LECCIÓN 324
No quiero ser guía. Quiero ser simplemente un
seguidor.
1. Padre, Tú eres Quien me dio el plan para mi salvación. 2Eres asimismo Quien determinó el camino que debo recorrer, el papel que debo desempeñar, así como cada paso en el sendero señalado. 3No puedo perderme. 4Tan sólo puedo elegir desviarme por un tiempo, y luego volver. 5Tu amorosa Voz siempre me exhortará a regresar, y me llevará por el buen camino. 6Mis hermanos pueden seguir el camino por el que les dirijo. 7Mas yo simplemente recorreré el camino que conduce a Ti, tal como Tú me indiques y quieras que yo haga.
2. Sigamos, por lo tanto, a Uno que conoce el camino. 2No tenemos por qué rezagarnos, ni podemos soltarnos de Su amorosa Mano por más de un instante. 3Caminamos juntos, pues le seguimos. 4Y es Él Quien hace que el final sea seguro y Quien garantiza que llegaremos a salvo a nuestro hogar.
¿Qué me enseña esta lección?
La afirmación de esta lección me lleva a comprender que la iniciativa tomada por el Hijo de Dios no es la guía que nos conduce a la Verdad. Es más, el acto volitivo emprendido le ha llevado a identificarse con el error y a dar identidad a una realidad ilusoria.
¿Cómo podemos pretender ser guías de nadie, cuando nuestros pasos nos llevan a recorrer un camino equivocado?
Nuestro poder volitivo debe ponerse al servicio de la Voluntad del Padre, de modo que el único propósito que nos mueva sea el de cumplir el Plan de Salvación dispuesto por Él y llevar a cabo, fielmente, la función que nos corresponde por nuestra condición divina.
Cuando nuestra mente se encuentra identificada con el mundo físico, la consciencia se oscurece y queda atrapada en una dimensión donde nada es real; todo está bajo las leyes de la temporalidad. Dicha conciencia nos lleva a creer en la falsa apariencia de que nos encontramos separados unos de otros, pues su visión se limita a la corporalidad.
Cuando tomamos conciencia de que todo cuanto percibimos en el mundo temporal es ilusorio, que pertenece al sueño que estamos soñando, se produce una importante modificación en el proceso de percibir. No significa que dejemos de hacerlo, pero nuestra percepción es correcta, es verdadera, en el sentido de que somos conscientes de que el soñador somos nosotros. Desde este nivel de consciencia, podemos elegir introducir en nuestro sueño una nueva visión que nos permita no dar el valor a las cosas que les dábamos hasta ahora; es decir, elegimos ver las cosas de otra manera, de modo que no nos dejamos influenciar por el efecto que percibimos de las experiencias.
Decido dejar las riendas de mi vida en el mundo material en manos del Espíritu Santo, pues Él conoce el Plan trazado por el Creador para nosotros. Ser su seguidor es todo un placer y me produce una profunda satisfacción, al tiempo que me aporta una gran paz.
Ejemplo-Guía: "Los falsos guías"
No, no cometeré el error de juzgar y condenar el papel representado por los demás. He aprendido a interpretar la dinámica de proyección que habitualmente utilizamos cuando hacemos uso del sistema de pensamiento del ego, donde el otro es interpretado como alguien separado de nosotros.
Los "falsos guías" son nuestros ídolos, nuestros cultos, nuestras creencias aferradas a la ilusión de la falsa realidad. Los "falsos guías" tienen todos una misma causa, el miedo. Todos ellos se fundamentan en el error original que se sustenta en la creencia en el pecado. Esos "falsos guías" son los que nos hacen seguidores de la oferta y la demanda tan propia de las leyes del mundo de la percepción. En ocasiones, esos "falsos guías" parecen vendernos remedios mágicos, gracias a los cuales podremos purificarnos del lastre causado por la culpa y acercarnos a la redención que ha de llevarnos a hacer las paces con la divinidad externa, a la cual tememos y negamos.
No somos muy conscientes de que todos idolatramos a esos "falsos guías", pero casi nadie soporta la idea de reconocer que rinde culto al "diablo" (separación). Es entonces cuando recurrimos a la dinámica de la proyección y expulsamos de nosotros toda necesidad de culto, de superchería, de magia redentora, dando vida al personaje que personificará esas cualidades liberadoras de nuestras fobias. Ya hemos diseñado el perfil del terapeuta, del guía externo, de aquel que con sus dotes iluminados nos dirá lo que tenemos que hacer para liberarnos de nuestras cargas, de nuestras enfermedades, de nuestros miedos.
Tal vez te estés preguntando: ¿Existen los guías verdaderos? La cuestión que se plantea entre el guía verdadero y el guía falso lleva implícita una pista que nos permitirá alcanzar la respuesta por nosotros mismos. El guía verdadero no actúa como guía a través de la teoría; el guía verdadero actúa como su propio guía, poniendo al servicio de su mente recta, del Espíritu Santo, todas y cada una de sus decisiones. En ese acto, desprende y expande una acción que emana luz en sí misma y que, al expandirse, alumbrará el camino de otros buscadores.
¿Qué nos dice el Curso sobre el papel de los "Maestros"?
“En el pensamiento del mundo, los papeles de
maestro y estudiante están, de hecho, invertidos. Esta inversión es típica. Parece como si el maestro y el alumno estuviesen
separados y como si aquél le diese algo a éste, en vez de a sí mismo.Es más,se
considera que enseñar es una actividad especial, a la que uno dedica una parte
relativamente pequeña de su tiempo. El curso subraya, por otra parte, el
hecho de que enseñar es aprender, y de que, por consiguiente, no existe ninguna
diferencia entre el maestro
y el alumno. Subraya, asimismo, que enseñar es un proceso continuo, que ocurre
en todo momento del día y que continúa igualmente en los pensamientos que se
tienen durante las horas, de sueño” (M-In.1:1-6).
“Enseñar
es demostrar. Existen solamente dos sistemas de pensamiento, y tú
demuestras constantemente tu creencia de que uno u otro es cierto. De tu
demostración otros aprenden, al igual que tú. No es cuestión de si vas a
enseñar o no, ya que en eso no hay elección posible. Podría decirse que el
propósito del curso es proporcionarte los medios para que elijas lo que quieres
enseñar, en base a lo que quieres aprender. No puedes darle nada a otro,
ya que únicamente te das a ti mismo, y esto se aprende enseñando. Enseñar
no es otra cosa que convocar testigos para que den fe de lo que crees. Es
un método de conversión que no se lleva a cabo sólo con palabras. Toda
situación tiene que ser para ti una oportunidad más para enseñarles a otros lo
que tú eres, y lo que ellos son para ti. No tiene que ser más que eso, pero
tampoco menos” (M-In.2:1-10).
“Por
lo tanto, el programa de estudios que estableces está determinado exclusivamente
por lo que crees que eres y por la relación que crees que otros tienen
contigo. En la enseñanza tradicional, es posible que estas cuestiones no
tengan nada que ver con lo que crees estar enseñando. Sin embargo, es
imposible no usar el contenido de cualquier situación en la que te encuentres
en favor de lo que enseñas realmente, y por ende, aprendes realmente. En
relación con esto, el contenido verbal de lo que enseñas es
irrelevante. Puede que coincida con ello, puede que no. La enseñanza
que yace tras lo que dices es lo que te enseña. Enseñar no hace sino
reforzar lo que crees acerca de ti mismo. Su propósito fundamental es
aplacar las dudas que albergamos acerca de nosotros mismos. Esto no
quiere decir que el ser que estás tratando de proteger sea real. Pero sí quiere
decir que el ser que tú consideras real es al que le enseñas” (M-In.3:1-10).
“Esto
es inevitable. No hay forma de escapar de ello. ¿Cómo podría ser de
otra manera? Todo el que sigue las enseñanzas del mundo, y todo aquel que
está aquí las sigue hasta que cambia de parecer, enseña únicamente para
convencerse a sí mismo de que él es lo que no es. He aquí el propósito del
mundo. ¿Cómo podrían entonces ser sus enseñanzas diferentes? A esta
situación de enseñanza restringida y sin esperanzas, que no enseña sino muerte
y desolación, Dios envía a Sus maestros. Y conforme éstos enseñan
Sus lecciones de júbilo y de esperanza, su propio aprendizaje finalmente
concluye” (M-In.4:1-8).
“Si
no fuera por los maestros de Dios, habría muy pocas esperanzas de alcanzar la
salvación, pues el mundo del pecado parecería ser eternamente real. Los
que se engañan a sí mismos tienen que engañar, ya que no pueden sino enseñar
engaño. ¿Y qué otra cosa sino eso es el infierno?” (M-In.5:1-12).
Reflexión: ¿Quién guía tus pasos?
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