en ellos se acumule durante años y años el polvo, acabando por no dejar pasar la luz. Esa costra de impurezas que rodea la conciencia, desaparece al morir, destruida por la fuerza de repulsión activa en las bajas regiones del Mundo del Deseo y ya no queda en nosotros recuerdo de los falsos valores acumulados; queda tan sólo el sentimiento de que hemos utilizado mal los recursos que nos ha dado el Creador para explorar sus mundos.

Cuando esa suciedad desaparece de la conciencia-corazón, entonces el discípulo puede contemplar los mundos de arriba y ver a Dios.



Esta Bienaventuranza expresa pues la necesidad de dirigir los cinco sentidos hacia arriba con la misma avidez con que un día los proyectamos hacia abajo. La reinversión de la vista dará como resultado la clarividencia, la del oído la clariaudiencia y lo mismo para los demás sentidos. De esta forma, el discípulo verá, oirá, olerá el perfume de las regiones eternas, podrá gustar y tocar el otro mundo.


Así pues, la regla para esa Bienaventuranza consistirá en cerrar progresivamente los sentidos a la percepción de las realidades físicas, para proyectarlos hacia arriba. Es una tarea quíntuple, como cinco son los sentidos y el resultado es la visión de Dios.

El acto de ver es propio del centro intelectual. Pero aquí se presenta la Verdad como consecuencia del Bien, de haber limpiado el centro emocional de todo rastro de negación, de crítica, de identificación, de segundas intenciones y deseos frustrados. Solo así el centro intelectual puede dedicarse a mirar la realidad en vez de pasarse el día interpretándola para calmar el sentimiento de separación que experimenta, al creerse una parte indefensa enfrentada al resto de la Creación. Solo el sentimiento de formar parte del Todo puede llevar a la comprensión de la Realidad. Aquí se constata lo que decíamos al principio de este tramo ascendente: la explicación se encuentra al final, no al principio. Nuestra conexión con lo Superior se produce a través del Bien, no de la Verdad, es una conexión emocional, no intelectual. Lo que hace inicialmente el Trabajo es destruir el error intelectual, para que podamos subir al carro del Bien. Y este Bien el que, posteriormente, nos conduce a la Verdad.

Porque si la mente juzga la realidad como “incorrecta” obliga a la emoción a rechazarla. La mente discrimina la realidad, la trocea y divide los trozos en buenos y malos. Así pierde por completo la perspectiva y la globalidad imprescindible para comprenderla. El camino de vuelta ha de recuperar esta perspectiva amplia y esto se hace desde el Amor. No se trata de cambiar de ideas sino de percibir las cosas desde otra dimensión. En ella se encuentra el sentido que la personalidad había perdido: un sentido que no compete a la personalidad sino al Ser esencial. Este sentido incluye a la personalidad como instrumento y la convierte en algo útil y eficaz; al tiempo que la releva de la responsabilidad de decidir. Porque el sentido es la voluntad de Dios y se descubre precisamente allí donde, anteriormente, todo parecía caos e injusticia.

La pureza espiritual no es una cualidad negativa, salvo que carece de recelo y de revancha. Al hablar de la pureza, Jesús no tenía la intención de tratar exclusivamente de las actitudes sexuales humanas. Se refería más bien a esa fe que los hombres deberían tener en sus semejantes; a esa fe que los padres tienen en sus hijos, y que les permite amar a sus semejantes como un padre los amaría. El amor de un padre no tiene necesidad de mimar, y no perdona el mal, pero siempre se opone al cinismo. El amor paternal tiene una única finalidad, y siempre busca lo mejor que hay en el hombre; ésta es la actitud de un verdadero padre.

Ver a Dios -por la fe- significa adquirir la verdadera perspicacia espiritual.

La perspicacia espiritual intensifica el gobierno del Ajustador, y los dos reunidos terminan por aumentar la conciencia de Dios. Cuando conocéis al Padre, os sentís confirmados en la seguridad de vuestra filiación divina, y podéis amar cada vez más a vuestros hermanos en la carne, no sólo como un hermano, con un amor fraternal, sino también como un padre, con un afecto paternal.

Esta exhortación es fácil de enseñar incluso a un niño. Los niños son confiados por naturaleza, y los padres deberían cuidar de que no pierdan esta fe sencilla. Al tratar con los niños, evitad todo engaño y absteneos de sugerir la desconfianza.

Ayudadlos juiciosamente a escoger a sus héroes y a seleccionar el trabajo de su vida.

Luego, Jesús continuó instruyendo a sus discípulos sobre cómo conseguir el objetivo principal de todas las luchas humanas, la perfección, e incluso la consecución divina. Siempre les recomendaba: “Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” No exhortaba a los doce a que amaran al prójimo como se amaban a sí mismos. Esto hubiera sido un logro meritorio, que hubiera indicado la realización del amor fraternal. Recomendaba más bien a sus apóstoles que amaran a los hombres como él los había amado, con un afecto paternal así como fraternal.


ENFOQUE EXOTÉRICO

Limpio: El diccionario tradicional indica que limpio tiene varios significados:
  • Que no tiene mancha o suciedad.
  • Que no tiene mezcla de otra cosa.
  • Libre, exento de cosa que dañe o inficione.


El diccionario bíblico define la palabra limpio como: Aquello que está libre de mezclas impuras, sin tacha (falta, nota o defecto que se halla en una cosa y la hace imperfecta.). En conclusión y en una sola palabra "puro".


Corazón: En griego hace referencia al principal órgano de la vida física. Esta palabra se utiliza en forma figurada para denotar las corrientes escondidas de la vida personal, explicado de otra forma, podría significar toda la actividad mental y moral del hombre, tanto en lo racional como en lo emocional. En hebreo la palabra que se traduce por corazón, uno de sus significados es mente o interior (en medio dé).


Más allá de discutir o plantear si es la mente o el corazón el que piensa, debemos enfocarnos en presentarnos limpios y puros delante de Dios para poder así ver su rostro. Es el hombre interno el que debe contar con el atavío adecuado (1 Pedro 3:4) y el que debe representar nuestro verdadero carácter.

En cuanto a su utilización de la palabra “corazón” en el Nuevo Testamento, esta denota:

El centro de la vida física (Hechos 14:17; Santiago 5:5).

El centro de la naturaleza moral y de la vida espiritual; El asiento del dolor (Juan 14:1; Romanos 9:2; 2 Corintios 2:14); Del gozo (Juan 16:22; Efesios 5:19); De los deseos ( Mateo 5:28; 2 Pedro 2:14); De los afectos (Lucas 24:32; Hechos 21:13); De las percepciones ( Juan 12:40; Efesios 4:18 ); De los pensamientos (Mateo 9:4; Hebreos 4:12); Del entendimiento (Mateo 13:15; Romanos 1:21); De los poderes de raciocinio ( Marcos 2:6; Lucas 24:38 ); De la imaginación (Lucas 1:51); De la conciencia (Hechos 2:37; 1 Juan 3:20); De las intenciones ( Hebreo 4:12, 1 Pedro 4:1 ); De los propósitos (Hechos 11:23; 2 Corintios 9:7); De la voluntad (Romanos 6:17; Colosenses 3:15); De la fe (Marcos 11:23; Romanos 10:10; Hebreos 3:12). El corazón, en su sentido moral en el Antiguo Testamento, incluye las emociones, la razón, y la voluntad.

Ahora una reflexión ¿Cómo esta nuestro hombre interior? ¿Cómo están nuestras emociones, nuestra moral y nuestra vida espiritual? ¿Podríamos decir que nuestro hombre esta vestido de túnicas blancas sin manchas ni arrugas? Todos queremos ver a Dios pero ¿Estamos puros o limpios?

Debemos evaluarnos día tras día. Para nosotros debe ser una preocupación constante preocuparnos de nuestra limpieza, es la única forma de consagrarnos al servicio de Dios plenamente. La enseñanza de Jesús cuando lava los pies a sus discípulos es justamente esta, lavar sus pies que son los que se han contaminado (Juan 13:1-17), ya que por su palabra ya hemos sido limpiados completamente (Juan 15:2-3). El salmista se pregunta ¿Quién subirá y estará en el lugar santo, en el monte de Jehová? El limpio y puro (Salmo 24:3-4). El escritor de Hebreos lo relata diciendo que sin santidad nadie verá a Dios (Hebreo 12:14).

Jesús a nosotros que nos declara que somos linaje escogido, real sacerdocio y nación santa (1° Pedro 2:9) y después de esto, Pedro llama a los hermanos a llevar una buena manera de vivir (1° Pedro 2:11) todo para que Dios sea glorificado. Pablo, le encarece a Timoteo que se mantenga puro (1° Timoteo 5:22) y esto hasta que Cristo aparezca (1° Timoteo 6:14). Y esta misma orden entrega Pedro a la Iglesia enseñándoles de las cosas maravillosas que sucederán cuando Cristo venga (2° Pedro 3:14) y luego les entrega la orden de presentarse con diligencia y ser hallado sin mancha e irreprensibles.

Cristo prepara y espera una Iglesia santa y sin mancha (Efesios 5:27) y nosotros ¿Qué estamos haciendo para que el deseo de Jesús por su esposa se cumpla? Veíamos la vez anterior que “la religión pura y sin mácula” es hacer misericordia con las viudas y los huérfanos, pero además, guardarse sin manchas (Santiago 1:27). ¿Estamos cumpliendo con este mandato? Por labios de Jesús se nos enseña que desde el corazón salen los malos pensamientos y eso es lo que contamina al hombre (Marcos 17:20-23).

Como novia de Jesús y templos del Espíritu de Dios, debemos limpiarnos de toda contaminación, tanto carnal como espiritual (2° Corintios 6:14-7.1). Debemos perfeccionarnos en la santidad. Más aún si tenemos la esperanza de que como hijos de Dios, el novio vendrá por su iglesia (1° Juan 3:3).

Cuando comenzamos a vivir en pureza para Dios podremos decir lo que vivió Job: "De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven" (Job 42:5). Por ahora por fe lo vemos en cada paso de nuestra vida, pero pronto, si somos santos lo veremos tal cual es (1° Juan 3:2).



Fuentes consultadas: Jordi Sapés (Àtic). Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Palabra Integral.

Continuará...

lunes, 16 de diciembre de 2019

La Religión del Padre: "Las Bienaventuranzas" 5ª parte

“Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5:7)

Desde el enfoque Cabalístico, esta Bienaventuranza, expresa las cualidades de Tiphereth, el centro que manifiesta las virtudes crísticas. La misericordia es la compasión repetida una y otra vez, cualesquiera que hayan sido las faltas cometidas por la persona objeto de esa misericordia. Es una virtud típicamente paterna, ya que el padre es el único ser capaz de perdonar, de disculpar una y otra vez a su hijo.

Nos narra Kabaleb, al escribir sobre esta Bienaventuranza, un ejemplo que ilustra su significado: “los periódicos relatan cómo un estudiante japonés ha dado muerte en París a una muchacha, que luego ha despedazado e introducido en unas maletas”. Nos refieren las crónicas periodísticas todo el horror de ese gesto y nos dicen cómo el padre de ese estudiante, importante hombre de negocios, lo dejó todo en Japón para acudir al lado de su hijo y visitarlo en la cárcel, donde era despreciado por los propios reclusos. Ese hombre, en la hora difícil que vivía su hijo, sólo escuchó la voz de la misericordia y corrió a su lado. Todos lo habían abandonado menos el padre. Es un ejemplo de la misericordia que el discípulo debe ser capaz de expresar, porque es la misericordia del Padre respecto a los hombres, sus hijos.

Al contemplar la vida de un hombre, es hacia adelante que debemos verla y no hacia atrás, y la misericordia conlleva la fe en que ese hombre que se ha arrastrado por el barro, ese hombre que ha sido opaco a la luz, oirá un día la voz de la divinidad que lleva dentro y su comportamiento se verá modificado. Por ello debemos creer en él y esperar de él.

Muchas veces diría Cristo en el curso de su ministerio: “los que tengan oídos, oigan”, significando con ello que hay una voz en las entrañas de cada hombre que clama la verdad, que recita las reglas divinas, y cuando los oídos consiguen oír esa voz, se apaga en la naturaleza el eco de las pasiones y los cantos de los sentidos.

Debemos comportarnos pues con los demás hombres, como si fuera inminente el despertar de los oídos a esa voz, como si de un momento a otro fueran a escucharla; y decirnos que si han maniobrado mal, si han causado llantos y destrozos, es porque todavía eran sordos a esa voz interna.

La misericordia debe extenderse a nosotros mismos. También somos ésos que se equivocan, que cometen maldades, deslealtades, atropellos, y así mismo, como los demás, merecemos esta auto misericordia, ya que, si bajo el peso del remordimiento nos consideramos seres despreciables, no conseguiremos más que obrar despreciablemente. El remordimiento puede ser saludable, si nos permite apreciar en los demás valores que nos habían pasado desapercibidos, ante la evidencia de que no somos modélicos. Pero el remordimiento debe ceder el paso al arrepentimiento y éste a la misericordia.

Si somos misericordiosos para con nosotros mismos y para con los demás, atraeremos la misericordia de arriba, la del Padre Eterno, y veremos cómo la cuenta del mal será borrada en nuestra vida, no nos serán reclamados derechos por nuestros errores pasados y la voz que clama venganza en aquellos que hayamos ofendido, será silenciada. Habremos quedado liberados del karma y nuestros perjudicados recibirán como un bálsamo que restañará sus heridas y les brindará un nuevo impuso espiritual. La misericordia, pues, no sólo tiene efectos liberadores sobre nosotros mismos, sino también sobre aquéllos con los cuales nos encontramos vinculados por nuestras faltas, nuestros errores.

Cuando se produce en nosotros un cambio de actitud en nuestra relación con el mundo nos lleva a quererlo, a sufrir con él en vez de sufrir por su causa. Una vez superado el error, miramos el mundo con otros ojos; estamos en condiciones de ver el error de los demás y constatar que no es distinto del nuestro: se presenta de otra manera, adopta formas distintas, pero en el fondo de todas ellas está la idea de nulidad y limitación y la sensación de miseria y de incapacidad. Constatar esto desde un nivel de conciencia que lo trasciende, produce el sentimiento de misericordia. La compasión, la misericordia, no es algo que tenga que ser forzado, no es un ejercicio de "bondad" que la personalidad se pueda atribuir, es algo espontáneo que surge de una sensibilidad que nos desborda, de un amor que va en busca de la Totalidad y se detiene, cada vez que hace falta, para integrar todo cuanto encuentra, para reunir lo que algo o alguien ha dispersado y desorientado. Aquí ya no es necesario esforzarse en actuar de forma justa y equitativa, actuamos llevados por el amor y como consecuencia experimentamos este amor.

Se habla mucho de la misericordia de Dios en el sentido de que Dios nos perdonará los pecados aunque no lo merezcamos; y se suele utilizar esta idea para relajar en cierta medida nuestra exigencia personal, en la confianza de que, en última instancia, la misericordia divina hará como si no viera. Todo esto carece de sentido: la misericordia es amor y el amor no tiene nada que perdonar; el amor es unidad y por lo tanto no hay posible separación ni distanciamiento de Dios. No podemos separarnos de lo que somos. Solo hemos de soltar la creencia de ser lo que no somos o la creencia de que debemos cambiar  para ser aceptables. Ya somos buenos tal como somos. Somos el Bien, la Bondad.

Y los demás también. Debemos ayudarles a descubrir que ya son buenos tal como son. Y para eso hemos de verlos así. No es cuestión de que nos parezca bien todo lo que hagan sino de que veamos por qué lo hacen y comprendamos que es lógico que se comporten así con la información y los recursos que tienen. No se trata de mirarlos con buenos ojos, sino de contemplarlos con los ojos del Bien que todos somos, del Amor que todos somos.

La misericordia de Dios no consiste en perdonarnos nada, consiste en darnos la oportunidad de experimentar este amor que somos, en hacernos partícipes de la felicidad que somos. No hay nada que perdonar a alguien que se ha perdido y anda buscando el camino. Si lo encontramos andando hacia una dirección incorrecta no vamos encima a castigarlo; al contrario, estaremos contentos porque nos da la oportunidad de serle útil indicándole el camino correcto. Si es que lo sabemos por haberlo recorrido previamente. Y en el caso de que estemos igualmente desorientados, podemos intercambiar nuestras respectivas experiencias para no perder el tiempo caminando por senderos que no llevan a ninguna parte. El hecho es que nadie se pierde a propósito. El amor es uno de nuestros potenciales y lo experimentamos en la misma medida en que lo actualizamos. Por eso el misericordioso alcanzará la misericordia, porque la unidad con los demás no se establece colocándonos por encima ni condenando a nadie, se establece constatando que todos tenemos las mismas dificultades para descubrir nuestra naturaleza esencial.

La misericordia denota aquí la altura, la profundidad y la anchura de la amistad más sincera, la bondad. A veces, la misericordia puede ser pasiva, pero aquí es activa y dinámica, la ternura paternal suprema. Un padre amoroso tiene pocas dificultades para perdonar a su hijo, incluso muchas veces. En un niño no mimado, el impulso de aliviar el sufrimiento es natural. Los niños son normalmente bondadosos y compasivos cuando tienen la edad suficiente para apreciar las situaciones reales.


ENFOQUE EXOTÉRICO

Misericordioso se dice de aquel que hace misericordia.

Misericordia es, según el diccionario bíblico VINE, sentir simpatía con otra persona en su miseria y especialmente simpatía manifestada en actos. Dicho de otra forma mostrar bondad mediante actos benéficos o ayuda. La palabra en griego recalca que  la misericordia no es un acto pasivo si no activo, lo que quiere decir que se debe trabajar en ella y no mantenerse como un agente pasivo que solo observa.

El diccionario de la RAE define misericordia como la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas.

La misericordia es un atributo de Dios y Jesucristo. Jesús nuestro gran sumo sacerdote, es misericordioso y fiel, de no ser así no hubiera perdonado nuestros pecados (Hebreos 2.17). Por labios de Cristo nosotros recibimos la orden de ser misericordioso como nuestro padre (Lucas 6.35-36) y como hijos verdaderos de Dios debemos exhibir las mismas características que Él.

Las características principales de la misericordia divina son:

Eterna (Salmo 103.17). Desde la eternidad hasta la eternidad.
Sin límites (Salmo 108.4). Mucho más grande que los cielos.
Prolonga la vida (Lamentaciones 3.22-23). Su misericordia es nueva cada mañana y por eso no hemos sido consumidos.
Estimula el arrepentimiento (Joel 2.13). Nuestro Dios es clemente, tardo para la ira y se duele del castigo ¿Con tal bondad, como no arrepentirse?
Perdona el pecado (Miqueas 7.18). Se deleita en la misericordia, por eso perdona.
Hace posible la salvación (Tito 3.5). No hemos sido justificados por nuestras obras si no por su misericordia.
Como vemos nosotros como hijos debemos ser cual es nuestro padre. Y se nos ordena a mantenernos con la misericordia, la verdad, la fe, la verdad, etc.

La misericordia debemos llevarla siempre con nosotros a todo lugar junto con la verdad (Proverbios 3.3). Estas son dos características primordiales en los hijos de Dios, a través de las que podemos demostrar el amor verdadero, ser tardos para la ira y tender la mano a aquel que lo necesita en las circunstancias más diversas. Debemos demostrarlas perdonando (Mateo 18.23-35), siendo bondadosos con los doloridos (Lucas 10.30-37) y bondadoso con los pobres (Lucas 16.19-26). Esto nos solo lo debemos hacer por un mandato, si no que con una actitud de alegría (Romanos 12.8). Dios no quiere que seamos religiosos como los fariseos (Mateo 9.13; 12.7), Él quiere que entendamos lo que significa "Misericordia quiero y no sacrificio" (Oseas 6.6) ¿Y qué significa esto?, lo que Jesús quiere es enfatizar el hecho de que no es importante lo ritual de los servicios, si no que nos vistamos de aquello que es incorruptible (Santiago 1.27). Y justamente la misericordia es una de esas características internas que debemos tener.

Quizás muchas veces nos hemos preguntado cómo hacer para que la luz de Cristo resplandezca por medio de nosotros, bueno una de las formas es actuando con misericordia (Isaías 58.10). Esta es una buena forma de hacernos un bien a nosotros mismo (Proverbios 11.17), no permitiendo que las raíces de amargura crezcan en nosotros (Hebreos 12.15), y esto nos estorbe. Andando en misericordia y verdad, alejaremos esos estorbos de nosotros.

Dios por medio de su palabra, ya nos ha hablado sobre lo que debemos hacer, lo que nos conviene y lo que es bueno, conociendo esto, en mayor o menor medida sólo nos queda hacer justicia, amar, hacer misericordia y humillarnos delante de Dios (Miqueas 6.8).

Fuentes consultadas: Jordi Sapés (Àtic). Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Palabra Integral.


Continuará...

domingo, 15 de diciembre de 2019

La Religión del Padre: "Las Bienaventuranzas" 4ª parte

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt 5.6)
La cuarta Bienaventuranza, expresa la dinámica de Gueburah. Esta Bienaventuranza se encuentra muy unida a la anterior, como unidos están Hesed y Gueburah. Tener hambre y sed significa sentir de una manera acuciante un vacío interior que debe necesariamente ser llenado. Cuando un hombre siente apetencia por la langosta, pongamos por caso, moviliza sus recursos económicos para procurársela. Si su hambre y su sed son de justicia, también será justicia lo que obtendrá.

Ésta no puede procurársela pistola en mano, ni mediante cualquier otro medio de presión, ya que estaría contraviniendo la norma anterior de ser manso. Tiene que ser una apetencia interna, un afán que mueve todos los mecanismos de la personalidad en vistas a una actuación justa, ya que esa hambre y esa sed serían pura pantomima si nacieran de un deseo del individuo de verse tratado por los demás de una manera que él considera justa, mientras que él actuara, respecto a su prójimo, con injusticia notoria.

El hambre y sed de justicia, cuando son auténticos, atraen hacia abajo la justicia divina y entonces el individuo no sólo será la expresión viva de esa justicia, en sus gestos y en sus palabras, sino que la derramará a su alrededor y hará que el mundo sea, por él, gracias a él, más justo. Esta justicia, llevada al mundo por su hambre y su sed, se encarnará en los gobernantes, en los directivos, en aquéllos que puedan hacerla fecundar.

El discípulo que trabaja para la instauración del Reino del Padre, del mismo modo que debe conservar su pobreza de espíritu, que debe buscar el consuelo restaurador de la armonía física y moral, que debe ser manso, debe también experimentar esa hambre y esa sed, viviendo en su cuerpo todas las injusticias que diariamente se cometen en el mundo y deseando con vehemencia que el reino de la justicia se instaure. No odiéis lo injusto y menos aún los hombres que lo protagonizan; por el contrario, amad la justicia y veréis como lo justo se instala en vuestra naturaleza interna y ya para siempre seréis portadores de orden y de paz.

Aquí son bienaventurados los que tienen "hambre y sed de justicia", pero no de que se les haga justicia a ellos, no de que se les reconozcan sus méritos y se les de lo que les corresponde. Si se hiciera la justicia que la gente pide, la inmensa mayoría de las veces los jueces deberían condenar a ambas partes; o absolverlas porque "no saben lo que hacen". Pero la justicia de la que hablan las bienaventuranzas no tiene nada que ver con la sujeción de la conducta a un código legal o a un código moral, a unas normas que digan lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. La justicia de las bienaventuranzas pasa por hacer lo más adecuado en cada momento y circunstancia. Por tanto, nadie puede estar seguro de estar actuando de la manera más adecuada, nadie puede "ser justo" por definición. La mejor forma posible de obrar no se puede definir de antemano, no hay una receta para cada circunstancia; solo una indicación práctica: la mejor forma posible de obrar es aquella que en toda circunstancia actualiza el máximo de comprensión, amor y energía posibles.

Esto es actuar al revés de lo habitual; lo habitual es exigir que los demás piensen como nosotros, conseguir cuantas más cosas mejor y hacerlo con el menor esfuerzo posible. Esperamos que nuestras necesidades nos las cubra el exterior, que nos "hagan justicia"; pero lo que aquí se indica es comprender a los demás, aceptar lo que nos disgusta y hacer por ellos cuanto se pueda. Evidentemente esto no lo puede hacer quien no cumpla las exigencias de las tres primeras bienaventuranzas; éste ya ni tan solo se lo plantea, lo considera absurdo. Sin embargo es justo el camino que se le ofrece al que ha descubierto la mecanicidad y, por tanto, acaba de nacer a la conciencia.

El que acaba de nacer a la conciencia procede de la mecanicidad; por tanto llega a la conciencia, vacío y desesperanzado; sus puntos de referencia acostumbrados no le sirven, se ha dedicado toda su vida a pensar en los demás para que los demás pensaran en él y ahora no sabe qué hacer. Lo que se le propone es que piense en los demás sin esperar nada a cambio. Esto no significa que deje de pensar en sí mismo; ha de dejar de pensar en lo que tiene para pasar a considerarse en que es: un ser de naturaleza trascendente. Y esto significa que si antes esperaba que se le hiciera justicia, se le comprendiera, se le amara y se le ayudara, ahora ve que lo propio de su naturaleza es ejercitar la inteligencia, el amor y la energía que ya es. Por eso se le promete que con este nuevo enfoque "será saciado". En otras palabras: la comprensión, la felicidad y la seguridad personal que obtendrá como resultado de la actualización de su propio potencial superará con creces cuanto había soñado y deseado. La idea de que "se hace camino al andar" es algo muy pertinente en esta fase: cuando uno expresa comprensión, amor y seguridad, encuentra que el mundo se lo devuelve porque este mundo aparece como algo comprensible, amable y seguro.

Sólo aquellos que se sienten pobres de espíritu tienen sed de rectitud. Sólo los humildes buscan la fuerza divina y anhelan el poder espiritual. Sin embargo, es sumamente peligroso practicar a sabiendas el ayuno espiritual con el fin de aumentar nuestro apetito de los dones espirituales. El ayuno físico se vuelve peligroso después de cuatro o cinco días; uno puede perder todo deseo de alimentarse.
El ayuno prolongado, tanto físico como espiritual, tiende a destruir el apetito.
La rectitud experiencial es un placer, no un deber. La rectitud de Jesús es un amor dinámico, un afecto paternal-fraternal. No es una rectitud negativa del tipo “no harás”. ¿Cómo podría alguien tener hambre de algo negativo, de algo a “no hacer”?
No es fácil enseñar estas beatitudes a una mente infantil, pero la mente madura debería captar su significado.


ENFOQUE EXOTÉRICO

Hambre: El diccionario VINE nos indica que esta palabra en griego es: Sentir, tener o padecer hambre.

La RAE define hambre como:

Gana y necesidad de comer.
Escasez de alimentos básicos, que causa carestía y miseria generalizada.
Apetito o deseo ardiente de algo.
Sed: El diccionario Vine nos relata que en el texto original esta palabra hace referencia a: Tener sed o estar sediento.

El diccionario de la RAE nos ayuda a entender un poco mas este concepto, ya que nos indica que sed es:

Gana y necesidad de beber.
Necesidad de agua o de humedad que tienen ciertas cosas.
Apetito o deseo ardiente de algo.
Obviamente estos dos pasajes no hablan del deseo de cubrir la necesidad de algo, sino que en este caso algo espiritual. Ambas palabras en este pasaje se usan de manera metafórica o figurada, haciendo alusión al hambre y sed espiritual. Además, es importante destacar la coincidencia en la definición de las dos palabras ya que las dos significan "Apetito o deseo ardiente de algo".

El Salmo 42:1 es un pasaje conocido, y en el podemos encontrar una comparación que realiza el autor de esa necesidad de su alma por Dios: “Como el ciervo "brama" por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”. En hebreo el verbo bramar significa literalmente ansiar o jadear de ansias. Y continua diciendo que su alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. Necesitamos con ansias desear más que a nuestra propia vida el tener mas de Dios.

Otros pasajes también nos enseñan y recalcan con esta misma figura, el deseo del alma de los distintos autores por Jehová. (Salmo 63.1-2; Salmo 143.6-7; Isaías 26.8-9) Pero el Salmo 84.2 no remarca aún más el anhelo ardiente por Jehová con estas palabras: “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová;
Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo”, las que nos deben llevan a una profunda reflexión sobre cuanto anhelamos a nuestro Creador.

Justicia
También la palabra de Dios nos enseña que debemos de buscar el reino de Dios y su Justicia (Mateo 6.33). Esto engloba todo lo espiritual, pero el pasaje que hemos leído hace una referencia específica a la justicia de Dios.

El Diccionario Bíblico VINE  define justicia como: El carácter o cualidad de ser rectos o justos. Es un atributo de Dios. En este pasaje se hace referencia a todo aquello que es recto o justo en sí mismo, de todo lo que se conforma a la voluntad revelada de Dios.

También, puede hacer referencia a:

a) Todo aquello que ha sido señalado por Dios para que sea reconocido y obedecido por el hombre (Mateo 3.15; Mateo 21.32);

b) La totalidad de las demandas de Dios (Mateo 6.33);

c) Los deberes religiosos (Mateo 6.1), distinguidos como el dar limosnas, el deber del hombre hacia su prójimo (Mateo 6.2-4), la oración, su deber para con Dios (Mateo 6.5-15), el ayuno, el deber del dominio propio (Mateo 6.16-18).

¿Cómo esta nuestro deseo por todo lo recto, por todo aquello que es conforme a la voluntad de Dios? Ante esta pregunta tenemos varias instrucciones dadas por Dios por medio de los Apóstoles, como por ejemplo cuando Pedro enseña en su primera carta que debemos desear la leche no adulterada (1 Pedro 2.2), también como lo dice Pablo a los Romanos (Romanos 10.3) ya que algunos que no entienden como Dios hace justicia, preferían aferrarse a su propia manera de hacer justicia. Pablo entendía muy bien este concepto y ya no se esfuerza él para conseguir la justicia, si no que se aferra por medio de la fe a Jesús para conseguirla (Filipenses 3.9). Nuestra justicia viene por medio de la fe en Cristo ¿Cuánto lo deseamos a Él?

Una vez que el ciervo clamó por las corrientes de las aguas, luego de un rato su sed o ansias fueron satisfechas. Y en este mismo pasaje Cristo promete que los que tengan esta gran necesidad serán saciados. En griego esto no solo se refiere a saciar temporalmente si no a una provisión que es abundante, tan abundante y nutritiva que no tendremos sed jamás (Juan 4:13-14).

La provisión entregada por Dios en vida, gracia y justicia es abundante (Juan 10.10; Romanos 5.17). El gran Pastor nos pastoreara en lugares donde no habrá más sed ni hambre, ya que el agua nunca faltara aunque se haya sequia (Isaías 58.11) y su provisión nos asegura también, lo necesario para ser revestidos de nueva fuerzas (Salmo 103.5).

Una pregunta ¿Con cuanto apetito o cuan ardiente es nuestro deseo de las cosas espirituales? ¿Podemos decir que fuera de lo celestial no hay nada más deseemos en la tierra? (Salmo 73.25) ¿Nuestra alma esta quebrantada de desear sus juicios? (Salmo 119:20) ¿Suspiramos de deseo? (Salmo 119:131) ¿Cómo está clamando nuestra alma por las cosas espirituales?


Lo único que debemos escuchar es a Jesús cuando nos dice "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Juan 7.37) y todo esto en forma gratuita (Apocalipsis 21.6; Apocalipsis 22.17) ¿Cómo no aprovechar esta oportunidad de ser llenos de Él?

Fuentes consultadas: Jordi Sapés (Àtic). Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Palabra Integral.

Continuará...