Somos Hijos de Dios y hemos deseado ver la realidad a nuestra manera, lo que nos ha llevado a percibir erróneamente el mundo. Nuestra mente, guiada por ese deseo, ha fabricado la creencia en la separación, lo que ha originado pensamientos falsos sobre la realidad percibida.
El poder de la voluntad que heredamos de nuestro Padre, al usarlo para alimentar el deseo de sentirnos especiales, nos ha hecho creer que lo que percibimos fuera de nosotros es nuestra verdadera identidad, olvidando así nuestra esencia y origen divino.
Todo lo que hemos fabricado en el uso de nuestra capacidad divina forma parte de un sueño. En dicho sueño, formamos parte del elenco de actores a los que damos vida en él, pero no somos conscientes de que estamos soñando y de que somos el soñador.
Darse cuenta de que hemos entregado el poder de la verdad a un mundo que no la posee es el primer paso para despertar del sueño.
Mientras sigamos en el sueño, podemos otorgar al mundo físico una función lo más cercana posible a la realidad y a la verdad. Esta función consiste en ayudarnos a tomar conciencia de los efectos de nuestras acciones, es decir, reconocer la calidad de las energías con las que estamos fabricando.
En este sentido, podemos entender que el amor construye, mientras que el miedo destruye; que el pecado es un error y que los errores pueden corregirse. Sobre todo, podemos darnos cuenta de que, así como nosotros somos efecto de la causa creadora de nuestro Padre, nuestras acciones también son el resultado de nuestros pensamientos y sentimientos, los cuales se convierten en la verdadera causa de la realidad que percibimos.
Sí, el mundo, tal como lo percibimos, desaparecerá, ya que la percepción es temporal y proviene de nuestra mente errada. Cuando logremos perdonar el uso de esa mente, percibiremos el mundo de forma correcta y recordaremos que todos somos parte de la Causa Original, de la Mente de Dios, como el Hijo de Dios.
Ejemplo-Guía: "Crear en la tierra, como en el Cielo".
Más de una vez he escuchado opiniones que ven a la tierra, al mundo que percibimos, como la fuente capaz de despertar nuestras tentaciones. Siguiendo la máxima “si tu mano te hace pecar, córtatela”, defienden sacrificar todo aquello que consideran causa de la tentación.
En esa forma de ver el mundo, se pasa por alto algo esencial: el mundo es un efecto, no la causa. Es el resultado de un pensamiento errado; por lo tanto, si queremos dejar de ser esclavos de lo que nos ofrece, debemos cambiar la causa que nos ha llevado a percibirlo de esa manera.
La lección de hoy nos enseña que fuimos creados a semejanza de nuestro Creador y que compartimos Sus atributos creadores, recordándonos que así como es en el Cielo, sea también en la Tierra. Es decir, tenemos la capacidad de crear aquí en la Tierra tal como se hace en el Cielo.
¿Qué significa lo que hemos dicho?
Significa, de manera profunda, que podemos crear en la tierra siempre que nuestra mente adopte la visión que reina en el Cielo: la visión de la Unidad. Cuando esa visión la aplicamos aquí, la llamamos Visión de Cristo, porque se fundamenta en el amor, la esencia misma de la unidad.
La lección nos anima a ser conscientes de la Ley de Causa y Efecto. Al reflexionar sobre esto, podemos comprender que causa y efecto son una sola cosa, aunque en su manifestación los percibamos de forma diferente.
La semilla y el fruto no siempre tienen la misma forma, pero ambas participan de la unidad.
En nuestra vida, podemos aplicar esta ley para conocernos mejor en aquellos aspectos a los que nos resistimos, sobre todo cuando llega el momento de enfrentar consecuencias que no son agradables. En esas situaciones, tendemos a apartarnos de la idea de que pudimos ser los responsables de esa experiencia y asumimos, con frecuencia, el cómodo papel de víctimas.
Reflexión: ¿Cómo entendemos el mensaje "Veamos hoy la tierra desaparecer"?
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