miércoles, 16 de julio de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 197

LECCIÓN 197

No puede ser sino mi propia gratitud la que me gano.

1. He aquí el segundo paso que damos en el proceso de liberar a tu mente de la creencia en una fuerza externa enfrentada la tuya. 2Tratas de ser amable y de perdonar. 3Pero si no recibes muestras de gratitud procedentes del exterior y las debidas gra­cias, tus intenciones se convierten de nuevo en ataques. 4Aquel que recibe tus regalos los tiene que recibir con honor; de lo contrario, se los quitas. 5Y así, consideras que los dones de Dios son, en el mejor de los casos, préstamos; y en el peor, engaños que te roban tus defensas para garantizar que cuando Él dé Su golpe de gracia, éste sea mortal.

2. ¡Cuán fácilmente confunden a Dios con la culpabilidad los que no saben lo que sus pensamientos pueden hacer! 2Niega tu forta­leza, y la debilidad se vuelve la salvación para ti. 3Considérate cautivo, y los barrotes se vuelven tu hogar. 4no abandonarás la prisión, ni reivindicarás tu fortaleza mientras creas que la culpa­bilidad y la salvación son la misma cosa, y no percibas que la libertad y la salvación son una, con la fortaleza a su lado, para que las busques y las reivindiques, y para que sean halladas y reconocidas plenamente.

3. El mundo no puede sino darte las gracias cuando lo liberas de tus ilusiones. 2Mas tú debes darte las gracias a ti mismo también, pues la liberación del mundo es sólo el reflejo de la tuya propia. 3Tu gratitud es todo lo que requieren tus regalos para que se conviertan en la ofrenda duradera de un corazón agradecido, liberado del infierno para siempre. 4¿Es esto lo que quieres impe­dir cuando decides reclamar los regalos que diste porque no fue­ron honrados? 5Eres tú quien debe honrarlos y dar las debidas gracias, pues eres tú quien ha recibido los regalos.

4. ¿Qué importa si otro piensa que tus regalos no tienen ningún valor? 2Hay una parte en su mente que se une a la tuya para darte las gracias. 3¿Qué importa si tus regalos parecen haber sido un desperdicio y no haber servido de nada? 4Se reciben allí donde se dan. 5Mediante tu agradecimiento se aceptan universalmente, y el Propio Corazón de Dios los reconoce con gratitud. 6¿Se los quitarías cuando Él los ha aceptado con tanto agradecimiento?

5. Dios bendice cada regalo que le haces, y todo regalo se le hace a Él porque sólo te los puedes hacer a ti mismo. 2lo que le pertenece a Dios no puede sino ser Suyo. 3Pero mientras perdo­nes sólo para volver a atacar, jamás te darás cuenta de que Sus regalos son seguros, eternos, inalterables e ilimitados; de que dan perpetuamente, de que extienden amor y de que incrementan tu interminable júbilo.

6. Retira los regalos que has hecho y pensarás que lo que se te ha dado a ti se te ha quitado. 2Mas si aprendes a dejar que el perdón desvanezca los pecados que crees ver fuera de ti, jamás podrás pensar que los regalos de Dios son sólo préstamos a corto plazo que Él te arrebatará de nuevo a la hora de tu muerte. 3Pues la muerte no tendrá entonces ningún significado para ti.

7. Y con el fin de esta creencia, el miedo se acaba también para siempre. 2Dale gracias a tu Ser por esto, pues Él sólo le está agra­decido a Dios, y se da las gracias a Sí Mismo por ti. 3Cristo aún habrá de venir a todo aquel que vive, pues no hay nadie que no viva y que no se mueva en Él. 4Su Ser descansa seguro en Su Padre porque la Voluntad de Ambos es una. 5La gratitud que Ambos sienten por todo lo que han creado es infinita, pues la gratitud sigue siendo parte del amor.

8. Gracias te sean dadas a ti, el santo Hijo de Dios. 2Pues tal como fuiste creado, albergas dentro de tu Ser todas las cosas. 3Y aún eres tal como Dios te creó. 4No puedes atenuar la luz de tu per­fección. 5En tu corazón se encuentra el Corazón de Dios Mismo. 6Él te aprecia porque tú eres Él. 7Eres digno de toda gratitud por razón de lo que eres.

9. Da gracias según las recibes. 2No abrigues ningún sentimiento de ingratitud hacia nadie que complete tu Ser. 3Y nadie está excluido de ese Ser. 4Da gracias por los incontables canales que extienden ese Ser. 5Todo lo que haces se le da a Él. 6Lo único que piensas son Sus Pensamientos, ya que compartes con Él los santos Pensamientos de Dios. 7Gánate ahora la gratitud que te negaste al olvidar la función que Dios te dio. 8Pero nunca pienses que Él ha dejado de darte las gracias a ti.


¿Qué me enseña esta lección?

Aquello que damos lo recibimos, pues no hay diferencia entre el que da y el que recibe…

Si nuestra consciencia se encuentra identificada con las ilusiones de la culpa, cuando damos, pensamos que ese acto generoso nos redime de nuestros pecados. Es como si quisiéramos ponerle un precio a nuestra liberación. Vemos un gesto de santidad en esa acción  de dar. Pensamos que nos ganamos la complacencia de nuestro Creador actuando de manera generosa. Ponemos énfasis en ese acto y lo consideramos algo especial.

Sin embargo, si nuestra acción no es correspondida con una respuesta de gratitud por parte del que recibe nuestro regalo, es decir, si no recibimos cuando damos, dejamos de creer en la generosidad del acto. Cuando esto ocurre, debemos preguntarnos, ¿Verdaderamente hemos dado con el corazón? ¿Hemos dado incondicionalmente? ¿Hemos dado porque nuestra naturaleza es dar o porque buscamos un beneficio a cambio?

Cuando damos para obtener, no estamos dando desde el Espíritu, sino desde el ego.

La gratitud va implícita en el hecho de dar, pues si estamos en condiciones de dar, es señal de que hemos recibido, y por ello debemos estar inmensamente agradecidos.  Cuando agradecemos aquello que hemos recibido, en verdad, estamos reconociendo que estamos permanentemente en conexión con nuestro Creador. Él ha puesto a nuestra disposición la Abundancia del Universo. Somos Abundantes y Perfectos. Nuestra gratitud fluye desde ese reconocimiento.


Ejemplo-Guía: "Llevamos toda la vida buscando la gratitud de los demás, cuando somos nosotros los que debemos darla para conservarla".

Hace apenas unos minutos, acabo de ser testigo de una escena en la que se pone en evidencia el mensaje que nos transmite esta lección.

Una madre, de espíritu servicial con sus hijos, entregada en dar satisfacción a cualquier necesidad que puedan demandarle estos, recibe una respuesta que la lleva a una profunda frustración. 

No se trata de un hecho aislado. Ella va acumulando en su memoria, vivencias tras vivencias en las que no recibe la gratitud de sus hijos, cuando tiene una conciencia de que está dando la vida por ellos. Su queja está plenamente justificada desde la visión del ego. Este es su argumento:

"Toda la vida entregada y sacrificada para atender a mis hijos y la recompensa que recibo es que nunca están para cuando los necesito. Para una cosa que les pido, se les olvida atenderla. Esta vida es una..."

¿Qué está pasando en esta dinámica?  ¿Por qué esta madre, entregada y servicial, que se sacrifica por sus hijos, no recibe lo que da?

Si la verdadera gratitud fuese un valor del cuerpo físico, un valor negociable en este mundo, quizás podríamos entender los motivos que llevan a esta madre a estar enojada, desilusionada y profundamente frustrada. Tal vez, en este contexto, podríamos comprender las razones que llevan a esta madre a renegar de su condición de madre, a no encontrarle sentido a esa función natural y amorosa. Pero la gratitud es una virtud que emana del verdadero Amor, de una consciencia de Unidad, y por lo tanto, no podemos negociar con ella, pues no tiene sentido regatear con nosotros mismos.


Desde la visión espiritual, la gratitud es reconocer el hilo sagrado que nos mantiene unidos a todo lo creado. Desde esa visión sagrada, ¿cómo vamos a poner precio o condición a lo que damos, cuando en verdad es a nuestra propia mente a la que estamos dando? ¿Acaso no es nuestra mente la que proyecta lo que vemos en nuestro interior?

Una reflexión más profunda del ejemplo que estamos analizando debe llevarnos a ponernos en el papel de la madre y preguntarnos por qué necesitamos recibir la gratitud de los demás para sentirnos satisfechas con lo que hacemos. ¿No existirá una carencia afectiva que nos lleve a demandar a cualquier precio una recompensa por lo que damos? Desde pequeños, el entorno familiar en el que vivimos nos lleva a adquirir unas creencias que nos acompañarán durante el resto de nuestra vida, salvo que decidamos reflexionar sobre ellas y modificarlas si así lo estimamos oportuno. 

Si estamos recibiendo amor, desde pequeños, estamos aprendiendo una sana conducta en el arte de dar y recibir. En este aprendizaje, tomamos conciencia de que dar y recibir son una misma cosa, pues identificamos en dicho acto el lazo de unión que existe entre los implicados en el mismo. Cuando damos, ya hemos recibido, pues no damos a alguien separado de nosotros, sino que damos al ser en el que hemos proyectado nuestro propio ser. En este sentido, es incoherente que le exijamos que nos devuelva la gratitud que le hemos dispensado, pues cuando la damos, la conservamos.

Pero si desde nuestra infancia nos enseñan a ponerle precio, a poner expectativas a aquello que damos, entonces debemos reconocer que detrás del acto de dar existe el temor a perder y ese temor nos lleva a exigir una respuesta acorde a lo que creemos que hemos dado. En esta relación, desvinculamos la causa y el efecto, el dar y el recibir y las consecuencias; no será otra que la que hemos descrito en el ejemplo de la madre insatisfecha.

Esta madre encuentra justificación en su frustración afectiva; incluso no se siente amada en la medida con la que compara el amor que da. Pero puede tener la certeza de que aquello que da siempre permanecerá en el que lo recibe, siempre que lo que haya dado tenga su origen en el amor; de lo contrario, lo único que está haciendo es poner un nuevo destino a lo que da, es decir, doy y, como compruebo que no me has respondido, quedamos en deuda, establecemos un pacto en el que has de devolverme lo que te he dado. Y así, perpetuamos nuestra culpa, estableciendo nuevas relaciones especiales que lo único que tratan es el abrir nuestros ojos al verdadero arte de amar: dar-recibir.

Reflexión: ¿Cómo te sientes cuando no recibes la gratitud de los demás?

Capítulo 21. VII. La última pregunta que queda por contestar (2ª parte).

VII. La última pregunta que queda por contestar (2ª parte).

3. Los siniestros dan la impresión de estar frenéticos, de ser voci­ferantes y fuertes. 2Mas no saben quién es su "enemigo", sino sólo que lo odian. 3El odio los ha congregado, pero ellos no se han unido entre sí. 4Pues si lo hubieran hecho no serían capaces de abrigar odio. 5El ejército de los impotentes se desbanda en presencia de la fortaleza. 6Los que son fuertes son incapaces de traicionar porque no tienen necesidad de tener sueños de poder ni de exteriorizarlos. 7¿De qué manera puede actuar un ejército en sueños? 8De cualquier manera. 9Podría vérsele atacando a cual­quiera con cualquier cosa. 10Los sueños son completamente irra­cionales. 11En ellos, una flor se puede convertir en una lanza envenenada, un niño en un gigante y un ratón puede rugir como un león. 12con la misma facilidad el amor puede trocarse en odio. 13Esto no es un ejército, sino una casa de locos. 14Lo que parece ser un ataque concertado no es más que un pandemó­nium.

Los siniestros a los que alude Jesús en este punto son los que responden a estados mentales demenciales, faltos del ejercicio de la razón e ignorantes de que se atacan a sí mismos en un total desconocimiento de quienes son.

Los siniestros no responden a la razón, sino a la sinrazón. Su conciencia, al permanecer sumida en el sueño, le lleva a percibir un mundo ilusorio al que considera real. Su mente es poseída por el deseo de ser especial y establece como verdad los estímulos que le aportan los sentidos corporales. De este modo llega a creer que su identidad es corporal, al situar la mente en los límites de lo sensorial.

Los siniestros sienten un profundo odio hacia sí mismos, pues prefieren la culpa al perdón para así seguir justificando su identidad pecadora, la misma que los mantiene prisioneros de la falsa creencia en ser merecedores del castigo divino, como respuesta a su naturaleza pecadora.

4. El ejército de los impotentes es en verdad débil. 2No tiene armas ni enemigo. 3Puede ciertamente invadir el mundo y buscar un enemigo. 4Pero jamás podrá encontrar lo que no existe. 5Puede ciertamente soñar que encontró un enemigo, pero éste cambia incluso mientras lo está atacando, de modo que corre de inme­diato a buscarse otro, y nunca consigue cantar victoria. 6Y a medida que corre se vuelve contra sí mismo, pensando que tuvo un pequeño atisbo del gran enemigo que siempre elude su ata­que asesino convirtiéndose en alguna otra cosa. 7¡Cuán traicionero parece ser ese enemigo, que cambia tanto que ni siquiera es posible reconocerlo!

El sistema de pensamiento que identifica lo ilusorio, lo temporal, como lo real, como la verdad, dificilmente podrá reconocer que las bases de sus creencias son erróneas. Una mente sin razón es una mente ciega y demente.

Sabemos que el error original, a lo que se ha llamado "pecado original", es la creencia en la separación. Esa creencia se fundamenta en la idea de ser especial, en el deseo que nos lleva a la individualidad. El deseo de ser especial se convierte en el enemigo oculto que lleva a la mente pecadora a odiarse a sí misma y a proyectar ese pensamiento de odio hacia el mundo exterior, hacia el mundo de la percepción, donde encuentra a su mejor víctima para redimir la culpa que siente interiormente. Es entonces cuando identifica al cuerpo como la diana hacia la cual dispara todos los dardos.

El ego se alimenta del odio y ese odio es la carta de presentación que ofrece en su relación con el mundo. El deseo de ser especial le lleva a establecer relaciones especiales, las cuales estarán basadas en la búsqueda de redención de la culpa que siente. De este modo, el otro se convierte en su víctima preferida, sobre la cual proyectará sus pensamientos de condena y salvación. Juzgando el pecado en el otro, cree liberarse de su propia naturaleza pecaminosa. Busca al enemigo fuera de sí mismo, cuando en realidad ese enemigo lo lleva en su interior, en el deseo de ser especial. 

martes, 15 de julio de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 196

LECCIÓN 196

Es únicamente a mí mismo a quien crucifico.

1. Cuando realmente hayas entendido esto, y lo mantengas fir­memente en tu conciencia, ya no intentarás hacerte daño ni hacer de tu cuerpo  un esclavo de la venganza. 2No te atacarás a ti mismo, y te darás cuenta de que atacar a otro es atacarte a ti mismo. 3Te liberarás de la demente creencia de que atacando a tu hermano te salvas tú. 4Y comprenderás que su seguridad es la tuya, y que al sanar él, tú quedas sanado.

2. Tal vez no entiendas en un principio cómo es posible que la misericordia, que es ilimitada y envuelve todas las cosas en su segura protección, pueda hallarse en la idea que hoy practica­mos. 2De hecho, esta idea puede parecerte como una señal de que es imposible eludir el castigo, ya que el ego, ante lo que considera una amenaza, no vacila en citar la verdad para salvaguardar sus mentiras. 3Es incapaz, no obstante, de entender la verdad que usa de tal manera. 4Mas tú puedes aprender a detectar estas necias maniobras y negar el significado que parecen tener.

3. De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego. 2Pues las formas con las que el ego procura distorsionar la verdad ya no te seguirán engañando. 3No creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. 4Y verás en la idea de hoy la luz de la resurrección, refulgiendo más allá de todos los pensa­mientos de crucifixión y muerte hasta los de liberación y vida.

4. La idea de hoy es un paso que nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad. 2Demos este paso hoy, para poder recorrer rápidamente el camino que nos muestra la salvación, dando cada paso en la secuencia señalada, a medida que la mente se va desprendiendo de sus lastres uno por uno. 3No necesitamos tiempo para esto, 4sino únicamente estar dispuestos. 5Pues lo que parece requerir cientos de años puede lograrse fácilmente -por la gracia de Dios- en un solo instante.

5. El pensamiento desesperante y deprimente de que puedes ata­car a otros sin que ello te afecte te ha clavado a la cruz. 2Tal vez pensaste que era tu salvación. 3Mas sólo representaba la creencia de que el temor a Dios era real. 4¿Y qué es esto sino el infierno? 5¿Quién que en su corazón no tuviese miedo del infierno podría creer que su Padre es su enemigo mortal, que se encuentra sepa­rado de él y a la espera de destruir su vida y obliterarlo del uni­verso?

6. Tal es la forma de locura en la que crees, si aceptas el temible pensamiento de que puedes atacar a otro y quedar tú libre. 2Hasta que esta forma de locura no cambie, no habrá esperanzas. 3Hasta que no te des cuenta de que, al menos esto, tiene que ser comple­tamente imposible, ¿cómo podría haber escapatoria? 4El temor a Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento es verdad. 5Y no percibirá su insensatez, y ni siquiera se dará cuenta de que lo abriga, lo cual le permitiría cuestionarlo.

7. Pero incluso para cuestionarlo, su forma tiene primero que cambiar lo suficiente como para que el miedo a las represalias disminuya y la responsabilidad vuelva en cierta medida a recaer sobre ti. 2Desde ahí podrás cuando menos considerar si quieres o no seguir adelante por ese doloroso sendero, mientras este cam­bio no tenga lugar, no podrás percibir que son únicamente tus pensamientos los que te hacen caer, presa del miedo, y que tu liberación depende de ti.

8. Si das este paso hoy, los que siguen te resultarán más fáciles. 2A partir de aquí avanzaremos rápidamente, 3pues una vez que entiendas que nada, salvo tus propios pensamientos, te puede hacer daño, el temor a Dios no podrá sino desaparecer. 4No podrás seguir creyendo entonces que la causa del miedo se encuentra fuera de ti. 5Y a Dios, a Quien habías pensado deste­rrar, se le podrá acoger de nuevo en la santa mente que Él nunca abandonó.

9. El himno de la salvación puede ciertamente oírse en la idea que hoy practicamos. 2Si es únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo y no tienes que temer su venganza ni su persecución. 3Tampoco es necesario que te escondas lleno de terror del miedo mortal a Dios que la proyección oculta tras de sí. 4Lo que más pavor te da es la salvación. 5Eres fuerte, y es fortaleza lo que deseas. 6Eres libre, y te regocijas de ello. 7Has procurado ser débil y estar cautivo porque tenías miedo de tu fortaleza y de tu libertad. 8Sin embargo, tu salvación radica en ellas.

10. Hay un instante en que el terror parece apoderarse de tu mente de tal manera que no parece haber la más mínima espe­ranza de escape. 2Cuando te das cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se percibe a sí misma dividida. 3Esto se había mantenido oculto mientras creías que el ataque podía lanzarse fuera de ti y que éste podía devolvérsete desde afuera. 4Parecía ser un enemigo externo al que tenías que temer. 5de esta manera, un dios externo a ti se convirtió en tu enemigo mortal y en la fuente del miedo.

11. Y ahora, por un instante, percibes dentro de ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el momento en que por fin pueda acabar contigo. 2No obstante, en ese mismo instante es el momento en que llega la salvación. 3Pues el temor a Dios ha desaparecido. 4puedes apelar a Él para que te salve de las ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo. 5Reza para que este instante llegue pronto, hoy mismo. 6Aléjate del miedo y dirí­gete al amor.

12. No hay un solo Pensamiento de Dios que no vaya contigo para ayudarte a alcanzar ese instante e ir más allá de él prontamente, con certeza y para siempre. 2Cuando el temor a Dios desaparece, no queda obstáculo alguno entre la santa paz de Dios y tú. 3¡Cuán benévola y misericordiosa es la idea que hoy practicamos! 4Acó­gela gustosamente, como debieras, pues es tu liberación. 5Es a ti a quien tu mente trata de crucificar. 6Mas tu redención también pro­cederá de ti.


¿Qué me enseña esta lección?

Si tu mente te lleva a creer que eres un pecador, que es posible pecar, entonces creerás, igualmente, que la crucifixión es la única vía que te redimirá de la culpabilidad, y aceptarás el castigo como la moneda de cambio que te liberará del miedo que te inspira el caminar en la soledad, sin la protección de tu Dador, de tu Creador.

Hemos interpretado la crucifixión como un acto de redención protagonizado por el Hijo de Dios, que viene a confirmarnos que Dios está muy enfadado con la humanidad. Esta interpretación condiciona el sentimiento de temor que albergamos hacia una Divinidad vengativa que nos juzga por nuestros pecados.

Sin embargo, la crucifixión es el mensaje de la verdadera resurrección. Determina la única verdad del Espíritu ante la falsedad del cuerpo.

La culpabilidad nos limita al error. Nos lleva a percibir en el otro la causa de nuestros propios temores, de nuestras falsedades, de nuestros errores. Proyectamos sobre los demás el peso de nuestra culpa. Esa visión la combatimos en los demás, y el castigo se convierte en el arma que utilizamos para liberarnos de nuestros miedos.

Cuando recibimos dolor, odio, traición, engaños, violencia, etc., por parte de los demás, estamos encontrándonos con el espejo que nos habla de nuestro propio trato.

Al recuperar la consciencia de la Unidad, y al ver a los demás como parte de nosotros mismos, entonces dejamos de sentirnos víctimas de los agravios que recibimos y, en su lugar, disfrutamos del aprendizaje que nos dispensan.


Ejemplo-Guía:  "Llevamos toda la vida crucificándonos y pensamos que nuestros agresores son otros"

Un Curso de Milagros nos presenta un nuevo reto para nuestra mente.  Aceptar que no existe un mundo ahí fuera; que lo que percibimos es una proyección de nuestro interior; que nadie, externo a nosotros, tiene la potestad de atacarnos y hacernos daño; que nuestra felicidad no nos llegará desde el mundo exterior; aceptar todas estas afirmaciones y algunas otras de igual calado, sin duda alguna, es toda una invitación a ver las cosas de otra manera.

Llevamos toda nuestra vida buscando a un Dios externo, cuando en verdad, Dios se encuentra en nuestro interior, o lo que es lo mismo, somos el Hijo de Dios.  Somos "dioses" en formación.

Llevamos toda la vida dando credibilidad a un mundo que no es real, que es una ilusión, experimentando un sueño demencial, en el que nos sentimos víctimas de las circunstancias que creemos vivir.  Incluso, dentro del sueño que llamamos vida, en la fase de descanso, creemos soñar y damos un valor real a las pesadillas que soñamos.  A pesar de ello, no aceptamos la idea de que nuestra vida pueda ser un sueño.

Llevamos toda nuestra vida protegiéndonos de nuestros miedos.  El miedo no es real; lo hacemos real con nuestra mente.  Pero no nos damos cuenta de que será nuestra mente la que nos ofrezca los recursos necesarios para negar la realidad de nuestros miedos.


Llevamos toda la vida protegiéndonos de los ataques externos, de las inclemencias del tiempo, de los sinsabores de la vida, de las enfermedades, de las pérdidas, etc. Pero no alcanzamos a ver que el único enemigo real es el que damos cobijo en nuestra mente; que lo que llamamos bienestar es un sentimiento efímero y perecedero; que los momentos de tristeza, amargura, depresión, etc., son estados de nuestra mente que elegimos proyectar al exterior para percibir nuestra propia soledad.

Cada vez que nuestra mente se identifica con el ego, pone en circulación de forma automática la visión del miedo.  Desde esta visión, es imposible gozar de la felicidad y de la paz.  Estamos protegiéndonos de nuestros temores, culpando al mundo que percibimos, pues dirigir ese ataque hacia nosotros pondría fin a la existencia del ego.  Elegimos vernos proyectados en el mundo exterior, pero no lo hacemos conscientemente, sino de forma automática.  De este modo, buscamos aliados que nos indicarán si nuestra ruta es la correcta o no.  Pero elegir ese camino, de miedo, nos lleva directamente a enfrentarnos a la culpa.  Estamos dispuestos a matar, para calmar el peso de nuestra propia culpa.  Matar se convierte en un acto externo inspirado por el odio y el temor que sentimos hacia nosotros mismos.

Cuando vemos reflejado en el otro aquello que no somos capaces de aceptar conscientemente en nosotros mismos, nos lleva a despertar nuestros sentimientos ocultos de culpabilidad, la cual puede alcanzar niveles que nos llevan a ponerle un fin definitivo. Estas son las ocasiones en las que vemos cómo los hermanos atentan unos contra otros, en un intento de dar muerte a su debilidad interna.

Nuestro interior es la única dirección donde debemos prestar nuestra atención.  En él, descubriremos el universo en su totalidad, con sus aspectos luminosos y oscuros.  Es nuestra conciencia la que debe estar despierta para elegir crear-amar o fabricar-separar.

Reflexión: "Atacar a otro es atacarte a ti mismo".

Capítulo 21. VII. La última pregunta que queda por contestar (1ª parte).

VII. La última pregunta que queda por contestar (1ª parte).


1. ¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que eres impotente? 2Ser impotente es el pre­cio del pecado. 3La impotencia es la condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer en él. 4Sólo los impotentes podrían creer en el pecado. 5La enormidad no tiene atractivo, excepto para los insignificantes. 6sólo los que primero creen ser insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. 7Traicionar al Hijo de Dios es la defensa de los que no se identifican con él. 8Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo amas lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido como consecuencia de tu ataque.

La impotencia es una de las mayores frustraciones con las que se identifica el ego, pues el desconocimiento de la verdad refleja la negación del verdadero Ser. 

El ego piensa que es la verdad y que tiene el poder de aportar significado a las cosas. Sin embargo, ese poder que cree tener no le evita sentirse impotente para dirigir su vida hacia la paz y la felicidad.

El ego es impotente, pues niega la fuente de donde emana el verdadero poder, el cual procede únicamente de la Fuente verdadera de donde fluye el Poder Creador.

El ego es impotente porque basa su identidad en la creencia en el pecado, en la creencia en la separación, y todo su sistema de pensamiento es débil ante la debilidad de dichas creencias, pues le lleva a creer que su vida está permanentemente amenazada por aquel a quien cree haber engañado y a quien atribuye el deseo de vengarse de su debilidad.

El verdadero poder reside en lo que realmente somos, Hijos de Dios, creados a Su imagen y semejanza. El poder forma parte de la Voluntad, del Amor y de la Inteligencia Divina. El poder se basa en la creencia en la unidad y se expresa a través de la inocencia y la impecabilidad.

2. Nadie cree que el Hijo de Dios sea impotente. 2Y aquellos que se ven a sí mismos como impotentes deben creer que no son el Hijo de Dios. 3¿Qué podrían ser, entonces, sino su enemigo? 4¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder, y, como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? 5Éstos son los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos e incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. 6Se unen al ejército de los impotentes, para librar su guerra de venganza, amargura y rencor contra él, a fin de que él se vuelva uno con ellos. 7Y puesto que no saben que son uno con él, no saben a quién odian. 8Son en verdad un ejército lamentable, cada uno de ellos tan capaz de atacar a su hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez todos creyeron tener una causa común.

Hemos dicho en el punto anterior que el poder forma parte de la voluntad. Es el principio creador por excelencia. Sin ese poder no existiría la creación. Es el impulso motor que crea realidad o ilusión.

Cuando el poder se alía al amor, estamos creando eternidad. Cuando el poder se alía al deseo de ser especial, estamos fabricando ilusión y temporalidad. El uso del poder al servicio del amor nos hace conscientes como seres creadores. El uso del poder al servicio del deseo nos hace adoradores de dioses que nos muestran un mundo en el que nos sentiremos víctimas de leyes caprichosas y dementes que nos llevará a percibirnos como seres impotentes.

El poder al servicio del amor nos reafirma en la creencia de que somos Hijos de Dios, eternos, inocentes e impecables. El poder al servicio del deseo especial nos reafirma en la creencia de que somos hijos del hombre, temporales, pecadores y culpables. 

lunes, 14 de julio de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 195

LECCIÓN 195

El amor es el camino que recorro con gratitud.

1. Para aquellos que contemplan el mundo desde una perspectiva errónea, la gratitud es una lección muy difícil de aprender. 2Lo más que pueden hacer es considerar que su situación es mejor que la de los demás. 3tratan de contentarse porque hay otros que aparentemente sufren más que ellos. 4¡Cuán tristes y lamentables son semejantes pensamientos! 5Pues, ¿quién puede tener motivos para sentirse agradecido si otros no los tienen? 6¿Y quién iba a sufrir menos porque ve que otro sufre más? 7Debes estarle agradecido únicamente a Aquel que hizo desaparecer todo motivo de sufrimiento del mundo.

2. Es absurdo dar gracias por el sufrimiento. 2Mas es igualmente absurdo no estarle agradecido a Uno que te ofrece los medios por los cuales todo dolor se cura y todo sufrimiento queda reempla­zado por la risa y la felicidad. 3Ni siquiera los que están parcial­mente cuerdos podrían negarse a dar los pasos que Él indica, ni dejar de seguir el camino que Él les señala a fin de escapar de una prisión que creían que no tenía salida a la libertad que ahora perciben.

3. Tu hermano es tu "enemigo" porque lo ves como el rival de tu paz: el saqueador que te roba tu dicha y no te deja nada salvo una negra desesperación, tan amarga e implacable que acaba con toda esperanza. 2Lo único que puedes desear ahora es la venganza. 3Lo único que puedes hacer ahora es tratar de arrastrarlo a la muerte junto contigo, para que sea tan impotente como tú, y para que en sus ambiciosas manos quede tan poco como en las tuyas.

4. No le das gracias a Dios porque tu hermano esté más esclavi­zado que tú, ni tampoco podrías, en tu sano juicio, enfadarte si él parece ser más libre. 2El amor no hace comparaciones. 3la grati­tud sólo puede ser sincera si va acompañada de amor. 4Le damos gracias a Dios nuestro Padre porque todas las cosas encontrarán su libertad en nosotros. 5Es imposible que algunas puedan libe­rarse mientras otras permanecen cautivas. 6Pues, ¿quién puede regatear en nombre del amor?

5. Da gracias, por lo tanto, pero con sinceridad. 2deja que en tu gratitud haya cabida para todos los que se han de escapar con­tigo: los enfermos, los débiles, los necesitados y los temerosos, así como los que se lamentan de lo que parece ser una pérdida, los que sienten un aparente dolor y los que pasan frío o hambre y caminan por el camino del odio y la senda de la muerte. 3Todos ellos te acompañan. 4No nos comparemos con ellos, pues al hacer eso los separamos en nuestra conciencia de la unidad que com­partimos con ellos y que ellos no pueden sino compartir con no­sotros también.

6. Le damos las gracias a nuestro Padre sólo por una cosa: que no estamos separados de ninguna cosa viviente, y, por lo tanto, somos uno con Él. 2nos regocijamos de que jamás puedan hacerse excepciones que menoscaben nuestra plenitud o inhiban o alteren en modo alguno nuestra función de completar a Aquel que es en Sí Mismo la compleción. 3Damos gracias por toda cosa viviente, pues, de otra manera, no estaríamos dando gracias por nada, y estaríamos dejando de reconocer los dones que Dios nos ha dado.

7. Permitamos, entonces, que nuestros hermanos reclinen su fati­gada cabeza sobre nuestros hombros y que descansen por un rato. 2Damos gracias por ellos. 3Pues si podemos dirigirlos a la paz que nosotros mismos queremos encontrar, el camino quedará por fin libre y franco para nosotros. 4Una puerta ancestral vuelve a girar libremente; una Palabra -hace tiempo olvidada- resuena de nuevo en nuestra memoria y cobra mayor claridad al estar nosotros dispuestos a escuchar una vez más.

8. Recorre, pues, con gratitud el camino del amor. 2Pues olvida­mos el odio cuando dejamos a un lado las comparaciones. 3¿Qué podría ser entonces un obstáculo para la paz? 4El temor a Dios por fin es obliterado, y perdonamos sin hacer comparaciones. 5así, no podemos elegir pasar por alto sólo ciertas cosas, mientras retenemos bajo llave otras que consideramos "pecados". 6Cuando tu perdón sea total tu gratitud lo será también, pues te darás cuenta de que todas las cosas son acreedoras al derecho a ser amadas por ser amorosas, incluyendo tu propio ser.

9. Hoy aprendemos a pensar en la gratitud en vez de en la ira, la malicia y la venganza: 2Se nos ha dado todo. 3Si nos negamos a reconocer esto, ello no nos da derecho a sentirnos amargados o a percibirnos como que estamos en un lugar donde se nos persigue despiadadamente y se nos hostiga sin cesar, o donde se nos atropella sin la menor consideración por nosotros o por nuestro futuro. 4La gratitud se convierte en el único pensamiento conque sustituimos estas percepciones descabelladas. 5Dios ha cuidado de nosotros y nos llama Su Hijo. 6¿Puede haber algo más grande que eso?

10Nuestra gratitud allanará el camino que nos conduce a Él y acortará la duración de nuestro aprendizaje mucho más de lo que jamás podrías haber soñado. 2La gratitud y el amor van de la mano, y allí donde uno de ellos se encuentra, el otro no puede sino estar. 3Pues la gratitud no es sino un aspecto del Amor, que es la Fuente de toda la creación. 4Dios te da las gracias a ti, Su Hijo, por ser lo que eres: Su Propia compleción y la Fuente del amor junto con El. 5Tu gratitud hacia Él es la misma que la Suya hacia ti. 6Pues el amor no puede recorrer ningún camino que no sea el de la gratitud, y ése es el camino que recorremos los que nos encaminamos hacia Dios.


¿Qué me enseña esta lección?

Doy gracias al Creador, a mi Padre Celestial, por haberme creado.

Doy gracias a mi Hacedor por habernos hechos a su Imagen y Semejanza.

Le doy gracias por haberme dotado de libertad, por haberme hecho perfecto.

Te doy gracias, Padre, por gozar de Tu Unidad.

Te doy gracias por permitirme ser consciente de quién Soy y de lo que Soy.

Te doy gracias, Señor, pues es mi manera de expresarte mi amor.

Te doy gracias por todos los instantes, pues cada uno de ellos supone un encuentro santo.

Te doy gracias, Padre, por Ser Uno con Toda la Filiación.

Te doy gracias por haberme enseñado a ver tu rostro en la faz de mis hermanos.

Te doy gracias por Tu Plan de Salvación.

Te doy gracias por concederme la Expiación.

Te doy gracias por tu Amor, por tu Bondad, por tu Conocimiento, por tu Grandeza, por tu Misericordia, por tu Justicia, por tu Luz; por tu Belleza, por tu Armonía, por tu Paz, por tu Comprensión.


Ejemplo-Guía: "El mejor regalo que podemos hacer al mundo es compartir nuestra gratitud".

No es la primera vez que el Libro de Ejercicios dedica una lección para tratar la virtud de la gracia y el acto del uso de la gratitud. Os dejo el enlace de la Lección 123, en la cual realizo algunas reflexiones sobre el tema de la gracia:


Para completar lo ya expuesto en dicha lección, hoy me gustaría resaltar un aspecto de la gracia que había tratado muy a la ligera y que sin duda debemos conocer.

La gracia, al igual que el perdón, son manifestaciones que podemos percibir dentro del sueño y que encuentran su fuente, su origen, en la condición espiritual del Amor. Cuando expresamos desde el corazón nuestra gratitud, estamos revelando que nuestra conciencia es sensible a la visión de la unidad y, sobre todo, somos sensibles a la vibración de la "expansión", la cual se caracteriza por ser el canal de expresión de la fuerza de atracción.

La experiencia del sueño nos lleva a veces a confundir cuando expresamos nuestra gratitud como expresión natural de nuestra condición espiritual y cuando expresamos nuestra gratitud como una artimaña para conseguir un fin postrero que nos beneficie. En este último caso, podemos hablar de una gracia fingida.

La gratitud fingida no emana del corazón, no es natural, y en muchas ocasiones es difícil de reconocer, pero si prestamos atención, no tardaremos en descubrir que las "patitas que nos enseña por debajo de la puerta no son de cordero, sino de lobo", es decir, esa gracia fingida dejará un rastro, una huella que nos permitirá identificar si estamos ante un acto de gratitud desinteresada o, por el contrario, perseguimos algún fin egoísta con nuestro acto.

La gratitud está basada en la condición natural de dar, y cuando no persigue ese fin, no tardará en mostrarnos su verdadero rostro de impostor, pues pronto le pondremos precio a aquello que hemos vestido con los ropajes de la gratitud.

Por lo tanto, me atrevería a decir que la verdadera gratitud no tiene precio, ni pone precio a nuestro acto de agradecimiento. Si recibo un regalo y manifiesto mi gratitud sin buscar ninguna otra respuesta, estaré dando muestra de un estado de comprensión y de amor por el gesto recibido. Si en cambio, doy las gracias, pero estoy pensando en el modo de recibir más regalos, estaré desvirtuando el acto de la gratitud.

Cuando damos gracias, recibimos gratitud. A veces he llegado a pensar que el acto de dar las gracias es contagioso; al menos, favorece la comunicación de tal modo que creamos un clima, un ambiente propicio para que las relaciones fluyan desde el acercamiento y desde el espíritu de la unidad y el entendimiento.

Me atrevería a decir que todo cuanto nos ocurre en la vida, podemos considerarlo un regalo. Esta observación la baso en el hecho de que aquello que experimentamos siempre es el efecto vinculado con una causa que encontraremos en nuestra mente. Por lo tanto, lo que experimentamos siempre nos aporta una toma de conciencia, un aprendizaje. Desde este punto de vista, podemos aprender a ver dichas experiencias como regalos que nos ofrece la vida y expresarle nuestro agradecimiento.

Estamos acostumbrados a agradecer los regalos que nos aportan felicidad; sin embargo, las experiencias dramáticas las seleccionamos en otro contexto y las valoramos como negativas y malsanas, por lo que tenemos dificultad para reconocerlas como regalos de la vida. Cuando estemos preparados para no juzgar las experiencias en el contexto de la dualidad, lo estaremos, igualmente, para mostrar nuestro agradecimiento a todas y cada una de las experiencias de la vida.

Por último, me gustaría recordar una vez más la importancia de mostrarnos agradecidos a nuestros hermanos. Son varios los motivos por los que debemos dar muestra de esa gratitud, pero el que más dificultad tendrá nuestra mente para aceptar es el aplicarlo a nuestros enemigos, a nuestros agresores.

Nuestra mente nos dirá: "¿Cómo vas a estar agradecido al asesino de tu hijo?" Y nuestro ego no conseguirá encontrar ni un solo argumento que no justifique el pedir que se haga justicia, el pedir venganza para el causante de tanto dolor.

Desde la visión del Espíritu, oír su voz nos llevaría a afrontar esa difícil experiencia como una oportunidad para perdonar al agresor. Ese agresor está invitándonos a sacar a nuestro agresor interno. Todos tenemos un agresor interno, un juez interno, un médico interno, un sinfín de rostros que podemos ver dibujados en los rostros de nuestros hermanos. ¿Te escandalizas? ¿Sientes repulsa por estas afirmaciones? ¿Te alejas del amor, del perdón, y prefieres unir tu voz a esas otras voces que reclaman justicia? ¿Eres de los que ofrecen la soga para montar la horca del verdugo? No te escandalices; aun tus argumentos, dentro del sueño demente del ego, encontrarán muchos acólitos y seguidores. No seré yo el que te juzgue, pues respeto tu libre albedrío. Tan solo comparto contigo mi punto de vista.

¿Dónde nos lleva el camino de la venganza? Qué gratitud compartimos con ese sentimiento.

¿Dónde nos lleva el camino de la gratitud, del perdón? Tan solo tú podrás descubrirlo y cuando lo hagas, no lo abandonarás.


Reflexión: ¿Soy agradecido?

Capítulo 21. VI. La razón en contraposición a la locura (5ª parte).

VI. La razón en contraposición a la locura (5ª parte).

9. Tú eres el salvador de tu hermano. 2Él es el tuyo. 3A la razón le es muy grato hablar de esto. 4El Amor le infundió amor a este plan benevolente. 5lo que el Amor planea es semejante a Sí Mismo en esto: al estar unido a ti, Él desea que aprendas lo que debes ser. 6Y dado que tú eres uno con Él, se te tiene que haber encomendado que des lo que Él ha dado, y todavía sigue dando. 7Dedica aunque sólo sea un instante a la grata aceptación de lo que se te ha encomendado darle a tu hermano, y reconoce con él lo que se os ha dado a ambos. 8Dar no es más bendito que recibir, 9pero tampoco es menos.

Cuando nuestra conciencia alcanza la visión crística, la razón formará parte de nuestra mente y la verdad nos acompañará en cada pensamiento. La visión crística es la visión de lo que somos realmente: Hijos del Amor unidos en la santidad de la Filiación.

Aceptaremos desde nuestra naturaleza amorosa el Plan de Salvación que Dios dispuso para Su Hijo. Este Plan contempla un pacto de amor que cohesiona la Unidad de la Filiación. Cada partícula del Ser de Dios se encuentra extendida en Su Hijo. Cuando esa unidad se manifiesta, el amor se expande dando lugar a creaciones eternas.

10.  Al Hijo de Dios se le bendice siempre cual uno solo. 2a medida que su gratitud llega hasta ti que le bendijiste, la razón te dirá que es imposible que tú estés excluido de la bendición. 3La gratitud que él te ofrece te recuerda las gracias que tu Padre te da por haberlo completado a Él. 4la razón te dice que sólo así pue­des entender lo que tú debes ser. 5Tu Padre está tan cerca de ti como tu hermano. 6Sin embargo, ¿qué podría estar más cerca de ti que tu propio Ser?

La compleción de Dios es el propósito que nos une a Su Fuente, pues cualquier pensamiento que no forme parte de dicha compleción no gozará del poder de crear eternidad.

El pensamiento que nos ha llevado a la creencia en la separación no procede de la Fuente de Dios, no forma parte de su compleción. Ese pensamiento está vacío de amor, por lo que sus efectos no serán eternos, o lo que es lo mismo, sus efectos no serán reales ni verdaderos; luego no serán nada. El mundo que percibimos tiene su origen en ese tipo de pensamiento, por lo que ha dado lugar a efectos contrarios al orden universal de Dios.

11. El poder que ejerces sobre el Hijo de Dios no supone una ame­naza para su realidad. 2Por el contrario, sólo da testimonio de ella. 3si él ya es libre, ¿dónde podría radicar su libertad sino en él mismo? 4¿Y quién podría encadenarle, sino él a sí mismo cuando se niega la libertad? 5De Dios nadie se burla, ni tampoco puede Su Hijo ser aprisionado, salvo por su propio deseo. 6por su propio deseo es también como se libera. 7En eso radica su fuerza, no su debilidad. 8Él está a merced de sí mismo. 9Y cuando elige ser mise­ricordioso, en ese momento se libera. 10Mas cuando elige conde­narse a sí mismo, se convierte en un prisionero, que encadenado, espera su propio perdón para poderse liberar. 

El poder que ejercemos sobre nuestro hermano está basado en el amor, en la curación, en la salvación. El reconocimiento de su verdadero ser lo libera de la oscuridad y de la locura.

Jesús pone fin a este apartado, recordándonos dónde se encuentra nuestra fortaleza y dónde se encuentra nuestra debilidad. Nos muestra el poder del deseo como el impulso que nos lleva a crear o a fabricar. El deseo de ser especial nos abre las puertas al mundo del pecado, de la culpa, de la ira y de la muerte. El deseo de amar incondicionalmente, el deseo de unidad, nos conduce al Cielo, donde la inocencia, la santidad, el amor y la verdadera vida serán nuestra realidad, nuestro verdadero hogar. 

domingo, 13 de julio de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 194

LECCIÓN 194

Pongo el futuro en Manos de Dios.

1. La idea de hoy es un paso más en el proceso de alcanzar cuanto antes la salvación, y ciertamente es un paso gigantesco. 2Es tan grande la distancia que abarca que te lleva justo antes del Cielo, con el objetivo a la vista y los obstáculos ya superados. 3Tus pies ya se han posado sobre las praderas que te dan la bienvenida a las puertas del Cielo: el tranquilo lugar de la paz en el que aguardas con certeza el paso final de Dios. 4¡Qué lejos nos encontramos ahora de la tierra! 5¡Y cuán cerca de nuestra meta! 6¡Cuán corto es el trecho que aún nos queda por recorrer!

2. Acepta la idea de hoy, y habrás dejado atrás toda ansiedad, los abismos del infierno, la negrura de la depresión, los pensamien­tos de pecado y toda la devastación que la culpabilidad acarrea. 2Acepta la idea de hoy, y habrás liberado al mundo de todo apri­sionamiento, al romper las pesadas cadenas que mantenían cerrada la puerta a la libertad. 3Te has salvado, y tu salvación se vuelve el regalo que le haces al mundo porque tú lo has recibido.

3. No hay un solo instante en que se pueda sentir depresión, expe­rimentar dolor o percibir pérdida alguna. 2No hay un solo instante en que se pueda instaurar el pesar en un trono y adorársele. 3No hay un solo instante en que uno pueda ni siquiera morir. 4Y así, cada instante que se le entrega a Dios, con el siguiente ya entre­gado a Él de antemano, es un tiempo en que te liberas de la tris­teza, del dolor y hasta de la misma muerte.

4. Tu futuro está en Manos de Dios, así como tu pasado y tu pre­sente. 2Para Él son lo mismo, y, por lo tanto, deberían ser lo mismo para ti también. 3Sin embargo, en este mundo la progresión tem­poral todavía parece ser algo real. 4No se te pide, por lo tanto, que entiendas que el tiempo no tiene realmente una secuencia lineal. 5Sólo se te pide que te desentiendas del futuro y lo pongas en Manos de Dios. 6Y mediante tu experiencia comprobarás que tam­bién has puesto en Sus Manos el pasado y el presente, porque el pasado ya no te castigará más y ya no tendrá sentido tener miedo del futuro.

5. Libera el futuro. 2Pues el pasado ya pasó, y el presente, libre de su legado de aflicción y sufrimiento, de dolor y de pérdida, se convierte en el instante en que el tiempo se escapa del cautiverio de las ilusiones, por las que ha venido recorriendo su despiadado e inevitable curso. 3Cada instante que antes era esclavo del tiempo se transforma ahora en un instante santo, cuando la luz que se mantenía oculta en el Hijo de Dios se libera para bendecir al mundo. 4Ahora el Hijo de Dios es libre, y toda su gloria resplan­dece sobre un mundo que se ha liberado junto con él para com­partir su santidad.

6. Si pudieses ver la lección de hoy como la liberación que real­mente representa, no vacilarías en dedicarle el máximo esfuerzo de que fueses capaz, para que pasase a formar parte de ti. 2Con­forme se vaya convirtiendo en un pensamiento que rige tu mente, en un hábito de tu repertorio para solventar problemas, en una manera de reaccionar de inmediato ante toda tentación, le trans­mitirás al mundo lo que has aprendido. 3Y en la medida en que aprendas a ver la salvación en todas las cosas, en esa misma medida el mundo percibirá que se ha salvado.

7. ¿Qué preocupación puede asolar al que pone su futuro en las amorosas Manos de Dios? 2¿Qué podría hacerle sufrir? 3¿Qué podría causarle dolor o la sensación de haber perdido algo? 4¿Qué podría temer? 5¿Y de qué otra manera podría contemplar todo sino con amor? 6Pues el que ha escapado de todo temor de futuros sufrimientos ha encontrado el camino de la paz en el pre­sente y la certeza de un cuidado que el mundo jamás podría ame­nazar. 7Está seguro de que, aunque su percepción puede ser errónea, jamás le ha de faltar corrección. 8Es libre de volver a elegir cuando se ha dejado engañar; de cambiar de parecer cuando se ha equivocado.

8. Pon, por lo tanto, tu futuro en Manos de Dios. 2Pues de esta manera invocas Su recuerdo para que regrese y reemplace todos tus pensamientos de maldad y pecado por la verdad del amor. 3¿Crees acaso que el mundo no se beneficiaría con ello y que cada criatura viviente no respondería con una percepción corregida? 4El que se encomienda a Dios ha puesto también al mundo en las mismas Manos a las que él ha recurrido en busca de consuelo y seguridad. 5Ha dejado a un lado las enfermizas ilusiones del mundo junto con las suyas, y de este modo le ofrece paz al mundo, así como a sí mismo.

9. Ahora sí que nos hemos salvado. 2Pues descansamos despreo­cupados en Sus Manos, seguros de que sólo cosas buenas nos pue­den acontecer. 3Si nos olvidamos de ello, se nos recuerda dulce­mente. 4Si aceptamos un pensamiento que denota falta de perdón, éste queda prontamente reemplazado por el reflejo del amor. 5Y si nos sentimos tentados de atacar, apelamos a Aquel que vela nues­tro descanso para que tome por nosotros la decisión que nos aleja de la tentación. 6El mundo ha dejado de ser nuestro enemigo, pues hemos decidido ser su Amigo.


¿Qué me enseña esta lección?

Poner el futuro en Manos de Dios es la decisión más sabia que podemos realizar. Verdaderamente, tomando esa decisión, estamos eligiendo convertirnos en sembradores del Amor.

¿Qué cosecha recogeremos cuando esa semilla dé sus frutos?

Dios es Unidad, pues cosecharemos Armonía y Paz.
Dios es Amor, pues cosecharemos Felicidad y Dicha.
Dios es Ley, pues cosecharemos Justicia y Misericordia.
Dios es Perfección, pues cosecharemos Abundancia.
Dios es Eternidad, pues cosecharemos Paciencia.
Dios es Conocimiento, pues cosecharemos Verdad.
Dios es Salvación, pues cosecharemos Liberación.

Sí. Estoy dispuesto a poner en manos de Dios toda mi Eternidad.


Ejemplo-Guía: "El pasado nos atormenta y el futuro nos angustia".

Y Jesús les dijo: Por vuestra incredulidad; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá: y se pasará: y nada os será imposible (Mateo 17:20).

Elijo este párrafo del evangelio de Mateo para hacer la introducción de esta reflexión.  Me voy a tomar la libertad de parafrasearle: "Si tuviésemos la certeza como un grano de mostaza..."

Tener certeza es fundamental, es esencial.  Tener certeza nos revela que creemos firmemente en una idea.  Si esa idea es verdadera, si esa idea es que somos el Hijo de Dios, yo me pregunto, ¿qué más podemos desear?

En este mundo de ilusión, pensamos que alcanzamos a creer en las cosas cuando las percibimos, cuando nuestros sentidos son capaces de experimentarlas.  Pero el efecto, la percepción, no puede dar lugar a la causa.  Es precisamente al contrario.  Todo efecto, toda percepción, responde a una causa, a un pensamiento.  Las falsas creencias han tomado vida a raíz de que le hemos otorgado un significado al efecto.  Nos hemos dicho: "Esto que estoy experimentando es verdad" y desde este momento adopto la creencia de lo que es o no es verdad.  Pero, cuando la causa de ese efecto ya es un error, el efecto lo extenderá. El mundo que hemos fabricado responde a esta dinámica. Un pensamiento de separación ha dado lugar a la creencia en la división.  Los efectos todos los conocemos.

En este mundo de percepción, en el cual tan sólo damos significado a lo que nuestros sentidos han filtrado, difícilmente podremos dar credibilidad a lo espiritual.  Lo que no se ve no tiene significado, por lo que determinamos que no es real.  Desde esta visión, tener certeza de que somos el Hijo de Dios nos resulta difícil de aceptar y, para defender este argumento de negación del Espíritu, el ego pondrá sobre la mesa su colección de necesidades, todas basadas en la escasez y en la muerte, para poner de manifiesto que, si existiese un Dios y nosotros fuésemos sus Hijos, ¿cómo ese Dios abandona a su creación al padecimiento y al dolor?

Pero elegir esa certeza viene acompañado con la visión interna de que los argumentos del ego lo único que pretenden es ocultar su debilidad.  Si nuestra mente alcanza a comprender que el miedo, el apego y la muerte son fruto de una falsa creencia y elige ver las cosas desde otra visión, en la cual la felicidad, el amor, la alegría, la dicha no dependen de lo que seamos capaces de acumular en este mundo, donde todo es perecedero, sino que están en manos de nuestra decisión de fluir y de compartir, de ser, entonces esa certeza se convertirá en nuestra única realidad.

Imagínate que durante todo un día, te entregas, sin reservas, en manos de la Voluntad del Padre. La aceptación es el pensamiento que se convierte en la llave que nos abre todas las puertas que nos conducen a la salvación. Aceptación significa confianza en que aquello que vivimos es lo que debemos vivir. De nuestra parte, tan solo se nos pide que amemos y que perdonemos todo aquello que nos aleje del camino del amor. En ese caminar, siempre vamos acompañados de la Presencia de nuestro Padre. Nada nos amenazará, pues nada podrá hacerlo si no es porque creemos en ello.  Hemos hecho un pacto de amor con el mundo que nos rodea y aceptamos ver en ellos a nuestros maestros y los bendecimos por ello.

¿Qué más podemos desear?

Diremos, pues, que yo deseo tener más de lo que tengo.  Yo deseo tener más poder.  Yo deseo tener una vida longeva.  Yo deseo alcanzar la luna.  Yo deseo disfrutar de los licores del amor y del placer.

¿Hasta cuándo?  El deseo posa su credibilidad en el tiempo futuro.  No nos conformamos con lo que tenemos en el presente.  Buscamos perpetuarlo en el tiempo y, cuando no tenemos la seguridad de poder hacerlo, le pedimos a Dios (que curiosamente no creemos en él) que nos lo permita.

Todo tiempo pasado nos atormenta, pues evoca en nosotros el recuerdo de lo que hemos hecho mal y el miedo a perder lo que hemos acumulado con tanto ahínco.  El futuro nos angustia, pues el temor a que el pasado tenga continuidad nos produce una inseguridad que nos priva de la paz y de la felicidad.

Paz y felicidad no son logros que podamos comprar como cualquier otro objeto del mundo. Paz y felicidad son estados de nuestra condición espiritual.  Cuando tenemos la certeza de lo que somos, la Paz y la Felicidad se nos revela de forma natural, pues es la evidencia constatada de que somos el Hijo de Dios.

Reflexión: ¿Qué preocupación puede asolar al que pone su futuro en las amorosas Manos de Dios? ¿Qué podría hacerle sufrir?