
Ejemplo-Guía: "La dinámica del juicio"
La definición oficial que nos aporta la Real Academia
Española del término juzgar, es el siguiente:
- Dicho
de un juez o un tribunal: Determinar si el comportamiento de alguien es
contrario a la ley, y sentenciar lo procedente.
- Dicho
de un juez o un tribunal: Determinar si un hecho es contrario a la ley, y
sentenciar lo procedente.
- Formar
opinión sobre algo o alguien.
- Considerar
a alguien o algo de la manera que se indica.
- Creer u
opinar algo.
- Afirmar,
previa la comparación de dos o más ideas, las relaciones que existen entre
ellas.
De estas aportaciones, me quedo con dos ideas que considero interesantes para afrontar el tema que hemos elegido como reflexión: creer y comparar.
El juicio está basado en una creencia y el juicio nos lleva a comparar lo que
percibimos con dicha creencia. Luego, la clave del juicio se encuentra en el
nivel de las "causas", esto es, en el nivel de la mente, donde emanan
nuestras creencias.
Tenemos que tener en cuenta, que cuando hablamos de “creencia", no nos
estamos refiriendo a "Conocimiento", el cual, hace referencia a la
comunicación directa con nuestro Creador. La creencia forma parte de la visión
elegida por el Hijo de Dios y que da lugar a la separación. En el mundo de la
Unidad, en la Eternidad, en el Cielo, existe el Conocimiento, esto es, la vía
real de relación con nuestra Fuente Creadora.
La creencia da lugar al juicio porque está basada en la visión de la
separación, de la dualidad y desde ese escenario lleva a cabo la labor de comparar,
su visión, con la de los demás. Podemos decir, que el juicio es el que nos
lleva a dar valor a lo que percibimos. Si nuestra percepción es juzgada
(interpretada) como buena, el valor que le otorgamos a la experiencia formará
parte de lo que llamamos positivo, mientras que, si es juzgada como mala, el
valor que le otorgamos a esa experiencia, formará parte de lo que llamamos
negativa. De este modo, la creencia-juicio va constituyendo nuestro habitual
sistema de pensamiento, y nuestras mente reacciona de forma automática a dichas
creencias, lo que se traduce que, ante perspectivas que nuestra mente
interprete similares a experiencias previas, siempre daremos la misma
respuesta, incluso mucho antes de que se produzcan, es más, en muchas ocasiones,
ni llegan a producirse, pero la disposición de nuestra mente a través de la
creencia adquirida, nos lleva a responder de forma inconsciente a dicha
posibilidad.
Pongamos un ejemplo: a lo largo de nuestra vida nos hemos visto en la necesidad
de afrontar ciertos retos, y cada vez que lo hemos hecho, no hemos conseguido
nuestro objetivo. Nuestra mente juzga dichas experiencias y llegamos a la
conclusión de que no servimos para lo que estamos intentando. Ese juicio (con
rasgos condenatorio) se inscribe en nuestra mente como una creencia: ¡no valgo
para esto!.
Pero la vida, no deja de llevarnos a
situaciones semejantes, es más, aquello que intentamos conseguir, nos agrada.
Nos acaban de llamar para una nueva entrevista en la que tenemos una nueva
oportunidad para ver satisfecha nuestras expectativas. No podemos evitar, que
desde nuestra mente fluyan pensamientos de temor, basados en experiencias del
pasado. La inseguridad adquiere tal dimensión, que nos bloqueamos. El miedo nos
atenaza, en ocasiones, hasta tal punto, que de manera inconsciente generamos
circunstancias que se convierten en obstáculos que nos impiden afrontar la
experiencia. ¿Quién no se ha puesto enfermo con tan sólo pensar que se tiene
que enfrentar a una vivencia que le produce miedo? Cuando pequeño, cuando no
quería ir a la escuela, me inventaba una enfermedad, la cual, hacía real.
Adentrémonos en las enseñanzas compartidas en el Curso y busquemos información
que nos ayude a profundizar sobre el tema del juicio:
El Capítulo 3, apartado VI, está dedicado a "Los juicios y el problema de la autoridad". Recordemos su contenido:
Los juicios y el problema de la autoridad.
“Hemos hablado ya del juicio Final, aunque no con gran detalle. Después del juicio Final no habrá ningún otro. Dicho juicio es simbólico porque más allá de la percepción no hay juicios. Cuando la Biblia dice "No juzguéis y no seréis juzgados" lo que quiere decir es que si juzgas la realidad de otros no podrás evitar juzgar la tuya propia” (T-3.VI.1:1-4).
“La decisión de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el proceso en el que se basa la percepción, pero no el conocimiento. He hecho
referencia a esto anteriormente al hablar de la naturaleza selectiva de la percepción, y he señalado que la evaluación es obviamente su requisito previo. Los juicios siempre entrañan rechazo. Nunca ponen de relieve solamente los aspectos positivos de lo que juzgan, ya sea en ti o en otros. Lo que se ha percibido y se ha rechazado, o lo que se ha juzgado y se ha determinado que es imperfecto permanece en tu mente porque ha sido percibido. Una de las ilusiones de las que adoleces es la creencia de que los juicios que emites no tienen ningún efecto. Esto no puede ser verdad a menos que también creas que aquello contra lo que has juzgado no existe. Obviamente no crees esto, pues, de lo contrario, no lo habrías juzgado. En última instancia, no importa si tus juicios son acertados o no, pues, en cualquier caso, estás depositando tu fe en lo irreal. Esto es inevitable, independientemente del tipo de juicio de que se trate, ya que juzgar implica que abrigas la creencia de que la realidad está a tu disposición para que puedas seleccionar de ella lo que mejor te parezca” (T-3.VI.2:1-12).
“No tienes idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con tus hermanos o contigo mismo sin emitir juicios de ninguna clase. Cuando reconozcas lo que eres y lo que tus hermanos son, te darás cuenta de que juzgarlos de cualquier forma que sea no tiene sentido. De hecho, pierdes el significado de lo que ellos son precisamente porque los juzgas. Toda incertidumbre procede de la creencia de que es imprescindible juzgar. No tienes que juzgar para organizar tu vida, y definitivamente no tienes que hacerlo para organizarte a ti mismo. En presencia del conocimiento todo juicio queda, automáticamente suspendido, y éste es el proceso que le permite al conocimiento reemplazar a la percepción” (T-3.VI.3:1-6).
“Tienes miedo de todo aquello que has percibido y te has negado a aceptar. Crees que por haberte negado a aceptarlo has perdido control sobre ello. Por eso es por lo que lo ves en pesadillas, o disfrazado bajo apariencias agradables en lo que parecen ser tus sueños más felices. Nada que te hayas negado a aceptar puede ser llevado a la conciencia. De por sí, no es peligroso, pero tú has hecho que a ti te parezca que lo es” (T-3.VI.4:1-5).
“Cuando te sientes cansado es porque te has juzgado a ti mismo como capaz de estar cansado. Cuando te ríes de alguien es porque has juzgado a esa persona como alguien que no vale nada. Cuando te ríes de ti mismo no puedes por menos que reírte de los demás, aunque sólo sea porque no puedes tolerar la idea de ser menos que ellos. Todo esto hace que te sientas cansado, ya que es algo básicamente descorazonador. No eres realmente capaz de estar cansado, pero eres muy capaz de agotarte a ti mismo. La fatiga que produce el juzgar continuamente es algo realmente intolerable. Es curioso que una habilidad tan debilitante goce de tanta popularidad. No obstante, si deseas ser el autor de la realidad, te empeñarás en aferrarte a los juicios. También les tendrás miedo, y creerás que algún día serán usados contra ti. Sin embargo, esta creencia sólo puede existir en la medida en que creas en la eficacia de los juicios como un arma para defender tu propia autoridad” (T-3.VI.5:1-10).
¿Qué nos dice el Curso con respecto al origen del juicio?
"En la mente que Dios creó perfecta como Él Mismo se adentró un sueño de juicios. Y en ese sueño el Cielo se trocó en infierno, y Dios se convirtió en el enemigo de Su Hijo. ¿Cómo puede despertar el Hijo de Dios de este sueño? Es un sueño de juicios. Para despertar, por lo tanto, tiene que dejar de juzgar. Pues el sueño parecerá prolongarse mientras él forme parte de él. No juzgues, pues el que juzga tiene necesidad de ídolos para evitar que sus juicios recaigan sobre él mismo. No puede tampoco conocer al Ser al que ha condenado. No juzgues, pues si lo haces, pasas a formar parte de sueños malvados en los que los ídolos se convierten en tu "verdadera" identidad, así como en la salvación del juicio que, lleno de terror y culpabilidad, emitiste acerca de ti mismo" (T-29.IX.2:1-9).
Las enseñanzas nos dicen que:
"Todo lo que vemos afuera es el juicio de lo que vemos dentro. Si es nuestro propio juicio, será erróneo, pues nuestra función no es juzgar" (T-12.VII.12:4-5).
En cambio, si es el juicio del Espíritu Santo, será correcto, pues Su
función es juzgar. En este sentido, el Curso añade:
"Tú compartes Su función sólo cuando juzgas tal como Él lo hace, sin juzgar nada por tu cuenta. Juzgarás contra ti mismo, pero Él juzgará a tu favor" (T-12.VII.12:7-8).
¿Cómo juzga el Espíritu Santo?
"El Espíritu Santo separa lo verdadero de lo falso en tu mente, y te enseña a juzgar cada pensamiento que dejas que se adentre en ella a la luz de lo que Dios puso allí. El Espíritu Santo, con vistas a reforzar el Reino en ti, conserva lo que está de acuerdo con esa luz, y acepta y purifica lo que está parcialmente de acuerdo con el Reino. Mas lo que está en completo desacuerdo lo rechaza juzgando contra ello" (T-6.V.C.1:2-5).
Y sigue:
"El Espíritu Santo no te enseña a juzgar a otros porque no quiere que enseñes nada que sea erróneo, y que, de este modo, tú mismo lo aprendas. No sería consistente si te permitiera reforzar lo que debes aprender a evitar. En la mente del pensador, por lo tanto, el Espíritu Santo es enjuiciador, pero sólo a fin de unificar la mente de modo que pueda percibir sin emitir juicios. Esto le permite a la mente enseñar sin emitir juicios y, por consiguiente, aprender a estar libre de ellos. Esta rectificación es necesaria sólo en tu mente, a fin de que dejes de proyectar en lugar de extender" (T-6.V.C.2:1-5).
Reflexión: Cuando juzgas, te juzgas a ti mismo.
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