
Aquello que damos lo recibimos, pues no hay diferencia entre el que da y el que recibe…
Ejemplo-Guía: "Llevamos toda la vida buscando la gratitud de los demás, cuando somos nosotros los que debemos darla para conservarla".
Hace apenas unos minutos, acabo de ser testigo de una escena en la que se pone en evidencia el mensaje que nos transmite esta lección.
Una madre, de espíritu servicial con sus hijos, entregada en dar satisfacción a cualquier necesidad que puedan demandarle estos, recibe una respuesta que la lleva a una profunda frustración.
No se trata de un hecho aislado. Ella va acumulando en su memoria, vivencias tras vivencias en las que no recibe la gratitud de sus hijos, cuando tiene una conciencia de que está dando la vida por ellos. Su queja está plenamente justificada desde la visión del ego. Este es su argumento:
"Toda la vida entregada y sacrificada para atender a mis hijos y la recompensa que recibo es que nunca están para cuando los necesito. Para una cosa que les pido, se les olvida atenderla. Esta vida es una..."
¿Qué está pasando en esta dinámica? ¿Por qué esta madre, entregada y servicial, que se sacrifica por sus hijos, no recibe lo que da?
Si la verdadera gratitud fuese un valor del cuerpo físico, un valor negociable en este mundo, quizás podríamos entender los motivos que llevan a esta madre a estar enojada, desilusionada y profundamente frustrada. Tal vez, en este contexto, podríamos comprender las razones que llevan a esta madre a renegar de su condición de madre, a no encontrarle sentido a esa función natural y amorosa. Pero la gratitud es una virtud que emana del verdadero Amor, de una consciencia de Unidad, y por lo tanto, no podemos negociar con ella, pues no tiene sentido regatear con nosotros mismos.
Desde la visión espiritual, la gratitud es reconocer el hilo sagrado que nos mantiene unidos a todo lo creado. Desde esa visión sagrada, ¿cómo vamos a poner precio o condición a lo que damos, cuando en verdad es a nuestra propia mente a la que estamos dando? ¿Acaso no es nuestra mente la que proyecta lo que vemos en nuestro interior?
Una reflexión más profunda del ejemplo que estamos analizando debe llevarnos a ponernos en el papel de la madre y preguntarnos por qué necesitamos recibir la gratitud de los demás para sentirnos satisfechas con lo que hacemos. ¿No existirá una carencia afectiva que nos lleve a demandar a cualquier precio una recompensa por lo que damos? Desde pequeños, el entorno familiar en el que vivimos nos lleva a adquirir unas creencias que nos acompañarán durante el resto de nuestra vida, salvo que decidamos reflexionar sobre ellas y modificarlas si así lo estimamos oportuno.
Si estamos recibiendo amor, desde pequeños, estamos aprendiendo una sana conducta en el arte de dar y recibir. En este aprendizaje, tomamos conciencia de que dar y recibir son una misma cosa, pues identificamos en dicho acto el lazo de unión que existe entre los implicados en el mismo. Cuando damos, ya hemos recibido, pues no damos a alguien separado de nosotros, sino que damos al ser en el que hemos proyectado nuestro propio ser. En este sentido, es incoherente que le exijamos que nos devuelva la gratitud que le hemos dispensado, pues cuando la damos, la conservamos.
Pero si desde nuestra infancia nos enseñan a ponerle precio, a poner expectativas a aquello que damos, entonces debemos reconocer que detrás del acto de dar existe el temor a perder y ese temor nos lleva a exigir una respuesta acorde a lo que creemos que hemos dado. En esta relación, desvinculamos la causa y el efecto, el dar y el recibir y las consecuencias; no será otra que la que hemos descrito en el ejemplo de la madre insatisfecha.
Esta madre encuentra justificación en su frustración afectiva; incluso no se siente amada en la medida con la que compara el amor que da. Pero puede tener la certeza de que aquello que da siempre permanecerá en el que lo recibe, siempre que lo que haya dado tenga su origen en el amor; de lo contrario, lo único que está haciendo es poner un nuevo destino a lo que da, es decir, doy y, como compruebo que no me has respondido, quedamos en deuda, establecemos un pacto en el que has de devolverme lo que te he dado. Y así, perpetuamos nuestra culpa, estableciendo nuevas relaciones especiales que lo único que tratan es el abrir nuestros ojos al verdadero arte de amar: dar-recibir.
Reflexión: ¿Cómo te sientes cuando no recibes la gratitud de los demás?